A la buena de Dios
Es para no creerse lo que a¨²n sigue dando Dios que hablar. Ahora que ya ha vuelto a sus lares el cardenal Bertone (quien por cierto tiene un aire al malvado mago Sokhura que interpret¨® genialmente Torin Thatcher en Simbad y la princesa) y que nuestras piadosas autoridades se han sacudido de la ropa el olor a incienso, quiz¨¢ podamos hablar con franqueza de los llamados "autobuses ateos" (?). Reconozco que me cuesta no simpatizar con cualquier iniciativa que escandaliza al obispado, pero en este caso el eslogan ("Probablemente Dios no existe. Despreoc¨²pate y disfruta de la vida") me parece de una ingenuidad teol¨®gica propiamente... anglosajona, al estilo por un lado de Richard Dawkins y por el opuesto del poco a?orado George W. Bush.
Decir que Dios "probablemente no existe" es decir demasiado o demasiado poco
Dos objeciones pueden hacerse a esa profesi¨®n motorizada de escepticismo. Para empezar, los creyentes veneran a Dios precisamente para aminorar su preocupaci¨®n principal -la muerte- y as¨ª poder disfrutar mejor o peor de la vida, como intentamos los dem¨¢s. Hoy en d¨ªa, aquellos a los que la religi¨®n les produce m¨¢s sufrimiento que consuelo no tardan en abandonarla. Segundo, decir que Dios "probablemente no existe" es decir demasiado o demasiado poco. Imaginemos que alguien nos pregunta si el Banco de Santander existe: como hay numerosas sedes de esa entidad, directivos y empleados, gente que le conf¨ªa sus ahorros, cotiza en Bolsa y reparte jugosos dividendos, etc¨¦tera..., la ¨²nica respuesta l¨®gica y sensata es la afirmativa. Pero si mi interlocutor me asegura que acaba de encontrarse con el Banco de Santander por la calle y le ha revelado f¨®rmulas para escapar de la crisis, me negar¨¦ a creerle... porque el banco en cuesti¨®n no existe, es decir, no existe en el sentido que vale para los viandantes, Barack Obama, la sierra de Gredos o los animales invertebrados. Creo que lo mismo ocurre con Dios: en un sentido es imposible negar que existe, en otro es imposible afirmarlo. Lo que no entiendo es que Rouco considere una "ofensa a Dios" el lema cauteloso del autob¨²s: pod¨ªa haberlo considerado una coartada (Stendhal dijo que "la ¨²nica excusa de Dios es que no existe") o una confirmaci¨®n de su fe (el gran te¨®logo Bonhoeffer, asesinado por los nazis, aseguraba que "un Dios que es, no es").
No me gusta que a uno le llamen "ateo", "agn¨®stico" y otros calificativos religiosos: es como esos carnets de conducir para no conductores que hay en USA, a fin de no privar a nadie de tan imprescindible documento de identidad. Pero, si me resigno al mote, me parece imposible hacer compatible el ate¨ªsmo con el af¨¢n misionero: tiene cierto morbo pero es un af¨¢n incongruente, como una monja dedicada a bailar estript¨ªs. Otra cosa es que a un ateo le encanten los debates con creyentes, como a mi buen amigo Paolo Flores d'Arcais. Ya lleva muchos y su especialidad son los cardenales, que en Italia son como los cocineros en el Pa¨ªs Vasco, pues est¨¢n por todas partes y los hay de diversos tipos: desde el sutil y post-heideggeriano Angelo Scola (v¨¦ase Dio? Ateismo della ragione e ragioni della fede, ed. Marsilio) hasta el mism¨ªsimo Ratzinger antes de ascender al papado (?Dios existe?, ed. Espasa), m¨¢s convencional. Lo mejor de este ¨²ltimo librito es la coda posterior de Paolo, Ate¨ªsmo y verdad, y a¨²n m¨¢s sabrosa su discusi¨®n con dos fil¨®sofos -Michel Onfray y Gianni Vattimo- en Atei o credenti?, Fazi editore. No creo que nadie pueda argumentar con mayor paciencia, aunque hasta ¨¦l se permite alguna broma: "[las creencias religiosas son] como el cubito de sentido para el caldo de la existencia".
Babelia
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