?Qu¨¦ he hecho yo para merecer esto?
Con nula perspicacia e irremediable antipat¨ªa pens¨¦ ante los primeros largometrajes de Pedro Almod¨®var, tan celebrados entonces y a?orados ahora por tantos espectadores que se declaraban seducidos por la frescura, la irreverencia, la modernidad, el humor, el posibilismo, la originalidad y el estilo del gur¨² de aquella cueva de impostura con pretensiones art¨ªsticas y l¨²dicas denominada movida, que la pasi¨®n que despertaba su cine entre la vanguardia obedec¨ªa a esa cosa tan provisional y epid¨¦rmica llamada moda, que sus hilarantes chapuzas f¨ªlmicas retratando a una fauna estrat¨¦gicamente pintoresca y autoconvencida de que los tiempos estaban cambiando ser¨ªan flor de un d¨ªa.
Prejuicioso y maniqueo, me cost¨® admitir ante la magn¨ªfica ?Qu¨¦ he hecho yo para merecer esto? que este hombre estaba dotado de un notable talento expresivo, una pasmosa facilidad para introducir el surrealismo en personajes y situaciones cotidianas, para reproducir con tanta gracia como desgarro la realidad, para plasmar el argot de la calle y el ritmo de la vida, para crear una tipolog¨ªa de seres humanos y de historias tragic¨®micas con el sello de su universo.
LOS ABRAZOS ROTOS
Direcci¨®n: Pedro Almod¨®var.
Int¨¦rpretes: Pen¨¦lope Cruz, Llu¨ªs Homar, Jos¨¦ Luis G¨®mez, Blanca Portillo, Tamar Novas, ?ngela Molina, Lola Due?as.
G¨¦nero: melodrama. Espa?a, 2009. Duraci¨®n: 126 minutos.
No doy cr¨¦dito a los di¨¢logos, ni me salpica el volc¨¢n de los amantes
La ¨²nica sensaci¨®n que permanece de principio a fin es la del tedio
Tambi¨¦n era evidente que su certidumbre de que era un artista estaba afianzada, que su lenguaje, su tono y sus obsesiones conectaban con una masa notable, con la ¨¦lite y con los intelectuales, los snobs y los experimentalistas, el dise?o y las tendencias. Igualmente desarroll¨®, como Warhol y Dal¨ª, un sentido impresionante de la autopromoci¨®n, de vender inmejorablemente y a nivel internacional hasta el m¨ªnimo suspiro que exhala su irresistible personalidad.
Consecuentemente, su cine jam¨¢s ha conocido el fracaso comercial, el p¨²blico se siente en el placer o en la obligaci¨®n de pasar por la taquilla, independientemente de que salten en estado org¨¢smico o echando espuma por la boca, su prestigio es absoluto en cualquier lugar del mundo supuestamente civilizado, rodeado de halagos y de esa atenci¨®n masiva que ¨¦l sabe crear y que pueden elevar el narcisismo a l¨ªmites de frenop¨¢tico, trascendente y progresivamente barroco, consciente hasta la n¨¢usea de que cualquier cosa que lleve su firma es un acontecimiento cultural y sociol¨®gico.
Y en ese prol¨ªfico e hiperpublicitado camino hay aciertos espectaculares como los de esa comedia mod¨¦lica titulada Mujeres al borde de un ataque de nervios o el sentimiento en carne viva de ?tame, momentos y secuencias en las que la inteligencia, la sensibilidad, la audacia, el sentido cr¨ªtico y la mordacidad de este hombre alcanzan el esplendor en la hierba. Y tambi¨¦n bastantes y enf¨¢ticos disparates, pretenciosas reflexiones, cine tan hinchado como hueco, vampirismo estrat¨¦gico de todo lo que su olfato intuya que est¨¢ de moda en el mercado art¨ªstico, tormentos y emociones de pl¨¢stico aunque pretendan ir lujosamente vestidas, control absoluto en la gestaci¨®n y el lanzamiento de sus criaturas, la molesta sensaci¨®n de que hay demasiado c¨¢lculo en su permanente ambici¨®n de crear arte trascendente. Hablo en primera persona, por supuesto. La expectaci¨®n que desata su cine, los infinitos premios, el boato que rodea a su obra, la condici¨®n que le adjudican de cineasta profundo e inimitable pueden rebatir en cantidad y calidad mis innegociables opiniones respecto a este frecuente y magistral vendedor de humo.
Y a veces te sorprende gratamente. Despu¨¦s de aquella insufrible, cursi y seudol¨ªrica oda al violador enamorado en Hable con ella y del retorcimiento espeso y sin gracia de los traumas y los fantasmas de infancia en la grotesca La mala educaci¨®n, Almodovar habl¨® con brillantez, complejidad, fluidez, dramatismo, encanto, de seres y sentimientos que conoce en la espl¨¦ndida Volver.
Y en funci¨®n de su anterior pel¨ªcula, me asomo a Los abrazos rotos con esperanza, intentando no volverme majara con el alud promocional que est¨¢n montando el genio de La Mancha y su oscarizada musa, con la certeza de que me voy a encontrar el careto de ambos hasta en la sopa. Se supone que es un intenso tratado sobre la pasi¨®n, la p¨¦rdida, el recuerdo y la supervivencia. Hay un guionista ciego que alguna vez vio y fue director de cine. Su dolor parece resignado. Le cuidan una eficiente se?ora y su discotequero hijo. Inicialmente no te provocan demasiado inter¨¦s, aunque deduces que hay pasado borrascoso, misterios por aclarar, que Godot va a aparecer. La temperatura emocional es tibia, ni lo que dicen ni lo que hacen presagian que el pasado de esta gente te vaya a remover.
Y aparece la femme fatale. Se l¨ªa con un tibur¨®n que para no perderla pretende consumar los sue?os de ella, hacerla estrella de cine con un director de primera clase. Pero llega el amor en medio del arte, y los cuernos y la atroz venganza del despechado e implacable villano. Y sigo como un t¨¦mpano, no dando cr¨¦dito a los forzados di¨¢logos que escucho, sin que me salpique lo m¨¢s m¨ªnimo el supuesto volc¨¢n que est¨¢ acorralando a los amantes, ni las doloridas y metaf¨ªsicas reflexiones sobre las heridas irreparables del creador cuando manipulan y alteran el montaje de esa obra amada en la que ha volcado su alma.
Hay infinitas referencias y homenajes a varios cl¨¢sicos del cine para que captemos el compartido y penetrante mensaje sobre la creatividad que plantean Almod¨®var y sus colegas del alma. Y los sentimientos pretenden estar en carne viva, pero como si ves llover. Y lo que observas y lo que oyes te suena a satisfecho onanismo mental. Y no te crees nada, aunque el envoltorio del vac¨ªo intente ser solemne y de dise?o. Y los int¨¦rpretes est¨¢n inanes o lamentables. La ¨²nica sensaci¨®n que permanece de principio a fin es la del tedio. Y dices: todo esto, ?para qu¨¦?
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