El flautista de Hamelin y otros regresos
La ¨²ltima moda en el teatro de escenario m¨²ltiple que es Europa consiste en poner en escena piezas ya representadas en los a?os treinta, aquel "valle oscuro" que cre¨ªamos haber dejado definitivamente atr¨¢s. Pero no: la crisis -este agujero al que ning¨²n espele¨®logo ve el fondo- trae consigo el actual revival. Lo pensaba hace un rato, mientras el telediario me suministraba im¨¢genes de la manifestaci¨®n romana en la que neoenerg¨²menos asustados exig¨ªan la expulsi¨®n de todos los inmigrantes de Italia para aliviar la creciente ansiedad peque?oburguesa: s¨ª, tambi¨¦n regresan en odres nuevos viejas categor¨ªas sociol¨®gicas. En ese pa¨ªs, en el que nadie entiende c¨®mo un h¨ªbrido de vendedor de crecepelos de opereta y flautista de Hamelin ha conseguido laminar a la izquierda de modo tan absoluto (?qu¨¦ se hizo, Fabio, de los 12 millones de votantes eurocomunistas de anta?o?), se encuentra hoy posiblemente la punta de lanza de la reacci¨®n europea. Mientras buena parte de los empresarios y banqueros del continente recupera el aliento tras su culposo silencio inicial y propone para salvarnos la ¨²nica receta que conoce (despidos baratos, recorte de salarios, m¨¢s sacrificios para los que siempre se sacrifican), y las elites pol¨ªticas se limitan a "gobernar a ojo" (seg¨²n feliz expresi¨®n de Sami Na?r), el panorama sigue ensombreci¨¦ndose desde Lisboa a los Urales. Cosas veremos, sin duda, semejantes a las que vieron nuestros abuelos. Para comparar similitudes y diferencias (que son muchas, sin duda), conjurar peligros, y aprender en cabeza ajena (si eso fuera posible), conviene fijarse en libros que reconstruyen aquel pasado que termin¨® oscureciendo cielos y tierra. Turner acaba de publicar La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia, de Eric D. Weitz, una rigurosa s¨ªntesis de lectura apasionante sobre aquel periodo en el que convivieron efervescencia cultural, experimentaci¨®n social y una crisis econ¨®mica y pol¨ªtica que acabar¨ªa alumbrando a quienes sumir¨ªan a Europa en su noche m¨¢s oscura. De los rasgos m¨¢s terribles de aquella noche y, especialmente, de la shoah, nos habla tambi¨¦n La semilla de la barbarie. Antisemitismo y Holocausto (Pen¨ªnsula), de Enrique Moradiellos, un libro de divulgaci¨®n media que explica perfectamente el clima en el que -con la aquiescencia de la mayor¨ªa del pueblo alem¨¢n- fue posible alentar y difundir el ya existente prejuicio antisemita, orquestar la discriminaci¨®n de jud¨ªos en el seno de la sociedad (pogromos, leyes de Nuremberg) y, finalmente, proceder a su exclusi¨®n radical que, en los ¨²ltimos a?os del Reich, s¨®lo terminaba en el ominoso humo de los hornos crematorios.
Combato la depresi¨®n con poes¨ªa, un g¨¦nero cuya frecuentaci¨®n es muy conveniente en ¨¦pocas de crisis econ¨®mica o diet¨¦tica
Monstruos
Seguimos creando monstruos. No me refiero a los pol¨ªticos, sino a los "culturales". Ah¨ª tienen, por ejemplo, al tendero de lujo Murakami, mimetizando desde el Guggenheim como farsa lo que en Warhol, y hace cuatro d¨¦cadas, tuvo su miga (lo comprobaremos de nuevo en la exposici¨®n de sus retratos que se inaugura en el Grand Palais de Par¨ªs el pr¨®ximo d¨ªa 18). Desde que hemos convertido la cocina en el octavo arte (?o es el d¨¦cimo?: he perdido la cuenta), nuestra producci¨®n de monstruos ha crecido exponencialmente. Leo en este mismo peri¨®dico una entrevista con uno de esos Buonarrotis o Tizianos de los fogones en la que el personaje explica orgulloso c¨®mo, tras el nacimiento de su hija, se cocin¨® para ¨¦l y sus amigos la placenta a trav¨¦s de la que, durante el embarazo, se hab¨ªan cubierto las necesidades elementales de la, digamos, nascitura. Se la prepar¨® en reducci¨®n de naranja y con caramelo y pimienta: "Fue algo espiritual", explica el t¨ªo, rememorando la ingesta (un punto antrop¨®faga, la verdad) de su particular creaci¨®n gastron¨®mica. A este paso pronto veremos cola de "artistas" neococineros a la puerta de las maternidades, tratando de conseguir placentas (para empezar) como quien busca rar¨ªsimas trufas o sabrosos erizos de mar. Combato la depresi¨®n consiguiente con poes¨ªa, un g¨¦nero cuya frecuentaci¨®n es muy conveniente en ¨¦pocas de crisis econ¨®mica o diet¨¦tica. Leo por indicaci¨®n de Susana, mi amiga en la librer¨ªa Hiperi¨®n, Un tiempo libre (La Veleta), de Juan Marqu¨¦s (1980), un poemario en el que encuentro versos a la vez sabios y sencillos, como los casi adolescentes de 'Orilla': "Quiero una vida simple, junto a ti, / y despu¨¦s un abrigo. // Un agua que acaricie los gatos de tus pies". Luego paso a mayores. Visor acaba de publicar las Poes¨ªas Completas de C¨¦sar Vallejo en edici¨®n de Ricardo Silva-Santisteban: vuelvo a estremecerme con el aldabonazo de ese poema que comienza: "Considerando en fr¨ªo, imparcialmente, / que el hombre es triste, tose y, sin embargo... /". Termino regresando a los or¨ªgenes medievales gracias a Locus Amoenus (Galaxia Gutenberg), una magn¨ªfica antolog¨ªa (edici¨®n biling¨¹e de Carlos Alvar y Jenaro Talens) de la l¨ªrica que se cultiv¨® en ocho lenguas (lat¨ªn, ¨¢rabe, hebreo, moz¨¢rabe, provenzal, galaico-portugu¨¦s, castellano y catal¨¢n) en esta Piel de Toro que entonces s¨ª era multicultural, y en la que San Vicente Ferrer hizo el milagro de devolver la vida al beb¨¦ que un villano pobre le hab¨ªa cocinado como pitanza y homenaje. La leyenda no nos dice si en el guiso se inclu¨ªa la placenta (con reducci¨®n de naranja).
Brevedades
Me alivio de las noticias sobre el tard¨ªo juicio a los (hoy) ancianos carniceros jemeres rojos -y de la lectura del apartado correspondiente en Camaradas (Ediciones B), la historia del comunismo de Robert Service-, entreg¨¢ndome a novelas que pueden leerse en menos de dos horas. No encuentro en la prolija C¨¦cile (compuesta hacia 1810; in¨¦dita hasta 1951) de Benjamin Constant (Perif¨¦rica) los destellos de an¨¢lisis psicol¨®gico que me deslumbraron en el Adolphe, de quien algunos la consideran continuaci¨®n. Vuelvo a sumergirme con igual entusiasmo que la primera vez en Dora Bruder, la obra maestra (1997) de Patrick Modiano que acaba de reeditar Seix Barral. Leo, por ¨²ltimo, con permanente sonrisa agridulce (interrumpida por espor¨¢dicas carcajadas) La dama de la furgoneta (Anagrama), un relato que Alan Bennett public¨® por entregas en la London Review of Books hace veinte a?os (y convirti¨® m¨¢s tarde en pieza teatral). La historia se centra en la pintoresca relaci¨®n establecida -durante m¨¢s de una d¨¦cada- entre el autor y miss Shepherd, una dama indigente que viv¨ªa (con sus bolsas de pl¨¢stico repletas de pertenencias) en sucesivas furgonetas desahuciadas y aparcadas en el vecindario de Camden Town, y que acab¨® encontrando acomodo con su "hogar" en el cobertizo del se?or Bennett. Miss Shepherd, un personaje literario construido con media docena de pinceladas, es a la vez tierna e insoportable. Exhibe una particular filosof¨ªa de la vida y le gusta el whisky Bell's ("no para beb¨¦rmelo; lo uso s¨®lo para darme friegas"). Si le gust¨® el humor inteligente de Una lectura nada com¨²n, no se pierda este relato acerca de otra reina muy diferente. De nada. -
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