Obama y Afganist¨¢n
La tan elogiada nueva pol¨ªtica del presidente estadounidense para el pa¨ªs asi¨¢tico adolece de carencias. No es nada seguro, para empezar, que el mejor instrumento sea el aumento de tropas extranjeras
A primera vista, muchas cosas encomiables se aprecian en la perspectiva adoptada por la Administraci¨®n de Barack Obama respecto a Afganist¨¢n. En realidad, muchos de sus nuevos elementos coinciden con los que mi organismo defendi¨® cuando yo era Representante Especial de la Uni¨®n Europea para ese pa¨ªs.
Resulta refrescante escuchar que dicha Administraci¨®n declare, por ejemplo, que la legitimidad del Gobierno afgano se ve socavada por la "corrupci¨®n rampante", que hay que establecer criterios claros para garantizar que la ayuda extranjera no se despilfarra, o que el conflicto afgano no se resolver¨¢ del todo mientras los talibanes cuenten con santuarios paquistan¨ªes en los que la insurgencia islamista no deja de extenderse.
El pueblo afgano se muestra harto, cuando no hostil, a la presencia militar occidental
Fraude electoral, mal gobierno y corrupci¨®n dan argumentos a los talibanes
Tambi¨¦n es positivo que Estados Unidos se recuerde a s¨ª mismo y a la comunidad internacional que la propia seguridad nacional es la principal raz¨®n de nuestra presencia en esa regi¨®n.
Sin embargo, no puede uno dejar de preguntarse sobre otros elementos que apuntan menos hacia una "nueva" pol¨ªtica que a una continuaci¨®n de la que propugnaba George W. Bush.
Pensemos por ejemplo en el discurso sobre la "derrota" de Al-Qaeda. ?Hasta qu¨¦ punto se diferencia de la victoria en la "guerra contra el terror"? ?Qu¨¦ tiene que ocurrir para que se proclame el ¨¦xito en esta empresa, cuando Al-Qaeda es m¨¢s una franquicia que una organizaci¨®n centralizada?
O pensemos en el incremento de los efectivos militares, que a corto plazo ser¨¢ el aspecto m¨¢s visible de la pol¨ªtica de Obama. Dejando de lado que todav¨ªa queda por dilucidar si una medida parecida ha estabilizado Irak, cabe preguntarse si es esto lo que hay que hacer cuando el pueblo afgano se muestra cada vez m¨¢s harto, cuando no directamente hostil, a la presencia militar extranjera, que durante siete a?os -al tiempo que las v¨ªctimas civiles no han dejado de aumentar-, no ha logrado proporcionarle una mayor seguridad.
La pol¨ªtica del presidente Barack Obama tambi¨¦n adolece de otras carencias, algo seguramente achacable a la influencia del Ej¨¦rcito estadounidense en su formulaci¨®n. Una de ellas es la relativa al silencio sobre el futuro del centro de detenci¨®n de Bagram, que alberga a unos 600 prisioneros, en condiciones como m¨ªnimo tan duras como las de Guant¨¢namo; otra es la falta de compromiso en lo tocante al respeto de los Convenios de Ginebra o de los Protocolos Adicionales, o respecto al inicio de conversaciones con el Gobierno afgano para llegar a un acuerdo sobre un estatuto de las fuerzas de intervenci¨®n que -similar al recientemente firmado con Irak-, pueda regular la presencia y la conducta de los contingentes estadounidenses en Afganist¨¢n.
Resulta alentador que Estados Unidos apoye las iniciativas de reconciliaci¨®n con aquellos combatientes que hayan podido unirse a los talibanes menos por convicci¨®n ideol¨®gica que por agravios localizados o falta de empleo, y que advierta del peligro de que dichas conversaciones se conviertan en una excusa para que Afganist¨¢n vuelva a un "r¨¦gimen medieval", o de que se abandone la lucha por los derechos humanos o la mejora de la situaci¨®n de la mujer.
Sin embargo, en Washington se escucha a importantes personalidades declarar que no deber¨ªa importarnos el tipo de Gobierno de Afganist¨¢n, y tambi¨¦n a quienes, sin pretender rendir un inmerecido homenaje a la Administraci¨®n de George W. Bush, le atribuyen la intenci¨®n de exportar a todo el mundo tanto la democracia como la concepci¨®n de gobernanza occidental.
Seg¨²n dicha argumentaci¨®n, "no debemos intentar crear una Suiza en Afganist¨¢n" -como si en alg¨²n momento alguien, desde luego no la ¨²ltima Administraci¨®n estadounidense, hubiera tenido esa intenci¨®n-, y lo que t¨¢citamente se admite es que el Gobierno representativo, las instituciones respetuosas con el imperio de la ley o los derechos humanos reconocidos universalmente no deben ser nuestro principal objetivo.
Precisamente el fracaso registrado hasta el momento en lo tocante a asentar el monopolio de la violencia en manos del Gobierno afgano y la pasividad mostrada por la ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad, en sus siglas en ingl¨¦s) en la disoluci¨®n de los grupos armados ilegales, han sido en parte responsables de la proliferaci¨®n del mal gobierno, la impunidad y la corrupci¨®n, elementos que a su vez han contribuido al ¨¦xito de los talibanes.
Adem¨¢s, ?est¨¢ la opini¨®n p¨²blica internacional dispuesta a sacrificar soldados y recursos para alcanzar un objetivo tan abstracto como la derrota de Al-Qaeda, apoyando al mismo tiempo un r¨¦gimen corrupto que reproduzca las peores pr¨¢cticas de los talibanes en el pasado?
Lo que convierte en realmente trascendentales las elecciones presidenciales de finales de agosto es que los afganos desean un r¨¦gimen verdaderamente representativo. El despliegue de m¨¢s tropas internacionales -entre ellas las espa?olas- durante las elecciones es una medida sensata, pero bastante insuficiente para garantizar que ¨¦stas sean justas y cre¨ªbles. La inseguridad imperante har¨¢ que los observadores internacionales se vean relegados a unos pocos centros urbanos, puesto que alrededor de un cuarto de las circunscripciones afganas se consideran zonas prohibidas.
Adem¨¢s, seg¨²n la Constituci¨®n, el mandato del presidente Karzai finaliza el 22 de mayo, meses antes de que pueda conocerse el resultado definitivo de unos comicios que probablemente precisen de dos vueltas.
El presidente insiste en que continuar¨¢ en su puesto hasta entonces y ha recibido el apoyo del Tribunal Supremo, a pesar de que la jurisdicci¨®n y la independencia de ¨¦ste suscitan dudas generalizadas.
La comunidad internacional ha aceptado los consejos del Tribunal, sin insistir por desgracia en que se restrinjan de alguna manera los poderes del presidente, y sin exigir -ante las justificadas sospechas de imparcialidad que pesan sobre la Comisi¨®n Electoral nombrada por el presidente- la imposici¨®n de alg¨²n tipo de mecanismo que garantice reglas de juego justas.
Lo que se necesita urgentemente es que las principales fuerzas pol¨ªticas, y los potenciales y m¨¢s importantes candidatos presidenciales consens¨²en tanto su proceder despu¨¦s del 20 de mayo como un posible plan alternativo en el caso de que los problemas de seguridad imposibiliten el objetivo de celebrar elecciones libres.
Como indican los recientes ejemplos de Kenia y Zimbabue, nada puede ser m¨¢s desestabilizador que un proceso electoral cuyos resultados sean considerados fraudulentos por la mayor¨ªa de la ciudadan¨ªa.
Francesc Vendrell es profesor visitante en la Universidad de Princeton. Entre 2002 y 2008 fue Representante Especial de la Uni¨®n Europea para Afganist¨¢n, habiendo servido como Representante Personal del Secretario-General de la ONU del 2000 al 2002. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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