La gran seductora
No hay que darle excesivas vueltas. La mezzosoprano romana Cecilia Bartoli es un animal esc¨¦nico excepcional. Las claves del ¨¦xito no tienen para ella ning¨²n secreto. Del ¨¦xito apote¨®sico adem¨¢s. Su arrolladora personalidad se impone sobre todo lo dem¨¢s. No importa que en esta ocasi¨®n no haya venido arropada por un programa del estilo de "?pera prohibida" o del dedicado a rememorar a Mar¨ªa Malibr¨¢n. Lo de "soir¨¦e rossiniana", con el que se anunciaba el recital del Real, ven¨ªa un poco forzado, y a Rossini le acompa?aban los otros dos mosqueteros principales del bel canto -Bellini, Doni-zetti- y algunos compositores muy queridos por Cecilia Bartoli, desde Manuel Garc¨ªa a Mar¨ªa Malibr¨¢n o Pauline Viardot.
CECILIA BARTOLI
Con Sergio Ciomei al piano. Soir¨¦e rossiniana. Canciones de Rossini, Bellini, Donizetti, Pauline Viardot, Manuel Garc¨ªa y Mar¨ªa Malibr¨¢n. Festival Ellas Crean. Teatro Real (Madrid), 16 de abril.
Haga lo que haga, Cecilia Bartoli seduce. Por entrega, por energ¨ªa, por alegr¨ªa, por una sabia utilizaci¨®n de sus recursos vocales y expresivos, por su carisma. No hay un solo pero que poner a su torrencial profesionalidad pisando un escenario, a su irresistible magnetismo. Asombra y arrastra desde el gesto, desde la simpat¨ªa, desde la fuerza interpretativa. Todo ello tiene mucho m¨¦rito.
El tema de la ortodoxia de sus versiones es harina de otro costal. La personalidad de Cecilia Bartoli se asienta desde la heterodoxia. Al menos en los recitales. La ¨®pera requiere otro tipo de disciplina. Pero en un recital Bartoli toma de los autores que selecciona sus melod¨ªas, y m¨¢s que servirlas al pie de la letra las adapta a sus posibilidades. O a sus virtudes, si se quiere. As¨ª, desde el punto de vista estil¨ªstico, su Bellini es m¨¢s que discutible. O mejor, es un Bellini a lo Bartoli. Muy adornado. Y en Rossini el lema de "melod¨ªa sencilla, ritmo claro" se convierte en "melod¨ªa Bartoli, ritmo Bartoli" con las coloraturas de la casa y un manejo de los tiempos a veces caprichoso y efectista. Incluso con detalles de un evidente manierismo. Bartoli ha conquistado ese sentido de la libertad tan apreciado por los artistas de verdad. Y transmite esa libertad a los espectadores, que o bien la adoran o bien la detestan. No hay t¨¦rmino medio. Claro que estos ¨²ltimos se quedan en casa y no van a sus recitales.
En un recital de Cecilia Bartoli pasan muchas cosas y es pr¨¢cticamente imposible resistir al despliegue de sus abundantes encantos. Puede resultar m¨¢s bien escasa la evoluci¨®n psicol¨®gica de los tres tiempos de la regata veneciana, de Rossini, o exagerados los adornos de la Canzonetta spagnuola, pero es dif¨ªcilmente superable el embrujo de sus canciones napolitanas, la gracia de Yo que soy contrabandista, de El poeta calculista, de Manuel Garc¨ªa, o la fascinaci¨®n de la Habanera de Pauline Viardot. La mezzosoprano -que actuar¨¢ tambi¨¦n en Valladolid, Castell¨®n y Barcelona- irradia una vitalidad incomparable, toca las casta?uelas, baila, r¨ªe, cuida al l¨ªmite su vestuario. Funde en una sola sensaci¨®n la vida y el teatro. Y ejerce de gran diva, sin perder ese lado pr¨®ximo y afectuoso. Es un espect¨¢culo verla. Es una artista de hoy. El espectador acaba queri¨¦ndola. Es un proceso de seducci¨®n complejo. Como los de las narraciones de Junichiro Tanizaki, por muy antag¨®nica y lejana que resulte de entrada la comparaci¨®n. En un recital de Cecilia Bartoli disfrutan los artistas y disfruta el p¨²blico. Su capacidad de comunicaci¨®n es, aunque en otro registro, del nivel de un Bobby McFerrin cuando hace Bach. Hay que agradecer el coraje esc¨¦nico de la cantante.
La duda que dejo en el aire es si esa alegr¨ªa contagiosa, esa admiraci¨®n desatada, se traduce en un est¨ªmulo emocional, en una sacudida de los sentimientos. Pero, en fin, eso es otra historia.
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