Los miedos
Escrib¨ªa a mis amigos mexicanos, preocupada por su ciudad clausurada, suturada, vaciada. Me daba p¨¢nico pensar en ellos en medio de todo aquel silencio, encerrados en casa, con las mascarillas puestas o, peor a¨²n, decididos a no llevarlas y salir al aire libre y tomar unos tacos del puestecito -de algo hay que morir. Me contestaban con sus alegatos contra el miedo en ese tono de socarroner¨ªa elegante, tan mexicana.
As¨ª que aquel miedo oscuro era por m¨ª -quiz¨¢s el miedo es siempre por uno mismo. D¨ªas enteros leyendo las noticias lo hab¨ªan conseguido. Hab¨ªa dejado de ser libre y no por las mascarillas ni el encierro, sino por el poder infinito de la sociedad hipercomunicada para controlar mis emociones y recordarme a cada paso esos otros miedos de los cuales habla Rilke. "Miedo de que el bot¨®n peque?o sea m¨¢s grande que mi cabeza: miedo de traicionarme y de decir todo de lo que tengo miedo, y el miedo de no poder decir nada, porque todo es indecible, los otros miedos...".
Son los miedos sombr¨ªos que nos asaltan sin causa o, peor, que mutan m¨¢s imprevisibles que cualquier virus; miedos concretos al principio, miedo al miedo al poco rato. Como hay que hacer algo contra el miedo, les propongo para estos d¨ªas inciertos un par de "lecturas ejemplares": la biograf¨ªa de Nancy Cunard, una mujer sin miedos, y un texto del conocido historiador del arte Aby Warburg, un hombre que fue consciente de sus temores y trat¨® de vencerlos.
El primer libro, Nancy Cunard, de Lois Gordon -regalo de Circe, una editorial que lleva a?os publicando biograf¨ªas de mujeres a veces estupendas y desde luego siempre curiosas-, habla de la vida de la conocida negr¨®fila, rica heredera inglesa desheredada por su aristocr¨¢tica familia tras la relaci¨®n amorosa con un m¨²sico afroamericano, Henry Crowder -por quien dej¨® al poeta Aragon, no est¨¢ mal como relato. Retratada por Man Ray a mediados de los veinte, fue m¨¢s que una cara guapa: en 1929 se convert¨ªa en promotora de Negro, apuesta cosmopolita para reunir en una antolog¨ªa el encuentro de los poetas negros con personalidades de la talla de Ezra Pound o Samuel Beckett -ah, y no se pierdan su simpat¨ªa hacia la Rep¨²blica espa?ola.
El segundo libro es la conferencia sobre el encuentro de Warburg con los indios pueblo en 1895, conferencia que dio al abandonar la cl¨ªnica, en la cual ingresaba por crisis nerviosas, el inventor en los a?os diez-veinte de los "estudios culturales" y "visuales", siempre atento a las contaminaciones entre culturas -aunque no se haya enterado hasta ahora el mundo acad¨¦mico estadounidense y el pensamiento colonializado y paleto de por aqu¨ª. No es un libro oportuno porque los ignorantes hayan descubierto a Warburg hace poco -algunos lo le¨ªamos hace treinta a?os en la Facultad, por cierto-, sino porque se trata de un texto emocionante y un artefacto maravilloso, ilustrado con las fotos del historiador mismo durante aquel viaje de finales del XIX. Lo ha publicado Sexto Piso, lo que garantiza un libro muy especial, y habla de alguien que tuvo miedos como yo -y ustedes, supongo-, pero que estaba convencido de poder vencerlos o, como dice Rauff en el ep¨ªlogo a la edici¨®n, que quiz¨¢s "logr¨® exorcizar el miedo con los s¨ªmbolos".
Pero bueno, no s¨¦ si cuando lean ustedes estas l¨ªneas estaremos todos en cama, con mascarillas o presas del miedo sin m¨¢s. S¨¦ s¨®lo que plantar batalla a los terrores es ser un poco m¨¢s libres y que se puede ser libre -o tratar de serlo- incluso en las circunstancias m¨¢s adversas. Buen fin de semana.
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