Yo y los criminales de guerra
Los tribunales internacionales para Ruanda y la Antigua Yugoslavia fueron los primeros creados tras la segunda contienda mundial para perseguir cr¨ªmenes de guerra. Su ex fiscal Carla del Ponte cuenta en sus memorias (Ariel) los entresijos de la lucha contra la impunidad
Durante mi primera visita a Washington en calidad de fiscal jefe de los tribunales de Naciones Unidas para cr¨ªmenes de guerra me dirig¨ª a una de las personas m¨¢s poderosas del mundo para pedir ayuda. Era un mi¨¦rcoles por la tarde, a finales de septiembre del a?o 2000, casi al principio de una larga serie de llamamientos que a lo largo de a?os habr¨ªa de dirigir a altos cargos gubernamentales y dirigentes de organizaciones internacionales. Los necesitaba para apretar las clavijas a Estados nada dispuestos a colaborar, como Serbia, Croacia y Ruanda; los necesitaba para que nos ayudaran a obtener pruebas, y sobre todo, los necesitaba para que nos ayudaran a capturar a pr¨®fugos acusados de cr¨ªmenes de guerra.
(...) Seguimos un corredor donde se o¨ªa el eco de nuestros pasos. Torciendo fuimos a dar luego en un despacho sin r¨®tulo en la puerta, donde nos encontramos cara a cara con George Tenet, director de la Agencia Central de Inteligencia (...) Quedaban once meses para el 11 de septiembre. Necesitaba a Tenet para coordinar las actividades de la CIA con los esfuerzos de nuestro departamento y de otros servicios de inteligencia y facilitar as¨ª la detenci¨®n de dos de los hombres m¨¢s buscados del mundo, Radovan Karad?ic y Ratko Mladic. El tribunal les imputaba cargos relacionados, entre otras cosas, con el bloqueo y el cerco de Sarajevo, diversas operaciones de limpieza ¨¦tnica que desplazaron a cientos de miles de personas, y los asesinatos de unos 7.500 varones musulmanes prisioneros en Srebrenica, la mayor matanza en Europa tras las semanas previas al final de la II Guerra Mundial. (...) Al cabo de unos momentos parec¨ªa que nos entend¨ªamos. Tenet me asegur¨® que la CIA participaba activamente en esa caza del hombre, pero que atrapar a alguien como Karad?ic, que nunca hablaba por tel¨¦fono ni firmaba documento alguno, era tarea para descorazonar a cualquiera. Solt¨® con un bufido el nombre de Bin Laden, y luego a?adi¨®: Karad?ic es mi principal prioridad.
Deber¨ªa de haber sido m¨¢s sagaz. Confi¨¦ en que Tenet no se quedar¨ªa en las palabras. Supuse que no estaba levantando lo que llamamos los italianos el muro di gomma, un rechazo disfrazado de modo que no lo parezca. Cuando se aborda a personas poderosas con alg¨²n requerimiento o petici¨®n indeseada, suele ocurrir que las palabras reboten y a una le parezca estar oyendo lo que quer¨ªa o¨ªr.
Necesitaba a la CIA para facilitar la detenci¨®n de dos de los hombres m¨¢s buscados del mundo: Karad?ic y Mladic
(...) Cada vez que llegaba a sentirme frustrada, o harta, s¨®lo necesitaba recordar a las v¨ªctimas de Yugoslavia y Ruanda, en especial a mujeres y ni?os, y el valor que desplegaron d¨ªa tras d¨ªa en La Haya o en Arusha testimoniando contra hombres, y unas pocas mujeres, acusados de haber cometido cr¨ªmenes de guerra. Una de esas v¨ªctimas, el testigo de cargo O, en el primer juicio de Srebrenica, era un muchacho de 17 a?os en julio de 1995 cuando fuerzas militares serbias, presuntamente cumpliendo ¨®rdenes de Radovan Karad?ic y Ratko Mladic, tomaron la ciudad y comenzaron la carnicer¨ªa. El 14 de abril de 2000, a menos de cuarenta pasos de mi despacho, el testigo O subi¨® al estrado a declarar contra uno de los altos mandos de Mladic, Radoslav Krstic, m¨¢s tarde hallado culpable de instigar al genocidio y colaborar en ¨¦l. El testigo evoc¨® de manera conmovedora a los soldados serbobosnios en uniforme de camuflaje, y c¨®mo se le orden¨® quitarse la ropa, pegajosa de orina a¨²n h¨²meda, y alinearse en una esquina de un campo de exterminio cubierto de cuerpos muertos.
"Alguien dijo 'tumbaos', y cuando empezaba a tirarme al suelo, comenzaron los disparos... y ya no s¨¦ qu¨¦ pas¨® luego. No pensaba... s¨®lo pensaba que era el final. En un momento dado pude ver una bota militar que pisaba junto a mi cara. Y segu¨ª mirando. No cerr¨¦ los ojos. Pero el hombre pas¨® sobre m¨ª, era un soldado, y dispar¨® en la cabeza al que estaba a mi lado".
(...) Llevaba o¨ªdos muchos testimonios similares en la primavera de 2001 cuando tuve mi segunda entrevista con George Tenet. Sali¨® a recibirme al vest¨ªbulo justo antes de nuestra reuni¨®n. "?Carla, mi querida madame fiscal!", dijo. Vino luego el bacini bacetti, ese besuqueo a dos carrillos que me crispa los nervios. Entramos en una sala de reuniones sin ventanas y con paneles de madera, puede que cerezo. Tenet se sent¨® en la cabecera de la mesa tras tomar yo asiento a su lado. Solt¨® unas cuantas nader¨ªas en tono informal. Que no podr¨ªa contarme todo lo que estaba haciendo la CIA: eso era comprensible. Que arrestar a nuestros fugitivos segu¨ªa siendo alta prioridad. Que se hab¨ªan emprendido operaciones sin ¨¦xito.
Empec¨¦ a verme cara a cara con los apoyos de Serbia en la Uni¨®n Europea. Mi primera parada fue Madrid
Y esas frases me hicieron sentirme lo bastante c¨®moda para ir al grano sin recurrir a palabras floridas y expresiones rebosantes de gratitud. (...) "?Qu¨¦ medidas se est¨¢n tomando para asegurar esas detenciones?, pregunt¨¦, ?c¨®mo puede colaborar la CIA con el tribunal?". Le expliqu¨¦ que la fiscal¨ªa quer¨ªa formar un equipo para seguir la pista de los fugitivos, y luego le suger¨ª que elabor¨¢ramos una nueva estrategia para apresar a Karad?ic. Pensaba yo que, sin rebasar los l¨ªmites de la ley estadounidense, podr¨ªamos compartir informaci¨®n y colaborar con las agencias de inteligencia de otros pa¨ªses, en particular Francia, Gran Breta?a y Alemania. "Y si ustedes no quieren hacer nada, creo que al menos podr¨ªan apoyar nuestros esfuerzos", dije.
"Mire, madame", replic¨® Tenet, "me importa una mierda lo que usted crea".
Enfrentarse a Zagreb
El primer presidente de la Rep¨²blica de Croacia, Franjo Tudjman, como sus prot¨¦g¨¦s en Croacia o en las zonas de Bosnia-Herzegovina bajo control croata, se pasaron a?os prometiendo que colaborar¨ªan con el tribunal. Pod¨ªan pasarse a?os sonri¨¦ndome, estrech¨¢ndome la mano, prometiendo, construyendo un magn¨ªfico muro di gomma, y luego echar mano a la falsedad, el enga?o y la artima?a furtiva para atacar por la espalda.
(...) A las pocas semanas de la muerte de Tudjman, los votantes croatas desalojaron del poder a su partido nacionalista, la Uni¨®n Democr¨¢tica Croata, y eligieron como segundo presidente de la rep¨²blica croata a Stipe Mesic, que se hab¨ªa convertido en uno de los m¨¢s destacados opositores a Tudjman. Ya hab¨ªa en Zagreb un Gobierno en manos de dirigentes que se hab¨ªan opuesto a la aventura militar de Tudjman en Bosnia-Herzegovina y parec¨ªan dispuestos a cumplir uno de los requisitos previos a la entrada de Croacia en la Uni¨®n Europea: colaborar con el tribunal. (...) El 22 de diciembre de 2003 asumi¨® el poder en Croacia un nuevo Gobierno, de centro derecha. Nos tem¨ªamos que resucitara la pol¨ªtica nacionalista y aislacionista de Tudjman; al fin y al cabo, el nuevo primer ministro era el mismo Ivo Sanader que en mi primer viaje a Zagreb me hab¨ªa dicho que Croacia no colaborar¨ªa en la investigaci¨®n de la Operaci¨®n Tormenta, de la que hab¨ªa resultado la decisi¨®n de procesar al general Ante Gotovina. Sin embargo, una de las primeras acciones del Gobierno Sanader fue iniciar un di¨¢logo con representantes pol¨ªticos de la minor¨ªa serbia del pa¨ªs. (...) En una reuni¨®n celebrada el 19 de abril de 2005, Sanader afirm¨® categ¨®ricamente que su Gobierno estaba haciendo cuanto pod¨ªa por detenerlo... le di una pista que apuntaba a que se estaba ocultando en monasterios franciscanos.
Una visita al Vaticano
Me recuerdo en el coche atravesando con mi asistente suizo, Jean-Daniel Ruch, las puertas del Vaticano, protegidas por las largas espadas y alabardas de los famosos guardias suizos. (...) Monse?or Lajolo sali¨® de su despacho, nos salud¨® y nos invit¨® a pasar. Empezamos la conversaci¨®n en italiano, pero sin alzar la voz; su eminencia me explic¨® que como el Vaticano no era un Estado, nada pod¨ªa hacer.
Le interrump¨ª: "Scusi, monsignore, pero eso que me dice me resulta una verdadera revelaci¨®n. ?No hablamos siempre del Estado vaticano? ?No se hablaba anta?o de los Estados pontificios?". (...) Le pregunt¨¦ entonces si el Vaticano tendr¨ªa la gentileza de rogar a la Conferencia Episcopal cat¨®lica de Croacia que intercediera y apaciguara un tanto a sus miembros para que dejaran de vocear desafiantes expresiones de apoyo a Gotovina. Monse?or me explic¨® entonces que el Papa de Roma no tiene autoridad sobre la Conferencia Episcopal. Contest¨¦ que se supon¨ªa que los obispos obedec¨ªan al Papa, y que hasta me parec¨ªa recordar que hab¨ªa habido un cisma a cuenta de ello. "No, no", fue la respuesta.
Al final acab¨¦ pidiendo una audiencia con el papa Benedicto XVI. Sin hacer siquiera una pausa, monse?or Lajolo respondi¨® que el Papa s¨®lo recib¨ªa en audiencia a presidentes y ministros de Gobiernos. "Pues acabo de leer en el Corriere della Sera que ha recibido al jefe de un partido pol¨ªtico italiano que no es ni ministro ni presidente", respond¨ª. "Creo que no resultar¨ªa inapropiado si recibiera a la fiscal de un tribunal internacional de cr¨ªmenes de guerra que trabaja para proteger los derechos humanos".
Monsignore Lajolo me mir¨® de soslayo. "Si quiere usted ver al Papa, venga a la plaza de San Pedro un s¨¢bado", dijo. Se refer¨ªa a que podr¨ªa estar all¨ª de pie, delante del gent¨ªo, con todos los dem¨¢s preseleccionados para estrechar su mano y besar el anillo del pescador, y, en medio de una multitud de creyentes con los ojos como platos, pedirle que me ayudara a encontrar a Gotovina.
"Grazie, pero no he venido como peregrina sino como fiscal", respond¨ª. "Ha llegado a mis o¨ªdos que un pr¨®fugo de nuestro tribunal se esconde en un monasterio cat¨®lico romano, y tambi¨¦n que el Vaticano tiene el mejor servicio de inteligencia del mundo; de manera que les ser¨ªa f¨¢cil, creo yo, averiguar si de verdad se encuentra en un monasterio croata o no". (...) Monse?or me lanz¨® una mirada torva. Hab¨ªa tra¨ªdo una especie de regalo oficial, una colecci¨®n de medallas vaticanas conmemorativas; me la alarg¨® con un movimiento de mu?eca, nos dese¨® buen viaje y sali¨® de la habitaci¨®n (...) Ruch se inclin¨® y me susurr¨® al o¨ªdo: "Se ha ido a excomulgarte".
Gestiones con Espa?a
La polic¨ªa croata no lograba localizar ninguna llamada m¨¢s. Polic¨ªa y servicios de inteligencia espa?oles vigilaban los aeropuertos de todas las islas canarias en vano. Hab¨ªamos o¨ªdo algo de que Gotovina se mov¨ªa en yate, y nos preocupaba que pudiera haber escapado por mar. Entonces, de repente, cambi¨® el viento. Ocurri¨® que mi portavoz Florence Hartmann se puso a hojear un libro que hab¨ªa escrito Gotovina donde mencionaba que hab¨ªa estado de visita en Canarias y describ¨ªa un lugar concreto en el que ten¨ªa algunos conocidos.
Avisamos a Madrid, y el 7 de diciembre las autoridades espa?olas lo detuvieron en un restaurante de Tenerife, acompa?ado de una hermosa mujer.
(...) Pasaron las semanas y el Gobierno de Belgrado segu¨ªa prometiendo que redoblaba sus esfuerzos para detener a Mladic. Pero el ej¨¦rcito segu¨ªa sin contribuir con nada digno de menci¨®n, una buena raz¨®n para creer que oficiales en activo y retirados hac¨ªan exactamente lo contrario.
(...) Notamos en la Uni¨®n Europea cierta tendencia a suavizar sus exigencias (a Serbia) de colaboraci¨®n con el Tribunal. Empec¨¦ a verme cara a cara con los apoyos de Serbia en la Uni¨®n Europea. Mi primera parada fue Madrid. (...) En las salas del Ministerio Espa?ol de Asuntos Exteriores la atm¨®sfera era tensa cuando aparec¨ª para mi reuni¨®n con Moratinos, y mi asesor Jean-Daniel Ruch me dijo m¨¢s tarde que se la hab¨ªa pasado sentado en el mismo borde del sill¨®n pregunt¨¢ndose qui¨¦n har¨ªa primero el gesto, yo echando mano a mi Louis Vuitton o Moratinos se?al¨¢ndonos la puerta. A m¨ª no pod¨ªa por menos que asombrarme el que la ansiedad de Madrid tuviera tanto que ver con las semejanzas entre el problema de Serbia con Kosovo y el suyo con el Pa¨ªs Vasco.
Agradec¨ª brevemente a Espa?a el apoyo brindado al Tribunal, en particular en la detenci¨®n de Ante Gotovina. "No obstante", comenc¨¦, "me sorprende que Espa?a, como Italia, Hungr¨ªa y otros pa¨ªses, quiera reanudar las conversaciones con Serbia, aun sin colaboraci¨®n alguna por su parte con el Tribunal".(...) "Madame", replic¨® Moratinos, "a m¨ª lo que me sorprende es que usted, Madame del Ponte, prejuzgue de la posici¨®n de Espa?a antes de venir y escuchar directamente del Gobierno cu¨¢l es su postura. (...) Nosotros queremos ayudar, como lo hicimos trat¨¢ndose de Croacia, que por cierto era pa¨ªs candidato (al ingreso en la UE) aun antes de haber acreditado su plena colaboraci¨®n con el tribunal. ?Por qu¨¦ no podemos tratar igual a Serbia? (...) Haremos cuanto podamos para que Serbia colabore, y queremos que la colaboraci¨®n sea efectiva. Cuando acaben las conversaciones, si no hay Mladic, no hay firma".
"Denme dos meses", dije, pensando en dos meses desde la formaci¨®n de un nuevo Gobierno serbio. "Le doy tres", dijo Moratinos. "De aqu¨ª a tres meses volver¨¢ usted aqu¨ª a pedirme apoyo". Para ese momento los dos nos hab¨ªamos levantado ya.
(...) Una cosa he aprendido: acabar con la cultura que permite a personas poderosas, desde el capo dei capi de la Mafia hasta dirigentes pol¨ªticos y militares, cometer cualquier ultraje sin tener que rendir cuentas, es cuesti¨®n de voluntad. (...) Perseguir judicialmente cr¨ªmenes de guerra no es un juego intelectual sin riesgos. -
La caza, de Carla del Ponte y Chuck Sudetic (Editorial Ariel). Precio: 22,95 euros.
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