El cordero del sacrificio
Seguramente, nada m¨¢s lejos de sus intenciones, pero la pel¨ªcula de Anton Corbijn parece ilustrar aquella infame observaci¨®n de Margaret Thatcher: "No existe la sociedad". El drama de Ian Curtis se desarrolla en un vac¨ªo social. El mismo Curtis trabajaba en una oficina del paro pero, en la pantalla, los que acuden a ¨¦l en busca de trabajo est¨¢n horriblemente damnificados.
En las pel¨ªculas cl¨¢sicas del free cinema, a las que remite visualmente Control, sol¨ªa intuirse la solidaridad de clase, la red de seguridad de la familia, hasta el orgullo local o regional. Aqu¨ª ni siquiera hay comunicaci¨®n entre los que llevan el mismo apellido o los que comparten un proyecto musical. A trav¨¦s de las canciones de Joy Division, Curtis lanzaba angustiosos SOS, pero en su entorno nadie era capaz de traducirlos.
CONTROL
Direcci¨®n: Anton Corbijn.
Int¨¦rpretes: Sam Riley, Samantha Norton, Alexandra Maria Lara, Joe Anderson, James Anthony Pearson.
G¨¦nero: biograf¨ªa. Reino Unido, 2007.
Duraci¨®n: 122 minutos.
El sistema sanitario brit¨¢nico queda como una broma: Curtis sufre epilepsia y el buen doctor le aconseja que experimente con medicamentos potentes, abundantes en efectos secundarios, hasta que encuentre un remedio aceptable. Aparte de su desdichada mujer, nadie se preocupa por el tratamiento o por su incompatibilidad con el alcohol: el manager, el disquero, los instrumentistas andan demasiado excitados por el impacto de Joy Division en Londres y en la Europa continental; la idea de girar por EE UU resulta tan embriagadora que ignoran el peque?o detalle de que tienen un enfermo grave en sus filas.
Puede que Corbijn haya sucumbido a la tentaci¨®n de exagerar la desolaci¨®n de la vida cotidiana en Manchester en los setenta. Contamos con abundante material complementario para entender la corta existencia de Curtis: el documental de Grant Lee, Joy Division, o la traducci¨®n de Touching from a distance, el libro de la viuda en que se ha basado Control. La honda m¨²sica de Joy Division tambi¨¦n est¨¢ disponible y justifica la pasi¨®n del realizador, un fot¨®grafo holand¨¦s que se instal¨® en Reino Unido, entre otras razones, para estar m¨¢s cerca de aquellos sonidos after-punk que le conmocionaron. Es un fan total: hipotec¨® su casa y acept¨® trabajos mercenarios para financiar Control.
Con todo, Corbijn ha evitado la tentaci¨®n esteticista de muchos magos del videoclip (?y de la publicidad!) que saltan al largometraje. Control tiene una asc¨¦tica belleza, aunque no eclipsa a unos prodigiosos actores. Sam Riley compone un Ian Curtis cre¨ªble, tan fr¨¢gil fuera del escenario como intimidante bajo los focos. Samantha Morton transmite el dolor de la esposa fiel, imposible competidora para la seguidora sofisticada (Alexandra Maria Lara). Es un tri¨¢ngulo arquet¨ªpico, que inevitablemente dinamitar¨ªa cualquier matrimonio convencional.
Vamos a decirlo suavemente: Anton Corbijn no es precisamente la alegr¨ªa de la huerta. Su tendencia al tenebrismo se complica con la necesidad de enderezar el mito fundacional del rock de Manchester. Michael Winterbottom hab¨ªa contado id¨¦ntica historia en la exuberante 24 hour party people (2002), fabulosa cr¨®nica picaresca de la emergencia creativa de Manchester, pero aqu¨ª estamos en los preliminares, cuando Factory Records intentaba establecerse y nadie ten¨ªa un mapa de ruta para semejante aventura. La paradoja cruel es que el suicidio de Ian Curtis legitim¨® el sonido Manchester y el modus operandi de Factory. Hasta sus compa?eros de grupo, retratados en Control como patanes, se reinventaron bajo el nombre de New Order y se transformaron en paradigma del cool de los ochenta.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.