La salud como derecho y negocio a la vez
La reforma de Obama pretende considerar la sanidad como un patrimonio ciudadano y no un bien de mercado - Una revoluci¨®n en un pa¨ªs con un sistema m¨¦dico privado, car¨ªsimo e ineficaz
Mientras Europa debate si es necesario avanzar hacia un sistema privado de gesti¨®n de la salud, en el pa¨ªs que se ha erigido como modelo de atenci¨®n m¨¦dica privada el sistema zozobra y se enfrenta a una transformaci¨®n hist¨®rica. La sanidad en Estados Unidos es la m¨¢s cara del mundo. El gasto m¨¦dico supera con creces los dos billones de d¨®lares y, aun as¨ª, 45 millones de personas carecen de cobertura sanitaria alguna. En este pa¨ªs la cobertura sanitaria no es un derecho. De momento, y hasta que llegue la reforma sanitaria que ha prometido el presidente Barack Obama, es un bien de mercado. Y hay quienes pagan por ella con su vida.
A Deamonte Driver, por ejemplo, una caries le llev¨® a la muerte. Falleci¨® en Maryland en 2007, a los 12 a?os, por un dolor de muelas. Su madre no ten¨ªa seguro. El ni?o estaba adscrito a un seguro p¨²blico conocido como Medicaid. Pero muy pocos m¨¦dicos de EE UU aceptan esa cobertura, por la que reciben muy poca compensaci¨®n. En este pa¨ªs un m¨¦dico se puede permitir rechazar a un paciente, en funci¨®n del seguro m¨¦dico que tenga. De este modo, Deamonte se encontr¨® con rechazo tras rechazo.
45 millones de estadounidenses carecen de seguro m¨¦dico
Un ni?o de 12 a?os muri¨® por un dolor de muelas. No ten¨ªa una p¨®liza privada
La factura media de algunos servicios de urgencias es de 1.000 d¨®lares
El sistema es caro para el Estado y aun as¨ª deja poblaci¨®n desprotegida
"Contactamos a much¨ªsimos dentistas, sin ¨¦xito", explica Laurie Norris, abogada del Centro de Justicia P¨²blica de Baltimore, que ayud¨® a la familia de Deamonte. "Al final tuve que exigir ayuda al Departamento de Salud e Higiene Dental de Maryland. El sistema no tiene por qu¨¦ ser tan complicado".
Por no disponer de 80 d¨®lares para sacarle una muela, Alyce, la madre de Deamonte, decidi¨® esperar. Finalmente, cuando el dolor del ni?o pas¨® a ser insoportable, le llev¨® al centro de urgencias del Hospital Sur de Maryland, donde le dieron antiinflamatorios y le devolvieron a casa. Por entonces, el seguro de Deamonte hab¨ªa caducado. En una nueva visita a urgencias, los m¨¦dicos descubrieron que las bacterias del diente podrido hab¨ªan pasado al cerebro. Dos operaciones cerebrales y ocho semanas de cuidados intensivos no sirvieron para nada. Deamonte muri¨® en febrero de 2007. Sus facturas m¨¦dicas ascend¨ªan a 250.000 d¨®lares. ?se es el precio de una vida sin un seguro m¨¦dico digno.
Los hay que tienen m¨¢s suerte y disponen de una p¨®liza que puede proveer la empresa para la que se trabaja. Tambi¨¦n est¨¢ la opci¨®n de pagar un seguro a t¨ªtulo individual. Un importe razonable, para una persona de unos 40 a?os, ronda los 300 d¨®lares mensuales. Cuando la cobertura se debe ampliar a ni?os o ancianos dependientes, el precio puede superar, ampliamente, los 1.500 d¨®lares.
Con estos precios, hay personas que, aunque podr¨ªan hacer el esfuerzo de ahorrar unos d¨®lares para tener cobertura, deciden, simplemente, jug¨¢rsela. En EE UU hay m¨¢s de 45 millones de ellos, personas que tienen que encontrar remedios alternativos y para los que prevenir es, forzosamente, curar.
"Yo voy al m¨¦dico para lo imprescindible", explica Nicole Polec, fot¨®grafa de 28 a?os, residente en el barrio de Brooklyn, en Nueva York. El caso de Polec es una muestra de lo duro que es conseguir un seguro m¨¦dico asequible en una gran capital. El diario The New York Times le dedic¨® a ella y a su generaci¨®n un reportaje en el que explicaba el nacimiento de la cobertura sanitaria "al estilo del h¨¢galo usted mismo". Estos j¨®venes consiguen medicinas de donde pueden. Acuden a centros m¨¦dicos de caridad. Conf¨ªan en remedios naturales como las infusiones o la acupuntura. Y procuran poner el pie en una consulta m¨¦dica s¨®lo para lo imprescindible.
"Yo trabajo para una mujer que no me paga seguro m¨¦dico", explica Polec, que naci¨® en Detroit y se mud¨® a Nueva York hace dos a?os. "Cuando mi jefa va al m¨¦dico, me lleva con ella. El doctor es amigo suyo y me da tratamiento como un favor. Nos las ingeniamos para ir tirando, sin tener que pagar esas sumas tan elevadas cada mes". ?Y si sufre una emergencia? ?Qu¨¦ suceder¨ªa si se le diagnostica una enfermedad grave? ?Y si se ve envuelta en un accidente de tr¨¢fico?
"Bueno, un hospital nunca se puede negar a atenderte. Es un derecho de los ciudadanos. Uno siempre puede acudir a urgencias, y siempre se le tratar¨¢", explica. Es cierto. Un hospital no puede negar, jam¨¢s, la atenci¨®n a alguien que sufra una emergencia m¨¦dica. Si el paciente est¨¢ consciente, el personal de admisiones tratar¨¢ de obtener su n¨²mero de tarjeta de cr¨¦dito. Pedir¨¢ informaci¨®n como su n¨²mero de tel¨¦fono y direcci¨®n para poder enviar facturas.
Pero nunca, jam¨¢s, se le podr¨¢ negar tratamiento o se le podr¨¢ enviar a otro centro hospitalario. Una ley de 1986 establece que "aquellos individuos que necesiten atenci¨®n m¨¦dica urgente
deber¨¢n recibir los chequeos m¨¦dicos necesarios para determinar si en realidad existe una condici¨®n de urgencia".
Con esta ley naci¨® todo un sistema de sanidad paralela, una red de pacientes sin seguro m¨¦dico que s¨®lo acuden al m¨¦dico cuando sufren una urgencia. Y que, muchas veces, no pueden pagar. La factura media de un servicio de emergencias de un hospital de Washington, la capital de EE UU, por tratar dolencias simples como una infecci¨®n de o¨ªdo o una intoxicaci¨®n por consumir alimentos en mal estado supera los 1.000 d¨®lares.
"En casi todas las ciudades hay centros de urgencias financiados con dinero p¨²blico, destinados a tratar a este tipo de personas", explica Darrell J. Gaskin, profesor de Pol¨ªtica Sanitaria de la Universidad de Maryland. "Pero o los que hay son pocos, o est¨¢n lejos de donde estos ciudadanos trabajan u operan a unas horas muy limitadas al d¨ªa. La ¨²nica soluci¨®n es acabar visitando una consulta en la que sabes que no te pueden rechazar".
El hacer de la visita a urgencias un h¨¢bito de salud puede ser una tirita aplicada sobre una herida profunda. Si alguien acude al hospital despu¨¦s de sufrir un desmayo, se le estabilizar¨¢. Pero en el supuesto de que sufra una enfermedad cr¨®nica, como c¨¢ncer, si no da pruebas de tener un seguro o de poder pagar, el centro m¨¦dico tratar¨¢ de darle el alta. "Estos centros podr¨¢n dar el alta al paciente y recomendarle que visite a su m¨¦dico de cabecera para recibir tratamiento a largo plazo. De acuerdo con la ley de 1986, el hospital tiene el derecho de referirle a otro profesional una vez que su vida ya no corre riesgo inmediato", explica Gaskin.
Todos ¨¦stos son los resultados de una transformaci¨®n que, seg¨²n los soci¨®logos, tuvo lugar en EE UU en los a?os ochenta. En aquella d¨¦cada, la cobertura sanitaria pas¨® de ser contemplada como un derecho de la ciudadan¨ªa a ser un bien que deber¨ªa ser regulado por la ley de la oferta y la demanda. "Entonces, el sector m¨¢s conservador del Gobierno y la sociedad convenci¨® al pa¨ªs de que las condiciones del libre comercio podr¨ªan reducir los precios y aumentar la satisfacci¨®n del consumidor", explica James Morone, profesor de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Brown y autor del libro Pol¨ªtica de Reforma Sanitaria.
"Entonces, la izquierda decidi¨® negociar algo que hasta la fecha no hab¨ªa sido negociable. Acept¨® considerar la sanidad como un bien de mercado siempre y cuando hubiera unas excepciones, como que el Estado pagara las facturas de aquellos que no se lo pudieran permitir". As¨ª es como nacieron dos grandes programas que hacen que el gasto p¨²blico en Sanidad en EE UU haya acabado siendo el mayor del mundo sin, en realidad, cubrir a todos los ciudadanos: Medicare y Medicaid.
En t¨¦rminos sencillos, Medicaid es el nombre que reciben las ayudas estatales a los pacientes pobres. El programa conocido como Medicare lo conforman las subvenciones a ayudas sanitarias a los ancianos. Entre ambos, suponen unos 740.000 millones de d¨®lares del gasto del Gobierno federal, un 24% del presupuesto anual estadounidense.
En realidad, y gracias en gran parte a estos dos mastodontes de la inversi¨®n p¨²blica, el Estado norteamericano cubre el 45% de los gastos totales en sanidad del pa¨ªs. Seg¨²n informaci¨®n de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud de 2005, EE UU invierte unos 2.862 d¨®lares anuales por ciudadano en gastos sanitarios. Esta cifra s¨®lo la superan -y no por mucha diferencia- pa¨ªses que aqu¨ª son modelo de atenci¨®n p¨²blica universal, como Suecia, Noruega o Dinamarca.
Si este sistema es tan caro y sigue dejando a su propia suerte a 45 millones de norteamericanos, ?por qu¨¦ sigue estancado en un modelo inefectivo? Hillary Clinton podr¨ªa dar muchas respuestas a esta pregunta. Ella, en sus primeros meses como primera dama, trat¨® de reformar el sistema sanitario, ofreciendo cobertura universal a todos los ciudadanos.
No convenci¨® ni al sector m¨¢s conservador del Congreso ni a los muchos lobbies de empresas m¨¦dicas y aseguradoras, que se gastaron unos 300 millones en campa?as publicitarias y campa?as pol¨ªticas para derrotar la propuesta. Entre ambos hicieron la suficiente presi¨®n como para asfixiar una protesta que tachaban de burocr¨¢tica e innecesaria.
Cuando los republicanos tomaron el control de la C¨¢mara de Representantes y del Senado en 1994 dieron la reforma por muerta. Los medios criticaron entonces la poca habilidad pol¨ªtica de Clinton. "La arrogancia de la primera dama lleg¨® en un mal momento", sentenci¨® la revista Newsweek en un art¨ªculo de 1994. Ella reconoci¨® sus fallos en la campa?a electoral del a?o pasado. "El proceso y el plan mismo ten¨ªan muchos errores", dijo en junio al diario The New York Times. "Intent¨¢bamos hacer algo muy dif¨ªcil y cometimos muchos errores".
El presidente Obama puede aprender de aquellos errores. El pasado jueves comenz¨® oficialmente su proceso de reforma sanitaria con una reuni¨®n con su nominada a secretaria de Salud, Kathleen Sebelius, congresistas dem¨®cratas y republicanos y representantes del sector m¨¦dico y asegurador. Todos se pondr¨¢n a trabajar en un plan que pueda satisfacer a consumidores y a empresarios.
Obama ha llegado a este punto consciente de que pasadas reformas han fracasado estrepitosamente. En la campa?a electoral fue muy cuidadoso a la hora de hablar de pol¨ªticas sanitarias: nunca lleg¨® a prometer cobertura universal completa. El sector m¨¢s progresista del Congreso le est¨¢ forzando a que avance en esta direcci¨®n, y de hecho el presidente ha dicho que una de sus prioridades es dar cobertura a los m¨¢s de 45 millones de norteamericanos que no disponen de seguro.
"Es posible que el presidente, atendiendo al sector m¨¢s progresista del Senado, acabe iniciando los tr¨¢mites que lleven a alg¨²n tipo de cobertura universal", explica Scott Harrington, profesor de Pol¨ªtica Sanitaria en la Universidad de Pensilvania. "Pero es muy improbable que EE UU llegue al nivel de Espa?a. No creo que a nadie aqu¨ª se le pase por la cabeza llegar a un modelo de propiedad p¨²blica de hospitales y centros m¨¦dicos. Pero s¨ª que es probable que se llegue a un punto en el que todos los ciudadanos est¨¦n cubiertos por un seguro u otro".
En su reuni¨®n del jueves, el presidente dijo que "en estos d¨ªas, la necesidad de esta reforma llega desde todos los espectros de la sociedad, desde los doctores, enfermeras, pacientes, sindicatos, empresas, hospitales, proveedores de atenci¨®n m¨¦dica y grupos comunitarios". Ahora, de ¨¦l y de su habilidad pol¨ªtica depende que el sistema cambie s¨®lo aparentemente para seguir siendo lo que es, un bien de mercado en una econom¨ªa en crisis, o que evolucione de verdad para volver a ser un derecho personal.
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