Do?a Teresa y la merluza c¨¢ntabra
Una ma?ana en el mercado de Maravillas, el que tiene m¨¢s puestos de toda Europa
El segundo plato depend¨ªa de cuatro monedas y do?a Teresa se qued¨® recont¨¢ndolas. Los pendientes azules posmodernos, el abrigo marr¨®n de pa?o, los 45 c¨¦ntimos. La bolsa permaneci¨® en medio a verlas venir.
-?Cu¨¢nto dinero es que usted tiene?
La se?ora enterr¨® la mirada en su mano. H¨¦ctor, dominicano de 47 a?os con el Caribe en la boca, sigui¨®:
-Esto es 75 c¨¦ntimos, pero yo le doy las croquetas que le alcancen con su dinero.
Do?a Teresa acept¨®, pag¨® y el puesto de productos congelados Patricio, en el mercado Maravillas, se qued¨® sin nadie. S¨®lo H¨¦ctor y su historia: "Trabajo aqu¨ª desde hace tres meses. Mis hijas est¨¢n estudiando en la universidad en Santo Domingo y no saben si van a venir a Madrid. Tengo hermanos, pero no es lo mismo...". Tres meses y ya tiene calada a la clientela. Sabe c¨®mo llevarla. El gallo, las gambas y los calamares, lo m¨¢s vendido para las mesas de familia, esperan su turno.
La inmigraci¨®n en Tetu¨¢n ha ayudado a salvar este tipo de comercio
-?Merlucita a siete euros!
El pop tontorr¨®n que sale de una y otra radio se mezcla con los gritos-reclamo en este mercado, un centro comercial de barrio soleado, situado en la calle de Bravo Murillo, donde Cuatro Caminos se vuelve m¨¢s obrero y multi¨¦tnico. Con 8.772 metros cuadrados de superficie, fue inaugurado en 1942, y el sello de la posguerra se nota en la fachada de ladrillos donde el tiempo ha dado sus bocados. El arquitecto fue Pedro Muguruza Ota?o y Madrid le elogi¨® cuando vio las claraboyas del techo, la luminosidad y el car¨¢cter di¨¢fano de sus dos plantas. Con 250 establecimientos, es el mercado m¨¢s grande de la ciudad y el que m¨¢s puestos tiene de toda Europa. Toma su nombre del colegio religioso de Nuestra Se?ora de las Maravillas, quemado el 11 de mayo de 1931. Y as¨ª, con una desgracia, la historia quiso que aqu¨ª se vendieran patatas. Pero a estas dos amas de casa con carros les importa m¨¢s la calidad del g¨¦nero y el parloteo:
-Estamos hablando de la chiquita menudita del escabeche y todo eso.
-S¨ª, s¨ª, yo le compro alubias a ella por lo agradable que es. De verdad que s¨ª.
Las conversaciones llevan un ritmo de locura. M¨¢s en el centro, en el cogollo de este laberinto de naranjas, berenjenas, cintas de lomo y dulces de chocolate. Y en cambio, en los pasillos de las afueras hay poca actividad. Por ah¨ª pasea, con las manos a la espalda y su gorro blanco, Maximino M¨ªguez. "Cada vez hay menos negocio. O menos dinero. Si no, ?c¨®mo iba a estar yo aqu¨ª de pingoneo, como se dice en mi pueblo?". Regenta la carnicer¨ªa Jempel "desde hace m¨¢s a?os que el aleluya". ?l ya tiene puestas las esperanzas en los viernes y los s¨¢bados, los d¨ªas de m¨¢s compras, gastos y ventas. "Ahora, antes de Semana Santa, la gente se lleva m¨¢s verdura y menos carne", explica. La Cuaresma y los abuelos.
-?A siete euros la merlucita. No estoy ganando dinero, pero no pasa na!
El grito de la pescader¨ªa es cada vez m¨¢s bravo. Cuando las melod¨ªas son de Manic Street Preachers, Ana se detiene frente a la fruter¨ªa Soledad (nombre parad¨®jico, ya ver¨¢n), donde atienden cuatro chavalas despachando a velocidad de cadena de montaje. Ana tiene 28 a?os, un capazo donde guardar¨¢ la compra y cierto aire hippy. "?Qui¨¦n da la vez?", pregunta una latinoamericana entre el barullo.
?ste podr¨ªa ser el Madrid de la d¨¦cada de los setenta del pasado siglo (casi todo est¨¢ muy usado, muy manoseado, muy pisado) si no fuera porque detr¨¢s de los mostradores hay personas de suave acento latinoamericano. La inmigraci¨®n que lleg¨® en los noventa al distrito de Tetu¨¢n ha contribuido a salvar este tipo de comercio. Con 150.000 habitantes, hoy es uno de los distritos con mayor ¨ªndice de poblaci¨®n extranjera, un 20%. Y se vende Am¨¦rica Latina en pan de Pascua, ma¨ªz dorado El Sabor de la Casa y snacks de pl¨¢tano con sal marca Tortolines.
Ana, la del capazo, es la ¨²ltima y una de las pocas j¨®venes que se ven comprando en la fruter¨ªa. Lleva el n¨²mero C 57. La cola seguir¨¢ a las dos y pico.
Jin no cierra. Lleva 15 minutos al tel¨¦fono. ?Con qui¨¦n hablar¨¢? Uno mira hacia arriba y lee en el letrero: "Variantes Las Chicas". Y luego baja la vista y no existen las mozas, sino Jin, una coreana de mediana edad, simp¨¢tica como ella sola, que lleva dos a?os en el mercado "porque es muy limpio y todo es bueno". Vende productos con soja a espa?oles ("les gusta mucho porque lo prueban en restaurantes") y a japoneses ("hay muchos que viven en el barrio").
-?La merluza de Cantabria!
En la calle, donde est¨¢n los guardas de seguridad atentos a los carteristas ("nunca hay nada gordo", avisan), se llevan m¨¢s otro tipo de productos. La muchacha gitana, muy engalanada ella, se desga?ita: "?Llevo el aguacatito bueno, morena!". Las cajas, junto al sem¨¢foro. Tiene competencia: "?Un euro la bolsita. Se acaba el ajo!". Los guardas, de brazos cruzados, mirando de reojo. Son los gritos que el mercado no acepta.
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