Tras las huellas de Lawrence
"?Viajar acompa?ado es de cobardes!", espet¨® Xavier Moret, templado por el abundante vino sirio que hab¨ªa regado la cena en la tienda beduina. La frase resultaba parad¨®jica: el viaje en el que nos encontr¨¢bamos inmersos era tan multitudinario que hasta llev¨¢bamos fot¨®grafo oficial, una maquilladora y varios representantes de ?Hola!, por no hablar de un gu¨ªa, Marwan, que no paraba de repartirnos galletitas de pistacho. Vamos, puro viaje de riesgo y aventura. La otra gran viajera del grupo, Cristina Morat¨®, que nos hab¨ªa llevado hasta all¨ª con motivo de su libro Cautiva en Arabia (Plaza & Jan¨¦s), se qued¨® mirando a Xavier estupefacta, mientras los j¨®venes camelleros de Palmira persegu¨ªan nuestro autocar ejecutando unas acrobacias sobre sus monturas que r¨ªete t¨² de los guerreros de Auda, el jefe de los howeitat que mat¨® con sus propias manos a 75 hombres, sin contar a los turcos. Eran unos mozos de lo m¨¢s simp¨¢ticos, los chicos de los dromedarios, tipo Farraj y Daud, los dos pillastres de Lawrence; uno incluso me confundi¨® con Miguel Bos¨¦ -hay testigos- y me propuso montar gratis.
Siguiendo el rastro del 'rey sin corona de Arabia' junto con dos escritores de viajes catalanes
Recorrer Siria con dos de nuestros m¨¢s conocidos autores del g¨¦nero de viajes -Moret, que este mismo mi¨¦rcoles ha presentado en Barcelona su libro Viaje por la Costa Brava, que le edita en castellano Alta?r, y Morat¨® que el mismo d¨ªa hizo lo propio en Casa Asia con Cautiva en Arabia, su interesant¨ªsima biograf¨ªa de la aventurera vasca Marga d'Andurain- fue muy aleccionador (hay que ver lo poco que se cambia de ropa Xavier). Pero mi viaje estaba sometido a un plan B secreto: seguir el rastro de Lawrence de Arabia.
Lo encontr¨¦ en Damasco, "bella como siempre, como una perla ba?ada por el sol de la ma?ana". Visitando el mausoleo de Saladino, observ¨¦ con alborozo una tumba a la entrada del recinto: la de los tres primeros soldados turcos -Nuri, Fethi y Sadik- ca¨ªdos en la I Guerra Mundial. En los zocos me ofrecieron luego una bayoneta como la que el sodomita bey de Dera meti¨® entre las costillas a Lawrence para deleite de ambos y un pesado rev¨®lver cubierto de ¨®xido igualito al que emple¨® nuestro h¨¦roe para despachar en un crep¨²sculo feroz al d¨ªscolo Hamed. Lo tom¨¦ profiriendo el grito de guerra de los harith ("?soy de los harith!") y eso hizo subir inmediatamente el precio. Luego visitamos el palacio Azem, vieja residencia de los pach¨¢s, y en una de las estancias descubr¨ª con emoci¨®n una foto de Lawrence y ?el mobiliario de Feisal durante su estancia en Damasco! Cuando nadie miraba, me sent¨¦ en la silla del pr¨ªncipe entregado a mis vanas ilusiones.
En el museo nacional, donde duermen entre el polvo los viejos sue?os de las caravanas; los tesoros de Ugarit, Ebla y Mari, y los catafractos de Dura Europos, volv¨ª a encontrar a Lawrence, en una exposici¨®n sobre los pioneros de la arqueolog¨ªa en Siria: excavando en Carchemis con Woolley.
El momento Lawrence culminante en la ciudad fue, sin embargo, la visita a la antigua estaci¨®n del ferrocarril del Hejaz, -obra, por cierto, de un espa?ol, Fernando de Aranda-, de la que part¨ªan los trenes que nuestro hombre se dedicaba a volar con sus beduinos durante la rebeli¨®n ¨¢rabe. El coraz¨®n me dio un brinco al ver lo que hab¨ªa delante del edificio: ?una vieja locomotora turca! Me acerqu¨¦ a acariciarla, para sorpresa de los transe¨²ntes. Lawrence destruy¨® 17 exactas a ¨¦sta, de fabricaci¨®n alemana, muchas de las cuales a¨²n se encuentran donde quedaron reventadas, en el desierto. Intent¨¦ imaginar qu¨¦ se sent¨ªa al hacer saltar por los aires uno de esos monstruos de hierro. Lawrence explica que una vez, en Minfir, tras hacer estallar la mina le cay¨® al lado el torso escaldado y humeante de un turco.
Se comprender¨¢ con qu¨¦ emoci¨®n viaj¨¦ a Palmira, intern¨¢ndonos 300 kil¨®metros en el desierto. Cada vez que se deten¨ªa el autocar corr¨ªa hacia las v¨ªas del tren embriagado por mi sue?o de locomotoras y dinamita. Llegamos a la vieja ciudad caravanera y no hall¨¦ ni rastro de Lawrence m¨¢s all¨¢ de im¨¢genes de dram¨¢tica y deslumbrante pureza. He descubierto luego que Lawrence, que s¨ª visit¨® Petra, seguramente no estuvo nunca en Palmira. Apenas la menciona en sus escritos, ni en diarios ni cartas -¨²nicamente en dos ocasiones, de pasada, en Los siete pilares de la sabidur¨ªa, por su nombre beduino, Tadmor, una s¨®lo para decir que hab¨ªa una guarnici¨®n turca-. Compens¨¦ la decepci¨®n adquiriendo por una fortuna una peque?a daga de plata de jerife igual que la que ¨¦l luc¨ªa (y que vendi¨® para pagar arreglos en su cottage de Clouds Hill).
La ¨²ltima cita secreta con Lawrence -ir a Dera hubiera sido tentar a la suerte- fue en el Krak des Chevaliers, la formidable fortaleza de los Hospitalarios. En 1909 pas¨® tres meses recorriendo Siria para visitar los castillos cruzados. En agosto estuvo tres d¨ªas enteros en el Krak (Kala'at al-Husn, en ¨¢rabe), que consideraba el m¨¢s impresionante castillo del mundo. En los altos muros colgados sobre el vac¨ªo, presa del v¨¦rtigo -cobarde acompa?ado-, me reencontr¨¦ con el Lawrence que confesaba tener miedo de saltar el potro en el gimnasio del colegio, el Lawrence atormentado que supo hallar en su interior las razones del m¨¢s noble de los fracasos.
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