Con ojos ajenos
Si las traducciones de las obras de Darwin est¨¢n floreciendo, lo mismo ocurre con libros dedicados a reconstruir o analizar su vida y su obra. Y no est¨¢ siendo mala la cosecha, aunque una pareja de libros sobresale por encima de todos: la biograf¨ªa en dos vol¨²menes de la distinguida historiadora de la ciencia (en la actualidad es catedr¨¢tica en la Universidad de Harvard) Janet Browne, aparecida en su original ingl¨¦s en 1995 y 2002 y cuya traducci¨®n al castellano acaba de publicar la editorial de la Universidad de Valencia. Charles Darwin. El viaje y Charles Darwin. El poder del lugar componen, en mi opini¨®n, no una de las mejores biograf¨ªas de cient¨ªficos que existen, sino una de las mejores biograf¨ªas jam¨¢s escritas. A trav¨¦s de casi 1.500 p¨¢ginas, Browne reconstruye la vida y contribuciones cient¨ªficas de Darwin, s¨ª, pero tambi¨¦n la de la sociedad victoriana en que vivi¨®, as¨ª como la extensa red de cient¨ªficos de la que form¨® parte. Y lo hace desplegando una narraci¨®n que sabe transmitir la intensidad, y en ocasiones drama, de una biograf¨ªa en la que las peripecias de una juventud viajera dieron paso a d¨¦cadas de enfermedad y de esfuerzos intelectuales de una concentraci¨®n y extensi¨®n dif¨ªciles de imaginar. En el limitado espacio de una rese?a ser¨ªa imposible hacer honor a una obra de este calibre; como mero ejemplo, mencionar¨¦ que el tratamiento que se hace de El origen de las especies no se reduce a explicar su g¨¦nesis y contenidos, ni tampoco a la importante cuesti¨®n de c¨®mo fue recibido, sino que se inserta tambi¨¦n en el contexto de la industria editorial brit¨¢nica de la ¨¦poca, detallando las t¨¢cticas que tanto Darwin como su editor, John Murray, desplegaron para hacer del libro el fen¨®meno editorial que finalmente fue. Lo ¨²nico malo del Charles Darwin de Browne es que llega a su final, que se termina, priv¨¢ndonos del placer de continuar ley¨¦ndolo.
Evidentemente, habr¨¢ quienes no se animen a emprender una empresa lectora que absorber¨¢ muchas de sus horas, pero que no obstante deseen saber algo del naturalista del Beagle y de Down House. Pues bien, ¨¦stos tienen otras buenas posibilidades. El remiso Mr. Darwin, de David Quammen, constituye tambi¨¦n una afortunada presentaci¨®n de la biograf¨ªa y trabajos de Darwin. M¨¢s breve a¨²n es Darwin. La historia de un hombre extraordinario, de Tim Berra, un ferviente admirador y coleccionista de datos de su biografiado, que detalla en esta especie de peque?a gu¨ªa darwiniana. Igualmente breve, es otra "gu¨ªa" recomendable, ¨¦sta debida a Janet Browne y con pretensiones tem¨¢ticas m¨¢s reducidas: La historia de 'El origen de las especies' de Charles Darwin.
Tampoco ha querido faltar a esta cita celebratoria un maestro de la historia de la ciencia espa?ola como es Jos¨¦ Mar¨ªa L¨®pez Pi?ero. Coherente con su larga trayectoria como historiador, su Charles Darwin contiene m¨¢s p¨¢ginas -aproximadamente cien m¨¢s- acerca de los estudios comparados sobre las especies biol¨®gicas anteriores a Darwin, de la recepci¨®n de sus ideas en otros y del darwinismo en Valencia, que sobre el propio Darwin, al que dedica unas sesenta p¨¢ginas. Habida cuenta de la abundancia de textos dedicados a Darwin, esta caracter¨ªstica da a su libro un notable valor a?adido.
El tema de la recepci¨®n de la teor¨ªa de Darwin puede, por supuesto, llevar muy lejos. Tanto a las entra?as del capitalismo norteamericano, de la mano de magnates como John D. Rockefeller o Andrew Carnegie, que encontraban muy satisfactorias las ideas de Darwin (se ve¨ªan a s¨ª mismos como los grandes supervivientes de la lucha social), como a los padres fundadores del comunismo: en 1862, Marx escrib¨ªa a Engels (entre cuyos escritos se encuentra uno titulado La funci¨®n desempe?ada por el trabajo en la transici¨®n del simio al hombre) que El origen de las especies era un "libro que, en el campo de la historia natural, proporciona las bases para nuestros puntos de vista". Otro admirador de Darwin fue uno de los grandes te¨®ricos del anarquismo, Piotr Kropotkin (1842-1921), aunque ¨¦l prefer¨ªa la "ayuda mutua" a la "lucha mutua", como no pod¨ªa ser menos en el autor de aquel hermoso y solidario libro titulado El apoyo mutuo (1902). Bajo el t¨ªtulo de La selecci¨®n natural y el apoyo mutuo, se recuperan ahora siete art¨ªculos que Kropotkin public¨® entre 1910 y 1919 en la entonces influyente revista inglesa The Nineteenth Century and After. Informados y en modo alguno carentes de inter¨¦s cient¨ªfico, estos ensayos constituyen un magn¨ªfico testimonio de otro tiempo pol¨ªtico y filos¨®fico, un tiempo en el que pensadores como Kropotkin ve¨ªan en la ciencia un importante aliado en la contienda pol¨ªtica en que se encontraban empe?ados: la de la liberaci¨®n contra las ataduras que ensombrec¨ªan la condici¨®n humana.
Contribuyen, asimismo, al conocimiento de Darwin dos distinguidos estudiosos darwinianos: Niles Eldredge -responsable, junto a Stephen Jay Gould, de una variante a la teor¨ªa de la evoluci¨®n darwiniana, la del equilibrio puntuado- y Michael Ruse, del que en 1983 la a?orada colecci¨®n Alianza Universidad public¨® La revoluci¨®n darwinista. El gran atractivo de los Darwin de estos autores es que aunque tambi¨¦n se mueven en el terreno de la reconstrucci¨®n hist¨®rica -sobre todo Eldredge (su, por ejemplo, an¨¢lisis de los cuadernos de notas que Darwin compuso entre marzo de 1837 y finales de 1839, cuando estaba construyendo los pilares de su teor¨ªa, es magn¨ªfico)-, van m¨¢s all¨¢, adentr¨¢ndose en otros territorios, como la dimensi¨®n filos¨®fica del darwinismo, moral, fe religiosa y evolucionismo (Darwin como el anticristo: el creacionismo en el siglo XXI, titula Eldredge el cap¨ªtulo que dedica a esta cuesti¨®n) o la evoluci¨®n despu¨¦s de Darwin, incluyendo la gen¨¦tica de poblaciones, apartado de especial importancia puesto que la selecci¨®n natural es un mecanismo que obra exclusivamente sobre grupos. Se trata de textos de una cierta densidad, m¨¢s "filos¨®fico" el de Ruse, m¨¢s "hist¨®rico-cient¨ªfico" el de Eldredge. Est¨¢ bien, sin embargo, tal "densidad". Es una forma de recordarnos que la ciencia -incluso una ciencia cuya tem¨¢tica nos resulta cercana y que es narrada con tanto acierto como hizo Darwin- requiere siempre esfuerzo; del cient¨ªfico, por supuesto, pero tambi¨¦n del lector que busca mejorar su propia visi¨®n del mundo. Al fin y al cabo, de eso se trata.
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