Lo que est¨¢ pasando
Para salir de la grav¨ªsima crisis econ¨®mica a la que se enfrenta el mundo hay que acabar con el despilfarro, tenemos que ser m¨¢s ecol¨®gicos y utilizar los recursos de forma muy productiva
Cu¨¢l es el escenario en el que nos estamos viendo inmersos, cada d¨ªa con m¨¢s certidumbre, cada vez con mayor dramatismo? Los datos son inequ¨ªvocos. Estancamiento, en el mejor de los casos, o decrecimiento del producto interior bruto (PIB); aumento del desempleo, galopante en varias econom¨ªas, por ejemplo en la espa?ola; ca¨ªda generalizada de la inversi¨®n; hundimiento del consumo; oferta de cr¨¦dito muy inferior a las necesidades que de cr¨¦dito existen. ?Qu¨¦ est¨¢ sucediendo? ?Por qu¨¦ est¨¢ sucediendo?
En la evoluci¨®n temporal de los sistemas econ¨®micos se dan dos tipos de tensiones. Algunas se pueden solucionar con relativa facilidad, pues para hacerles frente es suficiente con variar uno, o a lo sumo dos, par¨¢metros econ¨®micos; otras tensiones del sistema econ¨®mico, en cambio, suelen tener una evoluci¨®n demoledora.
El grado de endeudamiento de las personas y las empresas ya no puede crecer m¨¢s
Debemos aplicar cambios profundos y permanentes que afectar¨¢n a nuestro modo de vida
Las primeras, las recesiones coyunturales, pueden ser puntualmente intensas, pero, cuando menos, tienen la virtud de ser relativamente breves; las segundas, por el contrario, son intensas, prolongadas, dram¨¢ticas. A lo largo de la historia, el n¨²mero de esta segunda clase de tensiones es escaso, pero su duraci¨®n puede dilatarse largamente en el tiempo. Son las crisis sist¨¦micas.
Las crisis sist¨¦micas se caracterizan porque al estallar afectan al propio funcionamiento del sistema y a fin de salir de ellas es preciso sustituir o modificar en profundidad algunos elementos constitutivos del mismo, de forma que se introduzca en ¨¦l una nueva forma de operar. La crisis de 1929, que condujo a la Gran Depresi¨®n, fue de estas caracter¨ªsticas. La crisis ante la que ahora nos hallamos tambi¨¦n lo es.
El crash de 1929 se produjo porque el modo de funcionamiento del sistema se agot¨®: el incremento tan elevado de la productividad habido a partir de 1923 dio lugar a una oferta que no pudo ser absorbida por la demanda, porque ¨¦sta era limitada e insuficiente; los instrumentos que se aplicaron, tratando de revertir la situaci¨®n, no funcionaron debido precisamente a que eran hijos de la situaci¨®n que pretend¨ªan arreglar y, en consecuencia, estaban viciados por ella. La verdadera soluci¨®n de esa crisis no lleg¨® en realidad hasta 1950, cuando se dot¨® al sistema de una nueva forma de funcionar.
Actualmente est¨¢ sucediendo algo muy semejante. El impulso creado por los cambios introducidos en el sistema a partir de 1950 qued¨® agotado en 1973, que es el momento en el cual se hizo patente que el precio de las commodities, en especial el precio del petr¨®leo, no iba a continuar siendo tan bajo como hasta entonces. Como reacci¨®n, se introdujeron cambios que permitieron mejorar la productividad, pero el resultado de ese incremento fue la desvinculaci¨®n del crecimiento econ¨®mico de la creaci¨®n de empleo, y esta circunstancia acab¨® incidiendo en el equilibrio entre la oferta y la demanda, en un entorno de creciente inestabilidad monetaria. La soluci¨®n a este problema no resuelto lleg¨® en 1991 y qued¨® reforzada en 2002.
Fue ingeniosa y simple: los problemas se resolvieron con un aumento exponencial del volumen de cr¨¦dito concedido a familias y empresas; y el resultado fue brillante: la inversi¨®n aument¨®, a la vez que lo hac¨ªa el consumo, mientras que el desempleo provocado por la oleada de deslocalizaciones fue en parte enjugado por un sector servicios en constante progresi¨®n.
Entre el a?o 2003 y mediados de 2007, con unos tipos de inter¨¦s excepcionalmente reducidos, y con una, en la pr¨¢ctica, total liberalizaci¨®n en el tr¨¢nsito de capitales, el PIB comenz¨® a crecer empujado por la inversi¨®n y por el consumo, a la vez que la deuda privada se disparaba en todas las econom¨ªas, aunque en unas m¨¢s que en otras. El desenlace es conocido.
Hoy hemos alcanzado un momento en el que este modo de operar se ha agotado. Y no es que se haya agotado desde una perspectiva s¨®lo financiera, sino que lo ha hecho en un nivel puramente f¨ªsico: el grado de endeudamiento de las personas y de las empresas ya no puede crecer m¨¢s. Sin ir m¨¢s lejos, en el caso de Espa?a, el endeudamiento familiar y empresarial supera en dos veces el valor a?adido que la econom¨ªa espa?ola genera en un a?o. Y en el caso de Estados Unidos, el endeudamiento es mayor que el valor de la producci¨®n estadounidense correspondiente a bastante m¨¢s de tres a?os. No es posible que todo ese volumen de deuda contin¨²e creciendo. Pero a la vez, no es posible que se contin¨²en despilfarrando recursos tal como se han estado despilfarrando hasta ahora. Y no es posible, no s¨®lo desde el punto de vista de la ecolog¨ªa, sino por mera eficiencia del propio sistema.
El actual modo de funcionamiento del sistema productivo, desde su mismo origen, fue altamente despilfarrador. Part¨ªa de una base err¨®nea, ya que supon¨ªa que la cantidad de recursos de los que pod¨ªa disponer era ilimitada. De todos los recursos, desde el petr¨®leo hasta el uranio, desde el cobre hasta el agua. Por consiguiente, el modo de producci¨®n puesto en funcionamiento por nuestro sistema no se paraba a pensar en la eficiencia en el uso de tales recursos. En todo caso, la preocupaci¨®n era, tan solo, c¨®mo obtener los recursos precisos al m¨¢s bajo precio posible. Y debido a que durante muchos a?os el precio de las commodities fue muy reducido, la eficiencia en el uso de los recursos continu¨® brillando por su ausencia.
La crisis de 1973 concienci¨® a las fuerzas productivas de que la productividad ten¨ªa que mejorarse porque el precio de los recursos comenz¨® a aumentar, pero las fuerzas productivas continuaron actuando como si la cantidad disponible de recursos fuera infinita, lo que no es cierto. No lo era entonces ni lo es ahora. Hoy se sabe que el n¨²mero de a?os durante los que podremos disponer de petr¨®leo o de uranio a un precio asumible es muy limitado, y que el agua potable es cada vez m¨¢s escasa, y que el cobre f¨¢cil de obtener no es infinito.
El cambio sist¨¦mico que traer¨¢ la crisis que estamos comenzando a padecer y que se pondr¨¢ de manifiesto de forma especialmente dram¨¢tica a mediados de 2010 nos har¨¢ desembocar en una situaci¨®n en la que, tarde o temprano, el propio sistema comprender¨¢ que los remedios que se han ido estableciendo desde el a?o 2007 no sirven de nada.
Y cuando por fin llegue ese momento, la salida de la grav¨ªsima y terrible situaci¨®n a la que el mundo se enfrenta tendr¨¢ que consistir en la toma de conciencia de algo que deber¨ªamos haber comprendido hace tiempo. A saber: que la eficiencia en el uso de los recursos debe regir de forma prioritaria la toma de decisiones, y que es a trav¨¦s de la mejora continuada de la productividad como se pueden conseguir los cambios necesarios para ver la salida de la crisis.
Dicho as¨ª no suena mal: hay que acabar con el despilfarro, tenemos que ser m¨¢s ecol¨®gicos, debemos utilizar los recursos de forma muy productiva. No suena mal, pero todos, Gobiernos, empresas y ciudadanos, debemos comprender y aceptar que para funcionar de ese modo tenemos que aplicar cambios dr¨¢sticos y profundos, que afectar¨¢n muy notablemente a nuestro modo de vida. Y son unos cambios que tendr¨¢n que ser, adem¨¢s, permanentes. Introducir esos cambios, teniendo en cuenta que son de gran calibre, no es sencillo para nadie. Ni sencillo ni agradable, sobre todo al principio.
Santiago Ni?o Becerra es catedr¨¢tico de Estructura Econ¨®mica del IQS (Universitat Ramon Llull), y acaba de publicar El crash del 2010. Toda la verdad sobre la crisis (Los Libros del Lince)
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