Adi¨®s, Bruselas
Las agotadoras reuniones en una veintena de idiomas, el aprendizaje del trabajo en com¨²n, las discrepancias y complicidades entre colegas... El ex ministro de Cultura relata sus vivencias en el coraz¨®n de la Uni¨®n Europea
Al bajar del avi¨®n en Bruselas la nieve y el viento me hacen recordar los versos del poeta norteamericano Archibald Macleish: All night in Brussels the wind had tugged as my door, "En Bruselas, anoche, tuve el viento a mi puerta: / tiraba de mi puerta y combaba los ¨¢rboles, / y para m¨ª, reci¨¦n llegado en aquel pa¨ªs, / era un extra?o viento que soplaba / sin cesar, envarando las paredes, el piso, / el techo de mi cuarto. No pod¨ªa dormir / pensando que ¨¦l tambi¨¦n era un muerto extranjero / y, bajo tierra, sent¨ªa en el flujo del viento / las ra¨ªces tirantes, sin poder comprender, / recordando los vientos lacustres de Illinois, / a aquel extra?o viento. Y en la arena sus huesos / escuchaban".
Tengo una sensaci¨®n rara, no s¨¦ si he llegado pronto o tarde a la pol¨ªtica europea
Me reconforta el sentimiento metaf¨ªsico de jud¨ªo errante que experimentaba Cioran
Son las cuatro de la tarde y ya es noche cerrada. Apenas vislumbro, desde la ventanilla del autom¨®vil, alma alguna que camine por sus rectil¨ªneas calles. Al llegar al Hotel Amigo, en la Rue de l'Amigo 1-3, me siento de nuevo como en casa. Voces en todas las lenguas, un ir y venir tambi¨¦n tempestuoso pero, sin embargo, estas paredes discretas y confortables me calman de la inquietud. Al llegar a la habitaci¨®n descorro las cortinas y me encuentro siempre con el mismo vecino edificio de oficinas. Si abriese la ventana podr¨ªa f¨¢cilmente comunicarme con sus inquilinos, funcionarios esforzados que acompa?an mi sue?o con su trabajo hasta altas horas de la madrugada. Todas las estancias quedan iluminadas, en vigilia, mientras los ocupantes se ausentan y entran las raudas cuadrillas de se?oras de la limpieza. Si tuviera tiempo para estar asomado podr¨ªa imaginar, a trav¨¦s de sus rostros, tantas vidas conformes con su fracaso. Los ventanales equivalen a colmenas y las abejas son esos industriosos funcionarios dignos de la obra de Maeterlinck. Los plazos de espera a los que someten los proyectos son la jalea real con la que alimentan a las larvas de los Estados. Los funcionarios administran, sobre todo, el tiempo. Un bien escaso y de incalculable valor.
Dejo entreabiertas las cortinas para notar ese hilo de luz, ese hilo de vida constante, y me acuesto. Como siempre, leo antes de ponerme a luchar contra el insomnio. Paso la p¨¢gina de una antolog¨ªa dedicada a la poes¨ªa medieval portuguesa y repito estos versos de Pero G¨®mez Barroso, "Do que sabia nulha ren non sei, / polo mundo, que vej'assi andar; / e, quand'i cuido, ei log'a cuidar, / per boa f¨¦, o que nunca cuidei: / ca vej'agora o que nunca vi / e ou?o cousas que nunca o¨ª" ("De todo cuanto supe, nada s¨¦, / de acuerdo a como veo que va el mundo; / lo que yo pienso tengo que volverlo a pensar / igual que si nunca yo lo hubiese pensado: / pues ahora veo lo que nunca vi / y oigo cosas que nunca o¨ª"). ?Era Pero G¨®mez Barroso un Fernando Pessoa del siglo XIII? Estos versos me bastan para concluir la jornada de un d¨ªa cualquiera de mi vida. Quiz¨¢ lo eche de menos cuando el tiempo que me reste no puedan increment¨¢rmelo ya las altas instancias comunitarias.
Al despertar y comprobar que han transcurrido las horas suficientes para emprender una nueva alborada, observo que la habitaci¨®n permanece inalterable con el mismo hilo de luz. El inmueble vecino apenas permite percibir un trozo de cielo. La luz natural no logra traspasar la claridad de los neones. Miro a mi alrededor, la estancia es tan asequible que pienso en lo poco que uno necesita para ser feliz y sin embargo, nos empe?amos en agrandar los espacios. "La felicidad es el m¨¢s ¨²til de los bienes preferibles", dec¨ªa Al-Farabi, y la comparaba con la salud: el m¨¢s preferible, el m¨¢s grande y el m¨¢s perfecto de los bienes. Cada amanecer, uno es feliz en la desmemoria del semisue?o. Pero al avanzar el d¨ªa...
En la inabarcable y ovalada sala de reuniones, los ministros de Cultura europeos nos salud¨¢bamos como si siempre fuera a ser ¨¦ste el ¨²ltimo encuentro. La ruleta de la fortuna sigue su curso y seis meses dan para muchas mudanzas. A las caras habituales se superpon¨ªan otras nuevas deslumbradas. Luego cada cual hablaba de lo suyo buscando complicidades con los m¨¢s afines. Pocas veces escuch¨¦ la palabra Europa. ?Ser¨¢ un tab¨²? Las identidades son tan fuertes que todav¨ªa nos queda un largo camino para compartirlas y sentirlas como propias. Los acuerdos llevan consigo agotadoras discusiones y se avanza muy lentamente. Francia es la m¨¢s decidida comunitaria y gracias a ella siempre se impone la cordura. Reino Unido y sus sat¨¦lites son, por lo general, disolventes, ingratos y ego¨ªstas. Alemania bascula. El resto procuramos hacer compatibles nuestro pasado individual con el futuro. Alguien se queja de tanta prolijidad, pero nunca lamentemos el tiempo necesario para hacer bien lo que se ha hecho, dec¨ªa Joubert.
Horas y m¨¢s horas escuchando a los esforzados colegas en sus respectivos idiomas. El representante brit¨¢nico cede unos minutos a un compatriota gal¨¦s que habla en su propia lengua, lo mismo que yo he hecho tantas veces con nuestras comunidades ling¨¹¨ªsticas. Las lenguas son el mayor patrimonio cultural del siglo XXI y el conocerlas y hablarlas -cuantas m¨¢s mejor- es tambi¨¦n un seguro laboral. Tres minutos para cada interviniente y dificultades para retomar la palabra.
Como el sabio alem¨¢n renacentista Nicol¨¢s de Cusa, a m¨ª me sucede que el placer que procuran estas lecciones no es el fin del conocimiento, sino que la tarea es el acrecentamiento infinito de lo ignorado, y la recompensa es la ampliaci¨®n del "impenetrable secreto". Por lo general, se viene m¨¢s a ense?ar que a aprender. Muchas veces falta humildad y modestia. Para Spinoza este don era una especie de ambici¨®n: el deseo de hacer lo que agrada a los hombres y de evitar lo que les desagrada. Deber¨ªa satisfacernos el trabajo en com¨²n y desagradarnos lo mucho que a¨²n nos separa.
La cultura compartida durante tantos siglos es pieza esencial en la soldadura continental, pero a¨²n no sabemos utilizar el soplete. Yo tengo una sensaci¨®n rara, no s¨¦ si he llegado pronto o tarde a la pol¨ªtica europea. Ciceron lo ten¨ªa m¨¢s claro, "tarde me levant¨¦, y por el camino / me ha sorprendido la noche de Roma". Cicer¨®n pensaba que su vida pol¨ªtica se hab¨ªa iniciado con retraso, cuando la Roma libre declinaba. ?Declina Europa? ?Declinan las naciones o los Estados?
"Siento que no tengo edad, me he perdido en el tiempo", dec¨ªa Cioran. Liberado de la tiran¨ªa del paisaje y de la "necesidad del arraigo", representa a la persona que nunca ser¨¢ "de aqu¨ª", extranjero en s¨ª mismo, "un habitante de la tierra que es sin embargo no terrenal en su paso por el mundo, con patrias provisionales en las que espera que se ponga fin a su exilio", comenta el ensayista rumano Ion Vartic al referirse a su compatriota. ?Europeos, de las diversas nacionalidades, ap¨¢tridas? Raymond Queneau en Une histoire mod¨¨le comentaba que "los pueblos felices no tienen historia; la historia es la ciencia de la infelicidad de los hombres".
Pero nosotros, a¨²n sabi¨¦ndolo, queremos hacer historia y ser sus protagonistas aunque s¨®lo obtengamos uno de los muchos papeles secundarios. Me reconforta el sentimiento metaf¨ªsico de jud¨ªo errante que experimentaba Cioran, el de ser extranjero en cualquier lugar y de ser reconocido como tal. Cuando abandonaba la sala oval y buscaba el camino del ascensor para salir de nuevo a las brumas de Bruselas, me invad¨ªa la nostalgia del hogar. As¨ª es como calificaban los rom¨¢nticos a la regresi¨®n, la vuelta al lugar donde ni el bien ni el mal exist¨ªan. ?Hacia d¨®nde nos dirigimos? Se interrogaba Novalis en nombre de todos sus contempor¨¢neos europeos. Esa misma pregunta y respuesta a¨²n nos valen hoy: Immer nach Hause, hacia casa siempre. ?Pero d¨®nde est¨¢?
Ha transcurrido toda la ma?ana y parte del mediod¨ªa. El tibio sol envuelto en la neblina est¨¢ a punto de desaparecer. En el restaurante Aux Armes de Bruxelles como patatas fritas con mejillones. Son peque?os y no tienen el sabor de los de Lorb¨¦, pero ?qu¨¦ remedio! Al salir de nuevo a la calle los vientos lacustres segu¨ªan golpeando las puertas de las habitaciones de los hoteles.
C¨¦sar Antonio Molina, escritor y poeta, ha sido ministro de Cultura y director del Instituto Cervantes y del C¨ªrculo de Bellas Artes.
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