Importa
?Y si el lehendakari est¨¢ en nuestro cerebro?, podr¨ªamos preguntarnos, parafraseando una pregunta similar que se hac¨ªan en este peri¨®dico referida a Dios. Sabemos que el poder es ubicuo y que fuera del poder s¨®lo queda el vagabundeo, pero no se trata de que nos pongamos estupendos. Adem¨¢s, el lehendakari no es el poder, sino s¨®lo su exhalaci¨®n transitiva, con lo que seguimos poni¨¦ndonos estupendos, eso s¨ª, para llegar al concepto de aura, que es a donde quer¨ªamos llegar. Pero vayamos paso a paso. La pregunta me surgi¨® tras consultar las diversas encuestas electorales del pasado fin de semana. En todas ellas, la gente era partidaria del cambio en porcentajes estimables, aunque no quedaba claro qu¨¦ era lo que quer¨ªan que cambiase. Si no me gustan mis zapatos o mis pantalones o hasta la cara ¨²ltimamente, los cambio y santas pascuas. Pero, si me encanta el Gobierno que tengo, ya me dir¨¢n para qu¨¦ quiero cambiarlo, m¨¢xime cuando cualquier recambio en perspectiva me parece much¨ªsimo peor. Tal vez Lewis Carroll y su ni?ita Alicia pudieran resolvernos esta paradoja de mejorar empeorando. O acaso nos la resuelvan las elecciones del domingo, pues era eso lo que ven¨ªan a decir los encuestados, que les encantaba su Gobierno y que nadie podr¨ªa hacerlo mejor, pero que quer¨ªan el cambio.
A veces ocurre que a uno le encantan sus zapatos pero decide cambiarlos por capricho. ?Ah!, eso ser¨ªa una novedad, que cambi¨¢ramos nuestro Gobierno por capricho de temporada. Se lleva el cambio a nivel planetario, y no est¨¢ bien que uno se manifieste en contra si le preguntan al respecto. A esto se le denomina fetichismo, seg¨²n creo, y sus consecuencias pr¨¢cticas no son muy de fiar, mero flatus voci. Pero pong¨¢monos en la tesitura contraria y fi¨¦monos de la sinceridad de la gente cuando postula el cambio. Lo que chirr¨ªa entonces es su juicio sobre aquello que quiere cambiar, en este caso el Gobierno. No debe de ser muy sincera la valoraci¨®n tan positiva que hacen de ¨¦l cuando quieren cambiarlo. Y ahora llegamos al aura, pues cabe una tercera posibilidad: que sean sinceros al postular el cambio y lo sean tambi¨¦n en su valoraci¨®n positiva de lo que quieren cambiar.
Cuando el poder est¨¢ sacralizado ocurren estas cosas, y entre nosotros la figura del lehendakari lo est¨¢. Haga lo que haga, siempre aprueba con holgura, algo ins¨®lito en el anchuroso mundo. Suspenderlo ser¨ªa irreverente. Es la encarnaci¨®n de la soberan¨ªa milenaria, su testigo en una situaci¨®n transitoria y menesterosa como la actual. Y tambi¨¦n eso est¨¢ en juego en estas elecciones, ya que esa aura sacral se perder¨ªa, y para siempre, con un lehendakari no nacionalista. No s¨®lo est¨¢ en juego qui¨¦n haya de ser el lehendakari, tambi¨¦n lo est¨¢ la desacralizaci¨®n de su figura. Todo un avance democr¨¢tico. El hecho de que Ibarretxe haya bajado de su olimpo para asumir el papel de su sosias, Mr. Spock, es todo un s¨ªntoma.
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