El enemigo a las puertas de Islamabad
El Ej¨¦rcito, dotado de armas nucleares, ha descuidado la lucha contra los talibanes por su obsesi¨®n con la guerra con India
El Ej¨¦rcito paquistan¨ª segu¨ªa bombardeando ayer las posiciones talibanes en los distritos de Buner y Bajo Dir. Sin embargo, esa respuesta al desaf¨ªo que plante¨® la presencia de los insurgentes a un centenar de kil¨®metros de Islamabad s¨®lo se produjo ante las enormes presiones de EE UU. Por ello, a punto de cumplirse una semana de las operaciones militares, persisten las dudas sobre su determinaci¨®n de llegar al final. Por ahora, el ¨²nico resultado de los combates son decenas de miles de nuevos civiles desplazados.
"Las operaciones contin¨²an en Maidan, porque siguen llegando familias", confirma por tel¨¦fono Waleed, un habitante de Timorgarha, la capital del Bajo Dir. En ese distrito, la ONU estima que 50.000 personas se han desplazado en busca de seguridad. De Buner, nadie tiene cifras. Adem¨¢s, con el acceso a la zona vetado a los periodistas extranjeros, resulta imposible comprobar los datos que facilita el Ej¨¦rcito. Seg¨²n su portavoz, 200 talibanes y una docena de soldados han muerto en los combates.
La presi¨®n de EE UU ha forzado a los militares a combatir a los talibanes
Amplios sectores de Pakist¨¢n parecen resignados al avance del integrismo
A pesar del coste humano, muchos observadores temen que, como en ocasiones anteriores, el Ej¨¦rcito se limite a hacer lo m¨ªnimo para satisfacer a EE UU ante la visita del presidente Ali Asif Zardari a Washington la pr¨®xima semana.
No hay p¨¢nico en Islamabad. Ni en las oficinas del Gobierno ni en la calle. Por m¨¢s que diplom¨¢ticos y analistas occidentales insistan en la amenaza que supone el avance talib¨¢n y la debilidad del Ejecutivo, la mayor¨ªa de los paquistan¨ªes no parecen alarmados. Es cierto que, a pesar de los agoreros, resulta improbable que 15.000 insurgentes (seg¨²n las cifras m¨¢s generosas) puedan derrotar a un Ej¨¦rcito de 620.000 hombres. Por otra parte, amplios sectores dan la impresi¨®n de haberse resignado a la creciente islamizaci¨®n de la sociedad.
Desde fuera, sorprende que con semejante ventaja de fuerzas, los militares hayan sido incapaces de aniquilar a esos grupos islamistas que cuestionan el orden establecido. Es m¨¢s, desde que en marzo de 2004 los soldados entraron en Wazirist¨¢n, la talibanizaci¨®n se ha extendido desde las agencias tribales administradas federalmente (FATA en sus siglas inglesas) hasta las zonas asentadas de la Provincia de la Frontera Noroccidental (m¨¢s conocida como NWFP), donde se libra el ¨²ltimo pulso. "El Ej¨¦rcito cumple las ¨®rdenes del Gobierno, en Buner y en otros lugares", asegura el general retirado y analista militar Matinuddin Kamal. Sin embargo, la sensaci¨®n es que lo hace renuentemente.
"Se debe a la obsesi¨®n con India", se?alan tanto diplom¨¢ticos como expertos en seguridad occidentales. El Ej¨¦rcito paquistan¨ª se ha construido para hacer frente a la amenaza existencial que supone su enemigo tradicional. En consecuencia, carece del entrenamiento y los equipos adecuados para afrontar la insurgencia que plantean los talibanes. "Falta capacidad, helic¨®pteros, gafas de visi¨®n nocturna y medios de desplazamiento", admite Ikram Seghal, director del Defense Journal. "Se le est¨¢ exigiendo que libre dos guerras a la vez, contra el terrorismo y contra la insurgencia, pero un Ej¨¦rcito convencional no est¨¢ preparado para eso", a?ade este antiguo piloto militar.
Pero si incluso la prometida ayuda estadounidense se encauzara en ese sentido, hay serias dudas de que fuera suficiente. M¨¢s all¨¢ de las limitaciones materiales, persiste el estado mental de desconfianza hacia India. Todav¨ªa hoy, la mitad del Ej¨¦rcito est¨¢ desplegado en la frontera oriental, y de los 120.000 hombres destinados a luchar contra los talibanes y Al Qaeda, la mitad son paramilitares del Frontier Constabulary, cuya preparaci¨®n y salario son mucho menores.
"El Ej¨¦rcito tambi¨¦n es muy consciente de que se est¨¢ enfrentando a su propia gente y no quiere crear una situaci¨®n de desconfianza", admite Kamal, el general retirado.
Seghal discrepa. "Tal vez eso se produzca entre los miembros del Frontier Constabulary que est¨¢n reclutados en la zona y pueden temer las represalias de su gente una vez que concluyan las operaciones, pero en el Ej¨¦rcito los regimientos est¨¢n muy mezclados", afirma. No obstante, este analista admite que "hay una percepci¨®n de que cada vez que el Ej¨¦rcito est¨¢ a punto de lograr un ¨¦xito militar, los talibanes se las arreglan para firmar un acuerdo de paz, y poco despu¨¦s hay que volver a empezar la campa?a".
La realidad es que la islamizaci¨®n que ha sufrido la sociedad paquistan¨ª en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas hace que muchos ciudadanos vean con benevolencia a los talibanes. Aunque la mayor¨ªa no aprueban sus t¨¢cticas, muchos tampoco son contrarios a su campa?a a favor de la ley isl¨¢mica. Y esto constituye sin duda un factor importante a la hora de que el Gobierno pase a la ofensiva.
De hecho, EE UU se ha dado cuenta del peso que tiene en la sociedad paquistan¨ª ese sector social y religiosamente conservador. Varias filtraciones period¨ªsticas han revelado que tanto la secretaria de Estado, Hillary Clinton, como el representante especial Richard Holbrooke est¨¢n intentando convencer al presidente Asif Ali Zardari para que incorpore al Gobierno al jefe de la oposici¨®n, Nawaz Sharif. El objetivo ser¨ªa que sus buenas relaciones con los islamistas moderados ayuden a frenar el extremismo militante. Para algunos observadores, s¨®lo una islamizaci¨®n controlada de la pol¨ªtica ofrece una salida a la deriva yihadista.
De hecho, hay comentaristas que han empezado a hablar del riesgo de una revoluci¨®n isl¨¢mica, al estilo de la que se produjo en Ir¨¢n en 1979. La sola menci¨®n de esa posibilidad pone los pelos de punta en las canciller¨ªas occidentales ante el hecho de que Pakist¨¢n posee entre 60 y 100 armas at¨®micas. Debido a la naturaleza clandestina de su programa nuclear, nadie tiene seguridad ni del n¨²mero exacto ni de d¨®nde se hallan. Pero tanto Zardari como el jefe del Ej¨¦rcito, el general Ashfaq Kayani, han tratado de tranquilizar a Washington sobre su seguridad.
Por supuesto, las cabezas nucleares y los cohetes que las transportan se guardan en lugares distintos. Los complejos sistemas de cierres electr¨®nicos que dan acceso a su montaje y la vigilancia de un cuerpo de ¨¦lite de 10.000 soldados garantizan su protecci¨®n f¨ªsica. Sin embargo, el temor de Occidente no es que Al Qaeda o los talibanes vayan a ser capaces de hacerse con ellas. Preocupa m¨¢s que una generaci¨®n de j¨®venes paquistan¨ªes cada vez m¨¢s radicalizados est¨¦n llegando al Ej¨¦rcito y a los centros de investigaci¨®n. "Revoluci¨®n isl¨¢mica s¨®lo ha habido en Ir¨¢n. Nosotros no estamos ni siquiera cerca", desestima Kamal, que recuerda que aqu¨ª existe un Gobierno elegido en las urnas y que los partidos islamistas no consiguieron ni el 5% de los votos.
"Sufi Mohamed nos ha hecho despertar hace diez d¨ªas", apunta por su parte Seghal en referencia al l¨ªder que negoci¨® el acuerdo de paz de Buner y luego denunci¨® la democracia como antiisl¨¢mica. "La mayor¨ªa de los paquistan¨ªes son musulmanes moderados, gente que cree en el islam, pero no el radicalismo", subraya.
Tambi¨¦n es cierto que la naturaleza fragmentaria de los diferentes grupos talibanes que operan en Pakist¨¢n no ha facilitado el surgimiento de un Jomeini. Hasta ahora. No obstante, la fragilidad del Gobierno de Zardari; el impacto de la crisis econ¨®mica, que tiene a tres millones de trabajadores a punto de perder sus empleos, y el creciente malestar con los bombardeos de los aviones no tripulados estadounidenses, contribuyen a crear un caldo de cultivo favorable al estallido social. En esas circunstancias, muchos paquistan¨ªes consideran, como la investigadora Humeira Iqtidar, que el pa¨ªs tiene muchos problemas reales m¨¢s importantes que el empe?o talib¨¢n de instaurar la shar¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.