Hacia un nuevo capitalismo
La crisis mundial no marcar¨¢ en 2009 el final de ciclo del actual sistema econ¨®mico, pero ser¨¢ la causa de las importantes reformas que deber¨¢ afrontar la econom¨ªa de libre mercado
Qu¨¦ queremos que surja de la mayor crisis que ha visto el capitalismo en 70 a?os? Si tuviera que responder con una sola frase, dir¨ªa que unos modelos nuevos para una econom¨ªa de mercado social y sostenible. Y eso exige que cambiemos nosotros, adem¨¢s de los Estados.
El capitalismo no acabar¨¢ en 2009 como acab¨® el comunismo en 1989. Est¨¢ demasiado arraigado y es demasiado variado y demasiado adaptable para sufrir una muerte tan brusca. Existen hoy en el mundo muchas m¨¢s variedades de capitalismo que las que hubo en su d¨ªa de comunismo, y esa diversidad es uno de sus puntos fuertes. El arco iris va desde el salvaje oeste hasta el salvaje oriente, y abarca grandes variantes nacionales de la econom¨ªa de mercado, como China, que los puristas dir¨ªan que no son capitalismo en absoluto. Por consiguiente, algunas versiones del capitalismo capear¨¢n el temporal; otras quedar¨¢n en ruinas o, al menos, sufrir¨¢n reformas sustanciales.
Existen hoy en el mundo m¨¢s variedades de capitalismo que las que hubo en su d¨ªa de comunismo
Algunos banqueros deber¨ªan arrostrar consecuencias legales personales por su insensatez y su ego¨ªsmo
A esta ¨²ltima categor¨ªa parece pertenecer una versi¨®n "neoliberal" extrema de la econom¨ªa de libre mercado, caracterizada no s¨®lo por la amplia desregulaci¨®n y privatizaci¨®n, sino tambi¨¦n por un esp¨ªritu de avaricia digno de Gordon Gekko, y que s¨®lo se practica plenamente en algunas ¨¢reas de las econom¨ªas anglosajonas y poscomunistas. Pero ?qu¨¦ pasar¨ªa con una versi¨®n modernizada y reformada de lo que los pensadores alemanes de posguerra llamaron la "econom¨ªa social de mercado"? Una econom¨ªa de libre mercado, sin ninguna duda, pero que exige que el Estado proporcione un firme marco legal y regulador para la empresa privada; la participaci¨®n de los accionistas, pero tambi¨¦n de los afectados por las decisiones; un intento de equilibrar los intereses inmediatos y las consideraciones a largo plazo a la hora de tomar decisiones econ¨®micas; el compromiso nacional de que haya un m¨ªnimo social para todos los ciudadanos, y un s¨®lido esp¨ªritu moral entre quienes se dedican a los negocios. Eso debe combinarse con las demandas del siglo XXI de sostenibilidad ecol¨®gica ante el cambio clim¨¢tico y sostenibilidad ¨¦tica ante la pobreza mundial. Una tarea dif¨ªcil, no hay duda.
Hay que tener en cuenta asimismo el equilibrio entre los niveles nacionales e internacionales de regulaci¨®n y gobierno. Mervyn King, el gobernador del Banco de Inglaterra, ha dicho que los grandes bancos privados actuales son globales en la vida pero nacionales en la muerte. Cuando llega el momento de rescatarlos, es el Gobierno nacional m¨¢s directamente relacionado el que toma la iniciativa. Y eso significa que pagamos la factura los contribuyentes nacionales.
Sin embargo, toda esa historia de Estados y sistemas no es m¨¢s que la mitad de la cuesti¨®n. Lo que nos meti¨® en el l¨ªo actual fue el comportamiento de unos seres humanos concretos, y es el comportamiento de los seres humanos lo que tiene que cambiar, adem¨¢s de la estructuraci¨®n de los sistemas. Es algo evidente, sobre todo, en el caso de los banqueros, pero no debemos creer que se limita s¨®lo a ellos. La conducta de los banqueros que nos arrojaron al lodo -no todos los banqueros, desde luego, pero s¨ª unos cuantos- quiz¨¢ no fue ilegal, pero fue ego¨ªsta, irresponsable e inmoral. A?o tras a?o, obten¨ªan enormes beneficios personales a partir de unos activos cuya verdadera naturaleza y cuyas perspectivas no comprend¨ªan o ignoraban llenos de cinismo. Justificaban sus sueldos y sus primas, desproporcionados para las sumas que casi todo el resto de la gente ganaba en las sociedades a su alrededor, porque estaban "relacionados con el rendimiento", pero ese "rendimiento" se med¨ªa con indicadores insuficientes y a lo largo de un plazo demasiado breve. La remuneraci¨®n de los altos cargos se basaba en la necesidad de marcar unos puntos de referencia competitivos con los rivales, y se o¨ªa a alg¨²n jefazo quejarse de que otro estaba ganando seis millones de euros al a?o cuando ¨¦l s¨®lo ganaba cinco. Y sal¨ªan tan felices de sus bancos.
"La City se ha portado muy bien conmigo", era el eufemismo t¨ªpicamente ingl¨¦s con el que defin¨ªan ese barroco proceso de enriquecimiento. Como ya hab¨ªa ocurrido en otras cosas, los novelistas (como Tom Wolfe) y los cineastas (como Oliver Stone con su Wall Street, protagonizada por el personaje de Gordon Gekko) se adelantaron a economistas y polit¨®logos en el diagn¨®stico del problema.
La justificaci¨®n cl¨¢sica de por qu¨¦ los capitalistas ganan tanto dinero es el riesgo que corren, pero en este caso ni siquiera corrieron el riesgo. Fuimos nosotros. Cuando estall¨® la burbuja, nosotros, los contribuyentes, tuvimos que hacernos cargo de la factura, y tanto nosotros como nuestros hijos seguiremos pag¨¢ndola durante d¨¦cadas. Cerca de donde vivo, en Oxford, se han restaurado unas enormes mansiones victorianas para utilizarlas como viviendas unifamiliares, con todo lujo de detalles y sin reparar en gastos. Hace un a?o contemplaba las mansiones con iron¨ªa y asombro, pero tambi¨¦n pensando ingenuamente que sus nuevos propietarios se hab¨ªan ganado ese estilo de vida neoaristocr¨¢tico. Ahora, las miro casi con ira.
Un amigo que ha dedicado toda su vida a estudiar las econom¨ªas m¨¢s pobres del mundo dice que esos banqueros deber¨ªan arrostrar consecuencias legales personales por su insensatez y su ego¨ªsmo. Sugiere que se cree un delito de banquicidio, comparable al de homicidio en el sentido de que no ser¨ªa necesario probar que hubo mala intenci¨®n previa. Una idea maravillosa, pero que no me parece pr¨¢ctica ni, en realidad, deseable, porque significar¨ªa violar el principio legal fundamental de que una cosa es un delito s¨®lo si era ilegal en el momento de hacerla. Ahora bien, s¨ª creo que los que son directamente responsables, como sir Fred Goodwin del Royal Bank of Scotland, deber¨ªan devolver parte de sus ganancias personales desmesuradas e inmerecidas. Y otros deber¨ªan devolver a la sociedad, aunque s¨®lo sea en forma de filantrop¨ªa, m¨¢s de lo que, en definitiva, le han quitado.
Pero no podemos echarles la culpa de todo. Cada brit¨¢nico o estadounidense corriente que se gast¨® un dinero que no ten¨ªa, alentado por los alt¨ªsimos precios de la vivienda, la laxitud de los pr¨¦stamos hipotecarios y la publicidad seductiva, tiene parte de responsabilidad. Como tambi¨¦n la tienen, aunque parezca extra?o, los superfrugales chinos, cuyos enormes ahorros se reciclaron para permitir -e incluso estimular de forma indirecta- el despilfarro occidental.
Hace m¨¢s de 30 a?os, Daniel Bell examin¨® en su libro Cultural contradictions of capitalism la paradoja de que el dinamismo del capitalismo depende de que los individuos vivan con arreglo a unos valores ligeramente distintos en sus facetas personales de productores y consumidores. Tom¨® prestado el famoso argumento de Max Weber sobre la ¨¦tica protestante y el esp¨ªritu del capitalismo, y lo ampli¨® para sugerir que la faceta productiva se basa en que las personas se rijan por valores como el esfuerzo, la puntualidad, la disciplina y la voluntad de aceptar una gratificaci¨®n aplazada. En cambio, la faceta consumidora se basa en que sean expansivas y dadas a permitirse caprichos, buscar el placer y vivir el momento. A eso hay que a?adir la nueva tensi¨®n de que el planeta no puede sostener a m¨¢s de 6.000 millones de personas que aumentan sin cesar unos niveles de vida obtenidos gracias a los m¨¦todos de producci¨®n y consumo utilizados hasta ahora. Y para complicar a¨²n m¨¢s las cosas est¨¢ el argumento moral de que los ricos del mundo no tienen derecho a negar a los pobres una vida material mejor, que de todas formas no ser¨ªa m¨¢s que una fracci¨®n de la que disfrutamos nosotros.
Lo que todo eso produce no es s¨®lo un interrogante estructural, sino un reto personal para cada uno de nosotros. Un reto que consiste en encontrar un nuevo equilibrio en nuestras dobles vidas como productores y consumidores y, al mismo tiempo, contribuir de forma consciente a una serie m¨¢s amplia de nuevos equilibrios internacionales entre econom¨ªa y medioambiente, un oriente superahorrador y un occidente supergastador, un norte rico y un sur pobre. A eso me refiero tambi¨¦n cuando hablo de una econom¨ªa social de mercado que sea sostenible.
www.timothygartonash.com Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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