Woody Allen no rueda aqu¨ª
Los vecinos de Gramercy Park, en Nueva York, mantienen su parque privado alejado de los focos
Le gustaba sentarse y ver pasar a la gente; observar a los neoyorquinos y su proverbial andar apresurado. Y aquella taberna de ventanas amplias le ofrec¨ªa una perspectiva excepcional, o eso debi¨® de pensar el escritor O'Henry (1862-1910), maestro del cuento sobre la vida en la gran manzana. Pete's Tavern, que as¨ª se llama hoy el local (por entonces era Healy's Cafe), de fachada negra en un edificio de ladrillo, est¨¢ en una esquina de la Calle 18 con Irving Place. Lo que hace especial ese emplazamiento es que se alza justo a medio camino de dos lugares diametralmente opuestos de Manhattan: Union Square, centro de activismo ciudadano, y Gramercy Park, el ¨²nico parque privado de la isla. Dos plazas separadas por poco menos de 400 metros que resumen dos extremos del alma neoyorquina.
En uno de los reservados de Pete's Tavern es donde, seg¨²n cuenta la leyenda, O'Henry, seud¨®nimo de William Sydney Porter, ide¨® uno de sus relatos m¨¢s bellos, El regalo de los reyes magos. Cuenta la historia de Delia y Jim, dos enamorados que, cada uno por su lado y en secreto, planean hacerle a su pareja un regalo de Navidad especial. Pero s¨®lo tienen unos centavos. As¨ª que, sin que el otro lo sepa, deciden sacrificarse para conseguir unos d¨®lares. Delia vende su melena y Jim su reloj. Sin querer, ambos se equivocar¨¢n de regalo, pero de un modo emocionalmente muy valioso.
O'Henry "era cliente habitual", seg¨²n se?ala frente al local el historiador Stephen Petrus, miembro del Baruch College de la Central University of New York. Con toda seguridad, de este barrio extrajo O'Henry buena materia prima para sus relatos, en los que capt¨® el latido de las calles de Manhattan.
Desde su ventana pod¨ªa elegir entre el bullicio o la calma. Si al salir del local enfilaba por Irving Place hacia el sur y luego torc¨ªa a la derecha por la 17, llegaba a la explanada de Union Square. All¨ª se abre el hervidero de las grandes reivindicaciones ciudadanas. O'Henry no lo ver¨ªa, pero aquella plaza acogi¨® las protestas obreras de los a?os treinta, en plena Gran Depresi¨®n. Los parados se concentraban aqu¨ª para marchar hacia el Ayuntamiento en busca de empleo.
Es un lugar magn¨¦tico. Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, se reunieron aqu¨ª las espont¨¢neas expresiones de duelo. La plaza, que ejerc¨ªa de l¨ªmite norte de la zona acordonada por la polic¨ªa tras el ataque a las Torres Gemelas, se inund¨® de mensajes de apoyo a las v¨ªctimas. Sobre todo en torno a la estatua de Gandhi, que saluda desde la zona sur, donde se instala un popular mercado de verdura.
Si O'Henry, en cambio, buscaba recogimiento, lo mejor era apurar la cerveza y encaminarse por Irving Place hacia el norte. En cinco minutos encontrar¨ªa lo que buscaba: Gramercy Park, un remanso de tranquilidad ¨²nico en la isla: un peque?o rect¨¢ngulo (de unos 150 por 70 metros) lleno de frondosos olmos y acebos entre Park Avenue South y la Tercera Avenida, encajado entre las calles 20 y 21. Su fundador, el fil¨¢ntropo Samuel B. Ruggles, que compr¨® el terreno en 1831, cuando era una zona pantanosa alejada del centro, plane¨® que los futuros residentes ser¨ªan los propietarios del parque. A cambio tendr¨ªan que comprometerse a mantenerlo y cumplir ciertos requisitos, como, por ejemplo, evitar la construcci¨®n de comercios en las inmediaciones. El prop¨®sito de Ruggles se ha mantenido hasta hoy.
Ni m¨²sica ni pelotas
La tranquilidad se impone aqu¨ª a rajatabla. Est¨¢n prohibidas la m¨²sica, las bebidas alcoh¨®licas, los perros, dar de comer a los p¨¢jaros y las actividades f¨ªsicas, como ir en bicicleta o jugar a la pelota, seg¨²n enumera el historiador Petrus. Impera una quietud distinguida, burguesa. Rodeado de una jardiner¨ªa cuidada con mimo ingl¨¦s, Henry podr¨ªa haber perfilado con tranquilidad esas tramas imprevisibles que le hicieron popular. Tipos como el adinerado se?or Coulson, el viejo enamoradizo de El alegre mes de mayo, quiz¨¢ se los podr¨ªa haber encontrado uno bajando las escaleras del n¨²mero 4, una elegante casa de ladrillo de tres plantas que aloj¨® al alcalde John Harper a mediados del XIX.
Sustancia narrativa no le habr¨ªa faltado a Henry en esta plaza, presidida por una estatua del actor Edwyn Booth, hermano de John Wilkes Booth, el asesino del presidente Lincoln. En el lado norte, esquina con Lexington, vivi¨® el arquitecto m¨¢s influyente del Nueva York del cambio de siglo: Stanford White (1853-1906), art¨ªfice del Madison Square Garden original y de las mansiones de los millonarios Astor y Vanderbilt. White muri¨® tiroteado por el rico heredero Harry Kendall Thaw, un celoso furibundo que sospechaba que su mujer, la actriz Evelyn Nesbit, se la pegaba con el apuesto arquitecto (y estaba en lo cierto).
Eso fue hace mucho, pero la vida del barrio ha seguido activa. Justo donde vivi¨® White se alza el prohibitivo Gramercy Park Hotel, fundado en 1925, que aloj¨® a Joseph P. Kennedy y a su hijo, el peque?o John Fitzgerald, antes de ser destinado al Reino Unido como embajador.
Hoy el hotel suele acoger las fiestas privadas de Mick Jagger y Roger Federer.
Los propietarios del parque tambi¨¦n dan mucho juego. Sus disputas sobre la normativa del parque son b¨ªblicas. "Es una cl¨¢sica batalla de voluntades neoyorquina entre la clase privilegiada", ha se?alado con sorna The New York Times.
El olfato de Henry seguro que habr¨ªa captado todas esas historias. Eso, claro, si es que tuvo la suerte de conocer a alg¨²n vecino, porque s¨®lo ellos, unos 400, tienen la llave de la cancela de hierro forjado que circunda el parque. No han podido profanarlo ni siquiera ilustres conciudadanos como Woody Allen y Robert de Niro, que quisieron rodar entre sus arbustos. La negativa de los celosos vecinos fue rotunda.
Se trata de un placer prohibido; un reducto de soledad y privacidad, esos dos extra?os regalos que ofrece Nueva York a quien los busque, seg¨²n escribi¨® el novelista E. B. White (1899-1985) en Here is New York, su deliciosa carta de amor a la ciudad, a la que llam¨®: "Ese concentrado de arte y comercio y deporte y religi¨®n y entretenimiento y finanzas, que re¨²ne en un ¨²nico y compacto campo de batalla al gladiador, al evangelista, al empresario, al actor, al comerciante y al mercader".
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