Cuando el genio a¨²n no lo era
Un paseo por los lugares donde se form¨® Dal¨ª, veinte a?os despu¨¦s de su muerte
Contaba 18 a?os y acababa de morir su madre cuando Salvador Dal¨ª lleg¨® de Figueras a Madrid. Ven¨ªa dispuesto a ingresar en la Academia de Bellas Artes. Su padre, notario de profesi¨®n, ya hab¨ªa perdido toda esperanza de que su hijo, algo asilvestrado, hiciese algunos estudios superiores de los considerados "de provecho" y, viendo que parec¨ªa estar dotado para el dibujo, opt¨® por apoyarle en su posible carrera como pintor.
El examen de ingreso duraba tres d¨ªas y consist¨ªa en hacer un dibujo de una obra de arte. Dal¨ª decidi¨® que dibujar¨ªa el Baco de Jacobo Sansovino, pero le sali¨® demasiado peque?o al primer intento y lo borr¨®; demasiado grande la segunda vez y lo borr¨®, ante la desesperaci¨®n creciente de su padre; y lleg¨® al tercer d¨ªa teniendo que terminar en dos horas lo que los dem¨¢s aspirantes hab¨ªan ido elaborando durante tres jornadas.
"El grupo me ense?¨® una cosa: a ir de juerga", dijo el pintor de sus colegas
Estaba convencido de que los profesores no podr¨ªan ense?arle nada
Este ¨²ltimo dibujo le sali¨® a¨²n m¨¢s peque?o que el primero, pero pas¨®: "A pesar de no tener las dimensiones prescritas, el dibujo es tan perfecto que se considera aprobado por el tribunal examinador", mencionaban en su carta de admisi¨®n. Y as¨ª fue como el joven genio se instal¨® en la Residencia de Estudiantes de Madrid, dispuesto a demostrarle al mundo su talento. Corr¨ªa el a?o 1923.
Su habitaci¨®n, la n¨²mero 3 de la planta baja del primer pabell¨®n, no guarda hoy ninguna huella de su paso. "Est¨¢ todo reformado y renovado", explica Emilia Gil, mientras damos un paseo por los aposentos de la Residencia. "Se sigue manteniendo la estructura de los edificios pero, claro, ahora est¨¢ ya todo modernizado, salvo el banco de piedra de la entrada, el que ya ha salido en tantas y tantas fotos", agrega.
Con un poco de imaginaci¨®n podemos imaginar, por los alrededores de este centro de estudios rodeado de jardines, a Dal¨ª ataviado con su chaqueta de terciopelo, su melena de ni?a, sus patillas hasta las mejillas y su bast¨®n con empu?adura dorada, tal y como se present¨® all¨ª hace ahora 87 a?os, cuando este lugar albergaba a los j¨®venes intelectuales de la ¨¦poca.
Sin embargo, seg¨²n refleja ¨¦l mismo en su Vida secreta, durante los primeros meses en la Residencia Dal¨ª despreciaba a casi toda aquella gente que cre¨ªa ser la vanguardia del pensamiento y la creaci¨®n del momento y que para ¨¦l no eran m¨¢s que una panda de pijos.
Apenas se relacionaba con nadie y viv¨ªa, con m¨¢xima austeridad, obsesionado en su disciplina bajo una m¨¢xima contraria al esp¨ªritu de libre albedr¨ªo inspirado por profesores y compa?eros: "El m¨¦todo lo es todo en la vida".
Como un aut¨¦ntico asceta, iba de la Residencia a la Escuela y viceversa, siempre en tranv¨ªa y siempre con un presupuesto de una peseta diaria. Luego empez¨® a ir al Museo del Prado los domingos, principalmente. All¨ª esbozaba planos cubistas.
Gracias a las revistas y libros que le consegu¨ªa su padre (pese a todo) y a su profesor de dibujo de Figueras ("el se?or N¨²?ez"), Dal¨ª hab¨ªa podido conocer las ¨²ltimas tendencias pict¨®ricas, incluidos Picasso y Juan Gris, que le hab¨ªan dejado impresionado.
Por todo ello, Dal¨ª era un raro para todos. Adem¨¢s, para acusar m¨¢s su ya ex¨®tico aspecto, se hab¨ªa comprado ya en Madrid un gorro de fieltro de ala ancha y una pipa que no encend¨ªa nunca pero que llevaba siempre colgando de su boca. Por ¨²ltimo, como no le gustaban los pantalones largos, llevaba pantal¨®n corto, y si llov¨ªa se enfundaba en una especie de chubasquero tan grande y largo que casi arrastraba por el suelo.
?l, por su parte, adem¨¢s de despreciar a los dem¨¢s estudiantes, a los que consideraba "unos mediocres", estaba convencido de que ninguno de los profesores de la Escuela podr¨ªa ense?arle nada, salvo uno al que por su puesto el resto de sus compa?eros ignoraba por considerarlo reaccionario y enemigo del progreso y la libertad.
Se llamaba Jos¨¦ Moreno Carbonero y era, ya entonces, un viejo profesor que acud¨ªa a clase vestido de frac. "Con dos o tres r¨¢pidos trazos con carb¨®n enderezaba milagrosamente un dibujo", escribe Dal¨ª en sus memorias.
Llevaba apenas cuatro meses en la Residencia, cultivando su arrebatada personalidad y huyendo de "los grupos", cuando Pep¨ªn Bello se col¨® un d¨ªa en su habitaci¨®n. La camarera se la hab¨ªa dejado abierta sin querer. As¨ª fue como Pep¨ªn vio sus cuadros cubistas y le falt¨® tiempo al escritor aragon¨¦s para irle con el cuento de "el m¨²sico", "el polaco" o "el artista", como le llamaban para re¨ªrse de ¨¦l, a los otros: Federico Garc¨ªa Lorca, Luis Bu?uel, Pedro Garfias, Eugenio Montes, Rafael Barradas... Fue Rafael Alberti quien, recordando aquella habitaci¨®n daliniana, dijo: "Cuando visit¨¦ su cuarto, una celda sencilla, parecida a la de Federico, casi no pude entrar, pues no supe d¨®nde poner el pie, ya que todo el suelo se hallaba cubierto de dibujos", seg¨²n recoge Rafael Santos Torroella en su libro Dal¨ª, ¨¦poca de Madrid.
"En la ¨¦poca en que conoc¨ª al grupo, todos estaban pose¨ªdos de un complejo de dandismo combinado con cinismo, con sus cabellos elegantemente cortados por los barberos del Ritz o del Palace", escribe Dal¨ª evocando aquellos d¨ªas.
Pero el caso es que desde entonces el pintor de Figueras empez¨® a formar parte de aquel grupo hasta convertirse en poco tiempo en una de sus figuras m¨¢s influyentes. Dal¨ª qued¨® impactado por Lorca, "el fen¨®meno po¨¦tico en su totalidad, en carne viva", le describe. Fue con ellos con quien descubri¨® realmente Madrid. Empez¨® a frecuentar los caf¨¦s donde se reun¨ªa todo el futuro art¨ªstico, literario y pol¨ªtico de Espa?a.
"El grupo me ense?¨® una cosa: a ir de juerga", escribe el pintor. Tambi¨¦n le hizo cambiar de aspecto: "Deseaba hacerme atractivo para las mujeres elegantes", cuenta Dal¨ª en referencia a las f¨¦minas que iba descubriendo en aquellos locales de moda; "una mujer elegante es la que te desprecia y no lleva pelo debajo del brazo", aclara resumiendo. Y as¨ª fue como se cort¨® el pelo, aun a riesgo de sufrir como Sans¨®n. Primero fue a un barbero corriente con la intenci¨®n de luego ir al Ritz a que le dieran los retoques finales. Quer¨ªa demostrarles a todos que su personalidad arrolladora no estaba ligada a su aspecto. Sin embargo, al llegar al Ritz se fue directamente al bar y pidi¨® un c¨®ctel "de los buenos", porque no sab¨ªa de qu¨¦ hab¨ªa.
Despu¨¦s de aquellos primeros c¨®cteles vinieron los cinzanos con aceitunas del Caf¨¦ Regina (en la calle de Alcal¨¢ 19, donde ahora est¨¢ el hotel), o los vermuts con almejas del bar de "los italianos", o las botellas de champ¨¢n del Sal¨®n del Rector en el hotel Palace... Grandes juergas, plasmadas en sus aguadas (en la imagen, Sue?os noct¨¢mbulos), en las que los d¨ªas se empalmaban con las noches y viceversa, y que llevaron a Dal¨ª a provocar su propio despido de la Residencia con el objetivo de volver a disciplinarse en el trabajo, seg¨²n cuenta ¨¦l mismo.
Despu¨¦s, volver¨ªa a Madrid a participar en exposiciones, en la Galer¨ªa Dalmau y en el Sal¨®n de Artistas Ib¨¦ricos, para despu¨¦s regresar a Figueras y dar el salto a Par¨ªs y Nueva York. Pero esta ciudad siempre quedar¨ªa grabada en su memoria como "esa ciudad donde el pueblo, la aristocracia y la prehistoria no conocen transici¨®n".
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