Como un f¨®sforo
Naci¨® hace cien a?os. Su vida se extingui¨® pronto. Tuvo la cualidad de lo ¨ªgneo, la condici¨®n del fulminante. Se puede decir que se consumi¨® como se consume un f¨®sforo. Se fundi¨® por su propia energ¨ªa, por su ansia de experimentar la desgracia humana para darle una direcci¨®n certera a su pensamiento; por su impaciencia moral, que la llev¨® a denunciar los totalitarismos que asomaban en Europa en su ¨¦poca, el primer tercio del siglo XX, cuando nadie los atisbaba; por su sentimiento de no resignarse y su horror a quedarse en la retaguardia, que la convirtieron en una mujer de acci¨®n, a ella, el ser menos diestro del mundo; por su amor a la verdad; por su esp¨ªritu sacrificial. Su atrevida inteligencia le impuso realizar un formidable fregado a la filosof¨ªa occidental y al cristianismo. Enunci¨® un nuevo sistema de valores para las sociedades humanas en un aut¨¦ntico tratado de civilizaci¨®n, y formul¨® conceptos para la acci¨®n pol¨ªtica nunca antes descritos. Vio que la relaci¨®n est¨¦tica con el mundo est¨¢ muy cerca de la relaci¨®n trascendente o religiosa, si no son la misma cosa, y que la ley que las preside a ambas es la atenci¨®n. Algunos la consideran una santa. ?Tal vez porque fue casi invisible en su tiempo? En cualquier caso, se trata de alguien con quien, por fin, es posible emplear las grandes palabras sin rubor y sin equivocarse.
Cuando muri¨® en Londres, en 1943, contaba, pues, 34 a?os. Hab¨ªa dejado escritas miles de p¨¢ginas. La mayor parte de esos escritos no son sino pensamientos desordenados. No un sistema, sino un enjambre riqu¨ªsimo de ideas que forman al cabo una filosof¨ªa, y que atienden a preocupaciones de ¨ªndole cient¨ªfica, literaria, moral, hist¨®rica, est¨¦tica, religiosa y pol¨ªtica. Puede decirse con una frase ya acu?ada que es la mayor pensadora del amor y de la desgracia en el siglo XX. Como un fil¨®sofo antiguo, su vida corri¨® sin contradicciones en paralelo a su obra. Eso le inyect¨® una autenticidad que no pasa inadvertida. Cruz¨® por las f¨¢bricas de producci¨®n estandarizada para conocer en propia carne la esclavitud de los trabajadores manuales, y concibi¨® una misi¨®n para nuestra ¨¦poca: fundar una civilizaci¨®n basada en la espiritualidad del trabajo. Sus experiencias m¨ªsticas sucedieron siempre en el l¨ªmite de sus escasas fuerzas f¨ªsicas, como el efecto de una colisi¨®n entre el sentimiento de la belleza y el sufrimiento corporal. Hay otras cosas que tambi¨¦n chocan en la realidad del hombre: la gravedad, la ley que lo somete, la necesidad que lo empeque?ece; y la gracia, la exenci¨®n que lo libera de su condici¨®n, sobre un decorado en el que siempre debe asumir su propio destino. De ese choque primordial parte el desarrollo de todo su audaz pensamiento.
Los cien a?os de Simone Weil (Par¨ªs, 1909) han agrandado su figura de buscadora singular de la verdad. De la estirpe de esp¨ªritus tan originales como los de Hanna Arendt, Ludwig Wittgenstein o Mar¨ªa Zambrano, a¨²n est¨¢ por saberse si un pensamiento como el suyo tiene aplicaci¨®n, sobre todo en el terreno pol¨ªtico, y si, como ella dijo, el pensamiento y la acci¨®n que definen la libertad pueden acabar con la burocracia, el maquinismo, el desprecio del individuo, la suplantaci¨®n de los medios por los fines y el desarraigo que dominan nuestro tiempo.
Carlos Ortega (Valladolid, 1956) es escritor y ha traducido al espa?ol La gravedad y la gracia, Cuadernos e Intuiciones precristianas (publicados por Trotta), entre otras obras de Simone Weil.
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