Abortos y otras malformaciones
Durante la mayor parte de la historia, las leyes han servido para fijar y hacer obligatoria la moral mayoritaria de la sociedad. Hoy tambi¨¦n es as¨ª en muchos aspectos, desde luego, pero adem¨¢s apuntan otro cometido m¨¢s revolucionario: permitir que diversas opciones morales convivan juntas, se?alando l¨ªmites al comportamiento admisible aunque no a la conciencia. Las leyes contempor¨¢neas de las democracias avanzadas no pretenden zanjar todas las disputas morales, sino impedir que lo que unos consideran pecado deba convertirse en delito para todos. Como todo reconocimiento institucional de la libertad de conciencia, ello obliga al inc¨®modo ejercicio de convivir con lo que no nos gusta y aceptar que no se castigue penalmente las transgresiones de lo que nosotros ¨ªntimamente nos prohibimos.
El problema es si vivimos en una sociedad laica, con leyes que distinguen entre delitos y pecados
Me parece muy comprensible que, digan las leyes lo que digan, el aborto siga constituyendo un problema moral para muchos ciudadanos. Es m¨¢s, incluso me tranquiliza sobre la dudosa salud ¨¦tica de nuestra comunidad que sea as¨ª. La responsabilidad por la procreaci¨®n o por su renuncia demuestra una valoraci¨®n de la persona venidera muy estimable y que no debe descartarse como un risible prejuicio. No creo en modo alguno que el aborto sea mera cuesti¨®n de la posesi¨®n de su cuerpo por parte de la mujer y me gustar¨ªa que tambi¨¦n la opini¨®n del progenitor masculino, si decide hacerse responsable, fuese de alg¨²n modo atendida. En este asunto hay muchos dogmas supersticiosos y no todos provienen de los curas... Si alguien me preguntase, yo dir¨ªa que la ¨²nica justificaci¨®n de aborto es precisamente el derecho de quien va a nacer a no llegar al mundo con el rechazo previo de los primeros semejantes que deben acogerle. Bastante peliaguda es ya la cosa sin semejante lastre...
Lo inaceptable en nombre de la convivencia es convertir el asunto en una disputa entre criminales y protectores de la vida, como si la existencia de las personas fuese una cuesti¨®n biol¨®gica y no de interpretaci¨®n social. No son argumentos de obstetricia ni de ninguna otra ciencia los que pueden zanjar legal ni mucho menos moralmente una cuesti¨®n tan delicada que compromete valores fundamentales de nuestra sociedad. Los cient¨ªficos pueden aportar datos indispensables pero siempre abiertos a estimaciones controvertidas, que las leyes tratar¨¢n de reflejar dando protecci¨®n a la libertad de los individuos presentes y tambi¨¦n a la estima que merecen los venideros. Por cierto, ser¨ªa muy aconsejable que esta relativizaci¨®n de las constataciones cient¨ªficas fuese tambi¨¦n aplicada en otros casos de flagrante prejuicio, como la cruzada contra las drogas que tantos da?os sociales y pol¨ªticos acarrea.
Sin duda las organizaciones y ciudadanos contrarios a la reforma de la ley pueden expresar su discrepancia, aunque ser¨ªa bueno que se distinguiese entre objeciones al nuevo texto y al aborto en t¨¦rminos absolutos. Tambi¨¦n la Iglesia cat¨®lica, claro, puede hacerse o¨ªr. Pero de nuevo se plantea el papel p¨²blico de esta influyente entidad privada. Por ejemplo, las procesiones de Semana Santa: o bien son una manifestaci¨®n folcl¨®rica como los sanfermines, que imponen en algunas ciudades limitaciones a la vida urbana de cierto peso y no por todos aceptadas con el mismo entusiasmo, o bien son una expresi¨®n de dogmas de alcance social y pol¨ªtico sectario que ni las autoridades ni el resto de la ciudadan¨ªa tienen que acatar como algo perentorio y universal. Hay mucha gente que se resigna a las v¨ªrgenes apu?aladas y cristos ensangrentados como una tradici¨®n festiva, pese a su l¨²gubre aspecto, pero no se les puede pedir que se entusiasmen con ellas si las ven utilizadas contra su propio derecho a la libertad de conciencia.
Digan lo que digan los autobuses pol¨¦micos, el problema no es si Dios existe o no, sino si vivimos en una sociedad realmente laica, es decir, con leyes que distinguen eficazmente entre delitos y pecados.
Babelia
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