La derrota de los combatientes
Hace setenta a?os termin¨® la guerra que inici¨® en julio de 1936 un grupo de militares rebeldes a la Rep¨²blica. El general Franco radicaliz¨® los objetivos del golpe con la meta final de aniquilar al enemigo
El 4 de marzo de 1939 se produjo en Cartagena una revuelta contra el Gobierno de Negr¨ªn. El jefe de Estado Mayor de la Base Naval, que simpatizaba con el bando de Franco, detuvo al coronel Francisco Gal¨¢n, que hab¨ªa sido nombrado hac¨ªa poco como jefe de la misma y que acababa de llegar para tomar el mando. El almirante Buiza, el responsable anterior que iba a ser relevado, amenaz¨® entonces con bombardear el arsenal desde el mar si no se liberaba al coronel que iba a sustituirlo. El episodio es confuso y revela el caos que invad¨ªa entonces a la Rep¨²blica, a punto ya de ser derrotada.
El d¨ªa 5, el mismo en que el coronel Segismundo Casado desencaden¨® en Madrid el golpe de Estado contra Negr¨ªn, Franco orden¨® un gigantesco despliegue de sus fuerzas navales para atacar Cartagena. Hab¨ªa aceptado auxiliar a quienes se rebelaban contra las ¨®rdenes de Negr¨ªn, y que hab¨ªan pedido su ayuda, y dar de paso una exhibici¨®n de su poder¨ªo. La expedici¨®n, en la que participaron 20.000 hombres y cerca de 30 buques, no funcion¨®. Al ver que la falta de planificaci¨®n pod¨ªa condenarla al fracaso, se suspendi¨® in extremis. Las ¨®rdenes de retirada no llegaron a tiempo al Castillo de Olite, que transportaba a soldados que hab¨ªan sobrevivido a la batalla del Ebro y que fue hundido a ca?onazos el 7 de marzo.
El ¨²ltimo objetivo de los luchadores republicanos era enlazar la guerra de Espa?a con la mundial
Defend¨ªan, seg¨²n le escribi¨® Negr¨ªn a Roosevelt, la tolerancia, la libertad y la sana moral
En Cartagena hab¨ªa terminado por imponerse la 226 Brigada republicana, de la 10 Divisi¨®n, mandada por un comunista y desde all¨ª la bater¨ªa de La Pajarola dispar¨® contra las fuerzas enemigas. Tremenda paradoja: la mayor tragedia naval de la Guerra Civil afect¨® a las fuerzas franquistas cuando ya no hac¨ªa ninguna falta que intervinieran. Murieron cerca de 1.500 hombres que transportaba el Castillo de Olite en una operaci¨®n que no sirvi¨® para nada.
Se trataba, en cualquier caso, de un gesto sintom¨¢tico de la manera de proceder de Franco, que estaba a punto de imponerse definitivamente sobre su rival tras m¨¢s de 30 largos meses de una cruenta guerra. A finales de febrero hab¨ªa dado a conocer la Ley de Responsabilidad Pol¨ªtica, sobre la que sostendr¨ªa en los a?os siguientes la brutal represi¨®n contra el enemigo derrotado ya. Ah¨ª quedaba establecido el marco legal para proceder a exterminar no s¨®lo a quienes hab¨ªan peleado, sino tambi¨¦n a cuantos hubieran "entorpecido el triunfo providencial e hist¨®rico del actual Movimiento Nacional".
Y hace 70 a?os, en un d¨ªa como hoy, se ley¨® el c¨¦lebre bando que daba por concluida la Guerra Civil. La paz, sin embargo, no trajo la reconciliaci¨®n entre los espa?oles. Permiti¨® simplemente que los vencedores siguieran desde el poder con su pol¨ªtica de exterminio, que se prolong¨®, por lo menos, hasta 1948, cuando se levant¨® por fin el estado de guerra.
El fil¨®sofo italiano Enzo Traverso reflexionaba hace poco en esta misma p¨¢gina sobre algunas cuestiones relacionadas con los debates que desencadena la recuperaci¨®n de la memoria y afirmaba que "la historia no se reduce a una dicotom¨ªa entre v¨ªctimas y verdugos". Se preguntaba entonces si pod¨ªamos estar seguros de "hacer justicia a los miles de muertos que yacen todav¨ªa en las fosas comunes consider¨¢ndolos simples v¨ªctimas", y observaba: "Muchos de ellos se consideraban m¨¢s bien combatientes, y as¨ª fue como la memoria republicana conserv¨® su recuerdo durante d¨¦cadas".
Los afanes de esos combatientes terminaron hace 70 a?os un d¨ªa como hoy. Hab¨ªan perdido los valores por los que lucharon. En un telegrama que Negr¨ªn dirigi¨® el 6 de enero a Roosevelt, despu¨¦s de que el entonces presidente de Estados Unidos pronunciara unas palabras que pod¨ªan abrigar alguna esperanza de que se cesara el embargo contra la Rep¨²blica (y que recoge ?ngel Vi?as en su ¨²ltimo libro), le explicaba c¨®mo se hab¨ªa enga?ado al mundo sobre el significado de la guerra en Espa?a. Le habl¨® de los ataques de las escuadrillas italiana y alemana y le transmiti¨® que el resultado de la guerra iba a influir decisivamente en los derroteros de Europa en el porvenir. "La historia ser¨¢ inexorable con aquellos hombres de Estado que hayan cerrado sus ojos a la evidencia y con los que por indecisi¨®n hayan dejado poner en riesgo los principios de tolerancia, convivencia, libertad y sana moral que inspiran a la democracia", le escribi¨®.
El Ej¨¦rcito Popular qued¨® destrozado tras la campa?a de Catalu?a, cuando las tropas republicanas cruzaron hacia Francia durante los primeros d¨ªas de febrero. La dimisi¨®n de Aza?a, que se produjo despu¨¦s de que Francia y el Reino Unido reconocieran el Gobierno de Franco a finales de ese mes, complic¨® a¨²n m¨¢s las cosas. Aun as¨ª, Negr¨ªn regres¨® a la zona central con la ingrata tarea de evitar lo peor de un desastre que se adivinaba may¨²sculo, y se propuso resistir mientras ganaba tiempo y articulaba alguna f¨®rmula que permitiera salvar el mayor n¨²mero de vidas. Fue entonces cuando Casado dio el golpe. Lo hizo movido por la idea de que, si acababa con los comunistas, Franco aceptar¨ªa un pacto entre militares y tendr¨ªa as¨ª margen de maniobra para una rendici¨®n menos gravosa.
Para terminar el conflicto de la mejor manera posible, Negr¨ªn propuso en los d¨ªas finales de Catalu?a una paz con condiciones: que Espa?a mantuviera su independencia y que salieran las tropas extranjeras, que el pueblo espa?ol pudiera decidir su destino y que no hubiera represalias ni persecuciones. Franco no acept¨®. Cuando Casado, a mediados de marzo, despu¨¦s de imponerse sobre los comunistas en la zona republicana, solicit¨® negociar la rendici¨®n, Franco s¨®lo le permiti¨® que enviara a tratar con los suyos a dos oficiales sin capacidad alguna de interlocuci¨®n. No pretend¨ªa ceder un ¨¢pice: s¨®lo pretend¨ªa transmitir las ¨®rdenes para que se realizara de la manera m¨¢s eficaz la entrega de las tropas y el territorio republicano.
El golpe de Casado se produjo en un contexto muy concreto: hab¨ªa en la zona republicana un profundo cansancio de la guerra y eran muchos los que deseaban que la pesadilla terminara de una vez. El problema era conocer la verdadera naturaleza del enemigo. No fue la primera vez, aunque s¨ª acaso la m¨¢s dram¨¢tica, en que dentro de la Rep¨²blica hubo quienes pensaban que la guerra estaba perdida. Y que hab¨ªa que buscar la paz. Pero lo que muchos no supieron ver es que Franco no dar¨ªa jam¨¢s ninguna garant¨ªa a los derrotados, que lo que pretend¨ªa era una victoria incondicional. Sin margen alguno para la reconciliaci¨®n.
Por eso la obsesi¨®n por resistir y la obcecaci¨®n en combatir, combatir y combatir. Con la ¨²nica esperanza, como defend¨ªa Negr¨ªn, de que el conflicto se prolongara hasta el inicio de la guerra en Europa, de la que la de Espa?a hab¨ªa sido el mero pr¨®logo. Porque, fuera el final que fuera, lo que se adivinaba era lo que termin¨® por ocurrir: la brutal represi¨®n, la b¨²squeda de la liquidaci¨®n total del vencido, el exterminio.
En la extrema tensi¨®n en la que vivi¨® la Rep¨²blica sus ¨²ltimos d¨ªas, los comunistas se convirtieron en el chivo expiatorio. Eran la fuerza que mejor hab¨ªa canalizado el anhelo interclasista por frenar el avance de las tropas de Franco y terminaron por ser, para algunos, la amenaza inminente de otro proyecto totalitario. Pero lo que el golpe de Casado mostr¨® fue la extrema debilidad de esas fuerzas que iban, te¨®ricamente, a hacerse con el poder. Cayeron en un santiam¨¦n, y la Rep¨²blica tuvo que beber al final el veneno de la divisi¨®n interna. Y Franco entr¨® sin la menor resistencia en Madrid, la ciudad en la que en noviembre de 1936 cada uno de sus habitantes -ni?os, mujeres, ancianos- hab¨ªa sido un combatiente m¨¢s.
Franco cerr¨® todas las puertas a una posible evacuaci¨®n de los millares de republicanos que se hacinaron en el puerto de Alicante con la esperanza de salvar la vida. Al final quedaron unos 2.000, y cuando las fuerzas italianas de Gambarra iban a detenerlos, muchos prefirieron el suicidio. Hab¨ªan arriesgado su vida para defender "los principios de tolerancia, convivencia, libertad y sana moral que inspiran a la democracia", como le dijo Negr¨ªn a Roosevelt en enero de 1939, y prefirieron perderla antes que entregarse al vencedor. "Si pereci¨¦ramos", termin¨® Negr¨ªn aquella nota de hace m¨¢s de 70 a?os, "habr¨ªamos al menos cumplido como colectividad nacional nuestra misi¨®n hist¨®rica y como individuos con el mandato de nuestra conciencia".
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