Si Dios existe
En puro probabilismo estad¨ªstico tanto monta monta tanto "probablemente Dios no existe" como "probablemente Dios existe". O sea que los autobuses de Londres o Barcelona -si bien puestos a rodar fundamentalmente por ateos beligerantes- ni niegan ni afirman de modo absoluto ninguna existencia divina. Ambos lemas puede hacerlos suyos el agn¨®stico, precisamente por declararse m¨¢s o menos equidistante de ambas probabilidades y adem¨¢s incompetente en tan espinoso asunto. Se limita a prescindir de la fe y del misterio. Prescinde incluso de la ciencia como instrumento detector de Dios: as¨ª, ser¨ªa improcedente llevar al laboratorio en el bolsillo la proposici¨®n "Dios existe" y aguardar la reacci¨®n qu¨ªmica positiva o negativa. Semejante comportamiento ser¨ªa insensato y aquella proposici¨®n un sinsentido, no significar¨ªa cient¨ªficamente nada. Por supuesto, nada habr¨ªan significado tampoco las cl¨¢sicas cinco v¨ªas de Tom¨¢s de Aquino, para el fraile dominico absolutamente cient¨ªficas por ser teol¨®gicas. En fin, para el positivismo l¨®gico, ser¨ªa puro disparate epistemol¨®gico todo intento cient¨ªfico descubridor de un principio o logos divino.
Al final persiste la duda generada por la existencia del mal y el dolor y la pregunta sobre un dios tan cruel
S¨®lo los humanos saben que morir¨¢n, s¨®lo ellos se rebelan contra la muerte
"En el principio era el logos" y su l¨®gica, divina y sagrada. Esta consigna era, a su vez, un principio sagrado. Sin embargo, con el tiempo, el de los tiempos de la Ilustraci¨®n, aquella l¨®gica descendi¨® de las alturas y fue secularizada, liberada de lo sagrado y del mito. Profana y racional habr¨ªa de ser en adelante la explicaci¨®n no s¨®lo de los fen¨®menos naturales sino de los llamados sobrenaturales. La Humanidad y sus instituciones se esclarecer¨ªan no desde una ordenaci¨®n divina, de la que emanar¨ªa la autoridad sagrada del monarca soberano, sino de una legitimaci¨®n humana, que acabar¨ªa cortando cabezas de reyes y pr¨ªncipes. Para dar cuenta de todo ello no se recurrir¨ªa ya al misterio sino a la ciencia y las matem¨¢ticas. Y lo que no es cient¨ªfico es arte, poes¨ªa, brujer¨ªa, teolog¨ªa y -Kant dixit- metaf¨ªsica.
En esta oleada de profanaci¨®n/secularizaci¨®n hubo quienes acabaron anulando no s¨®lo a la teolog¨ªa sino a los mismos dioses, neg¨¢ndoles su existir mismo. Para ¨¦stos, el M¨¢s All¨¢ no estar¨ªa lejos del Big Bang o del bos¨®n de Higgs, esa forma de energ¨ªa (en cuanto energ¨ªa fina, equivalente a informaci¨®n) configuradora de la llamada "part¨ªcula de Dios". No estar¨ªa lejos quiere decir propiamente que no habr¨ªa ning¨²n M¨¢s All¨¢ divino.
Abandonados, pues, de la ciencia, urge preguntarse entonces si fuera de ella hay salvaci¨®n. Ciertamente, el agn¨®stico no es herm¨¦tico ni menos todav¨ªa predica el ate¨ªsmo. Sostiene, eso s¨ª, que intentar demostrar cient¨ªficamente la existencia delo divino es hacer trampa, algo as¨ª como en f¨²tbol marcar goles con la mano. Por cierto, de ello se deduce que en este campo el cient¨ªfico no tiene m¨¢s autoridad que un poeta, un te¨®logo o un soci¨®logo. Es decir, existen l¨ªmites para la ciencia. No verlos y creer sin l¨ªmites en ella es una forma de fe del carbonero tanto para los que, esgrimiendo argumentos cient¨ªficos, afirman la existencia de Dios como para los que la niegan (la llamada fe atea). Se ha dicho que los Premios Nobel se dividen en dos mitades, creyentes y no creyentes.
No obstante, es razonable admitir que aquellos l¨ªmites son temporales: en efecto, ma?ana puede tener sentido lo que hoy es sinsentido o demostrarse lo que hoy no s¨®lo es indemostrado sino indemostrable. Precisamente, estas confesadas limitaciones abren m¨¢s la ciencia al flirteo y juego de reflexiones del mismo agn¨®stico con ella. M¨¢s a¨²n, en un intento de conciliaci¨®n de la raz¨®n con lo sagrado le cabe asumir menos penosamente la hip¨®tesis de que el libro de Dios est¨¢ escrito en lenguaje racional. O sea, que valdr¨ªa la pena manejar matem¨¢ticas, f¨ªsica, astrof¨ªsica, qu¨ªmica... y hasta metaf¨ªsica, aunque de momento no se haya dado con el Santo Grial. Por cierto, tampoco de momento ha podido demostrar el ateo lo sumamente improbable de que s¨®lo el azar, el puro juego de dados, haya generado lo existente
Volviendo a preguntarse si fuera de la ciencia hay salvaci¨®n, el agn¨®stico puede acariciar la tentadora idea kantiana de que s¨ª la hay por otra v¨ªa, la de la raz¨®n pr¨¢ctica. Viene a decir el fil¨®sofo prusiano que resulta obligado postular indirectamente -aunque no demostrar cient¨ªficamente- la existencia de Dios. En efecto, el hecho de la ley moral universal o imperativo categ¨®rico implica admitir la necesidad de dicha existencia. De otro modo, no quedar¨ªa garantizada la justicia de aquella ley impresa en todos nosotros. Ser¨ªa injusto que los malos saliesen premiados y los buenos castigados.
Siguiendo parecidas v¨ªas indirectas y apoyando ahora el razonamiento en la cuesti¨®n de la inmortalidad cabr¨ªa, incluso para el esc¨¦ptico, el intento de postular la existencia de un Ser Supremo. Es un intento muy repetido en la historia del pensamiento y que asoma m¨¢s de una vez en la obra de Miguel de Unamuno, particularmente en la novela Niebla: somos inmortales porque anhelamos tr¨¢gicamente serlo y s¨®lo la Humanidad siente ese anhelo. El razonamiento recuerda el silogismo de Anselmo de Canterbury, algo as¨ª como "si Dios es lo m¨¢s perfecto que podemos pensar, habremos de pensarlo necesariamente como existente", de lo contrario, no ser¨ªa lo m¨¢s perfecto. Se igualar¨ªa, pues, indebidamente (aunque no tan indebidamente seg¨²n Buenaventura, Duns Scoto, Descartes, Leibniz, Hegel y otros) realidad y pensamiento o, como en Niebla, realidad y anhelo. Sin embargo, este anhelo -podr¨ªa conceder el agn¨®stico- es un hecho social, una realidad universal.
Para m¨¢s abundamiento, s¨®lo los humanos saben que un d¨ªa morir¨¢n y s¨®lo ellos sienten la rebeld¨ªa contra la muerte despu¨¦s de la muerte. Anhelan la inmortalidad como algo necesario y constitutivo, porque en ello les va el ser o, en palabras de M. Heidegger, "en su esencia est¨¢ el existir". Y el fil¨®sofo existencialista, observando algo de divino en ello, a?adi¨® que "Dios es la luz de ese ser". En parecido sentido, Hegel: "la fe en lo divino s¨®lo es posible porque ya est¨¢ en el hombre".
En consecuencia, repugna al ser del hombre la sentencia calderoniana de que su delito mayor sea el haber nacido: sobre todo, si tras su muerte le sobreviene a Segismundo como pena la muerte infinita. Tan tremenda doble faena, argumentar¨¢ el hombre, no puede ser porque ir¨ªa nada menos que contra el Ser.
Despu¨¦s de estas ¨²ltimas razonables, aunque no cient¨ªficas, consideraciones puede que el agn¨®stico sienta la tentaci¨®n de alejarse de la increencia. Seguir¨¢ envidiando al bienaventurado creyente, incluso m¨¢s que antes por haber gustado la miel en los labios. Por supuesto, es posible tambi¨¦n que todo se haya quedado en pura efem¨¦rides si de pronto le viene otra consideraci¨®n, la que tiene que ver con la tr¨¢gica existencia del mal y del dolor y la consecuente pregunta acerca de un supuesto Dios as¨ª de absurdo y cruel
Por all¨ª pasaba otro autob¨²s, ahora con el seco lema "Dios existe". Antes de montar en ¨¦l, alguien pregunt¨® al conductor si estaba de acuerdo con tan contundente divisa. Un encogimiento de hombros fue la respuesta. Quer¨ªa decir que vaya usted a saber, que probablemente...
Jos¨¦ A. Garmendia es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa UCM.
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