Barro, sangre y metralla
La trinchera es un lugar oscuro y siniestro. M¨¢s a¨²n si llevas bajo el brazo El miedo, de Gabriel Chevallier (Acantilado): "Cad¨¢veres en todas las posturas, que hab¨ªan sufrido todo tipo de mutilaciones, todo tipo de desgarraduras y todo tipo de suplicios". Pese a que las paredes son altas y las rematan sacos terreros uno camina encorvado. Qui¨¦n sabe cu¨¢ndo va a caer un ob¨²s cerca o si hay un francotirador en los alrededores. El sector parece en calma, aunque de lejos llega un rumor sordo como de tormenta y el cielo de la noche se ilumina con rel¨¢mpagos de acero. Al girar en un recodo, tras pasar el puesto de mando en el que un tipo con polainas, pistolera y casco met¨¢lico habla por un rudimentario tel¨¦fono de campa?a, me doy de bruces con un grupo de sombras. Imagino en un momento de p¨¢nico que son tropas de asalto alemanas que -bajo el mando de Ernst J¨¹nger- han invadido la trinchera para limpiarla con bombas de mano, pistolas, cuchillos y palas afiladas; pero resultan ser un colegio. Los chicos parecen tan impresionados como yo, y todos pegamos un brinco cuando la megafon¨ªa lanza una imperiosa arenga "?preparados para salir, calar bayonetas; vamos!" seguida por el estridente sonido de silbatos, puro Senderos de gloria.
"Malditos cobardes", dice el oficial, y el sargento: "Nada de cobardes, se?or, est¨¢n endemoniadamente muertos"
El imperial War Museum de Londres dedica una exposici¨®n a la Gran Guerra e invita a vivir la experiencia de las trincheras
El lector espa?ol dispone de las memorias de Hindenburg y la biograf¨ªa de Mata Hari, entre otros t¨ªtulos singulares
La Trench Experience, en la que vives en propia carne el ambiente de las trincheras de la I Guerra Mundial, es una de las grandes atracciones del Imperial War Museum de Londres -r¨ªete t¨² del tren de la bruja-, y una demostraci¨®n del impacto de la Gran Guerra en la mentalidad de los brit¨¢nicos. En la librer¨ªa del museo los t¨ªtulos sobre ese conflicto superan de largo a los dedicados a la II Guerra Mundial y, sin salir del centro, el visitante encuentra numerosos testimonios de aquella primera gran debacle, desde un aeroplano Sopwith Camel a un pickhaub -el t¨ªpico casco con pincho prusiano- de la guardia de corps del k¨¢iser, pasando por un trozo del motor del c¨¦lebre triplano rojo de Manfred von Richthofen.
Hay m¨¢s: con motivo de cumplirse este a?o el 95? aniversario del inicio de la contienda, se ha inaugurado una sensacional exposici¨®n, In memoriam, remembering the Great War, que constituye un viaje escalofriante y conmovedor a las entra?as de la Gran Guerra. Se abre con un casco de tommy (el nombre gen¨¦rico de los soldados brit¨¢nicos) excavado en Cambrai el a?o pasado y hecho trizas por la metralla e incluye trozos de las vidrieras de la catedral de Chartres devastada por los bombardeos, bombas de los conspiradores serbios colegas de Gavrilo Princip, el joven que descerrajando dos tiros -uno al abdomen de la pre?ada archiduquesa Sof¨ªa y otro al coraz¨®n del archiduque Francisco Fernando- desencaden¨® la cat¨¢strofe el 28 de junio de 1914 en Sarajevo. Tambi¨¦n, espeluznantes mazas de uso en la troglodita guerra de trincheras -como la que esgrimi¨® un tal Harold Startin para cargarse a un sargento alem¨¢n en julio de 1915-, el rev¨®lver del poeta y oficial Siegfried Sassoon, un trozo de zepel¨ªn derribado, el camis¨®n de una superviviente del torpedeamiento del Lusitania o la guerrera ensangrentada que vest¨ªa el segundo teniente Cope en el Somme.
Cuando uno ve todo eso, escucha los emotivos testimonios grabados de los ultim¨ªsimos veteranos -una raza ya casi extinguida- o se encuentra en plena plaza londinense con un sentido monumento nada menos que al Cuerpo de Ametralladoras -"Saul had slain his thousands but David his tens of thousands", reza la inscripci¨®n del pedestal, que ya es cita-, se da cuenta de hasta qu¨¦ punto la I Guerra Mundial es importante en la memoria de los europeos. No en la nuestra. Inexplicablemente, la Gran Guerra no es asunto de especial inter¨¦s para los espa?oles, al menos desde el punto de vista bibliogr¨¢fico (una muy buena exposici¨®n fotogr¨¢fica, con im¨¢genes excepcionales, sobre todo de los ej¨¦rcitos de los imperios centrales, se ha tenido que prorrogar en el Museo de Historia de Catalu?a, en Barcelona). Son muy pocos los t¨ªtulos publicados en Espa?a sobre la contienda y no parecen tener, en general, gran acogida entre los lectores. El contraste con la II Guerra Mundial es asombroso: si ese conflicto tiene una legi¨®n de seguidores y numerosas obras (las de Beevor, por ejemplo, por no hablar de las novelas de Alistair MacLean o Sven Hassel) se han convertido en verdaderos best sellers, las consagradas a su predecesora del 14 pasan en general de manera discret¨ªsima.
No obstante, hay t¨ªtulos muy buenos. Los ca?ones de agosto, de Barbara Tuchman (Pen¨ªnsula, 2004), es un magn¨ªfico libro de introducci¨®n a la Gran Guerra, con el que muchos lectores se han iniciado en ella (?y descubierto en toda su agresiva complejidad el Plan Schlieffen!). La primera guerra mundial, de Michael Howard (Cr¨ªtica, 2003, hay edici¨®n en bolsillo), consigue en muy poco espacio una asombrosa e iluminadora s¨ªntesis de la contienda. Tambi¨¦n es util¨ªsimo Breve historia de la I Guerra Mundial, de Norman Stone (Ariel, 2008). El muy ilustrado La Primera Guerra Mundial, de H. P. Willmott (In¨¦dita, 2004), es posiblemente la mejor forma de adentrarse en el tema de una forma f¨¢cil, distra¨ªda y gratificante gracias a su enorme despliegue de fotograf¨ªas y mapas y su estructura esquem¨¢tica, con gran atenci¨®n a los equipos y armas de los contendientes. La Gran Guerra, una historia global (1914-1918), del historiador militar estadounidense Michael S. Neiberg (Paid¨®s, 2006), es muy ameno y presta atenci¨®n especial a los teatros de operaciones perif¨¦ricos, como la lucha librada por los alemanes en Nueva Guinea y ?frica -donde cobr¨® fama con su guerra de guerrillas Von Lettow-Vorbeck, el vencedor de Tanga (s¨ª, vaya nombre para una batalla)-. Neiberg, que defiende matizadamente a los oficiales que hubieron de dirigir aquella matanza que fue la guerra del 14, advierte de que no hay que considerar la Primera Guerra Mundial un conflicto b¨¦lico in¨²til, est¨¢tico y sin sentido en oposici¨®n al significado y la "vitalidad" de la segunda.
Uno de los grandes ensayos sobre el tema publicados en castellano es sin duda La Gran Guerra, de John H. Morrow, Jr. (Edhasa, 2005). El autor, profesor de historia en la Universidad de Georgia, trata de mostrar la guerra en su aspecto universal y se?alar la relaci¨®n entre hechos que parecen dispares, en la consideraci¨®n de que una "guerra total" s¨®lo puede abordarse con una perspectiva muy amplia. Morrow es un entusiasta de los estudios de aviaci¨®n. De adolescente, su padre lo llev¨® a visitar los campos de batalla y los cementerios franceses y el impacto que ello le produjo se percibe en su escritura, cargada de humanidad. De enorme inter¨¦s es La Primera Guerra Mundial -realmente no se puede decir que los t¨ªtulos sean muy originales en este g¨¦nero-, del gran especialista brit¨¢nico Hew Strachan (Cr¨ªtica, 2004). Completo y emotivo, el libro tiene su origen en una gran serie de la BBC sobre la guerra y eso se refleja en los 10 cap¨ªtulos, que corresponden a los 10 programas originales. Muy recomendable, incluye incre¨ªbles fotograf¨ªas en color, las ¨²nicas que se conocen de la contienda y en las que se aprecia, por ejemplo, qu¨¦ poco apropiadas eran para la guerra moderna las pintorescas vestimentas de spah¨ªes, infanter¨ªa senegalesa o zuavos. El simp¨¢tico Jes¨²s Hern¨¢ndez, por ¨²ltimo, recopila una enorme cantidad de an¨¦cdotas en su Todo lo que debe saber sobre la I Guerra Mundial (Nowtilus, 2007), que incluye una gu¨ªa de los escenarios a visitar, incluido el osario de Verd¨²n, el cr¨¢ter de La Grand Mine en el Somme o el lugar en que cay¨® el Bar¨®n Rojo.
Cuando se sale de los estudios globales, poca cosa queda en ensayo. Un libro imprescindible es La Gran Guerra y la memoria moderna, de Paul Fussell (Turner, 2006), que revisa el impacto de la contienda a trav¨¦s de las obras de escritores que la sufrieron como Sassoon, Owen y Graves. En Los siete pecados capitales del imperio alem¨¢n en la Primera Guerra Mundial, Sebastian Haffner (Destino, 2006) analiza los errores que impidieron a Alemania ganar la contienda y desmonta t¨®picos. In¨¦dita ha publicado en 2008 La batalla de Verd¨²n, de Georges Blond, un intenso relato de la batalla (con sus leyendas como la de la trinchera de las bayonetas, donde yac¨ªa enterrada viva toda una secci¨®n sepultada por la tierra tras un bombardeo, o la de Fantomas, el piloto alem¨¢n de casco negro que ametrallaba con diab¨®lica punter¨ªa a los franceses). Ariel, Jutlandia, del historiador Sergio Valzania, que explica muy bien la gran batalla naval (la ¨²ltima en que no jug¨® papel la aviaci¨®n): la extrema vulnerabilidad de los barcos brit¨¢nicos, la extraordinaria maniobrabilidad de la Hoch See Flotte alemana... Editorial Base ofrece las interesantes Memorias de mi vida del mariscal Von Hindenburg, el gran l¨ªder militar alem¨¢n, vencedor de los rusos en Tannenberg, un tipo arrogante y antip¨¢tico que sostiene la teor¨ªa de la pu?alada por la espalda y considera que Alemania no perdi¨® la guerra por causas militares (es decir, por su culpa y la de los otros envarados comandantes; a ¨¦l la historia no hace mal en juzgarle duramente: le dio la alternativa a Hitler). En 2001 se public¨® la biograf¨ªa de Mata Hari de Russell Warren Howe (Javier Vergara), llena de detalles impagables: la esp¨ªa pidi¨® que la fusilaran con cors¨¦ y uno de los zuavos del pelot¨®n de ejecuci¨®n se desmay¨® (no deb¨ªa saber ad¨®nde apuntar).
In¨¦dita ha publicado las novelas Capit¨¢n Conan, de Roger Vercel, en la que se bas¨® la espl¨¦ndida pel¨ªcula de Bertrand Tavernier, y El pabell¨®n de los oficiales, de Marc Dugain, que convirti¨® en filme Fran?ois Dupeyron. Por su parte, Militaria ha publicado varias entretenidas novelas de aventuras ambientadas en la I Guerra Mundial: Escuadrilla Azor, de Derek Robinson, de aviaci¨®n, o Bautismo de fuego, de Alexander Fullerton -primer t¨ªtulo de una serie naval de la que han aparecido otros dos-, sobre la batalla de Jutlandia. Como curiosidad, Anne Perry tiene en Ediciones B una ins¨®lita serie de cr¨ªmenes ambientada en las trincheras.
Es una pena que libros tan interesantes en este panorama como la biograf¨ªa del almirante Fisher de Jan Morris, los nuevos ensayos sobre la guerra a¨¦rea Aces falling, de Peter Hart -sobre la fase en que se acaba la caballerosidad en el cielo-, y On a wing and a prayer, de Joshua Levine, o la reciente nueva biograf¨ªa del Bar¨®n Rojo de Peter Kilduff (Almena ha editado en castellano las memorias del aviador) no se traduzcan. Una curiosidad es Tolkien and the Great War (Harper Collins, 2003), que rastrea en las im¨¢genes que vio el autor en las trincheras, los paisajes desolados de Mordor (la salvaci¨®n de Minas Tirith por un ej¨¦rcito de muertos la habr¨ªa inspirado un texto de Sassoon).
Por suerte, podemos disfrutar de las grandes obras literarias de la I Guerra Mundial traducidas -no todas: falta, por ejemplo, Her Privates We, de Frederic Manning, aplaudida por Hemingway, T. S. Eliot y T. E. Lawrence- . Tenemos la novela crepuscular sobre el fin de la monarqu¨ªa austroh¨²ngara -en paralelo al de la familia Von Trotta-, La marcha Radetzky, de Joseph Roth (Edhasa, 2007); la visi¨®n radicalmente distinta, por sat¨ªrica, del cl¨¢sico checo, Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek (Galaxia Gutenberg, 2008); la paradigm¨¢tica Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque (Edhasa, 2007); Adi¨®s a las armas, de Hemingway (Noguer y Caralt, 1999); Johnny cogi¨® su fusil, de Dalton Trumbo (El Aleph, 2005), o la espl¨¦ndida El final del desfile, de Ford Madox Ford (Lumen, 2009).
Otros grandes cl¨¢sicos imprescindibles del conflicto de los que hay edici¨®n espa?ola son Adi¨®s a todo eso, las memorias de Robert Graves (Muchnik, 2000) -qu¨¦ gran escena la de la compa?¨ªa de Fusileros Reales Galeses que se lanzan todos al suelo durante un ataque y cuando el capit¨¢n les manda seguir nadie se mueve, el oficial les llama "malditos cobardes" y el sargento murmura: "Nada de cobardes, se?or, est¨¢n endemoniadamente muertos"-; Los Siete Pilares de la Sabidur¨ªa, de T. H. Lawrence (Huerga & Fierro, 1997, en bolsillo en Zeta), con momentos tan brutales como el del despiadado ataque a la columna turca que se repliega hacia Damasco -all¨ª pereci¨® el Cuarto Ej¨¦rcito, bajo el sable de Auda y los suyos-, o el del dantesco y nauseabundo hospital en la capital siria, con los heridos turcos mezclados con cad¨¢veres en avanzado estado de descomposici¨®n ("muchos se hab¨ªan hinchado ya al doble o al triple del tama?o que ten¨ªan en vida y sus gruesas caras re¨ªan abriendo una negra boca entre las ¨¢speras mand¨ªbulas, cubiertas de barba rala. Unos cuantos hab¨ªan reventado y se hallaban en un estado licuescente", glups). Tenemos tambi¨¦n la gran novela de combate, a la vez brutal y literariamemente magn¨ªfica -por la que muchos sentimos una debilidad inexcusable-, Tempestades de acero, de J¨¹nger (Tusquets, 1987); y ahora, El miedo, de Chevallier (1895-1969).
El libro de Chevallier es como el reverso del de J¨¹nger. Contando pr¨¢cticamente lo mismo, lo que en el alem¨¢n ganador de la Pour le M¨¦rite es glorificaci¨®n de la experiencia b¨¦lica -"combatientes purificados por el fuego"- es en el aterrado poilu, carne de ca?¨®n, aspirante a fiambre, pouvre couillon con du front aferrado a su Rosalie (la personificaci¨®n francesa de la bayoneta), un demoledor testimonio contra la guerra. Pocas experiencias hay en la vida como leer El miedo, un libro acaso un pel¨ªn adjetivado pero que deja impresas im¨¢genes indelebles. Chevallier, veterano de la Gran Guerra, se?ala que lo escribi¨® para abordar el miedo en primera persona, para decir sin ambages: "Tengo miedo", lo que le honra. Seguimos en el libro a su ¨¢lter ego el soldado Jean Dartemont, de la quinta del 15, con veinte a?os, en la movilizaci¨®n y la embriaguez aventurera de los primeros momentos de la guerra, que relata con iron¨ªa. La primera visi¨®n del frente acaba con eso.
Chevalier lo cuenta todo: los piojos, el barro, los c¨®licos, la miseria, el fr¨ªo, el Chemin des Dames, el gas, las ametralladoras, las heridas, los mandos estrafalarios, maniacos y s¨¢dicos, como el general al que le gusta ver a los soldados desnudos y comparar sus sexos. Inolvidable el primer cad¨¢ver, cuando un pico ahondando un ramal de trinchera perfora el vientre de un soldado medio sepultado y el hedor de lo que suelta invade el refugio. Las descripciones de los muertos son puro gore, y en ellas nada se nos ahorra: bocas tumefactas de las que brotan como una papilla los gusanos, cabezas cercenadas de las que ha rodado entero el cerebro, "carnes rojas y viol¨¢ceas, parecidas a carne podrida de carnicero, grasas amarillentas y fofas, huesos que dejaban escapar la m¨¦dula, tripas desenrrolladas". El espeluznante bautismo de fuego ("se nos arroj¨® a la noche en deflagraci¨®n, llena de emboscadas, de miembros troceados y de clamores"), los gritos espantosos de los heridos, el sonido de los impactos de los disparos en los otros, la brusca percepci¨®n de la debilidad de la carne en el volc¨¢n de acero y fuego "?Qu¨¦ nos va a pasar?", se aterran los soldados, y nosotros con ellos. Hay quien se inyecta pus, busca el "tiro de suerte" que te env¨ªa a casa, se dispara ¨¦l mismo a una pierna o directamente se suicida, para escapar. No hay lectura m¨¢s estremecedora. En esa tesitura de la batalla, al contrario que en J¨¹nger, "desaparece todo lo que eleva al hombre", y triunfan la verg¨¹enza, el ego¨ªsmo, el asco y el miedo. Nunca se ha descrito as¨ª la guerra en las trincheras, la guerra en general: "Vivo como una bestia".
Si pasamos a la pantalla, el fen¨®meno es parecido al de los libros. Son un pu?ado las pel¨ªculas que han triunfado en nuestro pa¨ªs: Senderos de gloria, de Stanley Kubrick, la can¨®nica, en la que se ha fijado en buena parte nuestra iconograf¨ªa del conflicto (y basada por cierto en una novela de Humphrey Cobb), con el coronel Dax-Douglas recorriendo en travel¨ªn las trincheras; la bell¨ªsima La gran ilusi¨®n, de Jean Renoir; Sargento York, de Howard Hawks; Sin novedad en el frente, claro, en su varias versiones; Rey y patria, de Joseph Losey; El gran desfile, de King Vidor; Gallipoli, de Peter Weir; Capit¨¢n Conan, El pabell¨®n de los oficiales, Feliz Navidad. No hay que olvidar Lawrence de Arabia. A?¨¢dase un pu?ado de filmes sobre aviaci¨®n, desde Alas o ?guilas azules-con George Peppard persiguiendo la Blue Max- al nuevo biopic de Von Richthofen, pasando por Fly boys (2006).
Resulta absurdo argumentar que la segunda contienda es objetivamente m¨¢s interesante o espectacular. Estamos hablando de una carnicer¨ªa con nombres como Verd¨²n, el Somme, Tannenberg, Passchendale o Caporetto, una carnicer¨ªa que cost¨® en conjunto 9 millones de vidas, en la que lucharon 65,8 millones de soldados, de los que murieron m¨¢s de 1 de cada 8 a un porcentaje de 6.046 hombres muertos ?cada d¨ªa! de los cuatro a?os que dur¨® (seg¨²n los datos de Nial Ferguson en su apasionante y controvertida The pity of war, Penguin, 1999). En la I Guerra Mundial, a resultas de la cual cayeron cuatro imperios -el alem¨¢n, el austroh¨²ngaro, el ruso y el turco- y tres grandes dinast¨ªas, los Hohenzollern, los Habsburgo y los Romanov, se forj¨® el mundo en el que hemos vivido durante mucho tiempo.
La Gran Guerra no s¨®lo presenta movimientos de masas, combates, estrategias y horrores supinos comparables en todo a los de la segunda, sino que se desarroll¨® tambi¨¦n en escenarios tan ex¨®ticos como aqu¨¦lla (desiertos, ?frica tropical, Extremo Oriente: ?desde luego no s¨®lo en las trincheras!). E incluy¨® personajes y aventuras extraordinarias, que no es que rediman la masacre pero s¨ª ofrecen alg¨²n destello en aquel horror: Lawrence de Arabia, el Bar¨®n Rojo, Karl von M¨¹ller, el caballeroso capit¨¢n del corsario Emdem, que parece salido de la imaginaci¨®n de Hugo Pratt, u Otto Weddigen, del sumergible U-9, que hundi¨® tres cruceros brit¨¢nicos en menos de una hora, por no hablar de Mata Hari.
Los tanques, los submarinos, la aviaci¨®n- todos los elementos de la guerra moderna est¨¢n ya presentes en una contienda que, por otro lado, a¨²n incluye caballer¨ªa, h¨²sares, uniformes rom¨¢nticos, paradas y fanfarrias decimon¨®nicas, y en la que un piloto ?W. R. Read, del Royal Flying Corps- trata en 1914 de derribar a un enemigo lanz¨¢ndole su rev¨®lver a las aspas de la h¨¦lice y otro, el gran as Jean Navarre, utiliza un cuchillo para atacar un zepel¨ªn.
De toda aquella contienda atroz queda a¨²n mucha trinchera literaria que cavar.
La Gran Guerra en imatges 1914-1918. en el Real Monasterio de Santes Creus, en Aiguam¨²rcia (Tarragona). Hasta el 26 de julio. www.es.mhcat.net. In memoriam: Remembering the Great War. Imperial War Museum de Londres. Hasta el 6 de septiembre. http://london.iwm.org.uk.
![Una enfermera de la Cruz Roja atiende a un soldado alem¨¢n herido.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/2HAPMDAG5ZWEJUFDCZGWVMUYC4.jpg?auth=c7a601bd9c36ab981a8a6f0f8d538cae2631cbb0c8dd7d6fee9988909a26be4f&width=414)
Bibliograf¨ªa
El miedo. Gabriel Chevallier. Traducci¨®n de Jos¨¦ Ram¨®n Monreal. Acantilado, 2009. 362 p¨¢ginas. 22 euros. La por. Traducci¨®n de Pau Joan Hern¨¤ndez. Quaderns Crema. Barcelona, 2009. 352 p¨¢ginas. 22 euros. Tempestades de acero. Ernst J¨¹nger. Traducci¨®n de Andr¨¦s S¨¢nchez Pascual. Tusquets, 2005. 448 p¨¢ginas. 20 euros. La Gran Guerra. John H. Morrow, Jr. Traducci¨®n de David Le¨®n G¨®mez. Edhasa, 2005. 764 p¨¢ginas. 40,50 euros. La Primera Guerra Mundial. Hew Strachan. Traducci¨®n de S¨ªlvia Furi¨®. Cr¨ªtica, 2004. 408 p¨¢ginas. 29,90 euros. Jutlandia. Sergio Valzania. Traducci¨®n de Juan Antonio Vivanco. Ariel, 2009. 270 p¨¢ginas. 17,90 euros. La batalla de Verd¨²n. Georges Blond. Traducci¨®n de Jos¨¦ Patricio Montojo. In¨¦dita, 2008. 338 p¨¢ginas. 21,50 euros.Las aventuras del buen soldado Svejk. Jaroslav Hasek. Traducci¨®n de M¨®nica Zgustova. Galaxia Gutenberg, 2008. 740 p¨¢ginas. 23 euros. El final del desfile. Ford Madox Ford. Traducci¨®n de Miguel Temprano Garc¨ªa. Lumen, 2009. 1.020 p¨¢ginas. 35,90 euros.
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