"Mi familia no podr¨¢ reunirse ni tras la muerte"
El comensal enca?ona sobre la mesa. "Te disparar¨¦ en el coraz¨®n. Para ver tu cara cuando mueras". "En el primer momento sent¨ª que era el final". Retira la mano que apuntaba. "Luego volvi¨® esa luz interior". Una luz que Sebasti¨¤ Piera no sabe describir, pero que le permiti¨® en 1947 resistir sin delatar a sus compa?eros de clandestinidad en el PSUC (el PCE catal¨¢n) 30 d¨ªas de torturas dirigidas por Antonio Creix, el polic¨ªa "con aspecto de g¨¢nster" que persigui¨® a tantos dem¨®cratas antifranquistas y le asom¨® a ¨¦l al borde de la muerte.
Lo cuenta frente a un plato de butifarra del Pallars, que Piera ha escogido a conciencia: no muy lejos de esa comarca leridana, en Baldomar, naci¨® ¨¦l en 1917. Y la siniestra Jefatura de Polic¨ªa de la V¨ªa Laietana, cercana al restaurante Senyor Parellada donde comemos, no es el lugar m¨¢s remoto de su pueblo al que le ha llevado su militancia comunista.
El viejo exiliado tiene a los suyos enterrados en Francia, Chile o Per¨². "Yo, en C¨®rcega"
Recuerda el hambre que pas¨® en los bosques de Bielorrusia. Era 1942 y se infiltr¨® en territorio nazi como guerrillero del Ej¨¦rcito Rojo con la misi¨®n de matar al mariscal Von Rheitel, secuestrar al jefe de la Divisi¨®n Azul y enrarecer el ambiente entre alemanes y espa?oles -"se despreciaban", dice-. Antes hab¨ªa llegado hasta Uzbekist¨¢n, donde la comida a¨²n se lograba con trueque. Iba al C¨¢ucaso con la orden de volar los pozos de petr¨®leo rusos y dificultar as¨ª el avance de los nazis por Asia si superaban Stalingrado.
"He vivido hechos centrales del siglo XX", sabe Piera, y los narra m¨¢s que come. Pero tambi¨¦n come con gusto, sin r¨¦gimen, este hombre que a los 91 a?os mantiene una robustez que le permite recibir un reconocimiento que es p¨®stumo para muchos compa?eros. En 1998, Ricard Vinyes biografi¨® su periplo en El soldat de Pandora, traducido al franc¨¦s pero no al espa?ol. Ahora, Piera ha vuelto desde C¨®rcega, donde le llev¨® el destierro, para participar en un acto del Memorial Democr¨¢tico catal¨¢n en recuerdo del exilio. "La memoria es necesaria", cree, aunque su vida ense?a que hay da?os irreparables: "Tengo una hermana enterrada en Francia. Otra, y mis padres, en Chile. Un hermano en Lima. Seguramente, yo morir¨¦ en C¨®rcega. Ni muerta, mi familia podr¨¢ reunirse".
Pero Piera no pierde el apetito y ataca una crema catalana mientras explica que Francia tambi¨¦n recuerda a los exiliados. Qui¨¦n se lo hubiese dicho al hombre que las autoridades francesas desterraron en 1951 en la isla donde vive, mirando hacia Barcelona. Y que fue depurado por sus compa?eros comunistas, que sospechaban de ¨¦l tras su fuga de Espa?a.
No abandon¨® el PCE entonces. A punto estuvo cuando los tanques sovi¨¦ticos aplastaron la Primavera de Praga en 1968. Lo hizo cuando tom¨® las riendas Julio Anguita, que, dice, "no entendi¨® lo que es Catalu?a". Contin¨²a en Inicitativa per Catalunya. "La igualdad sigue siendo un valor universal", explica, y le a?ade la ecolog¨ªa, "de la que antes no ten¨ªamos ni idea". Un ejemplo del aggiornamento del que hace gala este hombre que dice ser "pragm¨¢tico".
Por eso, su declaraci¨®n de principios m¨¢s tangible est¨¢ sobre la mesa, en esos platos t¨ªpicos que disfruta porque le unen a la que considera, a¨²n, su tierra: "Soy feliz cuando vuelvo a Baldomar, a sus ¨¢rboles, sus fuentes". Esa idea de volver siempre estuvo en la luz que le daba fuerzas. El retorno nunca fue definitivo.
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