La econom¨ªa de la mentira
Mi¨¦nteme y dime que me quieres". As¨ª, con la mejor de las frases pero con la peor de las estrategias, se reivindica Johnny (Sterling Hayden) a Viena (Joan Crawford) en Johnny Guitar. As¨ª, envueltos en datos que a¨²n empeorar¨¢n, aparece una estrategia en la que la mentira reclama su papel protagonista.
Madoff minti¨® de manera tan vulgar que permite constatar que, en credulidad, ricos y pobres, listos y tontos somos asombrosamente semejantes. Los miembros del consejo de Lehman Brothers mintieron por su incapacidad para decir simplemente: "No lo entiendo". Otros trocearon la mentira, diferenci¨¢ndola en su envoltorio, hasta venderla en los mercados internacionales. De nuevo, con la necesaria complicidad de la soberbia, algunos la compraron, endos¨¢ndonos al resto un riesgo que, en el mejor de los casos, eran incapaces de comprender y medir. As¨ª las cosas, los mercados financieros internacionales pasaron a intercambiar mentiras a precios de verdades. Y claro, mentiras de afuera financiando mentiras de adentro nos llevaron al rinc¨®n del perro acorralado que, seg¨²n dicen, adem¨¢s de ladrar, muerde.
Es clave financiar las infraestructuras que aumenten la productividad de la econom¨ªa espa?ola
Rebajar impuestos no resuelve los actuales problemas de demanda
Ah¨ª aparece nuestra historia en la que algunos de los narradores principales, "oxigenados" por el "t¨² m¨¢s", o m¨¢s bien "t¨² todo", nos contaron que en esa pel¨ªcula nosotros ¨¦ramos meros espectadores a los que, como m¨¢ximo, se nos pod¨ªa acusar de haber acudido c¨¢ndidamente a un acto falso en el que desafortunadamente deb¨ªamos pagar una muy cara entrada. De esta manera, pasamos a convertirnos en c¨®mplices de una tragedia parcialmente com¨²n en la que tendremos, sin duda, un claro protagonismo. Para ser precisos, muchos han mentido y todos nos hemos mentido.
Empezando por lo concreto, ?nadie es capaz de reconocerse en la mentira de la concesi¨®n de hipotecas? ?Nadie en su nombre o en el nombre de sus amigos recuerda ejemplos de pr¨¦stamos concedidos sin atender a la m¨ªnima noci¨®n de riesgo? ?Endeudamientos hipotecarios, con el aval de rentas generadas en el sector de la construcci¨®n, que alcanzaban a inmuebles de m¨¢s de 300.000 euros financiados al 120%? Es, les puedo asegurar, muy sencillo; los dem¨¢s ten¨ªan hipotecas basura y nosotros tenemos, en una importante fracci¨®n, una basura de hipotecas.
Siendo todo lo anterior grave, m¨¢s complicado es a¨²n el enga?o colectivo en el que parecemos decididos a participar. Miren, una devaluaci¨®n es, por el aviso de los dem¨¢s, el fin de un autoenga?o y el comienzo de un respiro que, en demasiadas ocasiones, conduce al mismo final; cuando hay integraci¨®n monetaria, "nadie" te avisa de que no progresas adecuadamente y al final cuando te giras para pedir ayuda siquiera queda aire para respirar. Vayamos a loprosaico: en la primera mitad de los noventa necesitamos devaluar cerca de un 30% para que la econom¨ªa pudiese recuperarse; despu¨¦s de unos diez a?os de compartir moneda hemos acumulado diferenciales de inflaci¨®n con nuestros principales mercados que reflejan una p¨¦rdida de competitividad cercana al 20%, en el mejor de los casos. Si alguien est¨¢ pensando en que esto puede ser simplemente el resultado de haberlo hecho bien, le recomiendo que se detenga en el dato del d¨¦ficit por cuenta corriente, de aproximadamente el 10% del PIB por estas fechas y en el entorno del 5,5% cuando las devaluaciones nos despertaron de nuestros sue?os en los noventa.
Algunos, muchos m¨¢s de los que se recuerda y muchos menos de los que ahora lo dicen, hab¨ªan ido avisando de que nuestra situaci¨®n era insostenible, de que a la mentira que nos envolv¨ªa le quedaba escaso recorrido.
Vayamos pues a la exposici¨®n, a modo de trazos groseros, de algunas de las cosas que deber¨ªamos hacer. Deber¨ªamos pensar en dos tipos de escenarios: uno, ahora incluso "optimista", en el que la media de inflaci¨®n en la UE est¨¦ cercana al 3%, y otro, en el que la inflaci¨®n media se sit¨²e en el entorno del 0% o incluso con deflaci¨®n. No vale la pena detenerse ahora en c¨®mo hemos cambiado nuestras preferencias muchos economistas.
En el primer caso, aconsejar¨ªa una congelaci¨®n del sueldo de los funcionarios por un m¨ªnimo de dos a?os, usando los recursos para un plan, bien estudiado, de infraestructuras p¨²blicas que aumentase a medio plazo la productividad. No tiene ning¨²n sentido, en una situaci¨®n en la que el paro va a superar claramente los 4.000.000, que el salario de quienes tienen asegurado tambi¨¦n el puesto de trabajo siga subiendo; adem¨¢s, la mejora en la competitividad nos obliga a exigir esfuerzos y sacrificios a todos. Mientras tanto, es posible que, con la correcci¨®n de algunos errores, el plan de financiaci¨®n de entidades locales debiera realizarse tambi¨¦n en el a?o 2010.
Por otro lado, el Gobierno, con los necesarios controles para el futuro, deber¨ªa evitar impagos y pr¨®rrogas injustificadas por parte de los ayuntamientos y otras administraciones. No es razonable que cuando el Estado disfruta de menores restricciones de liquidez que el sector privado sea ¨¦ste quien financie las deudas de las Administraciones p¨²blicas.
En el resto de la econom¨ªa deber¨ªa intentarse, salvo en las empresas en las que el incremento de productividad y demanda lo justifique, un pacto de rentas que, a partir de una congelaci¨®n de salarios, tuviese como objetivo primordial, al margen de suavizar las restricciones de liquidez, el aumento de la productividad del trabajo.
A medio y largo plazo, nuestra constricci¨®n principal es la educaci¨®n y la innovaci¨®n. Ah¨ª algunos apuntes muy claros deber¨ªan ir en la direcci¨®n de profesionalizar la gesti¨®n de los centros p¨²blicos; especializar las universidades; reducir a tres a?os, salvo l¨®gicas excepciones, los t¨ªtulos de grado; establecer normas para una mayor¨ªa de las convocatorias p¨²blicas de investigaci¨®n, que vinculen el ¨¦xito en la demanda con la vinculaci¨®n financiera a empresas; "obligar" a las empresas de cierto tama?o a realizar o adquirir investigaci¨®n.
Finalmente, sin prisas pero sin pausas, deber¨ªa abordarse una reforma del mercado de trabajo que permita evitar la actual segmentaci¨®n del mercado entre los trabajadores cuyos contratos son excesivamente r¨ªgidos y aquellos cuyos contratos son excesivamente flexibles. Una ¨²ltima apostilla; pienso que en la situaci¨®n actual las reducciones de impuestos ser¨ªan en general ineficientes y no resolver¨ªan los problemas de demanda que ¨¦stos s¨ª vienen originados por la crisis internacional.
Para el segundo caso, cada vez menos descartable, la congelaci¨®n de salarios p¨²blicos y de muchos salarios privados no permitir¨ªa resolver nuestro problema de competitividad, y por ello, aunque pueda resultar chocante, yo pienso que esa congelaci¨®n deber¨ªa ir acompa?ada de una subida de impuestos que permitiese financiar el incremento de infraestructuras p¨²blicas necesario para mejorar nuestra productividad. Claro, el resto de lo horrible se mantiene.
Como pueden ver, casi todo muy desagradable, aunque los que ya tenemos ciertas edades sabemos que el "mi¨¦nteme y dime que me quieres" es el mejor de los contratos hacia la desesperaci¨®n y el olvido.
Javier Rey-Maquieira es profesor del Departamento de Econom¨ªa Aplicada de la Universitat de les Illes Balears (UIB).
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