Salir del cuadro
1 - En la radio del cuarto suena My little Basquiat, de Cowboy Junkies, que es una de esas bandas que hacen da?o o que, como dir¨ªa un castizo, escarban en el fondo de tu alma para acabar de hundirte en el crep¨²sculo. Triple hechizo. El de la belleza sonora de esta canci¨®n. El aire, digamos que elegiaco, del atardecer. Y mi profunda hipnosis ante Stairway, el peque?o cuadro que tengo frente a la cama.
Hay un misterio en este lienzo tan escasamente conocido de Edward Hopper, cuya reproducci¨®n el Roger Smith Hotel ha tenido a bien colgar en esta habitaci¨®n, frente a la cama de los pobres hu¨¦spedes. Creo que perseguir¨ªa, hasta donde fuera necesario, la historia de los anteriores inquilinos de este cuarto, la silenciosa historia de cuantos han pasado antes por el mismo lugar obsesivo donde ahora me encuentro y donde permanezco alucinado, casi inm¨®vil, mirando con extra?eza Stairway.
Cae la tarde, la ventana est¨¢ abierta. Rumores de voces y toda la gama de los sonidos urbanos, conversaciones que suben de tono en el crep¨²sculo, tr¨¢fico intenso en Lexington Avenue. El momento tiene un aire realmente elegiaco. Los ensue?os y los recuerdos de todo aquello que ha sucedido a lo largo del d¨ªa absorben paulatinamente el mundo que tengo alrededor mientras percibo, cada vez con mayor precisi¨®n, las voces humanas de ¨²ltima hora, las ventanas que se cierran de un solo golpe, las risas de los extra?os. Todo parece en armon¨ªa conmovedora con mi inquietud nerviosa en este atardecer. Inquietud por el peque?o cuadro que contemplo como si todav¨ªa estuviera intacta la emoci¨®n que ha sabido reunir el d¨ªa que ahora est¨¢ acabando.
Me gustar¨ªa salir a la calle, pero la reproducci¨®n de Stairway parece oponerse a la idea. En el peque?o lienzo el espectador mira escaleras abajo hacia una puerta que se abre a una oscura, impenetrable masa de ¨¢rboles o monta?as. La ¨²nica vez que hab¨ªa visto antes este cuadro hab¨ªa sido en el libro que el gran poeta Mark Strand escribi¨® sobre Hopper. Si no fuera por el libro, creer¨ªa que ese cuadro no existe. No he encontrado nunca una sola imagen de Stairway en todo Internet. Pero s¨¦ que el cuadro fue pintado en 1949 y se encuentra en la colecci¨®n Hopper del Whitney Museum, precisamente s¨®lo a seis calles de este hotel.
En Stairway miramos escaleras abajo hacia una puerta que se abre a una oscura, impenetrable masa de ¨¢rboles o monta?as. Comenta Strand en su libro que mientras la casa entera parece decirnos que salgamos, todo en el exterior de ella parece preguntarnos ad¨®nde. Para Strand, todo aquello a lo que la geometr¨ªa de la casa nos dispone, nos es finalmente denegado. La puerta abierta no es un c¨¢ndido pasaje entre el interior y el exterior, sino una invitaci¨®n parad¨®jicamente preparada para que nos quedemos donde estamos. "Sal", dice la casa. "?Ad¨®nde?", pregunta el paisaje exterior. Todo esto recuerda a Kafka, aunque ahora no estoy muy seguro de que lo dijera Kafka: "Se fueron muy lejos para quedarse aqu¨ª".
2
- Nada extra?o ser¨ªa que para la escalera de la casa terror¨ªfica de Psicosis se hubiera inspirado Hitchcock en este peque?o cuadro de Hopper, cuya reproducci¨®n lleva rato haci¨¦ndome permanecer inm¨®vil en este cuarto. Despu¨¦s de todo, Hitchcock, cuando realiz¨® esa pel¨ªcula, no s¨®lo conoc¨ªa bien la obra del pintor, que en aquellos a?os hab¨ªa empezado a ser muy apreciado por el p¨²blico norteamericano, sino que se inspir¨® directamente en el cuadro de Hopper Casa junto a las v¨ªas del tren para levantar la extra?a casa en la que viven Tony Perkins y su madre en Psicosis. As¨ª que es muy probable que no se contentara Hitchcock con la fachada de la casa hopperiana y encontrara para la decoraci¨®n de su t¨¦trico interior esa escalera extra?a de Stairway que nos invita a salir fuera, al tiempo que nos dice: "Por Dios, no te muevas".
Ocurre muchas veces con este pintor: asistimos a las escenas m¨¢s familiares con la sensaci¨®n de que para nosotros son esencialmente remotas, incluso desconocidas. Dice Strand que si hay gente, por ejemplo, que en un cuadro de Hopper est¨¢ mirando al vac¨ªo, esa gente parece estar en cualquier parte menos donde efectivamente se encuentran, perdidos en un misterio que los cuadros no pueden revelarnos y que s¨®lo podemos intentar adivinar. El misterio de Stairway es para m¨ª el m¨¢s grande de todos, aunque s¨®lo sea porque ahora lo tengo ah¨ª enfrente de m¨ª, situado de una forma que no puede resultarme ya m¨¢s obsesiva, y encima paraliz¨¢ndome, dej¨¢ndome incapacitado para abandonar el cuarto.
Creo que quiero moverme, salir. Mi situaci¨®n es la misma que la de cualquier espectador de un cuadro de Hopper, aunque el cuadro que contemplo es s¨®lo una reproducci¨®n y el lugar del que quiero escapar es nada menos que mi propio cuarto. Cualquier espectador de Hopper queda alcanzado emocionalmente por los elementos formales que en sus pinturas entran siempre en conflicto y producen sensaciones encontradas en quien los mira: irse o quedarse, observar simplemente el misterio o descifrarlo.
Creo que quiero dar una vuelta, salir. Irme o quedarme, ¨¦sta es la cuesti¨®n. Desde que s¨¦ que el Whitney Museum est¨¢ a seis calles de aqu¨ª, no hago m¨¢s que esperar el momento en que logre doblegar el hechizo y pueda salir del cuadro y moverme, pueda ir a ver el cuadro de verdad, el que me espera ah¨ª afuera: uno m¨¢s real, supongo, aunque s¨®lo sea porque es el original y porque para verlo -debe de ser una condici¨®n de lo real- he de salir del cuadro y del cuarto y salir del hotel y cruzar unas calles, irme no muy lejos, m¨¢s bien cerca, como si fuera a quedarme.
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