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Reportaje:

Salvados por el ADN

M¨®nica Ceberio Belaza

La mayor parte de los amigos que Curtis Edward McCarty ha conocido durante los ¨²ltimos 20 a?os han muerto. Era de esperar. ?l y todos los dem¨¢s estaban en el penal del Estado de Oklahoma (EE?UU) para eso. Aguardando su ejecuci¨®n. Curtis logr¨® esquivar la inyecci¨®n letal durante 19 a?os. Finalmente, 22 a?os despu¨¦s de entrar en prisi¨®n para ser ajusticiado, el Estado reconoci¨® que se hab¨ªa equivocado. No hab¨ªa matado a nadie. Tampoco Eddie Lowery hab¨ªa violado. Pero choc¨® con su coche cerca de la casa de una anciana a la que hab¨ªan agredido sexualmente y esa fatal coincidencia le llev¨® a pasar toda su juventud en una celda. Cuando sali¨® de la c¨¢rcel ten¨ªa 32 a?os. Apenas hab¨ªa vivido.

"La justicia es una farsa que puede llevarte a la muerte y a nadie le preocupa"

No les ha ocurrido s¨®lo a Curtis y Eddie. Las malas pr¨¢cticas en investigaciones policiales, forenses y judiciales han llevado al menos a 232 inocentes a la c¨¢rcel en Estados Unidos. La asociaci¨®n Innocence Project los ha sacado de prisi¨®n gracias a pruebas de ADN que han demostrado de forma inequ¨ªvoca que no eran culpables. Casi una veintena de ellos estaba en el corredor de la muerte, como Curtis McCarty. A punto de recibir un castigo que no tiene vuelta atr¨¢s. Innocence Project naci¨® hace 17 a?os en las aulas de una facultad de Derecho, y ahora es una ONG. Se financian con donaciones que les permiten pagar las costosas pruebas de ADN. Y luego les ayudan a reintegrarse en la sociedad.

El problema de las condenas err¨®neas no se da s¨®lo en la justicia norteamericana. Tambi¨¦n en Espa?a han aparecido durante los ¨²ltimos a?os casos sangrantes de personas inocentes sentenciadas y encarceladas, en ocasiones durante media vida. Como Ahmed Tommouhi, Abderrazak Mounib, Francisco Javier Garc¨ªa, Rafael Ricardi, Jorge Ortiz o Roberto Espinales. Pero en nuestro pa¨ªs a¨²n no hay estad¨ªsticas. Ni estudios. Ni un grupo amplio de juristas dispuestos a emplear su tiempo en averiguar por qu¨¦ alguien que no ha delinquido acaba en prisi¨®n. Innocence Project lleva 16 a?os analizando los datos de los casos que decide llevar. No se trata s¨®lo de sacar de la c¨¢rcel a una persona, sino de saber qu¨¦ es lo que est¨¢ fallando en el sistema. Porque no es la mala suerte lo que condena a un inocente, sino unas pautas que se repiten: abuso de poder, arbitrariedad, testigos que se equivocan y errores humanos que pueden remediarse.

Estos errores y abusos arrancaron de cuajo la vida a Curtis McCarty. Ahora tiene 46 a?os y vive con sus padres en una casa unifamiliar de Moore, un suburbio de Oklahoma City en el que hay que coger el coche para cualquier cosa, para ir al centro comercial o a comer algo en alguna de las zonas de restaurantes-franquicia de los alrededores. Pero ¨¦l no conduce. No tiene carn¨¦. Ni trabajo. No lleva mucho tiempo fuera de la c¨¢rcel, de la que logr¨® salir el 11 de mayo de 2007, 22 a?os despu¨¦s de entrar. Cobra una pensi¨®n por estr¨¦s postraum¨¢tico y ocupa sus d¨ªas estudiando su extenso expediente, repartido en 50 cajas, y haciendo pedagog¨ªa contra los errores judiciales y la pena de muerte por facultades de Derecho y todo tipo de foros. Acaba de estar en Roma.

Habla despacio y con una lucidez pasmosa teniendo en cuenta lo que ha padecido. Clava la mirada en los ojos del interlocutor. En el sal¨®n de sus padres, una noche de Navidad, rodeado de una colecci¨®n de mu?ecas antiguas, va desgranando su historia. Su pasado sin vida y su presente.

"Estoy libre f¨ªsicamente, pero no mentalmente. He perdido toda mi vida. Estoy casi siempre con los hombres que dej¨¦ atr¨¢s. Vi morir a casi todos mis compa?eros. Cuando llegu¨¦ al corredor de la muerte hab¨ªa 200 personas. Cuando me march¨¦, s¨®lo quedaban 80. Los hab¨ªan matado a todos. En algunos casos, estoy convencido de que eran inocentes. Con tantos a?os de convivencia acabas por conocer a la gente. Hab¨ªa asesinos peligrosos, incluso alguno que dec¨ªa que si saliera libre volver¨ªa a matar. Pero hab¨ªa otros cuyos procedimientos judiciales estaban llenos de irregularidades. Inocentes. Y no son errores los que provocaron su ejecuci¨®n ni mis 22 a?os en la c¨¢rcel. El sistema no funciona y se violan de forma habitual los derechos constitucionales de los ciudadanos, sobre todo de los pobres y marginados. Cuando yo fui condenado no le importaba a nadie. Era un pobre yonqui por el que la sociedad no daba un duro. La persona perfecta para pagar por un asesinato. ?Qui¨¦n se iba a preocupar por mis derechos?".

Todo empez¨® en 1982. Con 20 a?os. Tomaba drogas, beb¨ªa, robaba y ten¨ªa problemas con la polic¨ªa. A los 16 hab¨ªa abandonado el instituto y desde entonces se dedic¨® a vagabundear. Ten¨ªa una novia, Terry. El 10 de diciembre, una conocida, Pamela Kaye Williams, de 18 a?os, fue encontrada muerta en la cocina de una amiga. Desnuda, violada, apu?alada y estrangulada. El asesinato provoc¨® una conmoci¨®n sin precedentes en la peque?a comunidad suburbial en la que viv¨ªan.

"Pam estaba pasando unos d¨ªas en casa de Melanie, una amiga de mi novia. All¨ª fue donde la encontraron. Yo s¨®lo la hab¨ªa visto tres veces. Y s¨®lo hab¨ªa hablado con ella una vez, el d¨ªa anterior a su muerte. Melanie nos llam¨® a unos amigos y a m¨ª para pedirnos drogas. Fuimos a su casa y estuvimos con las dos. Por eso estaban all¨ª mis huellas. Pero la noche del crimen yo no la vi. Fui a una fiesta con Terry. Hacia las doce, la gente empez¨® a marcharse y a la una salimos nosotros. A la hora en que la chica fue asesinada".

Pasaron dos meses antes de que la polic¨ªa le llamara por primera vez. Le quitaron sangre, saliva, pelos; le tomaron declaraci¨®n, le hicieron pasar la prueba del pol¨ªgrafo y le mandaron a casa. Y no volvi¨® a saber nada del asesinato hasta dos a?os y medio despu¨¦s.

Pamela era la hija de un polic¨ªa de Oklahoma City y el crimen sin resolver era una verg¨¹enza para el departamento. La investigaci¨®n prosegu¨ªa, pero los agentes no parec¨ªan tener ninguna pista sobre el culpable. No encontraban nada.

?"Uno de los suyos hab¨ªa muerto. Necesitaban que alguien pagara. Yo hab¨ªa llevado una vida de mierda. Siempre metido en l¨ªos. Pero tres meses antes de que la polic¨ªa me llamara de nuevo hab¨ªa dejado de beber y de tomar drogas. Estaba intentando limpiarme. Encontr¨¦ un empleo y me met¨ª en una escuela de electr¨®nica. Estaba aprendiendo sobre el mundo reci¨¦n nacido de los videojuegos. Fue la ¨²nica vez en mi vida que empezaba a estar orgulloso de m¨ª. Era 1985. Ten¨ªa 22 a?os y quer¨ªa empezar de nuevo. Pero entonces nos llamaron a todos otra vez por la historia de la chica. A m¨ª me cogieron saliendo del trabajo, me llevaron a la comisar¨ªa, me pegaron y me dijeron que sab¨ªan que hab¨ªa sido yo. No s¨®lo eso, sino que dijeron a mi jefe que me estaban investigando por homicidio y violaci¨®n. Me qued¨¦ en el paro".

La polic¨ªa hab¨ªa decidido ir hasta el final. Le dijeron que un sopl¨®n hab¨ªa dado su nombre y que ten¨ªan pruebas biol¨®gicas en su contra, semen y pelos. "Era absurdo", dice Curtis. "Esas pruebas estaban desde el principio. ?Por qu¨¦ no me hab¨ªan detenido antes? No ten¨ªan nada, pero estaban dispuestos a fabricarlo. Yo no les gustaba y quer¨ªan un culpable. A partir de ah¨ª: acusaci¨®n falsa, perjurio y manipulaci¨®n de pruebas para conseguir la condena".

El Departamento de Polic¨ªa present¨® cargos. En ese momento apareci¨® en escena el fiscal Robert H. Macy. Un tipo que ha enviado a 73 personas al corredor de la muerte durante sus 21 a?os de carrera, m¨¢s que ning¨²n otro fiscal del pa¨ªs. Veinte han sido ejecutados. Y a lo largo de los a?os no ha tenido empacho en sostener p¨²blicamente que ejecutar inocentes es un sacrificio que merece la pena para salvaguardar la pena de muerte en EE UU. "Era una mafia", sostiene Curtis. "El fiscal y la polic¨ªa hac¨ªan lo que quer¨ªan y cuando quer¨ªan. Conmigo lo tuvieron f¨¢cil. Ellos eran miembros honorables de la sociedad y yo no".

En 1986 fue juzgado. La prueba de cargo en su contra fue el testimonio de Joyce Gilchrist, una forense del Departamento de Polic¨ªa que dijo en el juicio que McCarty hab¨ªa estado "sin duda" en la escena del crimen y que su tipo de sangre se correspond¨ªa con el tipo de sangre del esperma encontrado sobre la v¨ªctima. Fue condenado a muerte por un jurado popular.

Pero algunas pruebas hab¨ªan desaparecido misteriosamente y la declaraci¨®n de Gilchrist no se correspond¨ªa con sus primeros an¨¢lisis, que no culpaban a Curtis. Hab¨ªa demasiadas irregularidades. La Corte de Apelaciones de Oklahoma declar¨® el juicio nulo, pero no sirvi¨® de mucho. En 1989 fue juzgado otra vez. Gilchrist testific¨® de nuevo, se ratific¨® en su declaraci¨®n anterior y McCarty volvi¨® a ser sentenciado a la pena capital. No era f¨¢cil que lo absolvieran con una forense asegurando que hab¨ªa pruebas biol¨®gicas que probaban su culpabilidad.

La vida de McCarty se transform¨® en una sucesi¨®n de d¨ªas sin sentido, encerrado en una celda durante 23 horas cada uno de ellos. Estudiaba Ciencias y Derecho mientras sus compa?eros iban desapareciendo, ejecutados por el Estado. Era un limbo sin futuro posible en el que todos esperaban a que les llegara la hora. "Un infierno, algo terrible", rememora. "No entiendes nada. Es dif¨ªcil asumir que te van a matar por algo que no has hecho. De repente te das cuenta de que la justicia es una farsa, una farsa que puede llevarte a la muerte y a nadie le preocupa. Y cuando la sociedad encuentra un culpable, se queda contenta y pasa p¨¢gina. Los diarios locales me presentaron como un monstruo que deb¨ªa ser ejecutado, pero ning¨²n periodista vino a hablar conmigo. Nadie quer¨ªa saber la verdad".

?l sigui¨® luchando en los tribunales para demostrar su inocencia y las irregularidades que lo hab¨ªan condenado. Pidi¨® que se buscaran las pruebas que hab¨ªan desaparecido, pero la determinaci¨®n de la Fiscal¨ªa y la polic¨ªa hac¨ªan imposible el camino. El FBI analiz¨® parte de los restos biol¨®gicos del asesinato: no eran de McCarty. Pero la forense, como se demostr¨® despu¨¦s, modific¨® el informe y sustituy¨® un "negativo" por un "no concluyente".

En 2000, la forense Joyce Gilchrist fue investigada. Acab¨® siendo despedida por fraude, por manipular y falsear sus informes y por destruir pruebas. La persona que hab¨ªa llevado a la c¨¢rcel a McCarty, y que hab¨ªa testificado en m¨¢s de mil asuntos a lo largo de su carrera, se revel¨® como una integrante corrupta del Departamento de Polic¨ªa. Otras dos personas acusadas por ella fueron liberadas gracias al ADN, Jeffrey Todd y Robert Miller, este ¨²ltimo tambi¨¦n condenado a muerte.

Tras el esc¨¢ndalo Gilchrist, los abogados de Curtis pidieron que se volvieran a analizar las pruebas. A¨²n quedaba semen para hacer un estudio, que determin¨® que ¨¦l no hab¨ªa violado a Pamela Kay Williams. Esto sucedi¨® en 2002. McCarty pas¨® cinco a?os m¨¢s en prisi¨®n. No fue liberado. La Fiscal¨ªa sostuvo entonces que pod¨ªan haber sido dos los asesinos, a pesar de que no hab¨ªa ninguna prueba que corroborara esa teor¨ªa. Pero era la ¨²nica idea aceptable para dejar encerrado a McCarty.

En 2003, Innocence Project se involucr¨® en el caso, medio muerto por aquel entonces. Se pidieron m¨¢s pruebas. El ADN encontrado debajo de las u?as de la v¨ªctima tambi¨¦n acredit¨® que Curtis McCarty no hab¨ªa estado en la escena del crimen. Al fin, el 11 de mayo de ese a?o, la juez Twyla Mason Gray retir¨® los cargos en su contra por falta de pruebas. Estaba en libertad despu¨¦s de 22 a?os. Toda una vida.

"Pero ni siquiera tuve la satisfacci¨®n de que me pidieran perd¨®n por haberme robado la existencia. Y la juez no estaba convencida. Dijo que me liberaba porque no ten¨ªa alternativa, pero que cre¨ªa que yo era culpable, que hab¨ªa estado involucrado en el asesinato de alguna forma".

Curtis McCarty sigue estudiando su caso cada d¨ªa.

?"Espero que alguien pague alg¨²n d¨ªa el haber acusado falsa y deliberadamente a un hombre inocente. A¨²n siguen diciendo que yo era un drogadicto, pero esto no va de lo que yo era, sino de lo que ellos hicieron. No merec¨ªa que me quitaran la vida de esta forma. No ten¨ªan derecho".

Antes de despedirse, Curtis invita a cenar patatas asadas en un restaurante cercano a su casa. Y se disculpa por si no ha sido claro. "A veces no s¨¦ si lo que digo tiene sentido. No siempre tengo d¨ªas buenos. A veces mi cabeza est¨¢ muy confusa. Intento no estar enfadado por lo que me ha pasado y concentrar mis esfuerzos en el futuro, pero hay veces que no s¨¦ d¨®nde est¨¢ mi mente". Por ahora va a quedarse en Oklahoma City, con sus padres. Su madre, que aparece durante la entrevista, est¨¢ enferma de cierta gravedad. No quiere dejarla. S¨®lo ha pasado dos navidades y dos d¨ªas de Acci¨®n de Gracias con ellos, en casa, en los ¨²ltimos 25 a?os.

No ha recibido ninguna indemnizaci¨®n. Y no est¨¢ claro que vaya a tenerla porque no ha sido oficialmente "absuelto", no se ha probado su inocencia, seg¨²n la justicia. "Es, de lejos, uno de los peores casos de abuso por parte de las fuerzas de la ley y el orden en toda la historia del sistema penal norteamericano", dice Barry Scheck, cofundador y codirector de Innocence Project.

A 2.300 kil¨®metros de la casa de Curtis McCarty est¨¢ la sede de la organizaci¨®n que le ayud¨® a salvarse, desplegada a lo largo de dos plantas de un elegante edificio neoyorquino en pleno centro de Manhattan. All¨ª se estudian los casos que van llegando. Hay 50 empleados a tiempo completo y 18 estudiantes en pr¨¢cticas de la Escuela de Derecho Benjamin Cardozzo, en la Universidad de Yeshiva. Presos de todo el pa¨ªs les escriben pidiendo auxilio, insistiendo en que son inocentes. Por lo general, suelen tener entre 6.000 y 10.000 asuntos pendientes de an¨¢lisis. Pero ellos s¨®lo aceptan aqu¨¦llos en los que pueda haber restos biol¨®gicos con ADN para estudiar.

La asociaci¨®n empez¨® a funcionar en 1992, dentro de la Facultad de Derecho Cardozzo, en las clases de pr¨¢ctica forense. Dos a?os despu¨¦s se cre¨® la ONG. Ahora tienen donantes individuales y fundaciones, escuelas de Derecho y grandes bufetes de abogados que les prestan apoyo econ¨®mico. La asociaci¨®n paga las caras pruebas de ADN que son necesarias para sacar de la c¨¢rcel a un inocente.

Trabajan divididos en seis equipos. A cargo de cada uno hay un abogado jefe y tres estudiantes de Derecho. Suelen trabajar de forma simult¨¢nea en unos 50 casos. Cuando aceptan un asunto, lo primero que hacen es buscar pruebas, pedir que se analicen restos que no fueron estudiados en su d¨ªa o que no sirvieron porque en ese momento la t¨¦cnica del ADN estaba poco desarrollada. Despu¨¦s, preparan los recursos de revisi¨®n. Y si el preso es liberado, hay trabajadores sociales para ayudar a rehacer su vida a todos aquellos que salen de la c¨¢rcel despu¨¦s de muchos a?os, perdidos. Necesitan reconstruir sus lazos familiares, su conexi¨®n con la comunidad, pedir alg¨²n subsidio que les permita salir adelante.

Hay varios problemas estructurales que provocan sentencias injustas. En primer lugar, los errores de identificaci¨®n de sospechosos, que est¨¢n detr¨¢s de m¨¢s de tres cuartas partes de los casos. V¨ªctimas y testigos creen reconocer a una persona inocente como el violador o asesino. Casi siempre se debe a una mala pr¨¢ctica en la investigaci¨®n: reconocimientos en rueda en los que los cebos no se parecen al sospechoso; polic¨ªas que s¨®lo ense?an la foto de quien creen que ha sido el culpable, de forma que la v¨ªctima, a partir de ese momento, identifica esa imagen con el recuerdo borroso que tiene del criminal; o investigadores que "sugieren" qui¨¦n es el culpable, convenciendo al testigo de que, aunque no lo recuerde bien, no se est¨¢ equivocando.

Otro problema es la mala praxis de los laboratorios forenses. A veces, como en el caso de Curtis McCarty, hay fraudes instigados por polic¨ªas y fiscales que, ante la falta de pruebas, alientan al laboratorio para que ama?e los resultados. Otras veces, el error no se debe a la mala fe, sino a la ingente carga de trabajo y a la pobre preparaci¨®n de algunos profesionales. Finalmente, el mal hacer y la indiferencia de abogados de oficio que se encargan de casos de personas con escasos recursos tambi¨¦n contribuyen a alimentar estos errores. Y configuran un perfil muy determinado del inocente encarcelado: en un 90% de los casos, las identificaciones err¨®neas que sirven de base para una condena est¨¢n realizadas por blancos que se?alan como culpables a un negro o hispano.

Suele repetirse un patr¨®n: la mayor¨ªa son delitos sexuales en los que la v¨ªctima no pudo ver claramente al agresor y la brutalidad del delito empuja a la polic¨ªa a encontrar a un culpable de inmediato. El respeto a las garant¨ªas legales queda en un segundo plano ante la necesidad de que alguien, el que sea, pague por lo que ha pasado.

Al menos siete Estados han reformado sus leyes de acuerdo a los descubrimientos de Innocence Project, y otros 12 est¨¢n pensando en hacerlo a lo largo de 2009. Hay algunas pr¨¢cticas que ya se ha demostrado que funcionan, como que el polic¨ªa que muestra las fotos a los testigos no sepa qui¨¦n es el sospechoso o que se graben todos los interrogatorios en comisar¨ªa para que la polic¨ªa no pueda coaccionar a los sospechosos. Algunas personas acaban confesando cr¨ªmenes atroces, que no han cometido, con tal de que los agentes les dejen de amenazar y, en algunos casos, de agredir. Las autoinculpaciones falsas est¨¢n detr¨¢s del 25% de las condenas err¨®neas.

Pero, ?por qu¨¦ dir¨ªa alguien que cometi¨® un asesinato o una violaci¨®n si no lo hizo? A Eddie Lowery le pas¨®. Ten¨ªa 22 a?os en julio de 1981 cuando una anciana fue violada brutalmente en su casa, mientras dorm¨ªa. La mujer no pudo ver a su agresor, que le tap¨® la cabeza con las s¨¢banas. Eddie estaba en el Ej¨¦rcito, destinado en Kansas City (Missouri), beb¨ªa mucho y acababa de separarse de su mujer, con la que ten¨ªa una hija. Su familia viv¨ªa en California.

Esa noche estaba en una fiesta con unos amigos y sali¨® a comprar tabaco. Se hab¨ªa tomado varias copas y golpe¨® un coche por detr¨¢s. Los due?os aparecieron y llamaron a la polic¨ªa. Al d¨ªa siguiente, Eddie fue a trabajar y al hospital, donde le cosieron la barbilla por el golpe que se hab¨ªa dado. Por la tarde, la polic¨ªa le llam¨®. Quer¨ªan interrogarle. Los agentes le preguntaron por el d¨ªa anterior. Quer¨ªan saber d¨®nde hab¨ªa estado antes del choque y le informaron de que estaban investigando una violaci¨®n. Le dejaron marcharse, pero le dijeron que tendr¨ªa que someterse a un detector de mentiras. Fueron a su casa y se llevaron la ropa que llevaba puesta la noche de la agresi¨®n. La ma?ana siguiente fueron a recogerlo y comenz¨® la presi¨®n:

-Sabemos que lo hiciste y lo vamos a probar aunque tardemos 10 a?os.

-Yo no lo he hecho. No he sido yo.

-Si no confiesas, vamos a pedir que cumplas el m¨¢ximo tiempo posible. Te vas a pudrir en la c¨¢rcel.

-?Puedo ver a un abogado?

-No. A¨²n no est¨¢s detenido.

El detective Johnson daba pu?etazos en la mesa. Eddie pidi¨® someterse al detector de mentiras. Pero el oficial encargado del pol¨ªgrafo le dijo que estaba mintiendo, que era mejor que confesara. "Yo no sab¨ªa nada de mis derechos. Nunca hab¨ªa tenido problemas con la justicia. Despu¨¦s me enter¨¦ de que pod¨ªa haberme marchado en cualquier momento, pero no lo hice. Cre¨ª que ten¨ªa que quedarme. Me puse a llorar. No pod¨ªa convencerles de que yo no hab¨ªa sido. En un momento dado decid¨ª decirles lo que quer¨ªan para que me dejaran marchar. Llevaba ocho horas en comisar¨ªa. Pens¨¦ que despu¨¦s podr¨ªa buscar a un abogado. Sab¨ªa que no iban a tener pruebas biol¨®gicas y cre¨ª que har¨ªan falta para condenarme".

-?Qu¨¦ quer¨¦is saber?

-C¨®mo entraste en la casa.

-No s¨¦, entr¨¦.

-?Fuiste a la cocina a por un cuchillo?

-S¨ª.

"Yo no sab¨ªa nada, ni siquiera d¨®nde viv¨ªa esa mujer, pero ellos me iban guiando y yo asent¨ªa", recuerda. La confesi¨®n de ese d¨ªa, de la que se desdijo de inmediato cuando busc¨® un abogado, le llev¨® a prisi¨®n. No encontraron nada en su ropa, ni huellas en la casa, a pesar de que la mujer hab¨ªa sangrado mucho y de que la polic¨ªa ten¨ªa la ropa de Eddie. Pero dio igual. Un primer jurado no lleg¨® a un acuerdo sobre el veredicto y el juicio se repiti¨®. La segunda vez fue condenado: de 11 a?os a cadena perpetua.

"Durante a?os record¨¦ esas palabras. Lo que dije ese d¨ªa en la comisar¨ªa me arruin¨® la vida, me cost¨® 10 a?os, la relaci¨®n con mi hija Amanda. Cuando vi a mis hermanos al salir de la c¨¢rcel me di cuenta de que ellos hab¨ªan envejecido, les hab¨ªan pasado cosas. A m¨ª, nada. Todo se par¨®. S¨®lo pod¨ªa hacer ejercicio y rezar para que los otros presos no se enteraran de que me hab¨ªan encerrado por violaci¨®n. Si no, estaba muerto. No es un delito aceptable".

Eddie abandon¨® la prisi¨®n despu¨¦s de 10 a?os, con 32, y estaba ya en libertad cuando se puso en contacto con Innocence Project. Quer¨ªa limpiar su nombre. Como agresor sexual, una vez fuera de la c¨¢rcel ten¨ªa que registrarse cada tres meses e informar de d¨®nde resid¨ªa. El estigma le iba a acompa?ar de por vida. Se hab¨ªa casado, ten¨ªa hijos, era feliz, pero viv¨ªa temiendo que alguien descubriera su pasado.

"Cada vez que iba a casa del sheriff a registrarme me cog¨ªa el d¨ªa libre y esperaba a veces horas hasta asegurarme de que no hab¨ªa nadie en la oficina, que nadie me iba a ver. Era muy humillante. No ten¨ªa amigos. No confiaba en la gente. Hab¨ªa construido un muro a mi alrededor. S¨®lo pensaba en que pod¨ªan enterarse de mi secreto".

En 2003, 12 a?os despu¨¦s de salir de la c¨¢rcel, logr¨® que se declarara su inocencia. Todav¨ªa quedaba semen y sangre. Cuando se enter¨® de que hab¨ªa restos v¨¢lidos para analizar cay¨® al suelo hecho un mar de l¨¢grimas. "En ese momento supe que todo saldr¨ªa bien". La pesadilla llegaba a su fin.

Ahora, Eddie Lowery tiene 49 a?os y vive con su mujer, Teri, y sus dos hijos, Joey y Brooke, en Kansas City, en una casa de las afueras muy parecida a la de Curtis McCarty. Est¨¢ luchando en los tribunales por una indemnizaci¨®n. Teri es fot¨®grafa. ?l trabaja en una empresa de camiones durante la semana, compone canciones y aprende fotograf¨ªa. Los s¨¢bados y domingos, ambos trabajan como fot¨®grafos de bodas. Una de las habitaciones de la casa est¨¢ empapelada con im¨¢genes inmensas de parejas reci¨¦n casadas. "Es lo que m¨¢s me gusta hacer. Ese d¨ªa soy parte de la familia. Disfruto con ellos. Cuando te han quitado la vida, cuando sabes que todo puede arruinarse en un segundo, sabes la importancia de captar la felicidad de un momento".

Eddie Lowery con su amigo Steve.
Eddie Lowery con su amigo Steve.
Condenado a cadena perpetua por asesinato, pas¨® once a?os en prisi¨®nV¨ªdeo: ELPA?S.com

19 a?os al borde de la ejecuci¨®n

CURTIS MCCARTY. Fue condenado a la pena capital por un asesinato que no hab¨ªa cometido. Pas¨® 21 a?os en la c¨¢rcel, 19 de ellos en el corredor de la muerte. El 10 de diciembre de 1982, Pamela Kaye Williams, de 18 a?os, fue encontrada muerta en un barrio residencial de Oklahoma City. La encontraron desnuda, apu?alada y estrangulada en la casa de una amiga que la estaba alojando.McCarty ten¨ªa la misma edad y conoc¨ªa a la v¨ªctima. Era amiga de su novia. Durante los tres a?os siguientes, la polic¨ªa le interrog¨® varias veces como sospechoso, pero no le detuvieron hasta 1985. Pruebas que hab¨ªan sido descartadas en un primer momento sirvieron para inculparlo. Una analista forense modific¨® sus conclusiones para acusar a McCarty. La joven asesinada era hija de un agente de polic¨ªa y el departamento necesitaba encontrar a un culpable. McCarty fue condenado a muerte. La Corte de Apelaciones de Oklahoma declar¨® el juicio nulo por irregularidades, pero fue de nuevo juzgado y otra vez sentenciado a la pena capital. Pas¨® 21 a?os en la c¨¢rcel, 19 de ellos en el corredor de la muerte. Gracias a nuevos an¨¢lisis de ADN, fue liberado en mayo de 2007.

Dijo que era culpable sin serlo

EDDIE JAMES LOWERY. Fue condenado por violaci¨®n y robo a una pena indeterminada de 11 a?os a cadena perpetua. Pas¨® 10 a?os preso.Una anciana de Kansas City fue violada en su casa mientras dorm¨ªa. Era julio de 1981. A la mujer le hab¨ªan cubierto la cabeza con la almohada y no pudo ver al agresor. Esa madrugada, Eddie Lowery se hab¨ªa visto involucrado en un peque?o accidente de tr¨¢fico cerca de la casa de la anciana. La polic¨ªa le detuvo, le amenaz¨®, le retuvo durante horas y ¨¦l acab¨® confesando un crimen que no hab¨ªa cometido para que le dejaran salir de la comisar¨ªa. Fue condenado por la violaci¨®n y el asalto con la ¨²nica prueba en su contra de la confesi¨®n. Pas¨® casi 10 a?os preso, desde los 22 hasta los 32. En 2003, cuando ya estaba en libertad, el ADN demostr¨® que era inocente. Nadie le ha indemnizado a¨²n por el error.

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Sobre la firma

M¨®nica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PA?S. Especializada en temas sociales, cont¨® en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus v¨ªctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ¡®La esclavitud invisible¡¯.

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