Peque?a magnitud
Ning¨²n artista en su sano juicio puede pretender que la realidad siga siendo lo que es en alguna parte que no sea la realidad y, sin embargo, no hay arte que se sostenga sin enga?o.
Mi vocaci¨®n, a la que he dedicado incontables horas de mi vida, consiste en el sostenido y laborioso af¨¢n de componer cada d¨ªa, con el mayor esmero posible, las obras por las que inevitablemente ser¨¦ olvidado.
Reconozco que cada vez que estoy equivocado opino lo mismo que mis detractores.
Agonizo, pero, aparte de eso, no tengo ninguna raz¨®n para quejarme.
?Qu¨¦ clase de cebra es un le¨®n rayado?
Casi todo lo que escribo nace de mi atracci¨®n y curiosidad por la gente. Desde el punto de vista del aprovechamiento literario, puede decirse que he adoptado al g¨¦nero humano como animal de compa?¨ªa.
Para medir con un margen aceptable de error el tama?o y peso de nuestra paciencia no hay como tratar de asuntos urgentes con personas duras de o¨ªdo.
Tan pronto como se vuelve deleitosa, la estupidez arrastra en l¨ªnea recta a estados elementales de felicidad.
?Existe cr¨ªtica m¨¢s demoledora que el elogio de un imb¨¦cil?
El d¨ªa de mi fallecimiento no quiero caras largas, l¨¢grimas, discursos f¨²nebres ni nada por el estilo en torno a mi ata¨²d. Si tanto me apreciabais buscadme un resucitador.
He decidido apoyar sin restricciones la revoluci¨®n sexual, pues me han asegurado que, ni triunfando en toda la l¨ªnea, obliga a nadie a cumplir sus objetivos.
Dios debe de ser un caso extremo de introversi¨®n. Hace ya largo tiempo que no se le ve.
Tan pronto como se invente una m¨¢quina efectiva de resucitar a los muertos, autom¨¢ticamente las religiones se convertir¨¢n en actividades de ocio.
Un fan¨¢tico de la tolerancia ?es fan¨¢tico o es tolerante?
Que hay formas de vida en otros puntos del Universo, adem¨¢s de en la Tierra, es cosa que no me cuesta admitir. Ahora bien, ?tambi¨¦n hay vino?
A veces me entran deseos de ser Dios para abolir las religiones.
En el curso de una conversaci¨®n a solas he constatado mi simpat¨ªa por el polite¨ªsmo. Al negar a cinco, diez, veinte dioses, tiene uno la impresi¨®n de que ser ateo cunde m¨¢s.
A menudo me levanto de la cama persuadido de una certidumbre, a mediod¨ªa adopto otra distinta y por la noche pienso exactamente lo contrario que por la ma?ana.
Definitivamente la belleza f¨ªsica es un truco. Maldita sea, ese truco ?c¨®mo se aprende?
Fernando Aramburu (San Sebasti¨¢n, 1959) es autor, entre otros libros, de Los peces de la amargura (Tusquets) y es una de las voces del audiolibro La Espa?a que te cuento (Funambulista).
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