"Siempre mata el p¨¢nico, no el fuego"
Dos bomberos revisitan el incendio del teatro Novedades de 1928
Tras el incendio del teatro Novedades el 23 de septiembre de 1928 el diario El Progreso se hac¨ªa eco de los rumores que corr¨ªan por Madrid: "A algunas de las v¨ªctimas se les han apreciado heridas producidas por arma blanca, lo que hace suponer que algunos, ante el peligro en que ve¨ªan su vida, quisieron abrirse paso a navajazos". Acababan de morir 90 personas (m¨¢s unos 300 heridos) y nadie se explicaba c¨®mo. Al final, la investigaci¨®n forense descubri¨® que no hab¨ªa habido pu?aladas. S¨ª result¨® cierto, sin embargo, que la mayor¨ªa de las v¨ªctimas murieron aplastadas y pisoteadas entre s¨ª en la carrera desesperada por salir a la calle. "Lo que mata no es tanto el humo o el fuego, como el p¨¢nico", explica Juan Carlos Barrag¨¢n, autor, junto a Pablo Trujillano, del libro Historia del Cuerpo de Bomberos de Madrid: de los matafuegos al Windsor.
Acababan de morir 90 personas (m¨¢s de 300 heridos) y nadie se explicaba c¨®mo
Hallaron cuerpos agarrotados tirando de los pelos a los que ten¨ªan delante
Ambos son bomberos y opinan que, de ocurrir hoy, la tragedia se repetir¨ªa. "Fue un c¨²mulo de errores, falta de prevenci¨®n y p¨¢nico", dicen. "La boca de agua del escenario se atasc¨®, bajaron en tel¨®n para que el p¨²blico no se asustase del fuego y la orquesta sigui¨® tocando". Una parte del p¨²blico decidi¨® aun as¨ª abandonar la sala, y al abrir la puerta la corriente de aire levant¨® el tel¨®n avivando el fuego y disparando pavesas sobre las primeras filas.
"Fue como en el incendio de la discoteca Alcal¨¢ 20 [ocurrido casi 60 a?os despu¨¦s] la gente se mata entre s¨ª presa del p¨¢nico", dice Barrag¨¢n. "En el Novedades hallaron cuerpos agarrotados, tirando de los pelos de quienes ten¨ªan delante", a?ade Trujillano. La responsabilidad tambi¨¦n salpica a los poderes p¨²blicos. "Ya entonces se sab¨ªa que los teatros empotrados entre edificios son trampas mortales, sin embargo, el 99% siguen est¨¢ndolo", dicen los bomberos, "pero los pol¨ªticos solo se mojan cuando truena". Se quejan de que no se cuenta lo suficiente con la opini¨®n de los bomberos en las leyes de prevenci¨®n ("que se hacen en los despachos", aseguran) y de que se sigue sin dedicar suficiente dinero a formaci¨®n. Tambi¨¦n faltan efectivos. Seg¨²n la Uni¨®n Europea, deber¨ªa de haber un bombero por cada mil habitantes; en la capital el ratio es la mitad.
Aquel domingo del 28 acudi¨® al servicio todo el Cuerpo: 198 bomberos, ocho capataces, 11 conductores y 10 veh¨ªculos. Hoy cuenta con 1.453 hombres y 209 coches y camiones.
La diferencia no es s¨®lo la cantidad. En el Museo de los Bomberos, en el Parque 8 de Vallecas, se pueden contemplar los antiguos trajes de faena, con cascos de cuero, junto a los modernos uniformes ign¨ªfugos. El nailon ha sustituido a las cuerdas, las bombonas de ox¨ªgeno a los cartuchos de potasa, las mangueras de goma a las de lino, las sirenas a las campanas. Es una pena que el museo est¨¦ en un garaje, tan abandonado que ni calefacci¨®n tiene. Aun as¨ª, un grupo de escolares disfruta la visita, los ni?os siempre han querido ser h¨¦roes de mayores.
La memoria de la gente tambi¨¦n es un museo. En el lugar donde estuvo el teatro Novedades, en la calle de Toledo, hay ahora un Cajamadrid. Los octogenarios escasean en la calle, pero a la vuelta de las esquina, en Antig¨¹edades Palacios, Mariano Palacios luce espl¨¦ndidos 84 a?os y guarda la memoria intacta del suceso que horroriz¨® a la Latina. "La muleta de un cojo se atraves¨® en la escalera y la gente tropezaba, por eso murieron tantos", aporta como una hemeroteca con patas. "El cartel de la funci¨®n de aquella noche lo tiene Flori en El Malacat¨ªn colgado desde hace 80 a?os".
El Malacat¨ªn era una taberna que form¨® parte del paisaje de su infancia. Por entonces, en esos locales s¨®lo se serv¨ªan bebidas. Cuando Mariano era ni?o, el abuelo le llevaba al Malacat¨ªn, pero deb¨ªan ir con la merienda puesta. As¨ª que antes le compraba panes de pi?a y taquitos de jam¨®n. Y all¨ª se presentaban con las viandas el abuelo y Mariano, que jugaba con Flori.
Con la pista, uno llega a esta castiza taberna de la calle de la Ruda, fundada en 1895 y ahora restaurante especializado en cocina madrile?a. "?Hombre, por fin alguien se digna a contarlo!", lanza la hija de Flori D¨ªez cuando se le pregunta por el cartel. Efectivamente, ah¨ª lleva amarilleando desde la noche del suceso. El Malacat¨ªn era el bar de los actores y en cada funci¨®n le tra¨ªan un cartel a los due?os, hasta este ¨²ltimo que decidieron dejar en la pared como homenaje (el ¨²nico) al teatro ca¨ªdo. "Le han salido muchos novios, me han ofrecido dinero, pero no lo pienso vender", dice Flori, de 84 a?os, que recuerda "como si fuese ayer" la noche del incendio; sus padres asistieron a las v¨ªctimas antes de mandarla a refugiarse a una porter¨ªa cercana. Sesenta c¨¦ntimos costaba la entrada para ver La mejor del puerto, en cuyo ¨²ltimo acto se desat¨® el infierno.
La ¨²ltima l¨ªnea del anuncio anuncia inquietante la obra del d¨ªa siguiente en el teatro Novedades: "Ma?ana lunes a las siete de la tarde: Paca la morena".
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