Objeci¨®n de conciencia
Oponerse a las leyes injustas que los pa¨ªses europeos han puesto en marcha contra la inmigraci¨®n ilegal es un derecho inalienable de todo ciudadano. A los m¨¢s afectados por la crisis s¨®lo les queda hoy la solidaridad
La actual crisis econ¨®mica mundial se ceba con mayor crueldad con los sectores sociales m¨¢s vulnerables, y a su cabeza, con los inmigrantes indocumentados, convertidos gradualmente en los ¨²ltimos a?os en seres "ilegales", sin patria, trabajo ni futuro. El drama no se desenvuelve s¨®lo en las fronteras de la Fortaleza Europea, ya sean las de la cuenca mediterr¨¢nea, ya del trayecto ?frica occidental a Canarias. Los sospechosos por el color de la piel o sus caracter¨ªsticas "¨¦tnicas" viven atrapados en un laberinto invisible, sin salida alguna. Nos cruzamos con ellos en el metro, por las calles de Madrid, Par¨ªs o Roma, en la ignorancia de la inquietud que les embarga, de su aprensi¨®n a una vida sin horizonte, en precario equilibrio en el filo mellado de una navaja. ?Van a encontrar alg¨²n empleo no declarado, a someterse, como en sus pa¨ªses de origen, a unas condiciones draconianas de alg¨²n explotador sin escr¨²pulos? La posibilidad de acogerse a esta nueva forma de servidumbre resulta, no obstante, cada vez m¨¢s ardua. Los diferentes Estados de la Uni¨®n Europea endurecen las leyes y, por temor de las sanciones previstas en ellas, el n¨²mero de empresarios o patronos que se arriesgan es cada vez menor. Queda, ?cu¨¢n aleatoria y fr¨¢gil!, la tabla de salvaci¨®n de la solidaridad.
La ayuda a nuestros semejantes libres de toda culpa no es ni puede constituir delito alguno
Hay una deriva xen¨®foba contra las etnias sospechosas de ser la causa de nuestros males
En mi reciente estancia en Par¨ªs asist¨ª a la exposici¨®n fotogr¨¢fica de la novelista Carole Achache en el vest¨ªbulo de la alcald¨ªa del distrito und¨¦cimo de la capital: la de una cuarentena de manos an¨®nimas con una breve, casi telegr¨¢fica, historia de las mujeres y hombres que firman o sostienen los expedientes de sus recursos de amparo contra la expulsi¨®n. Vidas colgantes de un hilo: el del impulso humano m¨¢s noble, de una fraternidad condigna a la igualdad radical con nuestros semejantes cualesquiera que sean sus or¨ªgenes, etnia, cultura o religi¨®n. La peque?a asociaci¨®n organizadora del acto es un hermoso ejemplo de ello: sus miembros asumen la defensa legal de los amenazados en su lucha silenciosa por la existencia en el pa¨ªs en donde se refugiaron huyendo de una lobreguez carente de perspectivas. La Red Educativa Sin Fronteras -tal es el nombre de la asociaci¨®n- infringe a sabiendas la normativa que extiende hasta dos a?os el periodo de detenci¨®n de los irregulares, reos del flagrante delito de aspirar a una vida mejor. Carole Achache me present¨® a una de las familias pendientes del papeleo administrativo, en el limbo de la ilegalidad. Los "ilegales" -?puede ser ilegal un ser humano?-, oriundos de la regi¨®n marroqu¨ª de Uxda, hablaban correctamente el franc¨¦s, y sus hijos segu¨ªan con ¨¦xito los cursos del a?o escolar. En el d¨¦dalo kafkiano de una burocracia ajena a sentimiento alguno, la mano hospitalaria que les conduc¨ªa ante jueces, procuradores y abogados era la de alguien consciente de que facilitar alojamiento, comida o asistencia jur¨ªdica la sit¨²a al margen de las leyes vigentes en el ¨¢mbito de la casa com¨²n europea.
Quince d¨ªas antes de este emotivo encuentro -conozco bien el mundo de los Beni Snasen, y la conversaci¨®n con el matrimonio y sus hijos me conmovi¨®- hab¨ªa vivido una experiencia similar en los invernaderos de los campos de N¨ªjar, adonde fui con motivo del cincuentenario del librillo hom¨®nimo. Un veh¨ªculo de la asociaci¨®n Almer¨ªa Acoge nos gui¨® -a m¨ª y al equipo de televisi¨®n que me acompa?aba- por los pasillos abiertos entre aqu¨¦llos hasta el modesto centro de asistencia a los inmigrantes edificado sobre las ruinas de una alquer¨ªa como las que moteaban de blanco el paisaje, tan bello como ¨¢rido, de hace medio siglo. Una construcci¨®n de una sola planta con duchas, sanitarios y una habitaci¨®n con sillas y una mesa donde se imparten clases de espa?ol, sirve de punto de reuni¨®n para los magreb¨ªes y subsaharianos varados, tras una azarosa y potencialmente mortal traves¨ªa, en aquel otro mar refulgente, en cuya superficie de pl¨¢stico el sol reverbera y ciega la vista. A menos de un kil¨®metro di con unas casuchas abandonadas en las que se amadrigaban una docena de inmigrantes sin trabajo ni papeles a la espera improbable de una baraka que les redimiera de la fatalidad del destino. Desde la crisis y el ascenso imparable del n¨²mero de operarios sin empleo, los empresarios agr¨ªcolas que se enriquecieron a costa de ellos act¨²an con mayor cautela. La nueva Ley de Extranjer¨ªa castiga con multas de 500 a 10.000 euros a quienes no den de alta al trabajador extranjero en la Seguridad Social o incumplan las normas de la contrataci¨®n laboral. Pero esta ley que sustituye la dictada por Aznar en 2001 -modificada posteriormente tras su derrota electoral- no establece diferencias, sino en el grado de la pena impuesta entre empresarios negreros y quienes, como Almer¨ªa Acoge, obedece al imperativo ¨¦tico de la hospitalidad. Sus voluntarios, como los de la peque?a asociaci¨®n parisiense, profesan, no obstante, los principios formulados en la Declaraci¨®n de Derechos Humanos de Naciones Unidas, unos principios de validez universal. El que la Uni¨®n Europea les vuelva la espalda como sucede desde hace alg¨²n tiempo, sobre todo desde el desplome financiero del casino global y el pinchazo de la monstruosa burbuja inmobiliaria, no es raz¨®n suficiente para renunciar a ellos: la ayuda a nuestros semejantes libres de toda culpa no es ni puede constituir delito alguno.
Escribo esto mientras leo a diario en la prensa cuanto acaece en las fronteras mar¨ªtimas de nuestra Fortaleza. El bello y estremecedor testimonio de mi amigo Daniel Rondeau ('Boat people d'Aujord'hui', Le Monde, 26-3-2009), embajador franc¨¦s en Malta, nos informa puntualmente de las incidencias de la traves¨ªa cruel de Sur a Norte de decenas de millares de mujeres, hombres y ni?os exang¨¹es que tienen la suerte de orillar en la isla, en Pantelaria o en las costas italianas -"obligados a trabajar para pagar su viaje, robados siempre, a veces abandonados a una muerte segura en pleno S¨¢hara y sujetos en cada etapa de su periplo a su extorsi¨®n por polic¨ªas, aduaneros y traficantes"- para ser "acogidos" en un centro de retenci¨®n y devueltos en la mayor¨ªa de los casos a sus pa¨ªses de origen. Con las actuales leyes, muchos pesqueros temen socorrerlos de un inminente naufragio por las complicaciones legales que ello acarrea y se limitan a se?alar su presencia, a veces demasiado tarde, al Centro de Control Mar¨ªtimo y Salvamento. La antigua y noble solidaridad resulta hoy conflictiva.
El retroceso c¨ªvico y social del Viejo Continente en los ¨²ltimos a?os es un indicativo de los tiempos peores que nos aguardan si no tomamos la iniciativa de denunciarlo. El censo gitano de Berlusconi, azuzado por los clamores racistas de una jaur¨ªa movilizada por la Camorra napolitana; el proyectado en Francia por Sarkozy, cuyo doble filo -menos proteccionista que discriminador- inquieta con raz¨®n a quienes guardan el recuerdo del impuesto por Vichy a los jud¨ªos; los cupos de expulsi¨®n de "irregulares" aplicados ya en Francia, Italia y en nuestro pa¨ªs, pese a los desmentidos oficiales, acrecientan los temores a una deriva xen¨®foba contra las etnias sospechosas de ser la causa de cuantos males nos abruman. Las pegatinas con el lema "espa?ol parado, inmigrante expulsado", de una inquietante Alianza Nacional que salpicaban las paredes de algunos barrios sevillanos resumen el sentimiento de rechazo y demonizaci¨®n de quienes emigraron como nosotros hace cincuenta a?os.
El manifiesto para la reforma de la ley, Salvemos la hospitalidad, promovido por Soledad Gallego-D¨ªaz en su magnifico art¨ªculo de Opini¨®n en estas mismas p¨¢ginas (8-3-2009) merece el apoyo de todos. La solidaridad y el respeto de los derechos humanos no pueden ser delito ni infracci¨®n como lo fueron en un pasado dif¨ªcil de olvidar. Vayamos a la ra¨ªz de los males: a los pa¨ªses expoliados por el colonialismo y las satrap¨ªas que le sucedieron. Habr¨ªa que devolver all¨ª los millones robados por sus cleptocracias y las nuestras, y evitar as¨ª el peaje de vida o de muerte de quienes convierten el Mediterr¨¢neo, como le¨ª recientemente, en tumba abierta. La objeci¨®n de conciencia a una ley injusta es un derecho inalienable de todo ciudadano.
Recordar¨¦ por en¨¦sima vez las palabras de Sahrazad en las Mil y una noches, palabras cuya n¨ªtida desnudez desmonta las argucias de los Berlusconi que hoy medran y gobiernan: "El mundo es la casa de quienes carecen de ella".
Juan Goytisolo es escritor.
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