Gaza. Despu¨¦s de la masacre
Durante 23 d¨ªas, Israel convirti¨® Gaza en una trampa mortal para un mill¨®n y?medio de palestinos. El Ej¨¦rcito israel¨ª someti¨® a la poblaci¨®n a?un duro castigo colectivo. Murieron casi 1.400 personas. Pocos d¨ªas despu¨¦s de terminar el asedio, vetado para los periodistas, dos reporteros captaron la destrucci¨®n, el dolor y tambi¨¦n el orgullo de un pueblo.
"Vamos a reconstruirlo todo. Como la vegetaci¨®n, creceremos de nuevo"
"Aqu¨ª no hay temor a la muerte, y eso tambi¨¦n tiene su valor"
"Nos cercan, nos matan y nos exigen que nos quedemos quietos"
"Esta guerra ha forjado un ej¨¦rcito que tratar¨¢ de destruir a Israel"
"Los ni?os han visto c¨®mo sacaban a sus padres de los escombros"
Taviado con salacot y uniforme, la antigua fotograf¨ªa en blanco y negro muestra a un guardia que posa sonriente delante del cartel de Imperial Airways. Aterrizaba en aquellos tiempos del mandato brit¨¢nico el aeroplano Hanno en el aeropuerto de Gaza y las v¨ªas del ferrocarril cruzaban la pl¨¢cida franja mediterr¨¢nea. Trenes procedentes de Arabia atravesaban el territorio palestino y enlazaban, v¨ªa Damasco, con el Orient Express rumbo a Estambul y Par¨ªs. Corr¨ªa 1935 en este pedazo de tierra codiciado durante milenios por faraones, reyes nabateos, monarcas fenicios, asirios, militares griegos, emperadores romanos y bizantinos, visires persas, cruzados, emperadores franceses, sultanes otomanos, reyes brit¨¢nicos, primeros ministros israel¨ªes, presidentes egipcios? Ahora es un lugar desolador, salpicado de parajes lunares, de enormes cr¨¢teres cavados por las bombas, de cientos de edificios p¨²blicos derruidos. Y de gente deprimida -casi todos pobres, pocos ricos- que, sin embargo, se proclama dispuesta a resistir. Son orgullosos. No agachar¨¢n la cabeza, a pesar de que el territorio palestino es una ruina sometida por Israel a un asedio econ¨®mico, militar y pol¨ªtico que perdura ya tres a?os. Gaza regresa tras la guerra de 23 d¨ªas, la m¨¢s devastadora sufrida en d¨¦cadas, al pasado. Pero no para que vuelvan a despegar aviones, ni zarpen barcos, ni los ferrocarriles emprendan la marcha hacia Occidente. Los adultos saben que eso dif¨ªcilmente lo ver¨¢n.
En Gaza se respira destrucci¨®n y se reciben lecciones de una historia reciente moteada de acontecimientos apenas conocidos fuera de sus 367 kil¨®metros cuadrados. Para los dirigentes israel¨ªes, esta guerra -desatada el 27 de diciembre con un bombardeo de cuarteles en cuyas paredes a¨²n est¨¢ incrustada la carne carbonizada de los agentes, y que caus¨® casi 1.400 muertos, la gran mayor¨ªa civiles- tuvo su origen en el lanzamiento del primer cohete Kassam en 2001. Y sigui¨® con la evacuaci¨®n de los colonos jud¨ªos y militares de Gaza, en septiembre de 2005. No existe la historia. Los gazauis, sin embargo, rememoran otro relato que arranca en 1948, a?o de la fundaci¨®n del Estado sionista. Cuentan, porque lo vivieron, matanzas en Gaza y Cisjordania en 1953, en 1955, en 1956, en 1967, en 1982, en 2002, en 2008? La narraci¨®n que se repite machacona.
S¨ª se acordar¨¢ Mohamed Sultana, de 57 a?os, quien yac¨ªa a finales de enero en el hospital Shifa minutos antes de ser enviado a su casa de Beit Lahia por falta de camas en la saturada planta del centro m¨¦dico. Se escuchan gemidos de pacientes. Extra?o era entrar en el Shifa y no o¨ªr el grito de un ni?o quemado. La pierna izquierda de Mohamed termina en un mu?¨®n cicatrizado. Perdi¨® la extremidad durante la primera Intifada, hace m¨¢s de dos d¨¦cadas. "Acud¨ª durante esta guerra al hospital Al Quds y lo bombardearon. Tras la explosi¨®n me encontr¨¦ en la calle. Se me infect¨® una herida en la pierna derecha y me amputaron a la altura de la rodilla". Fue cojo a que le trataran. Sali¨® sin piernas.
Estos d¨ªas en Gaza se ve m¨¢s gente con muletas, m¨¢s mutilados de lo habitual. "Ver¨¢ usted", tercia el familiar de un paciente, "cuando no exist¨ªa la OLP nos mataban; despu¨¦s de su fundaci¨®n, tambi¨¦n; tras los acuerdos de Oslo en 1993, lo mismo. Ahora gobierna Ham¨¢s, y siguen mat¨¢ndonos. Y podr¨ªa desaparecer Ham¨¢s, e Israel seguir¨ªa mat¨¢ndonos".
Sobre los escombros en Yabalia de una de las 4.000 viviendas demolidas por la aviaci¨®n y la artiller¨ªa israel¨ªes, el propietario sesent¨®n, Anuar Abdal¨¢, refugiado desde 1948, afirma: "Volvemos a las tiendas de campa?a. No viv¨ªamos en ellas desde 1953, cuando la Agencia de Naciones para los Refugiados (UNRWA) empez¨® a construir casas. Hay ahora 10 campos como ¨¦ste en Gaza. Yo he vivido 30 a?os en Arabia Saud¨ª, y regres¨¦. Vamos a reconstruir todo lo que ve. Somos como la vegetaci¨®n. Creceremos de nuevo. La ¨¦poca de la emigraci¨®n se acab¨®. Aprendimos bien la lecci¨®n". Testimonios como el de Ahmed Jader se prodigan en cualquier rinc¨®n de la zona oriental lim¨ªtrofe con Israel. "A m¨ª me han tirado dos veces la casa. Y en esta guerra han derribado la de mis 12 hermanos y sobrinos. Alguno de ellos ha muerto. Pero pienso seguir aqu¨ª, aunque la destruyan diez veces m¨¢s", asegura, haciendo honor a la testarudez que distingue a los vecinos de Gaza. Juran, junto a las tiendas que florecen ahora en su tierra, que no claudicar¨¢n.
El jefe de UNRWA en Gaza, el irland¨¦s John Ging, advert¨ªa a comienzos de febrero que decenas de miles de personas del mill¨®n y medio de habitantes de la franja han quedado a la intemperie. En varias zonas del noreste de Gaza, desde las que casi se podr¨ªa saludar a los granjeros de los kibutzim israel¨ªes, apenas quedan edificios en pie. Sobre los mont¨ªculos de cemento y hierro pasan las jornadas los lugare?os. Tratan de recuperar la antena parab¨®lica, ropas, enseres o documentos en medio de una polvareda insalubre? La destrucci¨®n fue sistem¨¢tica. Deliberada. "Haremos que retrocedan veinte a?os", amenazaron algunos ministros del Gobierno de Ehud Olmert. Cumplieron.
La virulencia de los ataques masivos ha expandido la destrucci¨®n hasta l¨ªmites desconocidos en Gaza. Treinta y cinco escuelas, 16 ministerios, hospitales, cientos de cuarteles y puestos policiales, 4.000 casas o edificios de viviendas, un millar de f¨¢bricas, la Facultad de Ingenier¨ªa de la Universidad Isl¨¢mica? El Parlamento es, sin duda, el m¨¢s transparente del mundo. S¨®lo queda el esqueleto del edificio, que habr¨¢ que derribar. Un mont¨®n de mezquitas han sido arrasadas. "Mira, mira", se?ala un mocoso a un alminar desmochado en el campo de refugiados de Yabalia. Es uno de los pasatiempos de los ni?os cuando se topan con un extranjero. Una se?al para el futuro: con sus amiguitos, bien peque?os, se van deprisa para no perderse el rezo del mediod¨ªa. ?Y por qu¨¦ esa destrucci¨®n si los combatientes palestinos esperaron a los soldados enemigos en el interior de las ciudades? Eyad Abu Hujeir, director de una ONG que promueve los derechos humanos, alberga pocas dudas: "El mensaje es muy claro. Quieren que la zona entre la frontera y las primeras viviendas de palestinos sea lo m¨¢s extensa posible". El Gobierno israel¨ª exige para la tregua con Ham¨¢s un espacio libre en las inmediaciones de la frontera. No ser¨¢ sencillo.
Rohme Rohme es un fornido campesino que sabe leer y escribir. Poco m¨¢s. "?sta es una zona abierta donde no lucharon los milicianos. Es sencillo: Israel no quiere que vivamos aqu¨ª. Por eso quer¨ªan aniquilarnos o expulsarnos hacia el oeste. De mi casa y la de mis seis hermanos, nada queda. En febrero del a?o pasado ya fue derribada una parte, pero ahora la han tirado abajo por completo. Los tanques tambi¨¦n han arrasado mi campo de olivos y naranjos. Mire las huellas. Mi familia no es de Al Fatah ni de Ham¨¢s. Pero eso da igual. No nos iremos. ?Ad¨®nde? Nos costar¨¢ 60.000 euros levantar otra casa, es probable que la destrocen de nuevo, y la volveremos a reconstruir", explica Rohme, que apunta con el dedo cada edificio aplanado a su alrededor: una f¨¢brica de hormig¨®n y de ladrillos, la de m¨¢rmol, naves industriales, un almac¨¦n de chatarra -donde a¨²n reposa el puente de mando del Chindallae, el peque?o barco que utilizaba Yasir Arafat, tambi¨¦n bombardeado hace a?os-, la mezquita? En el hospital Al Wafa, tambi¨¦n geri¨¢trico, hubo suerte: s¨®lo tiene un boquete de dos metros y docenas de impactos de proyectiles de menor calibre.
Al sur de Gaza, en Juzaa, al este de Jan Yunis, tambi¨¦n a pocos cientos de metros de la frontera israel¨ª, montones de viviendas fueron arrasadas. Los pl¨¢sticos de los invernaderos, desplomados, y sobre la tierra no se deja de pisar tomates a¨²n verdes. Las tuber¨ªas subterr¨¢neas para el riego emergen y se funden con las torretas el¨¦ctricas derribadas. En la vecina Beni Suahila, la cl¨ªnica de fisioterapia es un amasijo de hierros y cemento. El recuento de destrozos llenar¨ªa p¨¢ginas. A evaluar los da?os se dedican los cientos de cooperantes que conducen sus veh¨ªculos hacia los barrios del este de la ciudad de Gaza (Zeitun y Sheyaieh), hacia Atrata (al norte de la franja), a Juzaa, a Mughraga (en el centro)? En la sure?a Rafah, los t¨²neles que conectan Gaza con Egipto, cord¨®n umbilical para el contrabando de alimentos, ordenadores, vacas, queso, armamento y todo lo imaginable, fueron martilleados sin pausa. Los hombres que trabajan en los t¨²neles ense?an los restos de misiles, algunos sin explotar. Ni uno disiente: "Pueden bombardearlos una y otra vez, y los volveremos a excavar. Es nuestro ¨²nico medio de vida", dice Abu Antar, que busca la boca de uno de los t¨²neles en un enorme socav¨®n. El jefe de la aviaci¨®n israel¨ª, Ido Nehustan, coincidi¨® con el pron¨®stico: "Podemos bombardear hoy y los reconstruir¨¢n ma?ana".
Reconstruir es ahora la palabra clave. Una tarea cifrada en 1.600 millones de euros que no est¨¢ exenta de turbios manejos pol¨ªticos. La aversi¨®n a la Autoridad Palestina y a su presidente, Mahmud Abbas, se torna desprecio en Gaza. Nidal es el nombre ficticio de un acaudalado empresario. "Nunca ser¨¦ de Ham¨¢s. Es m¨¢s, pertenec¨ªa a Al Fatah, pero abandon¨¦", explica como presentaci¨®n. "No van a permitir a Ham¨¢s que lleve a cabo la reconstrucci¨®n. Eso est¨¢ pactado entre Israel, Abbas y Egipto". Emad al Baz, director del Registro de Empresas del Ministerio de Econom¨ªa, esboza el panorama. "Hay 3.000 empresas en Gaza, y todas se paralizaron durante la guerra", comenta en su despacho. "Tenemos unas 1.200 f¨¢bricas, la gran mayor¨ªa cerca de la frontera. El 80% han sido destruidas. Israel quer¨ªa acabar con nuestra econom¨ªa, y de paso que la gente se rebelara para derrocar al Gobierno. Nos amenazan con m¨¢s bombardeos, pero nada peor nos pueden hacer ya. Aqu¨ª no hay temor a la muerte, y eso tambi¨¦n tiene su valor", dice el alto funcionario.
Si el odio a Israel se palpa, la indignaci¨®n respecto a los pa¨ªses occidentales y varios de sus aliados ¨¢rabes -Egipto y Jordania se llevan la palma- brota sin preguntar. Tres semanas despu¨¦s del alto el fuego -aunque los ataques a¨¦reos a Gaza continuaron y el lanzamiento de algunos cohetes, tambi¨¦n-, ni siquiera la ayuda humanitaria llegaba en la cantidad necesaria para aliviar el desastre. UNRWA, cuyos almacenes en su sede central de Gaza fueron totalmente calcinados, asegura que s¨®lo recibe la mitad de lo necesario; el enviado de la Uni¨®n Europea, Marc Otte, apremia a Israel para que permita un flujo cuantioso a un territorio que calific¨® como "el infierno". Los palestinos est¨¢n hastiados de escuchar esta cantinela que tildan de hip¨®crita. "Necesitaremos al menos dos o tres a?os para reconstruir lo devastado, y eso suponiendo que las fronteras permanezcan abiertas. Todo son promesas de pa¨ªses extranjeros. Pero sabemos por experiencia que luego se incumplen. Los fondos que s¨ª llegan son los que recaudamos de empresarios y asociaciones del mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n", explica Al Baz, que se ufana de la resistencia ofrecida por las milicias y de que el Gobierno siga en pie.
Podr¨¢ Ham¨¢s negociar, practicar concesiones, pero no renunciar¨¢ a la victoria que le otorgaron las urnas en 2006 y que le aup¨® al Gobierno tras una participaci¨®n electoral a la que Israel dio el visto bueno. Pocos aventuraron el triunfo islamista, que propici¨® el bloqueo que nunca dej¨® de agravarse. Durante la guerra, el Ejecutivo israel¨ª prohibi¨® incluso la entrada de periodistas extranjeros y diplom¨¢ticos en Gaza. Egipto se sum¨® a la censura. S¨®lo una vez concluida, pudo cruzarse por el paso egipcio de Rafah. Ya en el lado palestino, el pasaporte es estampado, por primera vez en varios a?os, con el sello palestino. Tramitaron el documento funcionarios del Gobierno islamista. No har¨¢n dejaci¨®n de funciones. Nunca en los tres ¨²ltimos a?os se han visto tantas banderas verdes ondeando. "Vamos a salir de la profundidad del bloqueo", reza una pancarta firmada por Ham¨¢s colocada en una de las principales avenidas de la capital. Las ense?as del movimiento islamista cuelgan de miles de farolas. Porque para eso sirven las farolas, siempre apagadas. Ham¨¢s dice as¨ª a los ciudadanos de Gaza, partidarios y detractores: "Aqu¨ª estamos". En las carreteras pr¨®ximas a la frontera, ahora sin asfalto, tambi¨¦n penden de los postes: un mensaje para Israel.
La desesperaci¨®n se mezcla con un orgullo y una dignidad nunca ajenos a las arraigadas creencias religiosas. No se ver¨¢n en medio de semejante miseria manos extendidas pidiendo limosna, un fen¨®meno impropio de Gaza, donde las redes el¨¦ctricas, de desag¨¹es y los sistemas de suministro de agua no son dignos de tal nombre. A lo sumo, los chavales, con frecuencia descalzos, casi siempre sucios, venden paquetes de chicles por un par de shekels (40 c¨¦ntimos de euro). Una estampa habitual: hombres sentados en sillas de pl¨¢stico a las puertas de sus casas o talleres. Carece de sentido contabilizar a los desempleados. Ser¨ªa m¨¢s sencillo contar las personas que trabajan. Hay gazauis que emigrar¨ªan, aunque s¨®lo fuera hasta que capeara un temporal que amenaza siempre con nuevas r¨¦plicas. Aunque tambi¨¦n, en plena contienda, cientos de personas cruzaron el paso de Rafah, entre Gaza y Egipto, para vivir la tragedia con sus familiares.
Hajed Abu Awad, de 24 a?os, vive en Bait Lahia, en una casa muy amplia y luminosa. "Iba a estudiar un m¨¢ster en sanidad p¨²blica en la Universidad de Estocolmo. Ten¨ªa una beca para comenzar a mediados del a?o pasado y me dieron un visado para hacer una entrevista. Pero el Gobierno israel¨ª me prohibi¨® la salida". Todo joven es sospechoso. "Podr¨ªa haber cruzado por los t¨²neles de Rafah, pero me habr¨ªan detenido en el aeropuerto de El Cairo. ?Sabe? En los t¨²neles no estampan los pasaportes", sonr¨ªe. El visado expir¨® y el semestre de estudios ha terminado. Trabaja por unos 400 euros al mes en un hospital. "Estoy deprimido", asegura Hajed. "La gente ha perdido la ambici¨®n por conseguir la paz y no piensa en el ma?ana. No hay esperanza en el futuro, no se puede ser optimista porque la situaci¨®n no va a mejorar pronto. Vivimos al d¨ªa. Pero nunca abandonar¨ªa Gaza. S¨®lo marchar¨ªa para estudiar, porque aqu¨ª, sin guerras, se podr¨ªa vivir muy bien".
En Gaza a menudo se adivina la filiaci¨®n pol¨ªtica de los hombres -entre las mujeres, de atuendo uniforme, es imposible- nada m¨¢s ver su vestimenta, su peinado, su presencia, sus modos o su barba. Hajed no se amolda al patr¨®n del fiel seguidor de Ham¨¢s. No lo es. "Creo", asegura, "que si Ham¨¢s hubiera podido romper el bloqueo sin cohetes, lo habr¨ªa intentado. Pero no se lo permitieron. El asedio comenz¨® inmediatamente despu¨¦s de vencer en las elecciones. ?Qu¨¦ pod¨ªan hacer? Nos cercan, nos matan y nos exigen que nos quedemos quietos. No ten¨ªan alternativa".
Ni hab¨ªa escapatoria de la ratonera durante una guerra de la que los civiles no pudieron huir. Los pobres, naturalmente, se llevaron el palo m¨¢s duro. Pero nadie ha estado libre del cerco que ha convertido a Gaza en un gueto donde las colas para comprar gas o recibir alimentos de UNRWA son a menudo muy largas. Rashad Abed Rabbo es una de las v¨ªctimas del castigo colectivo israel¨ª. A la luz de las velas tras el consabido apag¨®n, o, mejor dicho, tras disfrutar de un par de horas de corriente, explica los avatares de un empresario pr¨®spero -sus dos hijos estudian en un colegio privado que cuesta 2.000 euros al a?o, una fortuna en la franja- que observa impotente el hundimiento irremisible de su negocio. "Me iba muy bien. Importaba productos desde Rusia y Turqu¨ªa y los vend¨ªa tambi¨¦n en Israel. Desde que Ham¨¢s gan¨® las elecciones no puedo importar casi nada. Tenemos prohibido comprar 270 art¨ªculos: herramientas de construcci¨®n, productos de limpieza, coches, recambios de autom¨®viles, hierro, aluminio, cables, componentes el¨¦ctricos? Hasta vasos. Tengo contenedores de vasos en el puerto israel¨ª de Ashdod bloqueados desde hace tres a?os. Los consideran art¨ªculos de lujo. Es rid¨ªculo. Ahora compro a empresas israel¨ªes que antes eran mis clientes".
Rashad dispon¨ªa de cinco furgonetas y 21 empleados. Hoy, cinco trabajadores y un veh¨ªculo. Sus ventas se han desplomado el 80%. Puede adquirir (a empresas israel¨ªes, claro est¨¢) 22 productos que no pueden ir empaquetados. S¨®lo un par de veces al mes y un m¨¢ximo de 30 toneladas, como el resto de los 400 comerciantes registrados. "El material debe verse a simple vista para su inspecci¨®n: latas de conserva, papel higi¨¦nico, az¨²car, leche, harina?". No es este comerciante uno de esos milicianos imbuidos en el deber de una misi¨®n sagrada y prestos a afrontar la muerte. Nada de convertirse en un shahid (m¨¢rtir). Admite ser un privilegiado en su entorno calamitoso. Y echa pestes de Israel, de la Autoridad Palestina y de Ham¨¢s. "Es un tri¨¢ngulo perverso. Israel, Ham¨¢s y la Autoridad Palestina manejan tres raquetas. Y nosotros, la gente, somos la pelota. En Gaza hay gran capacidad para soportar estas situaciones, y sabemos que habr¨¢ otro partido de tenis. No s¨¦ cu¨¢ndo, pero lo jugar¨¢n".
La guerra dejar¨¢ una profunda marca en los gazauis. El psic¨®logo Fadel Abu Hein explica unas estad¨ªsticas reveladoras: el 62% de la poblaci¨®n estuvo expuesta a las bombas de la aviaci¨®n israel¨ª y el 74% aguardaba la muerte en cualquier momento. Dormir era una odisea; los ni?os peque?os, que se negaban a acostarse separados de sus padres, se orinaban en la cama; la carencia de alimentos, agua y medicinas afect¨® a porcentajes enormes de los gazauis; la ansiedad se dispar¨®; el 90% de los ni?os la padece? Pero lo m¨¢s grave son los efectos venideros. "Las heridas f¨ªsicas", explica Abu Hein, "pueden curarse, pero los da?os psicol¨®gicos duran para siempre. Muchos ni?os vieron c¨®mo sus casas eran demolidas con sus familiares dentro".
"En la primera Intifada, en 1987, el ministro de Defensa, Isaac Rabin, dijo que hab¨ªa que romper los brazos y piernas de los j¨®venes manifestantes. Esa generaci¨®n es la que ahora lanza cohetes y la que se convirti¨® en suicidas. Esta guerra ha forjado un ej¨¦rcito que tratar¨¢ de destruir a Israel. No habr¨¢ espacio para la paz en sus mentes. Ver¨¢, los jud¨ªos sufrieron enormemente durante el Holocausto, y por ello todav¨ªa se sienten inseguros y son as¨ª de agresivos. Lo mismo suceder¨¢ con nuestros ni?os. Han visto c¨®mo sacaban a sus padres de los escombros. ?Qu¨¦ futuro van a tener?".
Almaza Samuni es una ni?a de 13 a?os con un porvenir m¨¢s que sombr¨ªo. Es superviviente de una familia diezmada. Veintinueve muertos. En el barrio de Zeitun, en el este de la ciudad de Gaza, Almaza se sentaba al sol de finales de enero con su padre, Ibrahim, y alguno de sus hermanos heridos leves. Gallinas y pollos despanzurrados se mezclan entre los escombros, los parapetos de arena, y en los surcos dibujados por los tanques y blindados. Ibrahim -45 a?os, aunque aparenta muchos m¨¢s- vio fallecer a su esposa y a cuatro de sus 10 hijos. Almaza dice: "He visto morir a mis hermanos. Uno sali¨® a recoger le?a y lo mataron. Nadie hace nada por nosotros. As¨ª es nuestra vida". Los cultivos de verduras de Ibrahim son un revoltijo. "No somos de Ham¨¢s. Aqu¨ª no hab¨ªa combatientes. No encontraron a nadie y mataron por venganza".
S¨®lo en 2008, antes de la guerra, murieron 455 personas en Cisjordania y Gaza. Y recuerdan a los 10.000 encarcelados en Israel. Hablan del Guant¨¢namo israel¨ª. Porque el Ej¨¦rcito manten¨ªa recluidas a finales del a?o pasado a 548 personas sin cargos. Lo llaman detenci¨®n administrativa. Algunos han permanecido m¨¢s de cuatro a?os entre rejas. Sin juicio. Dos adolescentes de Bel¨¦n llevan ya varios meses presas. La expansi¨®n de las colonias jud¨ªas, el expolio de tierras de propiedad privada y las detenciones de j¨®venes en Cisjordania son parte de la vida cotidiana. "Para un occidental que no ha padecido la ocupaci¨®n", lamenta Hajed, el aspirante a becario en una Suecia que no le acoger¨¢, "es muy dif¨ªcil entender todo esto".
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