Ratzinger vuelve al pasado
La comisi¨®n a la que pertenece el cardenal Ca?izares ha sido clave en la readmisi¨®n de los lefebvrianos y en la recuperaci¨®n de la tradici¨®n bimilenaria de la Iglesia por la que aboga el Papa
Joseph Ratzinger puede pasar a la historia como el restaurador del pasado. El art¨ªfice de una curiosa s¨ªntesis entre la Iglesia posconciliar y la Iglesia tradicional, la que hablaba en lat¨ªn y daba por hecha su supremac¨ªa entre las religiones. La relativa prisa que se ha dado en levantar las excomuniones a los cuatro obispos ordenados en junio de 1988 por el irreductible Marcel Lefebvre habla por s¨ª sola de las prioridades del Pont¨ªfice. Ni un paso adelante en los temas supuestamente candentes que se le plantean a la Iglesia, como el debate sobre el celibato sacerdotal, la necesidad de otorgar m¨¢s protagonismo a las mujeres o de encontrar alguna sinton¨ªa con la sociedad moderna. Brazos abiertos, en cambio, a un grupo rebelde que suma apenas 500 sacerdotes y 300.000 fieles.
El Papa comparte con los tradicionalistas el gusto por el lat¨ªn y la fe en que no hay salvaci¨®n fuera de la Iglesia
El cardenal Castrill¨®n se quej¨® de que algunos tradicionalistas reclamasen una bas¨ªlica romana para sus ritos
Los hijos pr¨®digos de Lefebvre vuelven al redil, gracias a los esfuerzos del Papa. Un gesto que da sentido de pronto al conjunto de medidas, nombramientos, discursos, tomas de posici¨®n que ha ido adoptando Joseph Ratzinger desde su elecci¨®n como sucesor de Juan Pablo II, el 19 de abril de 2005, tres d¨ªas despu¨¦s de cumplir los 78 a?os.
El inter¨¦s por los lefebvrianos viene de antiguo. Desde sus a?os de guardi¨¢n de la ortodoxia bajo la batuta del Papa polaco, Ratzinger, que hubo de aceptar el hecho doloroso del cisma, en 1988, ha luchado por atraerse a esta comunidad que mantiene a ultranza el rito oficial de la Iglesia hasta 1962. Un rito de la Contrarreforma, fijado por P¨ªo V tras el Concilio de Trento, en el siglo XVI. Le ha costado 20 a?os, pero lo ha conseguido. Aparentemente, la herida se cierra sin vencedores ni vencidos. Pero las declaraciones de Richard Williamson, el obispo que neg¨® el Holocausto, indiferente a la repercusi¨®n que iba a tener el caso, sugieren una actitud triunfal entre los lefebvrianos.
?Cu¨¢les han sido las exigencias del Vaticano para levantar las excomuniones? A tenor de la carta firmada por el responsable del ministerio de los obispos, el cardenal Giovanni Battista Re, competente en el asunto, bastaba la aceptaci¨®n de la autoridad papal. Lo dem¨¢s -acatar plenamente el Concilio Vaticano II- queda para posteriores discusiones.
En la Curia y en las di¨®cesis europeas crece la inquietud por el paso dado. Son muchos los prelados y fieles que no entienden la urgencia de admitir a los lefebvrianos, mientras la Iglesia tiene abiertos tantos frentes. ?O es que recuperar las esencias que representan los tradicionalistas era un paso obligado en el programa restaurador que se ha marcado Ratzinger?
En realidad, la distancia espiritual entre los lefebvrianos y el Papa nunca ha sido tanta. Ratzinger es un te¨®logo que rezuma erudici¨®n, pero conserva, como ha dicho su amigo de los a?os sesenta y rival ideol¨®gico Hans K¨¹ng, algo de la beater¨ªa del campesinado b¨¢varo. El ambiente en el que se cri¨®. El profesor suizo no tiene dudas de que hay algo personal en la decisi¨®n del Papa. "De alg¨²n modo siente una simpat¨ªa secreta, porque son personas afines a la Iglesia preconciliar, a la liturgia preconciliar", declar¨® hace unos d¨ªas a la emisora alemana Deutschlandfunk. Y calificaba de "provocaci¨®n" la decisi¨®n del Papa de acoger a los cism¨¢ticos el d¨ªa en que se cumplen 50 a?os de la convocatoria del Vaticano II.
Los hechos parecen confirmar la apreciaci¨®n de K¨¹ng. Basta seguir el hilo, casi invisible, de la informaci¨®n vaticana para darse cuenta de que en estos cuatro a?os de pontificado del Papa alem¨¢n han cambiado las formas y la sustancia de la Iglesia. Es como si se hubiera puesto en marcha una especie de contrarreforma con el sello del Papa. El primer cambio ha afectado a la liturgia. Como muchos cardenales de su generaci¨®n, Ratzinger abomina de las misas modernas, las liturgias "creativas", como las llama. Y cree que hay que dar m¨¢s espacio al lat¨ªn.
Pese al t¨ªmido aperturismo de Wojtyla, el uso del misal de 1962 es puramente marginal en las di¨®cesis cat¨®licas. Benedicto no puede consentirlo y se decide, despu¨¦s de un largo tira y afloja con la Curia, a redactar un motu proprio nuevo que liberaliza totalmente la liturgia y el misal antiguo. As¨ª surge la Summorum Pontificum, la carta apost¨®lica publicada en julio de 2007, que entrar¨¢ en vigor en septiembre de ese a?o. La carta viene precedida por una larga misiva dirigida a los obispos, en la que Ratzinger justifica su decisi¨®n, apelando a la necesidad de dar cabida en la Iglesia a todas las sensibilidades. Adem¨¢s, la liberalizaci¨®n es totalmente inocua, habida cuenta de que el viejo misal se contempla como "norma extraordinaria". Aun as¨ª, sorprende la energ¨ªa del decreto que autoriza expresamente las misas en lat¨ªn con o sin fieles, y da a las comunidades de religiosos e institutos apost¨®licos la posibilidad de celebrarlas incluso permanentemente siempre que el superior est¨¦ de acuerdo.
El Papa va m¨¢s lejos. En aquellas parroquias en las que un grupo suficientemente numeroso de fieles reclame este tipo de misas, el p¨¢rroco "deber¨ªa gustosamente aceptar estas peticiones y celebrar misa en lat¨ªn", dice el decreto. Se acepta tambi¨¦n la forma latina para celebrar matrimonios, funerales, bautizos, penitencia o ceremonias especiales. En caso de que los p¨¢rrocos no satisfagan los deseos de sus fieles, ¨¦stos pueden quejarse al obispo de la di¨®cesis. Y si el obispo no act¨²a, "el caso debe ser planteado a la comisi¨®n Ecclesia Dei". La comisi¨®n creada por Juan Pablo II poco despu¨¦s de las excomuniones, en 1988, para mantener el contacto con los tradicionalistas y vigilar de cerca a los lefebvrianos.
No se trata ¨²nicamente de abrir el camino a la readmisi¨®n de los cism¨¢ticos. Benedicto XVI est¨¢ decidido a volver a la liturgia cl¨¢sica. Despu¨¦s del motu proprio, nombra un nuevo equipo de asesores en la materia compuesto por laicos y religiosos. La n¨®mina incluye a un profesor de la Facultad de Teolog¨ªa de Apulia, Nicola Bux; a dos sacerdotes de las universidades de los Legionarios de Cristo y del Opus Dei, Mauro Gagliard y Juan Jos¨¦ Silvestre Valor, respectivamente; al sacerdote Uwe Michael Lang, funcionario de la Congregaci¨®n para el Culto Divino, autor del libro Vueltos al Se?or, sobre la misa mirando al altar, y a Paul C. F. Gunter, un profesor benedictino.
Al frente de ese equipo no estar¨¢ Piero Marini, maestro de ceremonias de Wojtyla, que ha ocupado el cargo durante casi 20 a?os y es el art¨ªfice de las espectaculares puestas en escena del Papa polaco. Actos lit¨²rgicos creativos, a veces con m¨²sica moderna y cantantes famosos, como el que cerr¨® el Congreso Eucar¨ªstico de Bolonia, en septiembre de 1997, en el que actu¨® Bob Dylan. A Ratzinger, sobra decirlo, le horroriz¨®. El nuevo responsable del ceremonial es Guido Marini, antiguo secretario del actual n¨²mero dos del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone, en su etapa de arzobispo de G¨¦nova.
Paralelamente, Ratzinger refuerza la comisi¨®n Ecclesia Dei. Al principio parece un organismo sin pulso, una mera direcci¨®n postal en la Curia. Pero poco a poco va tomando importancia. En 2000 llega el principal refuerzo, el cardenal Dar¨ªo Castrill¨®n Hoyos. El colombiano es un enamorado de la misa en lat¨ªn, una buena base para sintonizar con los lefebvrianos. Castrill¨®n es, adem¨¢s, prefecto de la Congregaci¨®n para el Clero, un cargo que abandon¨® en 2006, al cumplir la edad de jubilaci¨®n. Pero Ratzinger, ya convertido en Benedicto XVI, no lo aparta de Ecclesia Dei. Est¨¢n en juego muchas cosas. El nuevo Papa ha recibido, nada m¨¢s suceder a Wojtyla, a Bernard Fellay, responsable de la Fraternidad San P¨ªo X, fundada por Lefebvre. Ha sido un encuentro amistoso en el que Benedicto XVI ha expuesto las condiciones para la readmisi¨®n de los cism¨¢ticos. Se aproxima el final del drama. En 2006, el Pont¨ªfice refuerza Ecclesia Dei con tres pesos pesados: los cardenales William Joseph Levada, el franc¨¦s Jean-Pierre Ricard y el espa?ol Antonio Ca?izares, en el que el Papa ha depositado enormes esperanzas. Dos a?os despu¨¦s le coloca al frente del ministerio encargado de las liturgias, candidato a absorber Ecclesia Dei, apenas se retire Castrill¨®n, que cumple en julio 80 a?os.
Los contactos con los seguidores de Lefebvre se intensifican y se mantienen en los mejores t¨¦rminos. ?Qu¨¦ opina el Vaticano de ellos? Si nos atenemos a lo escrito por el n¨²mero dos de Castrill¨®n, el benedictino Camille Perl, hay pocas dudas respecto a la buena sinton¨ªa de Ecclesia Dei con el bando cism¨¢tico. En un texto, fechado en 2003 y difundido por varias publicaciones digitales cat¨®licas, Perl aclara que las misas celebradas por los cism¨¢ticos "son v¨¢lidas, aunque ilegales". ?No es pecado entonces asistir a ellas? "Si su intenci¨®n es simplemente participar en una misa por el rito del misal de 1962 por pura devoci¨®n, no ser¨ªa pecado", responde a un feligr¨¦s el secreetario de la comisi¨®n, ascendido el a?o pasado a vicepresidente. Y m¨¢s sorprendentemente a¨²n, Perl considera aceptable que el feligr¨¦s deposite una limosna en el cepillo de la iglesia de rito cism¨¢tico.
Pero los seguidores de Lefebvre no s¨®lo comparten con el Papa alem¨¢n el gusto por el lat¨ªn y los paramentos lit¨²rgicos antiguos. Ratzinger tiene, como ellos, fe en una Iglesia cat¨®lica que se presenta como ¨²nico camino de salvaci¨®n. Es la tesis central del documento vaticano Dominus Iesus, aprobado por Juan Pablo II y publicada en 2000, redactado enteramente por el prefecto de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe y su equipo. Un documento que provoc¨® una condena generalizada, incluso en muchos sectores cat¨®licos.
Ratzinger, que ha sido furiosamente reformista en su juventud, parece decidido a saldar esa deuda con una Iglesia que est¨¢ pagando a¨²n, en su opini¨®n, los excesos posconciliares. Los tradicionalistas lo celebran. Y los progresistas lo padecen. Durante sus m¨¢s de 20 a?os al frente de la antigua Inquisici¨®n, ha sido un duro juez de las desviaciones modernas. Ha denunciado a te¨®logos progresistas, ha condenado la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, se ha aferrado al dogma. No s¨®lo le horrorizan los excesos lit¨²rgicos de algunos curas modernos, sino que responsabiliza a la nueva liturgia de la p¨¦rdida del misterio, causa de la decadencia brutal de la Iglesia.
?sa es la raz¨®n de que se declare abiertamente partidario de una restauraci¨®n cuidadosa. As¨ª lo confiesa en 1985, en conversaci¨®n con el escritor cat¨®lico Vittorio Messori. Lo que intenta el Vaticano, dice, es "un nuevo equilibrio despu¨¦s de las exageraciones de una apertura indiscriminada al mundo, despu¨¦s de las interpretaciones demasiado positivas de un mundo agn¨®stico y ateo".
La restauraci¨®n, tal y como la entiende Ratzinger, viene a ser una relectura del Concilio Vaticano II a la luz de la tradici¨®n bimilenaria de la Iglesia. Pero ni su ejemplo personal ni su motu proprio acaban de ser aceptados en las di¨®cesis europeas. Ecclesia Dei trabaja m¨¢s que nunca regularizando la situaci¨®n can¨®nica de instituciones y comunidades adscritas a la liturgia antigua, como es el caso del Instituto Cristo Rey Sumo Sacerdote, con base en Florencia y extendida por varios pa¨ªses.
Pero la misa en lat¨ªn, de espaldas a los fieles, sigue siendo minoritaria. No hay adhesiones masivas, ni de feligreses ni de institutos religiosos o apost¨®licos. El n¨²mero dos de Ecclesia Dei acusa directamente a los obispos italianos, franceses y alemanes de "obstaculizar" los progresos de la liturgia en lat¨ªn. Lo hizo en una reuni¨®n celebrada en Roma en septiembre pasado. Castrill¨®n, por su parte, se queja de las demenciales exigencias de los tradicionalistas. "Son insaciables, incansables", dice ante los asistentes al acto de la asociaci¨®n J¨®venes y Tradici¨®n, organizado por la propia Ecclesia Dei. Algunos reclaman que se dedique una de las bas¨ªlicas de Roma a la misa en lat¨ªn.
Cuatro meses despu¨¦s, en ese clima de hostilidad y desconfianza, Benedicto XVI da luz verde a la readmisi¨®n de los lefebvrianos. El esc¨¢ndalo de las declaraciones de Williamson empa?a la iniciativa, pero Joseph Ratzinger consigue rehacerse y controlar la crisis. Nadie sabe si en la soledad de sus apartamentos privados el Papa se arrepiente de lo hecho. Lo que s¨ª se sabe es lo que piensa del cisma de Lefebvre. Cree que parte de la culpa recae sobre la jerarqu¨ªa, que no pudo o no quiso esforzarse. Benedicto XVI s¨ª est¨¢ dispuesto a tender la mano a los tradicionalistas. Quiz¨¢ espera convertirlos en fieles soldados de su restauraci¨®n. Todo est¨¢ por ver. El obispo lefebvrista franc¨¦s Bernard Tissiers de Mallerais tiene otra opini¨®n. En unas recientes declaraciones al diario turin¨¦s La Stampa advert¨ªa: "Nosotros no vamos a cambiar. Nuestra intenci¨®n es llevar al Vaticano hacia nuestras posiciones".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.