El cometa Vian
Pas¨® como un meteoro. Como si no pudiera detenerse ni un instante para comprobar si segu¨ªa avanzando en una direcci¨®n que, por otra parte, no se hab¨ªa trazado. En los treinta y nueve a?os de su existencia, Boris Vian (1920-1959) hizo de todo. Fue ingeniero (y chupatintas) y convirti¨® la bohemia de Saint-Germain-des-Pr¨¨s en una forma de vida: precisamente en el momento en que en las terrazas del Flore o de Les Deux Magots conviv¨ªan pac¨ªficamente los ac¨®litos del existencialismo, reunidos en torno al patr¨®n (el Jean Sol Partre de La espuma de los d¨ªas), y los turistas que ven¨ªan a ver lo que se coc¨ªa en el Par¨ªs liberado. Fue m¨²sico: letrista de canciones (y libretista de ¨®pera para Milhaud), compositor, cantante y trompetista de jazz. Y poeta. Fue inventor y dramaturgo. Y traductor y guionista y cr¨ªtico. Fue tambi¨¦n novelista con dos registros: con su propio nombre para las novelas a secas, y con el de Vernon Sullivan para las de g¨¦nero (negro), que fueron las que le proporcionaron dinero suficiente para pasarlo bien de vez en cuando y adquirir el BMW de seis cilindros con el que se paseaba por el quartier con su primera mujer o Juliette Greco en el asiento del copiloto. Hizo de todo. Y, adem¨¢s, r¨¢pido.
Sus obras completas en La Pl¨¦iade suponen la entrada en un pante¨®n que siempre le fue elusivo y que contemplaba con sorna
Ahora, cuando en Francia se conmemora el cincuenta aniversario de su muerte, el anuncio de que la biblioteca de La Pl¨¦iade publicar¨¢ sus Oeuvres Compl¨¨tes (novelas, cuentos, poemas, teatro, canciones, miscel¨¢nea, cartas) supone su entrada definitiva en un pante¨®n literario que siempre le fue elusivo y al que contemplaba con curiosidad y sorna. Considerado un escritor menor, un novelista para adolescentes, su obra -muy difundida a partir de finales de los sesenta- ha sido le¨ªda con evidente reluctancia tanto por los partidarios de la literatura del compromiso como por aficionados a lo que Fernando Savater ha llamado "monumentos a la aerofagia" (un marbete que, por ejemplo, aplica a Las ben¨¦volas, de Jonathan Littell). Cuando lo que se llevaba era poner la literatura al servicio de una causa, Vian pon¨ªa la suya, sin un programa, al servicio del placer de contar historias que conmovieran. Historias tambi¨¦n comprometidas, por supuesto: con la propia literatura y con el lenguaje, al que someti¨® a un vivificante proceso de deconstrucci¨®n (Vian tambi¨¦n fue pataf¨ªsico) y rejuvenecimiento.
Como muchos de mi generaci¨®n, o¨ª hablar de Boris Vian a finales de los a?os sesenta en el mismo paquete informativo en que recib¨ªamos noticias de pel¨ªculas (aqu¨ª) prohibidas y de libertades de otros y de mundos menos grises y fascistoides. Alguien me hizo escuchar (en la voz de Reggiani, creo) su canci¨®n Le deserteur, cuya letra tambi¨¦n inflam¨® a muchos de mis contempor¨¢neos. Le¨ª su gran novela de amor y juego y tragedia (La espuma de los d¨ªas, 1947) el mismo a?o que Rayuela (a Cort¨¢zar tambi¨¦n le gustaba la literatura como juego y el juego de la literatura, y las historias de amor tristes y hermosas), de manera que no pretendo ser imparcial cuando animo a leerlo a quienes todav¨ªa no lo han hecho. Es, adem¨¢s, una literatura que a los j¨®venes les suele producir un singular efecto: les da ganas de escribir.
En Espa?a se encuentran publicadas (con desigual fortuna) sus obras m¨¢s significativas, aunque traducir a Boris Vian debe de ser un ejercicio tan agotador como traducir a Cabrera Infante. Estos d¨ªas he vuelto a leer Escupir¨¦ sobre vuestra tumba, su mejor novela "negra". Cuando se public¨® (1947) se convirti¨® en un best seller, pero fue prohibida dos a?os m¨¢s tarde por obscena y violenta. A Boris Vian, que siempre estuvo enfermo del coraz¨®n, le encontr¨® la muerte precisamente mientras ve¨ªa la premi¨¨re de su adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica. Antes les hab¨ªa dicho a sus amigos que no le gustaba nada.
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