Las mejores cartas de Roth

De un modo u otro, en las novelas de Philip Roth emerge siempre la indignaci¨®n contra cualquier forma de manipulaci¨®n del poder. Tanto si se trata de la incomprensi¨®n de una realidad distinta a la suya, como le ocurre al personaje central de Pastoral americana, como si trata directamente de un personaje enfrentado a la historia de su pa¨ªs, tal cual ocurre en La conjura contra Am¨¦rica. Pero en esta ¨²ltima, una novela breve al igual que la admirable Sale el espectro, la indignaci¨®n se convierte en el protagonista de la obra. El Roth ¨²ltimo, el que lucha con la destrucci¨®n f¨ªsica y moral de la vejez, se olvida de este asunto para regresar a los a?os cincuenta, los a?os de la guerra de Corea, la apoteosis de la Norteam¨¦rica racista y reaccionaria pre-kennedyana. Lo cual no deja de ser de gran actualidad tras los a?os de plomo del presidente Bush II.

Marcus Messner es un joven jud¨ªo de 18 a?os que ingresa en un colegio universitario de su Newark natal (y de Roth). Es hijo de un carnicero kosher que, a medida que su hijo crece, se obsesiona con la preservaci¨®n de su vida, convirti¨¦ndose en un mani¨¢tico que lo agobia con toda clase de advertencias y prohibiciones hasta el extremo de hacerle huir a una universidad a 800 kil¨®metros de distancia, en Winesburg, Ohio (?un gui?o a Sherwood Anderson?), un lugar del Medio Oeste m¨¢s conservador. La vida en la universidad es brillante en cuanto a los estudios, pero de dif¨ªcil adaptaci¨®n social, lo que le acaba llevando al despacho del decano. El decano, un antiguo h¨¦roe deportivo y hombre de creencias tan firmes como limitadas, trata de doblegar con una mezcla de suavidad e incomprensi¨®n el car¨¢cter solitario de Marcus y Marcus, que ha pasado de la presi¨®n de su padre a la del decano, estalla -en una escena maravillosa, una de las m¨¢s potentes que ha escrito Roth- y vuelve a estallar en defensa de su libertad. Esa indignaci¨®n manifiesta es el eje que da sentido a toda la novela.

Hay un elemento m¨¢s: el fondo del escenario lo ocupa la guerra de Corea y, con ella, lo que acompa?a a toda guerra: la muerte de los j¨®venes. Marcus estudia, entre otras razones, para librarse de ser reclutado como soldado raso en una guerra en la que cientos de ellos est¨¢n cayendo diariamente. Ese miedo a la muerte es distinto del que siente su padre por ¨¦l. En el padre es el miedo a perder a su ¨²nico hijo, su ¨²nica esperanza de futuro, y lo acosa por preservarlo de ella, no s¨®lo en la guerra, sino en el barrio mismo, temiendo por las malas compa?¨ªas y los vicios callejeros; en el hijo es el deseo de vivir para que le d¨¦ tiempo a ser ¨¦l mismo, a encontrarse con el destino que trata de labrarse con una dedicaci¨®n casi obsesiva al estudio. Ninguno de los dos, por distintas razones, desea que el hijo sea s¨®lo un carnicero de barrio, sino un ciudadano encumbrado gracias a una brillante titulaci¨®n universitaria.

La novela transcurre en siete fases: la lucha con el padre y la salida de casa; el encuentro con la universidad por sus propios medios; el encuentro con una muchacha peculiar, Olivia, con la que pasa de la timidez en el trato a una felaci¨®n por sorpresa; el encuentro -doble- con el decano Caudwell; la progresiva locura del padre y el hartazgo de su madre; la desaparici¨®n de Olivia y, s¨¦ptima y ¨²ltima, la catarsis en medio de una tremenda nevada. En un momento dado, el lector descubre que el narrador (el propio Marcus) dice estar muerto o quiz¨¢ lo finge, lo que podr¨ªa hacer tambalear el principio de verosimilitud; pero, a estas alturas, Roth no se va a dejar atrapar f¨¢cilmente. Lo que s¨ª produce es una medida desaz¨®n, pues Roth se demora en descubrir su mejor carta.

Los personajes quedan soberbiamente construidos con un m¨ªnimo de elementos. Cada uno -excepto el joven Marcus- muestra de s¨ª mismo la cara que necesita el autor, pero esa cara la llena por completo su propia actuaci¨®n. Son personajes funcionales que adquieren la categor¨ªa de complejos, lo cual es una haza?a no infrecuente en Roth, pero aqu¨ª extraordinariamente depurada. El papel que les atribuye es el de rodear el nacimiento de la indignaci¨®n dentro del desarrollo de la personalidad de Marcus Messner, y a fe que lo consigue. Son, adem¨¢s, dentro de una ¨²nica cara, ambivalentes, por eso insisto en la cualidad de haza?a literaria. La madre que visita a su hijo en el hospital, convaleciente de una apendicitis que todos sospechamos que se le ha disparado tras la conversaci¨®n con el decano, introduce entre las emociones quiz¨¢ calculadas un pacto sospechosamente parecido a un chantaje. La muchacha de la que se enamora est¨¢ escondiendo, adem¨¢s de ciertos actos, una historia muy dura, s¨®lo apuntada, pero trazada con unas pocas e impagables pinceladas que son un modelo de empleo de la sugerencia. La progresiva locura del padre tiene un desarrollo lleno de matices que se apoya s¨®lo en dos momentos de exposici¨®n desarrollados con una lucidez impecable. El decano Caudwell, en fin, doblado al final por el presidente de la universidad en un acto p¨²blico donde se resume todo el hervor de la novela, est¨¢ construido sobre un miserable camaleonismo que contiene a la vez la untuosidad, la comprensi¨®n, el paternalismo y el anatema; y el modo en que muestra al lector el paso de un liberalismo de fachada al juicio preconcebido merece estar a la altura literaria de los ejercicios espirituales que recibe el joven Stephen Dedalus en el Retrato del artista adolescente de Joyce.

En suma: ciento setenta y tantas p¨¢ginas le bastan a este sabio y consumado escritor para expresar el sentido de su c¨ªvica indignaci¨®n moral dentro de una historia que concluye dram¨¢ticamente con un muchacho que ha luchado por su libertad personal y moral para acabar acribillado a bayonetazos en una trinchera en Corea y fundirse en la nada. La obra narrativa que viene escribiendo Roth desde El teatro de Sabbath en 1995 es, con alguna excepci¨®n menor, uno de los monumentos literarios m¨¢s grandes que se han levantado en los Estados Unidos desde la segunda mitad del siglo XX. -