Le?a al mono
Se cumplen 20 a?os desde que Fukuyama decret¨® el Fin de la historia y desde entonces nos hemos puesto ciegos a vivir acontecimientos hist¨®ricos. Ahora toca vivir otro que, por lo que parece, amenaza con llevarse tambi¨¦n por delante otra ciencia, la Econom¨ªa. As¨ª, la crisis hist¨®rica que vivimos, adem¨¢s de poner en cuesti¨®n el lugar en el ranking de la Gran Depresi¨®n y de convertirla en la Depresi¨®n Mediana comparada con ¨¦sta, se lleva por el desag¨¹e lo -poco o mucho- que hab¨ªamos llegado a saber de la que Carlyle llam¨® ciencia l¨²gubre y, por lo que ahora vemos, se qued¨® corto.
En este empe?o de arrojar por la borda el acervo de conocimientos econ¨®micos cuando m¨¢s necesario se dir¨ªa su concurso compiten los propios economistas, deseosos de hacerse perdonar los errores de previsi¨®n, opinadores en general, ¨¢vidos de apuntarse a las explicaciones m¨¢s demag¨®gicas y banales que suscitan el aplauso f¨¢cil del respetable y, por supuesto, buena parte de los pol¨ªticos, en quienes suele concurrir la doble condici¨®n de no saber una palabra de Econom¨ªa y, adem¨¢s, no tener problema en afirmar cualquier cosa que piensan que va a sonar bien a unos electores cabreados y ansiosos de encontrar un punching ball sobre el que descargar su furia.
En Espa?a, la banca tal vez ha olvidado alguna virtud, pero no es ni de lejos causante de la crisis
Pero la combinaci¨®n peor -y tenemos un ejemplo en nuestro Gobierno, que Dios guarde, cuyo nombre dejo a la sagacidad del lector- es el economista metido a pol¨ªtico. ?se s¨ª que se convierte en un aut¨¦ntico renegado de su saber y llega m¨¢s lejos que nadie en la defensa de argumentos con que regalar los o¨ªdos de los ciudadanos. Lo que, aqu¨ª y ahora, quiere decir dar m¨¢s le?a a los bancos.
Ha llegado a decir este ministro que los bancos nos han metido en la crisis y a ellos les toca sacarnos de ella dando el cr¨¦dito con la generosidad y alegr¨ªa con la que antes lo conced¨ªan. Ni el diagn¨®stico es correcto, ni la terapia, adecuada.
Si hablamos del sistema financiero espa?ol, es profundamente injusto decir que son los bancos los que nos han metido en la crisis en que estamos. Sin duda ha habido cierta laxitud en la valoraci¨®n del riesgo vinculado al sector inmobiliario -aunque, desde luego, no todos han actuado igual- y en el excesivo apalancamiento permitido cuando no fomentado a familias y empresas. Los bancos y cajas han formado parte del fest¨ªn financiero y tal vez han olvidado algunas virtudes prudenciales que el negocio requiere. Pero no son ni de lejos los agentes causales de la crisis, de la nuestra. Son sujetos pasivos de la sequ¨ªa de cr¨¦dito que tiene lugar en los mercados de capitales a partir de la crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos, y v¨ªctimas del subsiguiente empeoramiento de la econom¨ªa real que restringe la demanda de cr¨¦dito y, sobre todo, deteriora grandemente la calidad del concedido, con crecimientos nunca vistos de la morosidad.
A partir de ah¨ª ?qu¨¦ les toca hacer? Evidentemente, si estamos en una crisis cuya salida pasa por el desapalancamiento, esto es, por la reducci¨®n del endeudamiento excesivo de empresas y familias, no parece razonable pedirle a los bancos que vayan por direcci¨®n contraria, respondiendo al deterioro de la capacidad de pago de los deudores con una relajaci¨®n de los requisitos de solvencia de aquellos. En un contexto en que la morosidad se ha disparado a un ritmo nunca visto anteriormente parece de puro sentido com¨²n operar con una valoraci¨®n del riesgo m¨¢s estricta. M¨¢xime en un entorno de estrechamiento de los spreads (el diferencial entre el precio al que el banco consigue los recursos en el mercado y los presta a los demandantes de cr¨¦dito) que trae consigo un impacto relativo de la morosidad sobre la cuenta de explotaci¨®n mucho m¨¢s elevado.
Es verdad que la banca espa?ola pudo gestionar una tasa de mora muy elevada en la anterior crisis, la de 1992-1994. Pero lo hizo en un entorno de tipos muy elevados, cuando esos spreads eran cuatro o cinco veces superiores a los de ahora. Por tanto, no se puede pedir a los intermediarios financieros que presten con m¨¢s alegr¨ªa, porque la alegr¨ªa de hoy es la quiebra de ma?ana.
?Se puede hacer algo razonable? Probablemente, s¨ª. El objetivo es refinar el scoring, la calificaci¨®n de la capacidad de pago de los demandantes de cr¨¦dito, de tal suerte que no se trunquen proyectos o ideas empresariales viables por falta de financiaci¨®n. Pero estaremos de acuerdo en dos cosas: eso es m¨¢s f¨¢cil de enunciar que de llevar a la pr¨¢ctica en un entorno tan incierto como el actual y, en segundo lugar, probablemente nadie m¨¢s interesado que las propias entidades financieras en ser capaces de esa discriminaci¨®n, porque encontrar deudores sanos es lo mejor que le puede pasar al negocio, que vive justamente de eso: de prestar dinero a quien lo puede devolver.
Ahora bien, convendr¨ªa tener claras algunas ideas previas. Hoy por hoy, las medidas puestas en marcha por el Gobierno (a mi juicio, adecuadas e imprescindibles) para facilitar liquidez a las entidades, a trav¨¦s de las subastas de activos, y permitirles reforzar su solvencia, a trav¨¦s de los avales, no requieren como contrapartida una intromisi¨®n de los poderes p¨²blicos en la valoraci¨®n del riesgo que hagan las entidades a la hora de conceder cr¨¦ditos. El Gobierno no ha dado dinero a los bancos, sino que les ha comprado activos, y les cobra una comisi¨®n por ello. Tampoco ha entrado en su capital, sino que avala su recurso a los mercados de capitales, tambi¨¦n por un precio. Por tanto, la gesti¨®n del riesgo corresponde a los gestores de las entidades en nombre de sus accionistas en el caso de los bancos o de sus grupos interesados en el caso de las cajas. Por supuesto que pueden y deben mantener criterios de inter¨¦s social, que pueden ser socialmente responsables, pero s¨®lo en tanto en cuanto esos criterios se puedan integrar con una correcta gesti¨®n financiera en un momento en el que los errores se pagan m¨¢s caros.
Nada m¨¢s f¨¢cil de explotar, en un momento como ¨¦ste, que la mentalidad anticapitalista que describiera hace 50 a?os Ludwig von Mises. Ning¨²n sitio m¨¢s mollar para ello que este pa¨ªs, donde basta hurgar un poco para encontrar al anticapitalista que todos llevamos dentro. Ning¨²n objeto f¨®bico m¨¢s apropiado que los bancos para descargar sobre ellos la frustraci¨®n. Pero sucede que los grandes bancos espa?oles, adem¨¢s de ser nuestra industria m¨¢s internacionalizada y, en t¨¦rminos relativos, la m¨¢s exitosa, son tambi¨¦n la industria m¨¢s social que tenemos. Santander y BBVA suman m¨¢s de tres millones de accionistas, de los que m¨¢s del 80% son peque?os accionistas espa?oles. Cuidado, pues, con los excesos, verbales o de los otros.
El presidente del Gobierno se ha aprendido una l¨ªnea de gran eficacia a este respecto: "No es momento de grandes beneficios, ni de grandes salarios, ni de rentabilidades a corto plazo, sino de apoyar a las empresas y a las familias". Vale. Pero quiz¨¢ fuera bueno aclarar que ese apoyo a las empresas y a las familias tiene que realizarse con la mayor de las prudencias, y que no se trata de contraponer esos beneficios y las rentabilidades con el apoyo a las familias y a las empresas, porque una pol¨ªtica imprudente no s¨®lo no servir¨ªa para prestar ese apoyo, sino que, en el largo plazo, ¨¦se en el que seg¨²n Keynes todos estaremos muertos, tambi¨¦n dar¨ªa lugar a que no quedara nadie a quien pedir ese apoyo.
Jos¨¦ Ignacio Wert es presidente de Inspire Consultores.
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