Agua de Louvre
1 - Se ha vuelto tan surrealista el mundo que pocos ya recuerdan qui¨¦n invent¨® el adjetivo surrealista. Y seguramente, adem¨¢s, ni importa. Tampoco sabemos qui¨¦n invent¨® la crisis y a¨²n menos la palabra crisis, y tampoco pasa nada. ?De qu¨¦ nos servir¨ªa saberlo? Hasta les debe de parecer a algunos m¨¢s que surrealista saber qui¨¦n invent¨® el t¨¦rmino surrealismo. Pues bien, fue Guillaume Apollinaire.
Pens¨¦ en la cuesti¨®n del invento de esa palabra hace unas semanas cuando me encontraba en Par¨ªs buscando -no negar¨¦ que con ansiedad exagerada- la fachada oculta de una casa de doble fachada en la rue de Saint-Guillaume. De pronto, a 50 metros de esa calle, di con una placa que nada ten¨ªa que ver con lo que buscaba: una placa en el 208 del boulevard de Saint-Germain que dec¨ªa que en aquella casa hab¨ªa vivido y muerto el poeta Apollinaire.
Si hab¨ªa muerto all¨ª, yo estaba debajo de la m¨ªtica buhardilla donde el poeta escond¨ªa todas las estatuillas y abalorios que robaba impunemente a diario en el entonces algo descuidado museo del Louvre. Aunque todo sea dicho: tanto iba el c¨¢ntaro a la fuente que acab¨® siendo acusado injustamente del robo de La Gioconda y pas¨® 10 d¨ªas en la c¨¢rcel, donde escribi¨® uno de sus poemas m¨¢s conmovedores, A la prisi¨®n de la Sant¨¦.
As¨ª que buscando una fachada emboscada, fui de un Saint-Guillaume a un Guillaume a secas. Y acab¨¦ dando con una buhardilla que cre¨ªa conocer de memoria, de tantas historias que en ella me hab¨ªa imaginado. Mir¨¦ desde abajo ese lugar de mi imaginaci¨®n. ?Sabr¨ªa el que viviera ah¨ª ahora que la primera vez que alguien escribi¨® la palabra surrealismo se escribi¨® all¨ª?
En 1917, Apollinaire se dispon¨ªa a estrenar Las tetas de Tiresias y, no sabiendo c¨®mo adjetivar aquella obra de teatro, la calific¨® en el programa de mano de drama surrealista: "Cuando el hombre quiso imitar el andar, cre¨® la rueda, que no se parece en nada a una pierna. As¨ª hizo surrealismo sin saberlo". Siete a?os despu¨¦s, en 1924, Andr¨¦ Breton -descubridor de tantas fachadas ocultas- recuperar¨ªa el vocablo y lo difundir¨ªa por el mundo y se atribuir¨ªa m¨¢s m¨¦ritos de los que ten¨ªa.
Aunque s¨¦ que Apollinaire fue un gran poeta, no tengo la costumbre de leerle demasiado, pero la semana pasada descubr¨ª que acababa de publicarse entre nosotros -valiosa traducci¨®n de Marta Pino- sus fascinantes Cartas a Lou, poemas de amor a la novia a la que escrib¨ªa desde la guerra: poemas de gran carga er¨®tica mezclada con ciertos experimentos que le llevan de un clasicismo inicial, casi cursi, hasta el vanguardismo final de versos sin rima ni esquemas r¨ªgidos: una trayectoria que va del amor cort¨¦s a una er¨®tica final, influenciada por el Marqu¨¦s de Sade. Un esc¨¢ndalo en el contexto de su ¨¦poca, donde el gran esc¨¢ndalo tendr¨ªa que haber sido otro; tendr¨ªa que haber sido la guerra, la primera gran guerra del 14, la misma a la que se apunt¨® con entusiasmo Apollinaire y que le cost¨® la vida. Regres¨® del frente herido y nunca he podido olvidar un grabado de la ¨¦poca en el que se ve a Apollinaire con la cabeza vendada, en su buhardilla, rodeado de una multitud de objetos (que siempre imagin¨¦ robados), poco antes de morir. El pie del grabado dec¨ªa: "Apollinaire herido mortalmente y v¨ªctima de la espa?ola". Muri¨® el mismo d¨ªa que se firm¨® la paz y que el pueblo de Par¨ªs se ech¨® a la calle para celebrarlo. Y muri¨® de espa?ola -de the Spanish lady, nombre que dieron en 1918 a la epidemia de gripe que asol¨® Occidente-, que es tambi¨¦n una forma muy surrealista de morirse.
2 - Muri¨®, adem¨¢s, en el umbral mismo de la felicidad -como Tamerl¨¢n frente al mar-, porque justo acababa de encontrar a Lou, la mujer de su vida. Hoy ni el amor ni la felicidad escapan al vocablo surrealista que invent¨® Apollinaire. Basta con leer la noticia de ayer de ese diligente holand¨¦s, Ruut Veenhoven, que ha creado una base de datos mundial de la felicidad, con clasificaciones nacionales. Sus resultados aparecieron en una p¨¢gina web de California que titulaba as¨ª: "Canad¨¢ derrota a Estados Unidos en el ¨ªndice mundial de la felicidad".
Lo dicho, el mundo se ha vuelto apollinario y surrealista. El poeta lo era ya por nacimiento, pues se llamaba Guillaume Apollinaire de Kostrowizki, aunque para ocultar el b¨¢rbaro apellido polaco elev¨® a la categor¨ªa de apellido su segundo nombre, Apollinaire, que parec¨ªa hecho a medida para un poeta, aunque no se sabe si gustaba m¨¢s de su parentesco fon¨¦tico con Apolo o con Apollinaris, que era un agua purgante.
Lo mejor que se ha dicho de su poes¨ªa lo dijo su amigo Alberto Savinio, que una ma?ana estaba en una finca viendo c¨®mo un obrero hidr¨¢ulico -"envainado en bronce flexible, como un dios marino"- estaba sumido en la reparaci¨®n de un pozo artesiano, y al principio el agua sal¨ªa s¨®lo con resoplidos y le pareci¨® que aquello sal¨ªa como la poes¨ªa de Rimbaud, luchando con el fango de la vida. Pero cuando al final -"triunfo del hidr¨¢ulico semidios, remate de su trabajo"- el agua comenz¨® milagrosamente a subir l¨ªmpida, serena, sin esfuerzo, se acord¨® de inmediato de la poes¨ªa de Apollinaire, que para ¨¦l era el agua como debiera estar siempre.
Poeta de la sencillez y de la facilidad, poeta muerto de espa?ola en su buhardilla parisina y seguramente con la Gioconda aut¨¦ntica -la que no hemos vuelto a ver nunca- debajo de su cama. Antes encontraremos esa cama y el vendaje de guerra en la cabeza y el agua de su poes¨ªa que aquella Gioconda, que ha quedado tan escondida para la eternidad como esa fachada oculta de la casa de doble fachada en la rue de Saint-Guillaume que hoy, siguiendo santamente mi intuici¨®n surrealista, he decidido no intentar a volver a ver nunca.
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