Puerto Lavapi¨¦s, el Madrid castizo y global
Sea la hora que sea, Luisa e Iv¨¢n -pareja, espa?oles, treinta?eros- se asoman a la ventana-faro de su cuarto piso en la madrile?a calle de Argumosa -barrio de Embajadores, distrito Centro, a diez minutos de la Puerta del Sol- y lo que ven bajo su edificio es un puerto gigantesco. Lo indica un cartel: metro de Lavapi¨¦s. Contemplan una boca subterr¨¢nea, que escupe y engulle sin descanso gentes de aqu¨ª y de all¨¢; con o sin papeles; blancos, negros y amarillos; j¨®venes y no tanto; de est¨¦tico buen ver o de f¨ªsico da?ado por la penuria y la droga; de vestir cl¨¢sico o look alternativo; de ch¨¢ndal y deportiva para correr o de uniforme policial para lo mismo; trabajadores, parados, estudiantes, turistas o mirones que vienen y van, de o hacia las calles de Jes¨²s y Mar¨ªa, Valencia, Tribulete, Sombrerete, Zurita... "Incre¨ªble toda la energ¨ªa que se mueve a nuestros pies", comentan Luisa e Iv¨¢n desde lo alto, habituados, pero a¨²n asombrados de ese cocido multi¨¦tnico del que ellos tambi¨¦n forman parte.
'Nos vamos, que estos se?ores querr¨¢n especular', dec¨ªan los de la asociaci¨®n Ladinamo
-?Sabes que a Argumosa la llaman el paseo mar¨ªtimo? A las terrazas viene lo m¨¢s pijo. A ver y ser visto-, dice alguien. Y s¨ª. Se ve que hay clases, capas, generaciones, subzonas, minimundos del barrio de Lavapi¨¦s (no lo es administrativamente, pero s¨ª popularmente). Dicen los expertos que conviven aqu¨ª cuatro grupos de habitantes. Los inmigrantes nacionales, conocidos como vecinos de toda la vida, llegados tras la guerra o en los sesenta y setenta; los internacionales, aterrizados en masa y en ¨²ltima oleada en los noventa; los activistas varios, asociados a la llamada Red de Colectivos de Lavapi¨¦s que, en el exilio o n¨®madas, llevan a?os intentando hacer del barrio un laboratorio de democracia participativa; y los nuevos colonos, en la treintena, de clase media, m¨¢s o menos progresistas en lo pol¨ªtico y social, bohemios, artistas atra¨ªdos por el ambiente castizo, progre y multicultural (ver art¨ªculo de la hispanista Mayte G¨®mez en la revista digital Dissidences, 2006).
As¨ª, lo que se ve a pie de calle en Lavapi¨¦s son visiones a cientos: en una esquina se podr¨ªan o¨ªr las olas al rozar las playas de Senegal; en otra se siente el calor prieto de las callejuelas de T¨¢nger; aqu¨ª, el vapor de la comida especiada en los restaurantes remite a Bangladesh; all¨¢ es tu propia abuela extreme?a o manchega la que aparece, pan en mano reci¨¦n horneado...
A lo que huele en las calles que bajan desde la zona alta y m¨¢s noble (de Sol y Tirso de Molina) hasta la de aluvi¨®n (cercana a la estaci¨®n de Atocha), las de Lavapi¨¦s, Amparo, Mes¨®n de Paredes y Embajadores, es a muelle de carga; a mucho cuerpo y mucha mercanc¨ªa. A producto tangible y colorista, del que se compra y se vende en los establecimientos de chinos, africanos, marroqu¨ªes, paquistan¨ªes, crecidos como setas en los ¨²ltimos a?os. Y a eso otro intangible que cada cual trae consigo: costumbres, a?oranzas, proyectos... todo aquello nacido y/o vivido en esta orilla del mundo, cercana y castiza, o en otra, lejana y multirracial, que cada cual -Osvaldo, Loli, Thiam, Irene, Al¨ª, Haiying, Ngonne-, se llame como se llame, porta como puede en su viaje, del pueblo a la capital; de ?frica, Asia o Am¨¦rica a Europa; del Este al Oeste. A ese bagaje personal que uno guarda en esas fotos, que han sobrevivido al tiempo, a los traslados, hasta a la patera.
Luisa e Iv¨¢n, padres de dos ni?as, una de ellas nacida aqu¨ª mismo, son de los pocos nacionales con criaturas que permanecen fieles a la zona portuaria. Y ah¨ª est¨¢, en un libro-proyecto titulado Nosotros, un ¨¢lbum colectivo del barrio de Lavapi¨¦s, la foto de Leonor, reci¨¦n nacida, en 2005, y Luisa, sujet¨¢ndola en sus brazos. El libro, realizado por Casa ?rabe y dirigido por el fot¨®grafo Juan Valbuena -montado tambi¨¦n en formato exposici¨®n-, es en s¨ª puro punto de encuentro, nada nost¨¢lgico, sino integrador y muy actual. En ¨¦l casi no hay palabras. Pero s¨ª micronarraciones en im¨¢genes. Un centenar de habitantes de Lavapi¨¦s han donado el material. "El objetivo era conseguir hacer como si los vecinos se ense?aran su ¨¢lbum los unos a los otros. Lo que se observa al final es que necesitamos fotografiar y guardar nuestros momentos felices, la gente a la que queremos, los lugares que nos gustan, y lo hacemos para recordar algo o alguien, para demostrar que ¨¦ramos as¨ª o que estuvimos all¨ª".
Est¨¢bamos all¨ª y ahora estamos aqu¨ª. Ana cuenta: "Me cri¨¦ con mis abuelos en Ceuta, ¨¦l era maestro en el barrio de Benz¨². Ahora vivo en Lavapi¨¦s, que a veces me recuerda a Nueva York, donde estudi¨¦". Ibrahim: "Cuando llegu¨¦ a Madrid, en 1993, viv¨ªa en una pensi¨®n de la calle de San Pedro, no hab¨ªa casi nadie de Senegal". Alejandra, ante el retrato de su familia, de barbacoa, en M¨¦xico DF: "Es un instante atrapado en el tiempo. En realidad no s¨¦ si es un instante, porque as¨ª como estamos ese d¨ªa, juntos y felices, me han acompa?ado todos los d¨ªas del otro lado del oc¨¦ano. Hoy cada uno ha seguido su camino, pero gracias a esa imagen siempre creer¨¦ en las barbacoas imposibles y en que cada familia tiene su d¨ªa perfecto". Carmen M.: ?"Nac¨ª en la plaza de Lavapi¨¦s. En verano hac¨ªa tanto calor y hab¨ªa tantas chinches, que los vecinos sacaban los colchones a la calle". Haiying: "Mi marido, Gao, es profesor de chino en Espa?a desde hace seis a?os, yo he venido con mi hijo hace diez meses".
Unas treinta mil personas (un tercio emigrantes de un centenar de nacionalidades) residen hoy, se encuentran y chocan en esta esquina de la capital, que guarda del pasado mucho escenario: sus calles estrechas, entrecruzadas; sus edificios cl¨¢sicos de esos con balc¨®n que pide geranios, de locales bajos con tabernas de mucha gamba y mucho churro; de corralas, ultramarinos y puertas que animan al corro a la fresca; de jaranas y verbenas veraniegas a San Lorenzo; de coches aparcados hasta el ahogo en la misma puerta. "Mi abuelo fund¨® Casa Aquilino en 1902, el restaurante m¨¢s viejo del barrio. Cuando la llevaba yo, la especialidad de la casa eran las pulgas at¨®micas, peque?os bocadillos con una anchoa, un boquer¨®n y un toque de salsa de Tabasco. En las fiestas del barrio vend¨ªamos 5.000 diarias", cuenta Miguel, en la sede de la asociaci¨®n de vecinos y comerciantes ATILA. Su foto y las de otras socias aparece tambi¨¦n en el libro de Valbuena. Todos lo revisan con fruici¨®n: "Mira, eres t¨², Loli, con ese modelo a?os sesenta y los zapatos de plataforma...", dice Isabel.
As¨ª era Lavapi¨¦s; as¨ª es, pero otro: retocado, repoblado, de tr¨¢fico limitado. Demasiado denso. Demasiado poco parque, dotaciones culturales y sociales. Demasiada polic¨ªa. Demasiado intento de controlar toda actividad cultural, adi¨®s a las iniciativas no oficiales y libres -Adi¨®s al deseo de convertir la Tabacalera en proyecto ciudadano: ser¨¢ museo(s) al uso. Y mira las cundas (taxis que llevan a comprar droga al extrarradio) que han vuelto, la suciedad y las peleas que no cesan, tanta inseguridad y tanto inmigrante- Sea como sea, el barrio en s¨ª es siempre tema: c¨®mo debe o deber¨ªa ser. Y lo ha sido ya todo: lugar de acogida, obrero, artesanal, t¨ªpico, okupa, alternativo, cobijo de terroristas del 11-M, de activistas y chorizos, de se?ores rehabilitadores y especuladores, Chinatown, ?frica pura... y siempre atracci¨®n tur¨ªstica, como demuestran esos extranjeros mapa en mano que ahora mismo fotograf¨ªan las dos vacas de la Cow Parade pastando en la plaza.
un mosaico de escenas. Primera: dos bancos a la altura del 29 de Embajadores: uno, ocupado por se?ores blancos; otro, por se?ores negros: los dos hablan del tiempo y el f¨²tbol. Segunda: plaza de Agust¨ªn Lara, adolescentes marroqu¨ªes y africanos juegan juntos subidos a los espigones de hormig¨®n que son las puertas del aparcamiento subterr¨¢neo; al fondo, salen los musulmanes de la mezquita, y otros acuden en busca de cursos de espa?ol a la sede de Paideia. Tercera: Embajadores 35. Local energ¨¦tico, aqu¨ª empez¨® el Ferrocarril Clandestino su lucha por un mundo sin fronteras; aqu¨ª est¨¢n la librer¨ªa Traficantes de Sue?os, Xsto.info, cooperativa de software libre, y otros proyectos del barrio. Cuarta: los de la cooperativa Bajo el Asfalto Est¨¢ la Huerta reparten hortalizas biol¨®gicas en el ex local de las feministas de Eskalera Karakola (donde cuelga este cartel: "Ni G-8. Ni G-20. Ni G-Gaitas. B¨¢ilate la crisis"). Quinta: los comerciantes chinos, que hacen como que no miran a las gitanas guap¨ªsimas cruzando Embajadores. "Si no eres gitano, ni te ven", dice un tal Tcheng. Ellos son ellos, y la compraventa, puro territorio Rastro. Escena seis: "Hola. Hoy voy al barrio", anuncia Valbuena en un mail. "Si tienes a¨²n hueco en tu texto, hay un marroqu¨ª joven que tiene una tienda de dulces" se llama Mustaf¨¢ y cuenta unas historias maravillosas sobre el momento en que pudo dejar de hacer vida de inmigrante".
Preguntes a quien preguntes, hay frase: "Un pueblo en medio de la capital", "Un rompeolas de tendencias", "Nada artificial ni sofisticado, un barrio del siglo XXI". "Estimulante, abierto, te carga de energ¨ªa", dice Alejandra, trabajadora de derechos humanos de un centro p¨²blico pegado a la calle de Embajadores, a trav¨¦s de cuya idiosincrasia, dice, ha conocido Espa?a. "No es verdad que sea peligroso, sino agradable para vivir", opina Ibrahim, senegal¨¦s, trece a?os aqu¨ª. Y el paquistan¨ª Nisar: "Me he mudado hace un a?o de Barcelona, tengo mi tienda y estoy encantado". Dr¨¢stico es el dise?ador Javier Pont¨®n, del estudio Lab-Matic, en Doctor Fourquet: "Esta calle es un meadero de perros y yonquis; y ¨¦ste, un barrio que parece que va a molar, pero nunca acaba de molar; no crecen las iniciativas, librer¨ªas, tiendas de m¨²sica; hay islas, como La Casa Encendida; no hay espacios verdes y el tejido comercial es de ellos y para ellos, los inmigrantes...". Otro tipo de cr¨ªtica fue la de vecinosdelavapies.org en 2006 titulada Lavapi¨¦s Ol¨ªmpico. Aqu¨ª, dec¨ªan, se practica el "trapicheo con relevos, destrozo ol¨ªmpico, desahucio sincronizado, meada estilo libre, cien metros cacas...".
Para unos, Lavapi¨¦s es guay. Para otros, una pena. Esto ¨²ltimo en dos variantes. Una: por la mucha inmigraci¨®n. Dos: por la gentrificaci¨®n, t¨¦rmino al uso de los cr¨ªticos con los planes municipales de rehabilitaci¨®n: se trata de remozar para subir el precio de la vivienda y de paso remodelar el tejido social, es decir, desplazar a los viejos vecinos por otros m¨¢s dotados econ¨®micamente. La asociaci¨®n cultural Ladinamo ironizaba cuando los expulsaron del local que alquilaban: "Nos vamos, que estos se?ores querr¨¢n especular". O Antonio, bloguero, que expone as¨ª su visi¨®n del barrio: "Los que vienen de marcha y est¨¢n hasta las tantas haciendo ruido y me¨¢ndose, son espa?oles; los que alquilan pisos de mierda a varias familias y las hacinan por precios abusivos, son espa?oles; los ni?os guays que vienen a Lavapi¨¦s a comprar coca¨ªna o hach¨ªs porque en su barrio guay la polic¨ªa no deja que eso ocurra, son espa?oles; los empresarios que compran y venden edificios" y que se la trae floja echar a la calle a ancianos, son espa?oles; los pol¨ªticos del Ayuntamiento que pasan del tema y los ciudadanos que aun as¨ª les siguen votando, son espa?oles... Por favor, dejad a los inmigrantes en paz".
"Aqu¨ª es donde queremos vivir", dicen Luisa e Iv¨¢n. Otros tambi¨¦n. Como Bamba, que nunca se mueve de aqu¨ª. Llegado hace tres a?os de Senegal, "en cayuco", cuenta que ahora, con "tanto control de papeles", apenas sale de su casa-patera en la calle del Salitre. Dos habitaciones para diez: unos pocos cent¨ªmetros cuadrados de espacio, nada de trabajo, un juicio pendiente por vender pirata y dos hijos esperando su dinero. "Menos mal que aqu¨ª no sientes nostalgia, aqu¨ª viven unos 30 amigos de Dakar", asegura sentado en el Asturiano de Argumosa. Justo aqu¨ª, levantas la vista y ves la luz del faro de la ni?a Leonor all¨¢ en lo alto.
La exposici¨®n 'Nosotros' se puede ver hasta el 3 de mayo en Casa ?rabe (Madrid). www.casaarabe.es
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