?He o¨ªdo bien, ha dicho "cambio"?
Alguna vez habr¨¢ que hacer un ranking de las palabras m¨¢s usadas en las campa?as electorales y en los esl¨®ganes de los partidos. Con toda seguridad, una de las m¨¢s utilizadas ser¨¢ la de cambio. N¨²?ez Feij¨®o y Patxi L¨®pez la reclaman en Galicia y Euskadi para referirse al cambio de Gobierno en cada una de estas comunidades; Touri?o tambi¨¦n, aunque sea para afirmar que s¨®lo su renovaci¨®n mantendr¨¢ la senda del cambio ya emprendido. Ibarretxe no puede permitirse ese lujo, porque el PNV lleva gobernando en el Pa¨ªs Vasco casi 30 a?os, aunque el cambio est¨¢ ya en el mero hecho de no haber mantenido el discurso soberanista anterior y aferrarse a otro m¨¢s moderado.
Lo curioso del caso es que tanta ret¨®rica del cambio contrasta con las manidas liturgias de que se hace gala en todas las campa?as electorales. O con la pautada gesti¨®n cotidiana de la pol¨ªtica institucional. Parece como si la pol¨ªtica, al igual que ocurre con la moda, necesitara renovarse mediante un permanente ritual de cambio. Aunque s¨®lo sea para exorcizar la idea, tan frustrante y arraigada a la vez, de que, a pesar de nuestra decisi¨®n colectiva, todo seguir¨¢ m¨¢s o menos igual. Representar el cambio se convierte para los partidos en una forma de confirmar la capacidad transformadora de la decisi¨®n popular. De esta manera, todo titular de la idea de cambio espera acoger el voto de quien se siente insatisfecho con lo existente o beneficiarse del aspecto m¨¢s sobresaliente de la democracia, su capacidad para hacer sentir a la gente que su voto importa. Porque, de no ser as¨ª, la respuesta de los ciudadanos suele ser la abstenci¨®n o la apat¨ªa, que como alguien dijera, es la ¨²nica arma que ¨¦stos tienen frente a la pol¨ªtica. Cambio se conjuga, por tanto, con "ilusionar", la piedra filosofal de cualquier candidato que se precie.
Los ciudadanos parecen favorecer la buena gesti¨®n y sabemos que abjuran de todo salto en el vac¨ªo
En las encuestas, los ciudadanos parecen favorecer la buena gesti¨®n y sabemos bien que abjuran de todo salto en el vac¨ªo. Pero a la vez necesitan dotarse de un m¨ªnimo de ¨¦pica que les haga sentirse protagonistas. Y ¨¦ste es el aspecto que tratan de explotar los pol¨ªticos. La clave de todo esto reside, pues, en buscar el adecuado equilibrio entre creer en la apertura de la sociedad para transformarse a s¨ª misma y, a la vez, en eludir el aventurismo.
Quiz¨¢ por eso tuvo tanto ¨¦xito la m¨¢xima de Obama de proclamar el "cambio en el que podemos creer". O, lo que es lo mismo, la "utop¨ªa pragm¨¢tica". Progreso s¨ª, pero sin renunciar a seguir los dictados de la realidad. Fernando Savater alguna vez lo denomin¨® la "utop¨ªa pudorosa", el buscar que las cosas al menos funcionen como se supone que deber¨ªan hacerlo, que las promesas que abre el gobierno democr¨¢tico no se queden en mero enga?o colectivo. Y quien mejor sepa gestionar este ideal pegado a la tierra tanto mejor para sus expectativas electorales.
En las elecciones del domingo, los dos defensores del Gobierno constituido, ambos de coalici¨®n, por cierto, tienen el mismo problema: cuentan en su activo con una s¨®lida experiencia de gesti¨®n, fundamental en estos momentos de crisis, pero -a pesar de los esfuerzos de Touri?o en este sentido- carecen del aura del cambio. En el caso gallego, de producirse una mutaci¨®n del statu quo no se deber¨¢ a la capacidad de ilusionar del candidato del Partido Popular, partido que ya gobern¨® hasta la saciedad en esa comunidad. Ser¨¢ por la inhibici¨®n de quienes se sienten llamados a apostar por algo verdaderamente nuevo. A pesar de la ret¨®rica, el problema es que all¨ª -si excluimos un salto masivo hacia el BNG- es dif¨ªcil imaginar alg¨²n espacio para la ¨¦pica. Ganar¨¢ quien ofrezca mayor confianza en una gesti¨®n honrada y eficaz, vencer¨¢ la pol¨ªtica como administraci¨®n.
Justo lo contrario a lo que nos encontramos en el Pa¨ªs Vasco. All¨ª parece que al fin el cambio es posible, y si hay un candidato que parece haberlo encarnado es Patxi L¨®pez. Al abrir espectacularmente las posibilidades electorales de su partido, ha conseguido encarnar la confianza en que es posible eliminar la rigidez de un sistema que parec¨ªa condenado a la permanencia eterna. No porque vaya a modificarse de forma sustantiva la correlaci¨®n de fuerzas entre los dos grandes bloques, sino por permitir vislumbrar que las cartas pueden distribuirse de forma diferente y, por tanto, favorecer otras combinaciones y alternativas. Al fin, algo de pol¨ªtica como ¨¦pica y apertura hacia eso que bien merece el nombre de cambio. El domingo se ver¨¢.
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