Redenci¨®n y palabra
Es seguro que, al menos en los Estados Unidos, el a?o Darwin ser¨¢ ocasi¨®n de que se acent¨²e la crudeza de la pol¨¦mica entre los defensores de las tesis evolucionistas y los defensores de posiciones creacionistas, ya sea en su formulaci¨®n convencional, ya sea en modalidades aparentemente m¨¢s sofisticadas, como las que apelan a una idea directriz que se hallar¨ªa en el origen de la naturaleza y de la vida y que determinar¨ªa su evoluci¨®n.
Como casi todas las pol¨¦micas en las que los defensores de un criterio de objetividad al que medir las teor¨ªas se enfrentan a los que sostienen posiciones a priori, la posibilidad de compromiso es muy peque?a, y desde luego nula cuando la pol¨¦mica se intenta llevar a ese tribunal de la raz¨®n que ha de constituir la universidad. En el seno de ¨¦sta es imposible -o al menos inaceptable- que alguien niegue el hecho de que todos los seres vivos estamos sometidos a la selecci¨®n natural y que compartimos rasgos que remiten a un universal com¨²n ancestro.
El lenguaje es redentor. Si se apuesta por ¨¦l, el evolucionismo no conduce al nihilismo
Para un racionalista lo interesante ante los defensores del creacionismo no es quiz¨¢s tanto posicionarse sobre el contenido de lo que sostienen como preguntarse por qu¨¦ lo sostienen. Pues en muchos casos, aferrarse a la teor¨ªa de un Dios, m¨¢s o menos disfrazado de "designio inteligente", es una manera de manifestar la profunda desaz¨®n que puede llegar a producir una presentaci¨®n de la teor¨ªa evolucionista que reduce al hombre, es decir, que niega su singularidad radical en el seno de las especies.
Por prudente que fuera Darwin a la hora de extraer consecuencias filos¨®ficas de sus observaciones cient¨ªficas, de su teor¨ªa suele inferirse que la diferencia entre el hombre y las especies que constituyen nuestros parientes es s¨®lo cuantitativa o de grado. La negaci¨®n de esta singularidad adopta a veces la forma de negaci¨®n de la diferencia radical entre el lenguaje humano y los c¨®digos de se?ales animales. Se acepta que la aparici¨®n de la vida supuso un enorme salto cualitativo en la historia del universo, pero no se est¨¢ dispuesto a aceptar que la aparici¨®n del lenguaje (es decir aquello en lo que reside la esencia o naturaleza del hombre) supone un salto cualitativo no menos importante.
La homologaci¨®n del destino de este fruto de la historia evolutiva que es el hombre al destino de los dem¨¢s animales, puede provocar como reacci¨®n el refugio en la irracionalidad o, caso de interiorizar la tesis, una postraci¨®n nihilista. Pues para el ¨²nico ser que se sabe fruto contingente de la historia evolutiva, para el ¨²nico ser que conoce su condici¨®n animal, la finitud inherente a esta condici¨®n corre el riesgo de ser sentida como una desgracia.
A esta vivencia nihilista y a sus eventuales consecuencias morales alude un h¨¦roe de Dostoievski al sostener que en ausencia de Dios todo estar¨ªa permitido. Pero felizmente hay alternativa: es ciertamente dif¨ªcil no buscar refugio en Dios, o no caer en el nihilismo si se niega que la aparici¨®n del ser humano supuso un salto cualitativo en la evoluci¨®n, pero todo cambia si se conf¨ªa en la radical singularidad de nuestra naturaleza, si se apuesta a la vida del lenguaje y a sus leyes, si, en suma, se sigue el ejemplo del escritor Dostoievski y no el de su h¨¦roe.
Pues el trabajo de todos los grandes del verbo (pienso al respeto en admirables p¨¢ginas de Marcel Proust) s¨®lo se explica en base a la convicci¨®n de que el lenguaje no puede reducirse a instrumento al servicio de la subsistencia, y ni siquiera a veh¨ªculo de exploraci¨®n cognoscitiva de la naturaleza. Siendo esta segunda capacidad el primer don con el que la naturaleza nos singulariz¨®, narradores y poetas apuestan a riqueza a¨²n mayor. Apuestan a que el lenguaje, fruto azaroso de la evoluci¨®n, alcance sin embargo la potencia de ese Verbo al que hacen referencia desde Arist¨®teles a Chomsky, pasando por los Evangelistas y Descartes; potencia que no nos arranca al mundo pero s¨ª nos hace sentir que lo irreversible del devenir del mundo no es lo ¨²nico que determina a los seres humanos.
No es en absoluto necesario comulgar con dogma irracional alguno para hacer propia la frase seg¨²n la cual "en el principio est¨¢ el Verbo". Basta simplemente por entender por principio aquello que da sentido y que permite la ¨²nica aprehensi¨®n del mundo que nos sea dada a los humanos. Se trata simplemente de asumir que si la palabra es lo que da significaci¨®n, sin la palabra todo es insignificante.
Narradores y poetas apuestan a que el lenguaje pueda librarnos parcialmente del gravamen que en la inmediatez natural coarta nuestra libertad, a que pueda rescatarnos del vejamen que para el ser de palabra supone la finitud y, en suma, apuestan a que el lenguaje encierre una potencialidad literalmente redentora.
Suger¨ªa Marcel Proust que esta potencia se actualiza en cada uno de nosotros cada vez que asumimos plenamente nuestra singular naturaleza; cada vez que, comport¨¢ndonos como seres de palabra, en lugar de usarla, hacemos de su enriquecimiento un fin en s¨ª.
V¨ªctor G¨®mez Pin es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.