Leer en tiempos de crisis
Los libros gozan de buena salud en plena recesi¨®n. Pero ?deben limitarse a ofrecer una forma barata de ocio y evasi¨®n privados? No. Leer es el paso del yo al nosotros, clave en la forja de una identidad colectiva
Confiemos, por una vez, en las estad¨ªsticas. En nuestro pa¨ªs ha crecido, repiten los datos oficiales, la comunidad lectora. Esta afirmaci¨®n, por s¨ª sola, deber¨ªa ser motivo de satisfacci¨®n tanto para la industria del libro, necesitada de ampliar su cuota de mercado, como para los diferentes poderes p¨²blicos, deseosos de contar, sin duda, con una ciudadan¨ªa atenta, sensible y consciente.
Las reiteradas campa?as de fomento de la lectura pretenden que lo hagamos de manera alegre y gozosa, divertida y espont¨¢nea, dando por sentado que el hecho f¨ªsico e intelectual de leer, con independencia de la calidad, es un valor esencial de la democracia, un nuevo activo ciudadano comparable a la igualdad o a la tolerancia ante la diversidad.
Sostenido por el prestigio de la letra impresa y a precios asequibles, el libro es un valor refugio
'Lee y difunde', se dec¨ªa antes. Es una buena receta contra el fracasado dogma individualista
Las acciones gubernamentales de impulso del h¨¢bito son gen¨¦ricas, transversales, y no especifican o promueven materias concretas, t¨ªtulos o escritores. Lo contrario ser¨ªa, en los reg¨ªmenes democr¨¢ticos, una violenta intromisi¨®n en la autonom¨ªa de la voluntad, un atentado a la libertad de pensamiento, elecci¨®n y empresa. Lea, repite el ministerio correspondiente, lea. El contenido ya lo decidir¨¢ usted -si puede y le dejan- actuando con su fuerza de cliente responsable (sic) sobre la inmensa y apetitosa oferta editorial.
Extender la cultura, sin proponer una definici¨®n de la misma, al cuerpo social a trav¨¦s de los libros preside las intenciones de la Administraci¨®n, intenciones secundadas, con natural empe?o, por las compa?¨ªas productoras. Sin embargo, la lectura moderna, el modo contempor¨¢neo de aproximaci¨®n a las obras, es asumida por una parte mayoritaria de la ciudadan¨ªa -impulsada por estas campa?as y el recuperado prestigio de la letra impresa- como un intento de recreaci¨®n de la imaginaria "vida interior" (perdida ante la permanente exposici¨®n p¨²blica del mundo del trabajo), recreaci¨®n artificial que cubrir¨ªa un espacio vac¨ªo dentro del dominio de la individualidad. En resumen, una alternativa m¨¢s de ocio privado ofrecido por la insaciable sociedad del espect¨¢culo.
Sabido es que la lectura es una actividad individual. Un acto ¨ªntimo provocado por la relaci¨®n entre el sujeto y el libro. Pero si esta acci¨®n no influye en el discurso colectivo dominante, si el trato con las im¨¢genes, personajes, s¨ªmbolos, sensaciones e ideas no genera cr¨ªtica social y, por extensi¨®n, no facilita la participaci¨®n juiciosa de la ciudadan¨ªa en los asuntos p¨²blicos, el hecho en s¨ª quedar¨¢ relegado a la mera intimidad, convirtiendo el ejercicio en una especie de autismo sem¨¢ntico o superflua exaltaci¨®n de la subjetividad: un entretenimiento fugaz. Leer es el paso (necesario) del yo al nosotros. Un salto necesario para la profundizaci¨®n de la identidad colectiva.
Trascender, en aras de la participaci¨®n, ese instante de intimidad que la lectura conlleva es una de las aspiraciones de toda comunidad lectora, de cualquier comunidad democr¨¢tica. Es por esta raz¨®n que, superado el momento de soledad y concentraci¨®n, esos minutos de introspecci¨®n cada vez m¨¢s escasos teniendo en cuenta el ruido reinante, la prolongaci¨®n de las jornadas laborales y la convulsa vida en las sociedades occidentales, se impone el acercamiento de lo le¨ªdo y experimentado al relato com¨²n, a la construcci¨®n m¨²ltiple, contra el pensamiento ¨²nico, del sentido.
O la polis interpreta a sus cl¨¢sicos y contempor¨¢neos con sentido cr¨ªtico y pr¨¢ctico, extrayendo consecuencias de sus miradas, o el individualismo, uno de los dogmas refutados en esta impredecible crisis neoliberal, seguir¨¢ articulando todas las respuestas posibles. Lee y difunde, se dec¨ªa a?os atr¨¢s, cuando las palabras encadenadas influ¨ªan. Los ¨¦xitos editoriales circulan de boca a oreja, se repite ahora.
Impulsado el libro, desde el siglo XIX, bajo la imaginaria entidad de capital cultural circulante, las obras adquieren su verdadero valor, su valor de uso y cambio, cuando las proposiciones e interrogantes que plantean -sean narraci¨®n, ensayo o poes¨ªa- forman parte de los intercambios democr¨¢ticos e integran el discurso activo del cuerpo social. Si Juan Mars¨¦, Bel¨¦n Gopegui, Isaac Rosa, Alejandro G¨¢ndara, Almudena Grandes o Antonio Mu?oz Molina, por citar novelistas actuales, no consiguen generar una sociedad m¨¢s reflexiva, si no sirven a los lectores -acostumbrados a leer sin modificar el escenario- para asaltar los cielos y cambiar los cimientos de la raz¨®n hegem¨®nica, ?cu¨¢l es su funci¨®n? ?Cu¨¢l ser¨¢, en la sociedad posindustrial, la labor del escritor? ?Agitar o entretener? ?Impulsar o sedar? Los m¨¢s respetuosos dir¨¢n: ambas. Para viajar alrededor de la equidistancia no hace falta tanta alforja de papel.
Con la llegada de esta crisis, que algunos llaman sist¨¦mica (estructural, crisis del modelo de producci¨®n) y otros se limitan a calificarla como la m¨¢s grave (coyuntural, crisis del modelo de gesti¨®n) desde la fundaci¨®n del actual orden mundial en el fastuoso complejo hotelero Mount Washington en Bretton Woods (julio, 1944), el sector editorial ha lanzado su valiente premisa y construido su particular storytelling: el libro ser¨¢ uno de los valores refugio del peque?o consumo. Disminuye la demanda, se sostiene, y la recesi¨®n es un hecho emp¨ªrico, pero la lectura se mantendr¨¢ firme -y la industria sufrir¨¢ menos que otras, pese a los previsibles reajustes- ya que los consumidores no podr¨¢n pasar sin su dosis cotidiana de letra impresa, sin su compulsivo y organizado ocio lector. Respiremos tranquilos. El optimismo cultural nos har¨¢ libres.
Estos d¨ªas, parece, vuelven a las librer¨ªas textos del vilipendiado Karl Marx. Keynes y Galbraith son rescatados -zombis altaneros y polvorientos- de los almacenes. A tenor de estas reediciones -aceptando que esta sorprendente premisa sea cierta-, en ¨¦pocas de crisis vuelven las respuestas conocidas, aquellas que fueron olvidadas por la arrolladora presencia, casi militar, de la producci¨®n te¨®rica y literaria de los thinks tanks neoliberales. Pero las claras exposiciones hist¨®ricas, sociol¨®gicas o pol¨ªticas de analistas como Eric Hobsbawm, Vicen? Navarro, Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi, Jos¨¦ Manuel Naredo, Slavoj Zizek, Zygmunt Bauman o Terry Eagleton, por nombrar los m¨¢s conocidos, no aparecen, como debieran, en el paisaje libresco cotidiano.
Vivimos en uno de los pa¨ªses europeos con mayor ¨ªndice de fracaso escolar. Sumemos -un r¨¢pido c¨¢lculo- las horas de permanencia en el puesto de trabajo (el que lo tenga) al tiempo empleado en los desplazamientos. A?adamos a este resultado el promedio de horas, por persona, delante de la televisi¨®n (datos ofrecidos por los ¨ªndices de audiencia), la convivencia con la familia, hijos o amigos, el aseo personal y la intendencia dom¨¦stica, urgencias, imprevistos y el obligado sue?o. Finalizada la cuenta, pocas horas quedan para la lectura. ?Cu¨¢ndo puede el votante medio sumergirse en los cl¨¢sicos o en las modernas obras de Coetzee, Modiano, Saramago, Doris Lessing, DeLillo, Lobo Antunes, Le Carr¨¦ o el recuperado y cinematogr¨¢fico Richard Yates, uno de los creadores que, con m¨¢s claridad, analiz¨®, a?os atr¨¢s, lo que somos? Malos tiempos, sin duda, para Antonio Gamoneda o Manuel Vilas, valiosos e intensos poetas de diferentes y relacionadas generaciones.
Confiemos, una vez m¨¢s, en las estad¨ªsticas: en Espa?a ha crecido la comunidad lectora. Las razones y propuestas que encierran los libros, el punto de vista o la mirada del autor, siguen ausentes del debate, de la escena p¨²blica. La formaci¨®n del gusto -esto es, la tendencia a la uniformidad del sentido e interpretaci¨®n de acuerdo con los intereses dominantes- y la complacencia de los lectores -hemos pasado, en pocos a?os, de susurrar en la trastienda de las librer¨ªas a la exaltaci¨®n de lo sentimental, la aventura con apariencia literaria y el bestseller nacional e internacional- parecen ser los ejes cartesianos que delimitan la creaci¨®n, su actual norma de estilo. Una premisa se alza entre las ruinas del modelo de gesti¨®n capitalista: la lectura es, m¨¢s que nunca, un arma arrojadiza. Un afilado e imprescindible instrumento para afrontar y combatir la inestabilidad, vital y laboral, del presente. La salud de una comunidad -las constantes vitales de una sociedad- se puede diagnosticar, tambi¨¦n, analizando la lista de los libros m¨¢s vendidos.
Manuel Fern¨¢ndez-Cuesta es director-editor de Ediciones Pen¨ªnsula (Grup 62)
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