Reediciones de la belleza
Afirmaba un poeta que s¨®lo de lo perdido canta el hombre, s¨®lo de su ausencia. Esa certidumbre es maximalista pero tambi¨¦n es muy elevado su porcentaje de exactitud. Personalmente, el arte que m¨¢s me emociona pertenece al pasado, ha marcado ¨¦pocas convulsas de mi existencia, ha servido de consuelo y de oasis, mantiene ¨ªntegro su poder de hipnosis y de belleza a trav¨¦s del tiempo. Me ocurre particularmente con la m¨²sica. Tuve la suerte de vivir en los sesenta y en los setenta sus inmarchitables d¨¦cadas de oro, poblada por cl¨¢sicos que te van a acompa?ar toda la vida. Esa convicci¨®n puede pecar de conservadora, pero es real. Llevo montones de a?os sin ansia de novedades, decepcionado la mayor¨ªa de las veces cuando me obligo a escuchar a m¨²sicos del aqu¨ª y ahora con referencias y etiqueta de presunta genialidad. Y me quedo como un t¨¦mpano, incapaz pero en absoluto preocupado por no pillar las esencias de esos m¨²sicos que alborotan el coraz¨®n de tanta gente joven.
Qu¨¦ dicha escuchar a Bill Evans y Coltrane a las ordenes de Miles Davis en un disco que se oir¨¢ con id¨¦ntico placer dentro de mil a?os
Van Morrison da lo justo, nos obliga a retroceder a las viejas maravillas si queremos saber algo de su desgarrada alma y de su arte volc¨¢nico
Todos los que me siguen regalando ¨¦xtasis, haci¨¦ndome feliz o actuando como insuperable complemento para lamerme las heridas superan los sesenta a?os o est¨¢n muertos. S¨®lo siento entusiasmo y los maravillosos nervios de la espera cuando tengo noticias de que los amados dinosaurios van a sacar nuevo disco o anuncian una gira. Y esa fidelidad ser¨¢ eterna aunque frecuentemente eches pestes del desgaste o la comodidad que exhiben tus juglares ancestrales. Nunca imagin¨¦ que la voz de Van Morrison servir¨ªa alg¨²n d¨ªa para ambientar el hilo musical de los ascensores y de los hoteles. Y hace mucho tiempo que en sus conciertos ya no escuchamos el rugido del machacado le¨®n, ni se inventa en sus ¨²ltimas entregas canciones prodigiosas e intemporales, ni le acompa?an bandas legendarias. El muy cabr¨®n s¨®lo da lo justo, se sabe popular y requerido, nos obliga a retroceder a las viejas maravillas si queremos saber algo de su desgarrada alma y de su arte volc¨¢nico. Pero ah¨ª est¨¢n para seguir curando todos los males los dos discos dobles m¨¢s imprescindibles que he escuchado nunca (junto al Blonde on blonde de Dylan) como son I can't stop loving you y A night in San Francisco, o esos tres iconos m¨¢s all¨¢ del bien y del mal titulados Astral weeks, Moondance y Veedon fleece, obras maestras que nos llevar¨ªamos a una isla desierta todos los Robinsones urbanos que sabemos que nunca han existido las islas desiertas.
El cowboy malhumorado de Belfast (vi la casa en la que naci¨®, era normal) jam¨¢s ha respondido a las despreciables peticiones del oyente, es muy suyo, y consecuentemente aparc¨® en sus recitales las canciones de Astral weeks. Pero por cuestiones de derechos discogr¨¢ficos, por la pasta, o porque le ha salido de los genitales, ha vuelto a interpretar Astral weeks. Grab¨¢ndolo en directo (Live at the Hollywood bowl), acompa?ado de algunos de los ilustres m¨²sicos que le secundaban en el momento de su creaci¨®n. Y es maravilloso que Van Morrison nos vuelva a hablar con incomparable sentimiento y magnetismo de la evocadora avenida del Cipr¨¦s y del desolado travesti Madame George.
M¨¢s resurrecciones impagables. Lou Reed, empe?ado en enterrar a los que andaban hechos polvo en Berl¨ªn, los hombres de buena fortuna y los hombres sin ella, la canci¨®n definitivamente triste, los caprichos de Caroline, los ni?os perdidos, la devastaci¨®n f¨ªsica y emocional, la droga como forma de vida y de muerte, ha vuelto a cantar Berlin. Y el largamente ausente Leonard Cohen, el para m¨ª incomprensible budista, el m¨¢s elegante, el m¨¢s seductor, el m¨¢s profundo, el m¨¢s c¨ªnico, el m¨¢s poeta, el que s¨®lo necesita el susurro para enamorar, vuelve a contarnos en Live in London que hay que bailar hasta el final del amor, que s¨®lo podr¨¢n salvarse los hombres que se estaban hundiendo, que primero tomaremos Manhattan y despu¨¦s Berl¨ªn.
M¨¢s celebraciones. ?sta, a lo grande. Evocando el cincuentenario del inmejorable Kind of blue, nos ofrecen a los incurables adictos un pack que incluye el m¨¢gico sonido del vinilo, el metalizado y vulgar del compact y otro con las grabaciones que se desecharon incluida una versi¨®n de 18 minutos de So what, un libro espl¨¦ndido sobre la gestaci¨®n de aquel milagro y un DVD en el que los que saben de lo que hablan describen con fascinaci¨®n su descubrimiento de esa cumbre del estilo, de la sensualidad, de la inspiraci¨®n, de ese estado de gracia en el que todo es armon¨ªa, ritmo, atm¨®sfera, sabidur¨ªa y perfecci¨®n. Qu¨¦ dicha escuchar el misterioso y hermos¨ªsimo piano de Bill Evans y el inimitable sonido del saxo de Coltrane, poni¨¦ndose a las ordenes de Miles Davis, el fulano que declaraba con leg¨ªtima arrogancia haber revolucionado varias veces la historia de la m¨²sica, para crear un disco que se oir¨¢ con id¨¦ntico placer dentro de mil a?os.
Pienso en el gozoso retorno de la gran m¨²sica al tropezarme en Amsterdam con una imagen y una placa en la fachada de un hotel. Le rinde tributo a un hu¨¦sped permanente que se llamaba Chet Baker. Imagino que fue aqu¨ª donde ese yonqui desdentado y abismal decidi¨® saltar por la ventana. O le lanzaron sus hastiados camellos. ?Qu¨¦ m¨¢s da ya? Y recuerdo el gemido de su trompeta y su devastador hilo de voz en los ¨²ltimos discos. Y recuerdas con emoci¨®n lo que te don¨® este fulano tenazmente autodestruido. Y te afirmas en que todos los mejores son viejos o la han palmado. Y que su obra seguir¨¢ chorreando siempre vida.
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