La conjura de las placas amarillas
El asesinato de Juan Escobedo se ha convertido en una leyenda para los turistas
La ¨²nica huella que queda del crimen es una plaquita amarilla: "En esta calle mataron al secretario de don Juan de Austria, Juan Escobedo, el 31 de marzo de 1578, noche del lunes de Pascua". Qu¨¦ cosa tan escueta para conmemorar la mayor intriga del reinado de Felipe II. "Para lo que hemos quedado", pensar¨ªa Juan "de" Escobedo, que hasta eso le han quitado. No cabe mucho m¨¢s en estas placas del Plan Memoria colocadas por el Ayuntamiento desde 1991. Hay 320 en toda la ciudad. El Rat¨®n P¨¦rez tiene una (en Arenal "viv¨ªa dentro de una caja de galletas"), y tambi¨¦n la antigua sede de la Inquisici¨®n, en Torija.
Para entrar en la ecl¨¦ctica lista hay dos premisas: que no exista otra placa previa y que se dedique a personas, edificios o escenarios, reales o de ficci¨®n, enraizados en la cultura de la ciudad. Como cualquiera puede proponerlas por carta, se reciben muchas m¨¢s peticiones de las que gestionan. No queda muy claro c¨®mo se deciden, m¨¢s all¨¢ de que dependen del ?rea de las Artes.
Da un poco igual. Para verlas hay que mirar hacia arriba, como hacen los turistas. Los madrile?os nos creemos cada vez m¨¢s neoyorquinos y nos las perdemos. Vamos con la vista al frente, "tarde, tarde, tarde", como el conejo hist¨¦rico de Alicia en el pa¨ªs de las maravillas.
El asesinato Escobedo es uno de los sucesos conmemorados en las 320 placas de la capital. No fue un crimen cualquiera, es cierto. Provoc¨® la ca¨ªda del secretario real Antonio P¨¦rez, el gran conspirador: contrat¨® a Escobedo para que vigilase al herman¨ªsimo Juan de Austria; cuando esp¨ªa y espiado se hicieron amigos, le comi¨® la oreja al rey para que recelase y organiz¨® el asesinato (as¨ª se daba carpetazo en el XVI). Tras perder el favor real huy¨® a Francia y aliment¨® la leyenda negra.
El caso tambi¨¦n cre¨® el mito de la princesa de ?boli como mala mal¨ªsima y salpic¨® al propio Felipe II. "Es un caso fascinante, con muchos puntos negros", dice Nacho Ares, autor de La historia perdida, en la que le dedica un cap¨ªtulo titulado El rey asesino. "La oscuridad de la informaci¨®n de la ¨¦poca cre¨® el misterio", dice el autor, "la mitad de la historia se invent¨® siglos despu¨¦s". ?Se recordar¨¢n en el a?o 2431 las actuales intrigas de espionaje de la Villa? ?Ser¨¢n sus personajes leyenda? "Cuesta creerlo, estamos tan saturados de informaci¨®n...".
Lo de Escobedo fue tan gordo que 430 a?os despu¨¦s hicieron una pel¨ªcula, La conjura del Escorial, estrenada en DVD el mes pasado. El thriller arranca una noche lluviosa en la que Escobedo sufre una emboscada en la esquina de la calle Almudena con Mayor, donde cuelga la placa. Para la pel¨ªcula recrearon el lugar en Toledo porque en la localizaci¨®n real ya no existe la iglesia de Santa Mar¨ªa de la Almudena. Sobre sus ruinas se asoma una de esas esculturas modernas de persona normal. Mucha gente se para a hacerse fotos con el se?or de bronce, muy pocos reparan en la placa. La excepci¨®n es un grupo del paseo Leyendas del Viejo Madrid de Turismo.
La gu¨ªa viene de manifestarse contra el intrusismo de los gu¨ªas no oficiales, "que no respetan la historia". Los unos pasan un examen de la Comunidad, lucen un carn¨¦ y est¨¢n en pie de guerra contra los otros, que suelen ser extranjeros j¨®venes y cobran la voluntad. Est¨¢ tan tensa la cosa que los oficiales desconf¨ªan de cualquiera que tome notas durante el paseo, no vaya a ser que est¨¦ robando informaci¨®n.
Parece un poco exagerado, todas las historias de Madrid que uno necesita est¨¢n disponibles en La Librer¨ªa, una tiendita a dos pasos de la placa de marras. All¨ª editaron Leyendas y an¨¦cdotas del viejo Madrid, de Francisco Azor¨ªn, un caballero de 93 a?os que fue el primero en instruir a gu¨ªas tur¨ªsticos en los a?os sesenta. En su casa uno pasa la tarde dilucidando lo que es historia y lo que es leyenda. La frontera nunca est¨¢ clara: "La fantas¨ªa rellena el vac¨ªo entre los hechos y el tel¨¦fono roto hace el resto". Es parte del encanto. "?Qu¨¦ ser¨ªa de Madrid sin mentideros!", dice el cronista.
Lo que importa es contarlo entretenido y de eso no hay examen de la Comunidad Aut¨®noma de Madrid posible. Azor¨ªn s¨®lo tiene una premisa para narrar, que el oyente no tenga prisa: "Antes la gente hablaba en las plazas, en torno al brasero... hoy no ten¨¦is tiempo para nada". Tarde, tarde, tarde. Aunque sea por llevarle la contr que pasee, mire hacia arriba.
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