La evoluci¨®n mexicana
La idea de que el pa¨ªs est¨¢ desmoron¨¢ndose es moneda corriente en los medios de Estados Unidos. Pero M¨¦xico, aunque tiene el reto de ganar la batalla contra la droga, est¨¢ lejos de ser un "Estado fallido"
Las visiones distorsionadas de Estados Unidos suelen ser muy costosas, especialmente para los latinoamericanos. El viaje de Hilary Clinton a M¨¦xico esta semana es una buena oportunidad para examinar la m¨¢s reciente distorsi¨®n sobre M¨¦xico: la de verlo como un pa¨ªs que es ya, o est¨¢ a punto de ser, un "Estado fallido".
La noci¨®n parece haberse generalizado. El Comando de las Fuerzas Conjuntas (Joint Forces Command) emiti¨® un reciente comunicado en el sentido de que M¨¦xico -junto con Pakist¨¢n- podr¨ªa estar en peligro de un colapso s¨²bito. El presidente Obama est¨¢ considerando el env¨ªo de tropas de la Guardia Nacional a la frontera para detener el flujo de drogas y violencia a Estados Unidos. La idea de que M¨¦xico est¨¢ desmoron¨¢ndose es ya com¨²n en los medios de comunicaci¨®n estadounidenses, para no hablar de los americanos que uno encuentra casualmente y que a la primera insinuaci¨®n preguntan si M¨¦xico se deshar¨¢ en pedazos.
Las fotos de decapitados son publicidad gratuita para los carteles de los traficantes
EE UU deber¨ªa reducir el consumo interno de droga y la exportaci¨®n de armas hacia M¨¦xico
Nada de eso ocurrir¨¢, por supuesto. Conviene hacer el r¨¢pido inventario de los problemas que no tenemos. M¨¦xico es un Estado tolerante y laico, sin las tensiones religiosas de Pakist¨¢n o Irak; una sociedad inclusiva, sin los conflictos raciales de los Balcanes; un pa¨ªs sin los irredentismos nacionales o regionales de Medio Oriente. En M¨¦xico los movimientos guerrilleros nunca han puesto en verdadero peligro al Estado, como s¨ª ocurre en Colombia.
Lo m¨¢s importante, nuestra joven democracia liquid¨® a un sistema pol¨ªtico que dur¨® 70 a?os. Con todos sus defectos, aquel sistema jam¨¢s alcanz¨®, ni remotamente, los perfiles de una dictadura absoluta como la de Mugabe, ni siquiera la de Ch¨¢vez.
La continuidad institucional en M¨¦xico no tiene precedente en la regi¨®n. Se dec¨ªa, con raz¨®n, que el PRI era una monarqu¨ªa con formas republicanas, pero la cr¨ªtica dej¨® de ser v¨¢lida el 2 de julio de 2000, cuando se produjo la alternancia. A partir de entonces, el poder se ha desconcentrado, hay un federalismo efectivo, plena divisi¨®n de poderes, genuina libertad de expresi¨®n y una lucha entre partidos de derecha, centro e izquierda que representan opciones pol¨ªticas reales. Existe tambi¨¦n un Instituto Federal Electoral aut¨®nomo y una Ley de Transparencia para el combate a la corrupci¨®n.
En M¨¦xico las instituciones funcionan: el Ej¨¦rcito se subordina (ahora y desde hace tiempo) al control civil de la Presidencia; la Iglesia sigue representando una fuerza cohesiva; hay una poderosa clase empresarial que no se est¨¢ mudando a Miami, fuertes sindicatos, buenas universidades, importantes empresas p¨²blicas, programas sociales que cumplen razonablemente sus objetivos.
Gracias a todo ello, M¨¦xico ha mostrado una notable capacidad para salir de las varias crisis que hemos tenido, entre ellas la represi¨®n del movimiento estudiantil en 1968; la devaluaci¨®n de 1976; la crisis econ¨®mica de 1982; el triple desastre de 1994 (la guerrilla zapatista, el crimen del candidato del PRI y el devastador derrumbe del peso), y el grave conflicto poselectoral en 2006. Todas las hemos superado y de todas hemos extra¨ªdo lecciones pertinentes.
Entendimos la necesidad de descentralizar y diversificar la econom¨ªa, y firmamos el Tratado de Libre Comercio. Las controversias electorales y la amenaza de la violencia pol¨ªtica condujeron a un acuerdo nacional que desemboc¨® en una transici¨®n democr¨¢tica, ordenada y pac¨ªfica.
No obstante, encaramos problemas enormes. La crisis mundial ahonda ya los dramas ancestrales de pobreza y desigualdad. Pero el problema m¨¢s agudo es el ascenso en poder y crueldad de la criminalidad organizada -drogas, secuestros, extorsiones- y el incremento de los delitos comunes.
Este problema es quiz¨¢ el m¨¢s grave que hayamos enfrentado desde la Revoluci¨®n de 1910 y su inmediata secuela. M¨¢s de 7.000 personas, conectadas en su mayor¨ªa con el tr¨¢fico de drogas o su persecuci¨®n, han muerto desde enero de 2008. Esta guerra contra el crimen (en especial contra aquel derivado de las drogas) no es en forma alguna convencional. Su impacto gravita sobre el pa¨ªs entero. Es una guerra sin ideolog¨ªa, sin reglas, sin un ¨¢pice de nobleza. ?Es una guerra ganable? No, bajo los criterios de la guerra convencional. S¨ª, bajo los criterios de este tipo de guerras: acotando al adversario.
Desde su llegada al poder en 2006, el presidente Felipe Calder¨®n ha enviado a m¨¢s de 40.000 efectivos del Ej¨¦rcito a diversos Estados a combatir a los grupos narcotraficantes, y ha alcanzado algunas victorias en aseguramientos y decomisos relacionados con la droga. A pesar del ¨ªndice de aprobaci¨®n relativamente alto del que goza, el Gobierno no ha logrado tranquilizar a la sociedad. Amplios sectores soportan los hechos como si fueran una pesadilla de la que basta despertar para que desaparezca.
No desaparecer¨¢, y los mexicanos debemos ayudar mediante la movilizaci¨®n p¨²blica, el suministro de informaci¨®n a las autoridades y la atenta vigilancia de representantes electos y funcionarios designados. En la ciudad de M¨¦xico, la participaci¨®n c¨ªvica ha empezado a tener algunos avances.
El Gobierno Federal, por su parte, tiene frente a s¨ª el gigantesco reto de continuar la labor de limpieza en los rincones oscuros de sus fuerzas policiacas y lograr el establecimiento de sistemas de inteligencia que se adelanten a los carteles. M¨¦xico requiere tambi¨¦n de una red carcelaria segura, que no sea un refugio desde el cual los delincuentes sigan conduciendo sus fechor¨ªas y reclutando adeptos. Un cambio institucional urgente que apenas se ha puesto en marcha es el del sistema judicial, que en sus procesos penales es lento e ineficaz. Para todo ello, los mexicanos esperar¨ªamos una mayor cooperaci¨®n pol¨ªtica: lo cierto es que Calder¨®n y su partido est¨¢n librando esta batalla sin un apoyo significativo de los partidos de oposici¨®n, el PRI y el PRD.
Algunos medios impresos tampoco han ayudado demasiado en la tarea. La libertad de prensa es esencial en toda democracia, de eso no hay duda, pero la prensa escrita ha ido m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites de informaci¨®n y comunicaci¨®n publicando continuamente las m¨¢s atroces im¨¢genes de la guerra contra el narcotr¨¢fico, en una pr¨¢ctica que colinda por momentos con la pornograf¨ªa de la violencia. Las fotos de decapitados son publicidad gratuita para los carteles. Ayudan a su causa induciendo en el mexicano com¨²n la idea de que pertenecen, en verdad, a un "Estado fallido".
Si bien los mexicanos asumimos la responsabilidad de nuestros problemas, la caricatura que ahora se propaga en Estados Unidos s¨®lo provoca desesperaci¨®n en ambos lados del R¨ªo Bravo. Se trata, adem¨¢s, de una visi¨®n profundamente hip¨®crita. Estados Unidos es el primer mercado mundial en consumo de drogas y -de acuerdo con las autoridades en ambos lados de la frontera- es tambi¨¦n el principal proveedor de las armas que utilizan los carteles.
Estados Unidos deber¨ªa apoyar a M¨¦xico en su guerra contra los narcotraficantes, ante todo, reconociendo su complejidad. La Administraci¨®n del presidente Obama debe admitir la considerable responsabilidad de su pa¨ªs en los problemas de M¨¦xico. Por equidad y simetr¨ªa, Estados Unidos deber¨ªa hacer su parte y reducir dos cosas: el consumo interno de droga y la exportaci¨®n de armas hacia M¨¦xico. La tarea no ser¨¢ f¨¢cil, pero tienen, por lo menos, una ventaja: nadie piensa que son un "Estado fallido". Y nadie, por cierto, consider¨® que Al Capone y las bandas criminales de Chicago eran representativas de Estados Unidos en su totalidad.
Del mismo modo, en el caso de M¨¦xico, dejemos las caricaturas donde pertenecen: en manos de los caricaturistas.
Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres.
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