Embestida al idioma
Hay que seguir machacando, aunque el hierro parezca de hielo. A todos se nos llena la boca acerca de la buena o mala salud del espa?ol, el peligro que corre en zonas perif¨¦ricas y la soberana chuler¨ªa de que lo hablan cuatrocientos o quinientos millones de personas, con la consideraci¨®n de ser el segundo o tercero del mundo.
Por mucho que los catalanes y vascos se empe?en en seguir haciendo lo que siempre hicieron, que es hablar su jerga vern¨¢cula en casa, intentando extrapolarla a las escuelas, institutos y universidades, el da?o que recibe el idioma procede de nuestra propia desidia y la incuria generalizada para su aprendizaje.
Una lengua no va incorporada a los genes, sino que se aprende, con mayor o menor fluidez, a partir de las primeras frases que el ni?o escucha de su madre o de las enfermeras del servicio de maternidad. Es algo que se aprende, como andar o tener la voluntad de hacer oposiciones al Catastro.
Quienes debieran dar ejemplo con su conocimiento muestran una vast¨ªsima incultura
Cuando falta el aprendizaje, o sea, la ense?anza, la lengua se convierte en el tosco instrumento de expresar necesidades elementales e intercambiar ordinarieces. Est¨¢ demostrado que hay lenguajes de notable dificultad, abrumados por las desinencias, conjugaciones, profusi¨®n de vocales abiertas, cerradas o entornadas, como, por ejemplo, el magiar, que dicen que tiene cierto parecido con el finland¨¦s, lo que proporciona muy leve consuelo. Pero los h¨²ngaros -y los fineses- aprenden desde la cuna otro u otros idiomas, en los que se expresan con la soltura correspondiente a sus conocimientos. Tal ha ocurrido y sigue ocurriendo, en nuestro pa¨ªs con las regiones que reivindican un habla propia.
Sin ir m¨¢s lejos, en el Parlamento, cuando se parlamenta, que no es tanto como debiera, reconocemos que son mejores oradores los vascos, catalanes y gallegos que los castellanos, aferrados a nuestro idioma universal que en enorme proporci¨®n desconocemos. Mi oficio es escribir modestamente en los peri¨®dicos, y no dejo de confesar que cada cuatro o cinco a?os tengo que sustituir el diccionario porque termina desencuadernado de tanto usarlo. Eso denuncia mi deficiente cultura y, tambi¨¦n, el deseo de hacer las cosas bien, apoyado en la sabidur¨ªa ajena.
Me siento como un Maestro Ciruela que sigue los consejos del rab¨ª Dom Sem Tob, del que recuerdo uno de sus proverbios: "No vale el azor menos porque en vil nido siga / ni los consejos buenos / porque jud¨ªo los diga". Cito de memoria, que la tengo buena para cosas viejas y, a menudo, in¨²tiles.
La causa -un idiota dir¨ªa la culpa- reside en los mismos periodistas, los locutores, los pol¨ªticos que utilizan la tribuna como si estuvieran a horcajadas en la barra de un bar. Quienes debieran dar ejemplo con su conocimiento muestran una vast¨ªsima incultura que nada hacen por rellenar. Derivamos hacia el ingl¨¦s, pero no el culto, el literario, rico, exuberante, imaginativo, sino al ingl¨¦s para pedir un refresco en el avi¨®n y entender lo que masculla una estrella de cine a la que entrevistamos.
La semana pasada, una escritora de talla como Soledad Pu¨¦rtolas confunde, en la colaboraci¨®n de un suplemento, viudedad, que es la pensi¨®n que percibe el c¨®nyuge superviviente, con viudez, que es el estado de viuda o viudo. Lapsus muy frecuente. Una locutora lee imp¨¢vida las exequias de un personaje importante y suelta que el f¨¦retro iba en "el carro de un ca?¨®n". Se llama arm¨®n y se suele decir de artiller¨ªa, porque, en efecto, el arm¨®n no es un arma grande, sino el juego delantero de la cure?a donde se monta el ca?¨®n, campanas que no se sabe donde suenan.
Esperemos que con una ministra del g¨¦nero femenino, por deferencia, se empleen con propiedad los nombres marciales y tambi¨¦n dejen de llamar "fusil de caza" a la escopeta o no describan el homicida gesto de calar la bayoneta como "enchufar la bayoneta en el ca?¨®n del fusil".
Hablar correctamente no es s¨ªntoma de belicosidad ni propensi¨®n al militarismo. Cuando se usan palabras de uso menos frecuente, hay que conocerlas. Declaro ignorar lo que significa "bajar una canci¨®n" al m¨®vil. Si tuviera que hacerlo, tomar¨ªa el ascensor y me pondr¨ªa a silbar en el portal de mi casa, pero obviamente es otra cosa. Como no la conozco, me abstengo.
Lamento repetirme en los temas y m¨¢s a¨²n hacerlo en vano, pero me pone de los nervios escuchar una retransmisi¨®n de f¨²tbol donde los jugadores, empujan, tocan, golpean el bal¨®n, pero apenas se escucha que chuten, cuando es un anglicismo aceptado hace a?os por el Diccionario de la Real Academia. Perdonen la insistencia; creo que es mejor que el castizo "achantar la mui".
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