Viernes Santo en la National Gallery
El Viernes Santo de 2008 yo estaba en Londres. Y a primera hora de la ma?ana, decid¨ª ir a la National Gallery a contemplar el cuadro Crucifixi¨®n, de Antonello da Messina. Es la representaci¨®n m¨¢s solitaria de esa escena que conozco. La menos aleg¨®rica.
En las obras de Antonello -y hay al menos 40 cuadros que indiscutiblemente son suyos- hay un especial sentido siciliano de la presencia que no tiene medida, que rechaza toda moderaci¨®n o autoprotecci¨®n. Se puede apreciar eso mismo en estas palabras pronunciadas por un pescador de la costa cercana a Palermo, y recogidas por Danilo Dolci hace algunas d¨¦cadas.
"Hay veces en que miro las estrellas por la noche, especialmente cuando salimos a pescar anguilas, y empiezo a darle vueltas a la cabeza: '?El mundo es real de verdad?'. Yo no me lo creo. Si estoy tranquilo, puedo creer en Jes¨²s. M¨¦tete con Jesucristo y te mato. Pero hay veces en que no soy capaz de creer, ni siquiera en Dios. 'Si Dios existe realmente, ?por qu¨¦ no me da un respiro y un trabajo?" (cita de Sicilian lives. Danilo Dolci. Pantheon, 1981).
En las obras de Antonello hay un especial sentido siciliano de la presencia que no tiene medida, que rechaza toda moderaci¨®n o autoprotecci¨®n
"?Ese bolso de la silla es suyo?". Miro a los lados. Un guardia de seguridad armado me mira con el ce?o fruncido mientras se?ala la silla. "S¨ª, es m¨ªo"
En una Piet¨¤ pintada por Antonello que ahora est¨¢ en el Prado, el Cristo muerto es sostenido por un ¨¢ngel desvalido que apoya su cabeza en la de Jesucristo. El ¨¢ngel m¨¢s conmovedor que existe en la pintura.
Sicilia, una isla que admite la pasi¨®n y rechaza las ilusiones.
Cog¨ª el autob¨²s hasta Trafalgar Square. No s¨¦ los cientos de veces que habr¨¦ subido los escalones que conducen desde la plaza al museo y ofrecen, antes de entrar, una panor¨¢mica de las fuentes vistas desde arriba. La plaza, a diferencia de muchos famosos lugares de reuni¨®n urbanos (como la Bastilla de Par¨ªs) es, a pesar de su nombre, extra?amente indiferente a la historia. Ni los recuerdos ni las esperanzas dejan su huella en ella.
En 1942 sub¨ª los escalones para ir a unos recitales de piano que daba Myra Hess en el museo. La mayor¨ªa de los cuadros hab¨ªan sido evacuados por miedo a los bombardeos a¨¦reos. Hess tocaba a Bach. Los conciertos se celebraban a mediod¨ªa. Escuch¨¢bamos tan callados como los pocos cuadros que hab¨ªa en las paredes. Las notas y los acordes del piano nos parec¨ªan un ramo de flores atadas con una cuerda de muerte. Nos quedamos con el v¨ªvido ramo e hicimos caso omiso del cordel.
En ese mismo a?o, 1942, los londinenses escucharon en la radio por primera vez -creo que en verano- la S¨¦ptima Sinfon¨ªa de Shostak¨®vich, dedicada a la sitiada Leningrado. Hab¨ªa empezado a componerla en la ciudad durante el sitio de 1941. Para algunos de nosotros, la sinfon¨ªa era una profec¨ªa. Al o¨ªrla, nos dec¨ªamos a nosotros mismos que la resistencia de Leningrado, en ese momento seguida por la de Stalingrado, terminar¨ªa por conducir a la derrota de la Wehrmacht por el Ej¨¦rcito Rojo. Y esto fue lo que sucedi¨®.
Es curioso que, en tiempos de guerra, la m¨²sica sea una de las poqu¨ªsimas cosas que parecen indestructibles.
Encuentro la Crucifixi¨®n de Antonello f¨¢cilmente, colgada a la altura de los ojos, a la izquierda seg¨²n se entra en la sala. Lo que resulta tan impresionante de las cabezas y los cuerpos que pint¨® no es simplemente su solidez, sino la forma en que el espacio que los rodea ejerce presi¨®n sobre ellos, y la forma en que ellos intentan resistirse a esa presi¨®n. Es esta resistencia la que los hace tan innegable y f¨ªsicamente presentes. Tras contemplarlo durante un buen rato, decido intentar dibujar solamente la figura de Cristo.
Un poco a la derecha del cuadro, cerca de la entrada, hay una silla. Cada sala de exposici¨®n tiene una, y son para los vigilantes oficiales del museo, que observan a los visitantes, les avisan si se acercan demasiado a un cuadro y responden preguntas.
"Por favor, ?podr¨ªa decirnos d¨®nde est¨¢n las obras de Vel¨¢zquez?".
"S¨ª, s¨ª. Escuela espa?ola. En la sala XXXII. Sigan recto, tuerzan a la derecha al final y luego sigan por el segundo pasillo a la izquierda".
"Estamos buscando el retrato de un ciervo".
"?Un ciervo? ?Se refieren a un ciervo macho?"
"S¨ª, s¨®lo su cabeza".
"Tenemos dos retratos de Felipe IV y en uno de ellos su magn¨ªfico bigote se curva hacia arriba, como hacen los cuernos. Pero me temo que no hay ning¨²n ciervo".
"?Qu¨¦ raro!".
"A lo mejor su ciervo est¨¢ en Madrid. Aqu¨ª, lo que no deber¨ªan perderse es el cuadro de Cristo en la casa de Marta. Marta aparece preparando una salsa para un pescado, machacando ajo en un mortero".
"Hemos estado en el Prado, pero all¨ª no hab¨ªa ning¨²n ciervo. ?Qu¨¦ pena!".
"Y no se pierdan nuestra Venus del espejo. La parte de atr¨¢s de su rodilla izquierda es algo extraordinario".
Los vigilantes siempre tienen dos o tres salas que vigilar, as¨ª que deambulan de una a otra. La silla que est¨¢ junto a la Crucifixi¨®n est¨¢ vac¨ªa por el momento. Tras sacar mi cuaderno de dibujo, una pluma y un pa?uelo, coloco con cuidado mi peque?a bandolera en la silla.
Empiezo a dibujar. Corrijo un error tras otro. Algunos son triviales, otros no. El problema fundamental es la escala de la cruz en la hoja. Si no es la correcta, el espacio circundante no ejercer¨¢ presi¨®n, y no habr¨¢ resistencia. Dibujo con tinta y humedezco mi dedo ¨ªndice con saliva. Mal comienzo. Paso la p¨¢gina y empiezo otra vez.
No volver¨¦ a cometer el mismo error. Cometer¨¦ otros, claro est¨¢. Dibujo, corrijo, dibujo.
Antonello pint¨® cuatro crucifixiones en total. Sin embargo, la escena que m¨¢s repiti¨® fue la del ecce homo, en la que Cristo, liberado por Poncio Pilatos, es exhibido, ridiculizado, y oye a los sacerdotes supremos jud¨ªos exigir su crucifixi¨®n.
Pint¨® seis versiones. Todas ellas son primeros planos de la cabeza de Cristo, rotunda en su sufrimiento. Tanto el rostro como el retrato del rostro son fuertes e inquebrantables. La misma y sagaz tradici¨®n siciliana de captar la medida de las cosas, sin sentimentalismos ni cumplidos.
"?Ese bolso de la silla es suyo?".
Miro de reojo a los lados. Un guardia de seguridad armado me mira con el ce?o fruncido mientras se?ala la silla.
"S¨ª, es m¨ªo".
"?La silla no es suya!".
"Lo s¨¦. He puesto mi bolso ah¨ª porque no hab¨ªa nadie sentado en ella. En seguida lo quito".
Cojo el bolso, doy un paso a la izquierda en direcci¨®n al cuadro, coloco el bolso en el suelo entre mis pies y vuelvo a observar mi dibujo.
"Ese bolso no puede quedarse en el suelo".
"Puede revisarlo: aqu¨ª est¨¢ mi cartera y hay algunas cosas para dibujar, nada m¨¢s".
Sostengo el bolso abierto. Se da la vuelta.
Pongo el bolso en el suelo y empiezo a dibujar otra vez. El cuerpo de la cruz es fin¨ªsimo, a pesar de toda su solidez. M¨¢s fino de lo que uno habr¨ªa podido imaginar antes de dibujarlo.
"Se lo advierto. Ese bolso no puede estar en el suelo".
"He venido a dibujar este cuadro porque es Viernes Santo".
"Est¨¢ prohibido".
Sigo dibujando.
"Si contin¨²a", dice el guardia de seguridad, "llamar¨¦ al supervisor".
Levanto el dibujo para que pueda verlo.
Es un hombre bajo y fornido de cuarenta y tantos a?os. Con ojos peque?os. O con ojos que achica mientras echa la cabeza hacia delante.
"Diez minutos", le digo, "y habr¨¦ terminado".
"Voy a llamar al supervisor ahora mismo", dice.
"Escuche", le contesto, "si tenemos que llamar a alguien, vamos a llamar a alguien del personal del museo y, con un poco de suerte, podr¨¢n explicarle que no hay problema".
"El personal del museo no tiene nada que ver con nosotros", masculla entre dientes. "Somos independientes y nos encargamos de la seguridad".
"?La seguridad? ?Y una mierda!". Pero no lo digo.
Empieza a caminar lentamente de un lado a otro como un centinela. Yo dibujo. Ahora estoy dibujando los pies.
"Cuento hasta seis", me dice, "y luego llamo".
Se acerca el tel¨¦fono m¨®vil a la boca.
"?Uno!".
Me mojo el dedo con saliva para conseguir el gris.
"?Dos!".
Difumino la tinta sobre el papel con mi dedo para marcar el hueco oscuro de una mano.
"?Tres!".
La otra mano.
"?Cuatro!". Se acerca a m¨ª dando zancadas.
"?Cinco! Cu¨¦lguese el bolso del hombro".
Le explico que, dado el tama?o del bloc de dibujo, si hago eso no puedo dibujar.
"?El bolso colgado del hombro!".
Lo recoge y me lo pone delante de la cara.
Cierro la pluma, cojo el bolso y digo "joder" en voz alta.
"?Joder!".
Abre los ojos y mueve la cabeza, sonriendo.
"Lenguaje obsceno en un lugar p¨²blico", anuncia. "Nada menos".
El supervisor se acerca. Relajado, rodea lentamente la sala.
Suelto el bolso en el suelo, saco la pluma y vuelvo a mirar el dibujo. El suelo tiene que estar ah¨ª para limitar el cielo. Con unos cuantos toques, se?alo la tierra.
En una Anunciaci¨®n pintada por Antonello, la Virgen est¨¢ de pie delante de un estante en el que hay una Biblia abierta. No hay ning¨²n ¨¢ngel. Un busto de Mar¨ªa. Los dedos de las manos, apoyados sobre el coraz¨®n, est¨¢n abiertos y extendidos como las p¨¢ginas del prof¨¦tico libro. La profec¨ªa pasa por entre sus dedos.
Cuando llega el supervisor, se queda de pie con los brazos en jarras, m¨¢s o menos detr¨¢s de m¨ª, para anunciar: "Va a salir del museo escoltado. Ha insultado a uno de mis hombres, que estaba haciendo su trabajo, y ha gritado palabras obscenas en una instituci¨®n p¨²blica. Ahora ir¨¢ andando delante de nosotros hasta la salida m¨¢s cercana. Doy por hecho que conoce el camino".
Me escoltan escaleras abajo hasta la plaza. Me dejan all¨ª, y suben corriendo las escaleras con energ¨ªa y con su misi¨®n cumplida. -
Traducci¨®n de Newsclips. De I a J. Exposici¨®n virtual en la que la cineasta Isabel Coixet rinde homenaje a John Berger y a su obra De A para X: Una historia en cartas. Arts Santa M¨°nica de Barcelona. Hasta el 7 de junio. www.artssantamonica.cat/ De A para X. John Berger. Traducci¨®n de Pilar V¨¢zquez. Alfaguara. Madrid, 2009. 202 p¨¢ginas. 16,50 euros.
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