Perdonen que insista sobre la memoria
Zapatero, tras impulsar una ley mediocre, termin¨® elogiando el olvido. El intento del juez Garz¨®n tuvo al menos el m¨¦rito de recordar que donde hay restos humanos mal enterrados el Estado debe intervenir
Hace unos meses, cualquiera que, despu¨¦s de dos a?os de haber perdido el hilo de la vida pol¨ªtica espa?ola, hubiera abierto por casualidad este peri¨®dico, se habr¨ªa quedado de una pieza al ver al presidente del Gobierno, al mismo Rodr¨ªguez Zapatero bajo cuyo Gobierno se aprob¨® a trancas y barrancas la llamada Ley de Memoria Hist¨®rica, defender algo as¨ª como la conveniencia del olvido de la historia. V¨¦ase, si no, EL PA?S del 21/11/2008, con un titular que rezaba: "Zapatero elogia el olvido en pleno debate sobre la memoria hist¨®rica". Nuestro lector, despistado o de regreso de un largo viaje, no hubiera podido por menos que exclamar: "?Pero c¨®mo! ?Todav¨ªa sigue el debate? ?Y ahora Zapatero aboga por el olvido? Ay, a qu¨¦ extra?o pa¨ªs estoy regresando...". Por lo que respecta a la supuesta vigencia del debate, simplemente lo que suced¨ªa era que, frustrados por el car¨¢cter tibio e indeciso de la ley, los partidos m¨¢s belicosos en el tema (ERC e IU/IC-Verds) volv¨ªan a la carga al a?o de haberse aprobado ¨¦sta sin pena ni gloria. Y con respecto a Zapatero, la cosa era tambi¨¦n muy simple: el Gobierno se vio arrastrado a legislar sobre la memoria hist¨®rica (alias memoria democr¨¢tica) entre 2005 y 2007, entre otras cosas, porque el propio PSOE hab¨ªa recurrido a ella para hacer oposici¨®n al PP durante la legislatura de la mayor¨ªa absoluta de Aznar. Luego, en el Gobierno, las prioridades ya pasaron a ser otras.
La ley no resuelve la cuesti¨®n m¨¢s importante, la de las fosas comunes y los desaparecidos
Siguen sin ser atendidos aquellos que quieren saber y quieren enterrar en paz a sus muertos
Y aun as¨ª, la perplejidad de nuestro imaginario y despistado lector de peri¨®dicos no dejaba de tener sus buenas razones de ser. Su extra?eza no pod¨ªa ser m¨¢s que la reacci¨®n de una mente simplemente sensata ante el delirio de un debate mal planteado, peor conducido y, al final, como no pod¨ªa ser de otro modo, cerrado en falso. Esta extra?eza no disminu¨ªa al observar que el presidente del Gobierno consideraba "un buen dato" la desmemoria. Si nuestro lector era un poco sensible a los usos del idioma, esta expresi¨®n del "dato" no pod¨ªa hacer m¨¢s que desmoralizarlo y sumirlo en una espesa melancol¨ªa.
Porque por mucho que el presidente aspirara (siempre seg¨²n esta noticia) a convertir "el olvido m¨¢s profundo" en un "buen dato", lo cierto es que los ¨ªndices de memoria de la ciudadan¨ªa no son un "dato" como lo pueden ser los ¨ªndices del paro o de CO2 en el aire. La memoria y la conciencia hist¨®rica son algo m¨¢s incalculable, algo que, en cierto modo, est¨¢ sometido a flujos y reflujos emocionales dif¨ªciles de calibrar, y algo que, sin embargo, est¨¢ ah¨ª, con unas discontinuidades generacionales y unas variaciones regionales o urbanas importantes, que siguen la propia geograf¨ªa hist¨®rica y social de la guerra y del franquismo, y que a la vez, con todas sus sinuosidades e irregularidades, late ¨ªntimamente adherido a lo que podr¨ªamos llamar la imagen moral de la naci¨®n, que por ello mismo es discontinua, compleja y, a veces, contradictoria, o dif¨ªcil de sintetizar en una imagen simple, como la que a veces la memoria hist¨®rica o "democr¨¢tica" parece sugerir.
Es una l¨¢stima que la Ley de Memoria Hist¨®rica, de la que el propio presidente parec¨ªa no querer ya acordarse, malograra la posibilidad de explorar esta idea de una imagen moral y a la vez no fuera capaz de resolver la cuesti¨®n m¨¢s simple y escandalosa de las fosas comunes y los desaparecidos, que deber¨ªa haberse asumido desde un buen comienzo como una cuesti¨®n de Estado y que, en cambio, ha acabado encallada en una legislaci¨®n tibia y delegada al albedr¨ªo de las distintas comunidades aut¨®nomas. Esa dejaci¨®n de deberes, esa mojigater¨ªa revestida de un voluntarismo moral voluble y confuso, ha sido y sigue siendo, se mire como se mire, un motivo de esc¨¢ndalo y de verg¨¹enza. La Ley de Memoria Hist¨®rica ha soliviantado y confundido esta sensaci¨®n de esc¨¢ndalo y verg¨¹enza en lugar de apaciguar o resolver nada. ?Para qu¨¦ tanto ruido con una ley si al final no se fue capaz de consensuar y ordenar lo que m¨¢s clamaba al cielo: reconocer y dignificar las fosas comunes, localizar a los desaparecidos y enterrar a los muertos que quedan por enterrar?
S¨¦ que mucha gente no comprendi¨® la iniciativa del juez Garz¨®n al respecto. Y aunque puede entenderse que la consistencia jur¨ªdica de su actuaci¨®n fuera muy dudosa (v¨¦ase, sin ir m¨¢s lejos, el formidable ep¨ªlogo del libro de Paloma Aguilar Pol¨ªticas de la memoria, memorias de la pol¨ªtica), lo cierto es que este juez tuvo el m¨¦rito y el valor de poner en evidencia las debilidades de la ley que durante dos a?os largos agit¨® las aguas de la pol¨ªtica espa?ola, levant¨® expectativas entre los que reclaman saber y enterrar en paz a sus muertos, y al final tuvo que votarse casi a escondidas de la opini¨®n p¨²blica el mismo d¨ªa en que se dictaba, en la Audiencia Nacional, la sentencia por los atentados del 11-M.
Naturalmente, ni la v¨ªa de la mala pol¨ªtica ni la v¨ªa judicial resolv¨ªan el problema, y las dos estropeaban o dificultaban esa posibilidad de explorar una imagen moral vinculada a la instrucci¨®n, a la cultura hist¨®rica y literaria de la naci¨®n, y a los usos discretos y finos de una memoria compartida y piadosa, aunque no, claro, necesariamente despolitizada.
Pero, por lo menos, la v¨ªa judicial recordaba la existencia de unas obligaciones legales elementales: donde hay restos humanos malamente enterrados, el Estado tiene que intervenir, y no hay m¨¢s. La Ley de Memoria Hist¨®rica, despu¨¦s de llenarse la boca y de sacar pecho con argumentos jur¨ªdicos tan fant¨¢sticos como la celebraci¨®n familiar de la memoria democr¨¢tica, no fue capaz de resolver eso, que deb¨ªa, y deber¨ªa a¨²n, haberse arreglado ya de una vez sin una legislaci¨®n especial, y mucho menos con una hiperlegislaci¨®n ampulosa y confusa. Simplemente deber¨ªa haberse arreglado desde la decencia, la piedad y la aplicaci¨®n de la legislaci¨®n vigente.
Es insoportable desde todos los puntos de vista que el Estado se lave las manos, mire a otro lado o se haga el distra¨ªdo ante el problema de los desaparecidos y las fosas comunes, sean quienes sean los que yacen en ellas. Y si hablo de imagen moral, hablo tambi¨¦n de eso. Mientras el Estado se desentienda de sus obligaciones en ese punto, puede decirse que ese mismo Estado tiene demasiados muertos escondidos en el armario como para que pueda enorgullecerse de nada que no sea de una palmaria falta de olfato pol¨ªtico, moral y jur¨ªdico. Debe de ser un buen dato para un alto responsable de las pol¨ªticas del Estado, sin duda, que la ciudadan¨ªa no se acuerde de cu¨¢les son los deberes de este Estado para con sus muertos. Pero esperar eso es indecente, como es pueril pretender que la gente haya comenzado a acordarse menos de esa verg¨¹enza desde que la fant¨¢stica ley entr¨® en vigor.
Dicho esto, voy a hacer tres afirmaciones simples para evitar confusiones con respecto a la idea de una imagen moral ligada a la historia.
Primera: creo en el valor pol¨ªtico de la memoria subjetiva.
Segunda: creo en la historia (en la buena historiograf¨ªa y en sus usos acad¨¦micos, cultos e incluso pol¨ªticos, siempre que no degeneren en propaganda y adoctrinamiento).
Y tercera: creo tambi¨¦n en la importancia que una conciencia determinada del pasado transmite a la acci¨®n pol¨ªtica del presente. Casi a?adir¨ªa: ?c¨®mo no creer en todo eso? Pues bien, tambi¨¦n a?adir¨¦ que, en este tema, me resulta bastante dif¨ªcil creer en algo m¨¢s, y, en cambio, me parece harto sospechoso el voluntarismo que se lanza a forzar una creencia o una convicci¨®n m¨¢s amplia a modo de una imagen directamente moralista, manipuladora, mojigata y f¨¢cilmente propensa a un revanchismo blandengue. El poder pol¨ªtico de turno ha de abstenerse de educar la sensibilidad de una sociedad que deber¨ªa haber desarrollado, ya en la escuela y en el bachillerato, la capacidad de documentarse y de pensar por s¨ª misma. Aunque la mala educaci¨®n y el analfabetismo funcional, ay, ?no son ellos mismos ya el mejor fermento para creer en la mera posibilidad de una "ley de memoria hist¨®rica"?
Jordi Ib¨¢?ez Fan¨¦s es profesor de Filosof¨ªa en el Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra. Su ¨²ltimo libro publicado es Ant¨ªgona y el duelo (Tusquets).
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