La fiesta fingida
Leo que cada a?o desaparecen 400 bicicletas del Bicing barcelon¨¦s. En realidad, no desaparecen. Casi siempre acaban apareciendo, en Santander, en el fondo del mar o en cualquier otro sitio de dif¨ªcil localizaci¨®n. Y por lo visto, s¨®lo funcionan correctamente tres de cada 10 de las que permanecen controladas y presuntamente utilizables. Lo dice un estudio del Real Autom¨®vil Club; aunque no parece muy l¨®gico que una instituci¨®n automovil¨ªstica analice las cosas del ciclismo urbano, los resultados del informe concuerdan con la experiencia del usuario: el Bicing barcelon¨¦s padece problemas graves.
Aqu¨ª, por supuesto, tenemos experiencia en soluciones. Basta con imponer un l¨ªmite de velocidad: si un coche no puede rebasar los 80 kil¨®metros por hora en autopista y en determinadas condiciones ha de circular a 40, podr¨ªamos consensuar para las bicicletas un l¨ªmite de cinco por hora. Es dif¨ªcil cargarse una bici a esa velocidad, y estoy casi seguro de que es imposible llev¨¢rsela pedaleando hasta Santander. Siempre habr¨¢ quien la esconda en el maletero del coche, pero eso ya es problema de Joan Saura.
A vueltas con el 'modelo Barcelona': decadencia y conformismo; tras el escaparate no hay nada
Como millones de antepasados y de contempor¨¢neos, creo que Barcelona no tiene muy claro qu¨¦ quiere ser cuando sea mayor. O sea, el asunto del modelo. Por ejemplo, tendemos a enga?arnos con el turismo. Si vienen tantos visitantes y Barcelona est¨¢ tan de moda, ser¨¢ que Barcelona es una ciudad magn¨ªfica, ?no? Pues seg¨²n. Las Vegas siempre ha tenido muchos visitantes y siempre ha estado de moda, pero no conozco a nadie que quiera vivir all¨ª. Barcelona se ha convertido en un gran destino tur¨ªstico, y eso comporta sus problemas.
Somos un destino barato y liberal. Somos una ciudad en la que se puede beber, fumar canutos y hacer gansadas, tres actividades a las que en principio no me opongo.
No tengo nada en contra de la gente que orina en la calle o, como detectaba ayer la fina pituitaria de mi amigo Fancelli, en las famosas Ramblas; de hecho, creo que el gran poeta Rafael Alberti no dej¨® sin mear ni una sola esquina romana, y en Roma se recuerda hoy a Alberti con una gran ternura. Ocurre que vivo en una calle remota, sin atractivo tur¨ªstico y con un sentido de lo liberal que suscribir¨ªa cualquier convergente. Tal vez no dir¨ªa lo mismo, ni de las micciones ni de Alberti, si viviera en el coraz¨®n de Barcelona. Da igual: el caso es que somos un destino barato y liberal, y eso ya tiene mal arreglo.
Barcelona siempre ha sido m¨¢s bien canalla, reconozc¨¢moslo. El tema no es de ahora. La ciudad de los setenta, que tanto se a?ora por su tolerancia, no era esencialmente distinta a la de hoy. Ahora se superponen, sin embargo, nuevos fen¨®menos: los sentimientos de modernidad as¨¦ptica y de "patrimonio" urbano estimulados entre la ¨¦lite (recuerden que en Barcelona manda una peque?a ¨¦lite hereditaria) por el fen¨®meno de la transformaci¨®n ol¨ªmpica; la duda identitaria y la pasividad comunes a cualquier catal¨¢n contempor¨¢neo; el turismo de bajo coste (antes limitado a la Sexta Flota), y la desaparici¨®n de alternativas econ¨®micas.
Barcelona apenas dispone ya de industria, cuenta con un sector financiero raqu¨ªtico (no me atrevo a ofender a La Caixa consider¨¢ndola una simple entidad financiera) y s¨®lo en otras ramas del sector de servicios se defiende pasablemente. Es una ciudad que a la fuerza se agarra al turismo, y a la continua rutina de fiesta fingida que ello implica.
No s¨¦ si somos conscientes de nuestra decadencia. Probablemente s¨ª, y el conformismo general certifica el fen¨®meno. No s¨¦ si somos conscientes de que tras el escaparate no hay nada. No s¨¦ si somos conscientes de que algunos distritos, como Ciutat Vella, son una olla a presi¨®n: cuando estalle, si estalla, y yo apostar¨ªa a que s¨ª, porque con un desempleo real cercano al 50% no hay quien resista mucho tiempo, el olor a orina y los problemas del Bicing carecer¨¢n de la menor importancia. Claro que tampoco tuvo importancia lo del Carmelo, o lo del gran apag¨®n. ?sa es nuestra suerte: al final, nos da lo mismo.
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