Como sioux
Me siento ante la m¨¢quina en S¨¢bado Santo, y es la primera vez que lo hago desde el pasado Domingo de Ramos, y eso porque debo entregar este art¨ªculo y no me queda m¨¢s remedio. Ahora mismo, por delante de mi casa, pasa una banda de tamborileros siniestros (t¨²nicas marrones y capirotes morados, vaya mezcla) que atruenan todo el barrio. Son de la Cofrad¨ªa de la Coronaci¨®n de Espinas, de Zaragoza, y no s¨¦ qu¨¦ diablos hacen en Madrid martirizando al personal a la hora de la siesta. En realidad s¨ª lo s¨¦, ya que llevo siete d¨ªas literalmente cercado, prisionero, sitiado por las hordas cat¨®lico-tur¨ªsticas, que, como todos los a?os -pero siempre m¨¢s-, toman los centros de las ciudades de Espa?a e impiden toda vida en ellos. A la Iglesia Cat¨®lica y al Ayuntamiento les ha dado la gana de que yo no escriba, ni trabaje, ni lea, ni escuche m¨²sica, ni vea una pel¨ªcula, ni pueda hablar por tel¨¦fono, ni recibir una visita, durante ocho d¨ªas. Tambi¨¦n ha decidido que no pueda salir de mi casa si no es para mezclarme con la muchedumbre fervoroso-festiva e incorporarme a sus incontables procesiones, cada una de las cuales dura unas cinco horas. S¨®lo por delante de mi portal han pasado ya unas siete, la primera, como he dicho, el Domingo de Ramos. Desde entonces he vivido a su merced inmisericorde: el permanente ruido de sus clarines y tambores me lo he tenido que chupar por narices, m¨¢s all¨¢ de la medianoche, porque, en un Estado aconfesional, la ciudad se les entrega para que hagan con ella lo que quieran y adem¨¢s lo impongan a la poblaci¨®n entera, sea o no cat¨®lica.
"Lo que ocurre es que a las procesiones se les ha visto el gancho tribal-folkl¨®rico"
La Espa?a actual se parece cada vez m¨¢s a la del franquismo, es decir, cada vez resulta m¨¢s decimon¨®nica. Entonces -durante el franquismo- la Semana Santa era obligatoria. Estaba prohibido emitir por la radio cuanto no fueran misas y m¨²sica m¨¢s o menos religiosa; a los cines se les permit¨ªa exhibir tan s¨®lo pel¨ªculas p¨ªas o, a lo sumo, de la ¨¦poca de Cristo, y uno ten¨ªa gran suerte si pod¨ªa ver Ben-Hur o Barrab¨¢s, que al menos eran espectaculares y con gladiadores; a los ni?os nos dec¨ªan las abuelas que no pod¨ªamos cantar ni estar alegres; el luto por un muerto de hac¨ªa dos mil a?os se impon¨ªa a toda la ciudadan¨ªa. Ahora las televisiones no s¨®lo pasan las mismas pel¨ªculas y algunas nuevas y peores, como la hist¨¦rica y demente versi¨®n de Mel Gibson, sino que en sus telediarios sacan sin cesar im¨¢genes de procesiones, como si ¨¦stas fueran noticia, sin la menor verg¨¹enza.
Aparte de las molestias, es lo que todo esto precisamente me causa: verg¨¹enza. No es que haya m¨¢s beatos que hace unos a?os. De hecho, y bien se duele la Iglesia, la sociedad est¨¢ cada vez m¨¢s secularizada. Lo que ocurre es que a las procesiones se les ha visto el gancho tribal-folkl¨®rico. Como he asistido a un mont¨®n de ellas a pesar m¨ªo, s¨¦ de qu¨¦ hablo. La mayor parte del p¨²blico que las mira y sigue son guiris de la peor especie con sus c¨¢maras idiotas permanentemente alzadas. Contemplan el espect¨¢culo -si es que a cosa tan aburrida y s¨®rdida se la puede llamar as¨ª- de la misma manera que nosotros observar¨ªamos una danza comanche o sioux alrededor de unos t¨®tems. Ven a unos tipos flagel¨¢ndose, andando de rodillas o descalzos, cargando cruces y dem¨¢s, como nosotros ver¨ªamos a unos indios someti¨¦ndose a la ceremonia de iniciaci¨®n consistente en ser izado por unos ganchos clavados al pecho, cuya carne se desgarra largo rato, o como vemos por televisi¨®n a ciertos musulmanes desollarse vivos en no recuerdo qu¨¦ efem¨¦ride. Se quedan at¨®nitos esos turistas ante las l¨¢grimas o las expresiones de inveros¨ªmil arrobo que los m¨¢s devotos dedican al paso de unas efigies horrendas y sobrecargadas, sean el Cristo de los Escaparates o la Virgen del Pasamonta?as. No nos causa rubor ofrecernos en nuestra vertiente m¨¢s primitiva, m¨¢s supersticiosa, m¨¢s atrasada. Es m¨¢s, lo procuramos: vean lo ex¨®ticos que somos, y qu¨¦ brutos, y qu¨¦ elementales, y qu¨¦ cutres. Lo m¨¢s deprimente es que este regreso al tribalismo es tambi¨¦n jaleado por gentes supuestamente racionales y de izquierdas. Digo supuestamente porque nadie que no sea un propagandista de la fe cat¨®lica, o un mercachifle avispado, puede prestarse a ser costalero o cofrade, y ahora hay muchos presuntos agn¨®sticos o ateos que se privan por ser admitidos en la Hermandad del Vinagre o en la Cofrad¨ªa de los Californios, les da lo mismo. A eso se lo llama, desde los tiempos del Cristo, ser un fariseo.
Cada vez m¨¢s decimon¨®nicos, s¨ª, en Madrid al menos. Un Ayuntamiento y una Comunidad beatos le van a permitir a la Iglesia edificar, en la privilegiada zona entre San Francisco el Grande y las Vistillas, un "peque?o Vaticano" de miles de metros cuadrados. Con ello la Iglesia se cargar¨¢ el mejor perfil de la ciudad, que pintaran Goya y otros, esa vista dejar¨¢ de existir para siempre. ?Y qu¨¦ har¨¢ la Iglesia a cambio? Es risible. "Devolver¨¢" unos terrenitos que el anterior alcalde, ?lvarez del Manzano, le hab¨ªa donado. En un Estado aconfesional, la Iglesia Cat¨®lica no s¨®lo recibe dinero a espuertas de los contribuyentes, sino que le salen gratis sus tropel¨ªas urban¨ªsticas, a las que se opone todo el vecindario. Si esto no es franquismo, que venga el tirano y lo vea. Claro que entonces esta t¨¦trica Iglesia lo volver¨ªa a cobijar bajo palio, como anta?o.
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