De metr¨®polis y extrarradios
La falta de simetr¨ªa entre metr¨®polis y extrarradios es motivo de reflexi¨®n en algunos foros que se ocupan del litigio entre culturas dominantes y culturas dominadas. Algunas ramificaciones de los denominados estudios culturales han llamado la atenci¨®n sobre esos fen¨®menos de dominaci¨®n que otorgan autoridad indiscutida a ciertas obras cuyo pa¨ªs de origen tiene la sart¨¦n por el mango de todos los acaparamientos y todas las influencias.
Los grupos dominantes encaraman sus valores en lo m¨¢s alto mientras que los m¨¢s d¨¦biles apenas pueden hacer o¨ªr sus voces m¨¢s all¨¢ de sus guetos. En este caso llamar¨ªamos metr¨®polis al pa¨ªs -Estados Unidos- que determina las grandes tendencias e influencias culturales y extrarradios a todos los que forman parte de esa irradiaci¨®n y la acatan con reverencia y la dan por representativa indiscutible de los tiempos en que vivimos.
Hollywood obliga a los extranjeros a comprarle bodrios si quieren tener los filmes taquilleros
La falta de simetr¨ªa significa que, mientras la metr¨®polis promueve hacia el exterior sus invenciones culturales de todo tipo, es completamente refractaria a todas las que no sean de lengua inglesa y carezcan de cualquier clase de poder simb¨®lico.
La metr¨®polis no traduce apenas nada a su lengua las literaturas actuales que le son ajenas. Los extrarradios no angl¨®fonos, en cambio, traducen escrupulosamente todo lo que, en la metr¨®polis, cuente con el aval de los intermediarios m¨¢s influyentes (The New York Times, The New York Review of Books, etc¨¦tera). Incluso las benem¨¦ritas editoriales espa?olas de poes¨ªa vuelcan a veces sus esfuerzos en autores estadounidenses recientes, sin duda seducidas por el glamour que desprende una cultura tan poderosa como aqu¨¦lla, pues el poder siempre es seductor y el poder cultural no menos que cualquier otro.
La falta de simetr¨ªa a la que alud¨ªamos al principio implica una impresionante desigualdad revelada por los mecanismos de difusi¨®n de que dispone la metr¨®polis frente a los de los extrarradios.
Quiz¨¢s el caso m¨¢s clamoroso sea el de la industria del cine que obliga a los exhibidores extranjeros -al menos a los espa?oles- a hacerse cargo de bodrios de tercera y cuarta fila a cambio de que puedan hacer taquilla con los ¨¦xitos garantizados (puede que igualmente bodrios) a los que ponen rostro las grandes estrellas de Hollywood. La imposici¨®n desemboca en una irremediable jerarquizaci¨®n que preestablece los criterios de distinci¨®n y valoraci¨®n.
La misma jerarqu¨ªa que emana del poder cultural predetermina lo que tiene inter¨¦s y lo que no, o lo que es lo mismo, no hay ninguna posibilidad de que prestemos la misma atenci¨®n reverente a obras y a autores que proceden de lenguas y culturas carentes de ese poder. Esa atenci¨®n, en el fondo, se la prestamos al poder y no a la obra. Para saber de veras lo que es esa obra, deber¨ªamos olvidarnos -y no podemos- del poder que la lanza al inter¨¦s p¨²blico.
La cuesti¨®n m¨¢s de fondo es: ?aceptar¨ªamos los ¨²ltimos valores literarios norteamericanos si no vinieran refrendados por la imagen de marca que impone su prestigio a ojos ciegas? Esos novelistas j¨®venes (o no tan j¨®venes) que se nos presentan como las reencarnaciones de Melville -por mencionar a uno de los verdaderamente grandes que no las tuvo todas consigo en su pa¨ªs- ?son mucho m¨¢s que el poder que los lanza a la consideraci¨®n medi¨¢tica sin que sea posible apenas resistir a esa llamada? John Updike puede que sea un fabuloso novelista pero la desmedida atenci¨®n que le prestamos, ?no depende en buena medida de la irradiaci¨®n cegadora que la metr¨®polis regala a todos sus extrarradios? ?Y si fuera el poder de un pa¨ªs y de una lengua y de una cultura el que decidiera exactamente lo que hay que leer y valorar con sometimiento y sumisi¨®n, sin que cupiera la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de dar la espalda a esos valores contaminados por la sospecha que se origina en el gran poder que los crea?
Quiz¨¢s exagere, pero es verdad que es dif¨ªcil dejar de seguir la l¨ªnea marcada por los medios que se pliegan sin m¨¢s a los requerimientos de la cultura poderosa. ?Qui¨¦n no se lanzar¨¢, antes o despu¨¦s, a leer a los autores tan entronizados y convertidos en casi obligatoria referencia? Pocos autores espa?oles vivos llegan a recibir tantos halagos ic¨®nicos y exeg¨¦ticos y es de suponer que esa racaner¨ªa, contrastada con la generosidad con que son recibidos los autores de la metr¨®polis, vivos o muertos, hace pensar que se acepta de antemano la inferioridad de los primeros sobre los segundos.
?Quiere eso decir que Estados Unidos no ha dado autores principales desde, al menos, el siglo XIX? No, no quiero decir eso (?Dickinson, Whitman, Melville, James...!). Lo que quiero decir es que somos demasiado dependientes y que esa dependencia nos convierte en sat¨¦lites agradecidos m¨¢s que en cr¨ªticos resistentes. ?No ser¨ªa bueno que tom¨¢ramos m¨¢s distancias y fu¨¦ramos menos reverentes y crey¨¦ramos que los valores est¨¦ticos, para ser aut¨¦nticos, necesitan ser despojados de todo lo que -poder simb¨®lico, imposici¨®n medi¨¢tica, arrolladora difusi¨®n- adormece, paraliza y aun anula nuestras resistencias cr¨ªticas?
?ngel Rup¨¦rez es escritor y profesor de Teor¨ªa de la Literatura de la Universidad Complutense de Madrid.
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